Latinoamérica
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Ecuador en su laberinto
Alberto Cruz
Rebelión
Un golpe de estado o una movilización popular espontánea. Depende de quien
hable, una cosa u otra ha logrado la caída de Lucio Gutiérrez como presidente de
Ecuador. Es el tercer presidente que tiene que dejar el poder por la
movilización popular en poco más de 8 años. Pero ahora hay una diferencia
sustancial respecto a los casos precedentes: el protagonismo de las
movilizaciones no ha estado en el movimiento indígena sino en los habitantes de
Quito, en su mayoría de clase media, que no pertenecen a partidos políticos ni a
organizaciones sociales. Los más entusiastas se acogen al grito de ¡Fuera Lucio,
que se vayan todos!, esgrimido como consigna central de la movilización, como si
fuese el bálsamo de Fierabás, la fórmula mágica para crear "nuevas formas
organizativas" que, tipo asambleas populares y con los partidos políticos
tradicionales desprestigiados, se encarguen de vigilar al nuevo gobierno.
Desde fuera de Ecuador hay que hacerse unas cuantas preguntas: ¿hacia dónde
apunta esta movilización de la clase media? ¿se va a mantener en el tiempo con
miras a fortalecer esas incipientes asambleas ciudadanas o populares que
permitan crear las nuevas formas organizativas? ¿la clase media va a estar
dispuesta a presionar para que no se firme el Tratado de Libre Comercio con EEUU?
¿a presionar para lograr desdolarizar la economía del país, implantada en el año
2000, antes de la llegada de Lucio Gutiérrez a la presidencia? ¿se va a
renegociar el pago de la deuda externa? ¿se va a impedir el uso de la base de
Manta como elemento estratégico de EEUU en el Plan Colombia?. Y como
consecuencia de lo anterior ¿va a impulsar una reforma nacionalista en el
ejército ecuatoriano para que deje de ser un peón del Comando Sur y se
desvincule de la lucha contra la guerrilla colombiana, iniciada por Gutiérrez en
los últimos tiempos?
De la respuesta a ellas dependerá que la movilización popular contra Gutiérrez y
la clase política revolucionaria no repita los errores del pasado, o lo
acontecido en Bolivia con el derrocamiento de Sánchez de Lozada el año 2003. Por
el momento, ya se puede decir que esa clase media ha desaparecido de las calles,
que Quito ha recobrado una cierta normalidad y que ahora el testigo es recogido
en otras localidades como Azuay, Loja, Esmeraldas e Imbabura, cuyas
gobernaciones fueron tomadas por sectores estudiantiles, populares e indígenas.
Resulta curioso observar cómo frente a esta postura más combativa y que pretende
asentar los cambios, los sectores de una burguesía empobrecida por la política
económica desarrollada en los últimos años (¿alguien se ha fijado en los coches
que aparecen en las imágenes de televisión, por ejemplo, en caravanas
opositoras, de "forajidos", según la expresión que ha hecho fortuna?) retroceden
apelando a la institucionalidad democrática para evitar de esta forma cualquier
cambio revolucionario.
En esta línea de "quitar presión" el nuevo gobierno, dirigido por Alfredo
Palacio -vicepresidente del mandatario destituido-, ha anunciado que va a
"revisar" el convenio sobre la base de Manta (firmado en 1999, ratificado en el
2000 y que tiene una vigencia de diez años) y que Ecuador no se va a involucrar
en el conflicto de Colombia, algo que también dijo en su momento Lucio Gutiérrez
y terminó haciendo justamente lo contrario. La táctica de realizar una política
exterior audaz para reforzar la debilidad interna no es nueva y ha sido
utilizada por numerosos dirigentes en todo el mundo, desde Adolfo Suárez
(presidente español en los primeros años de la llamada transición democrática,
cuando recibió a Yaser Arafat, se convirtió en el primer presidente de gobierno
occidental en visitar la Cuba revolucionaria o permitió que España participase
como observador activo en las conferencias del Movimiento de Países No
Alineados) hasta Lula, que en los últimos meses refuerza su imagen con viajes a
África o apoyando a Venezuela, consciente de que su popularidad decrece debido a
la política económica que impone en Brasil y a los escasos avances en materias
cruciales como la reforma agraria.
No hay que olvidar que gobierno de Alfredo Palacio surge como resultado de la
crisis, de la magnitud que alcanzó la lucha popular, de la profundización de las
contradicciones interburguesas. Es un gobierno que nace comprometido con el
gobierno norteamericano –aunque aún no le haya reconocido, pero ahí está el
papel jugado por la embajada de EEUU en toda la crisis y está por ver si resiste
las presiones para un adelanto electoral en el que saldrían claramente
beneficiados los partidos de derecha que se presentaron como supuestos
opositores al régimen de Gutiérrez, junto a algunos autocalificados
"representantes de la sociedad civil", que en realidad son agentes de la
política estadounidense en Ecuador, pues actúan con ONGs financiadas por el
Departamento de Estado y el Comando Sur de los Estados Unidos-, con las clases
dominantes y de manera particular con el Partido Social Cristiano y la Izquierda
Democrática, por lo que no es aventurado adelantar que va a estar maniatado por
estas organizaciones aunque tendrá un cierto margen de maniobra para cumplir
algunos de los aspectos programáticos criticados por incumplidos cuando formó
parte del binomio presidencial con Gutiérrez. La composición anunciada del nuevo
gabinete pone de manifiesto que esto será así puesto que a la presencia de
personajes como Mauricio Gándara, un duro crítico a la presencia de EEUU en la
base de Manta, o de Rafael Correa, un opositor a las políticas del FMI
desarrolladas en Ecuador, se une todo el resto de ministros con un claro corte
neoliberal y conservador.
El reto principal que tiene ahora el gobierno Palacio es la ratificación o no
del Tratado de Libre Comercio con EEUU. De ello dependerá el giro que tome en el
futuro puesto que para el imperialismo estadounidense, que ha tenido un
protagonismo especial en el rápido desarrollo de la crisis y el escaso
derramamiento de sangre que se ha producido –impidiendo de esta forma que estas
movilizaciones espontáneas terminasen siendo capitalizadas por la izquierda
revolucionaria y un movimiento popular más organizado-, la constitución de un
área de libre comercio hemisférico que supla de alguna forma a un ALCA moribundo
es vital para recuperar el control del mercado latinoamericano, que se le ha ido
yendo en los últimos años, y para asentar sus intereses políticos y militares en
la región.
Venezuela, de nuevo en la mira
Con la situación de Ecuador ha vuelto a ponerse de manifiesto la preocupación de
EEUU por Venezuela, si es que alguna vez se había ido. El diario The Washington
Post, en un editorial del pasado viernes, ha advertido que el caso ecuatoriano
"ha puesto en evidencia que la Administración Bush aún no tiene una estrategia
para contener la tormentosa primavera de América Latina", y apunta en la
principal línea de preocupación: "Hugo Chávez tiene interés en agitar el
ambiente social ecuatoriano con el fin de incorporar a Ecuador a la órbita
bolivariana". Como ocurrió con la crisis con Colombia, la propaganda
imperialista se dirige ahora a esparcir la mentira de que "Chávez considera a
Ecuador como parte del territorio bolivariano y podría tratar de promover más
disturbios populistas en Bolivia".
El desafío para EEUU pasa ahora por coordinar con otros países de la región la
fórmula para "pacificar" Ecuador y evitar, así, un efecto contagio que vuelva a
incendiar la mecha de la movilización popular en Bolivia o se traslade a Perú,
países que fueron mencionados por el Subsecretario de Estado de EEUU, Roger
Noriega, como potenciales "receptores" del proceso venezolano. En este sentido,
el papel que jueguen países como Brasil o Argentina puede ser crucial a la hora
de impedir, o reforzar, el intento imperialista de constituir espacios desde los
que pueda intervenir en el proceso bolivariano.