Cambios y persistencias en los modos de intervencion imperialista de los
estados unidos en latinoamerica en el periodo de entreguerras.
"HE´S A SON OF A BITCH... BUT HE'S OUR SON OF A BITCH"
F. D. Roosevelt
Por Fernando Cesaretti y Florencia Pagni Grupo Efefe
Los años 20: transiciones, cambios y persistencias.
"-Los pueblos son sagrados para los pueblos", le expresa en 1928 con su
krausista y arcaico estilo, el presidente argentino Hipólito Yrigoyen a su
colega, al presidente electo de los Estados Unidos, Herbert Hoover, que ha
llegado a Buenos Aires como último destino de una gira de buena voluntad
emprendida por varios países latinoamericanos. Hoover, un republicano que ha
ganado una reputación de humanista por su ayuda al pueblo belga en la Gran
Guerra , va a asumir la presidencia de su país en Marzo de 1929. Su presencia
por estos andurriales del mundo marca una tendencia que se viene manifestando a
lo largo del último decenio en las administraciones también republicanas de
Harding y Coolidge , esto es un modo de tratar con el continente que no pasa ya
por el mero rol del gendarme protector y represor, según el modelo de Teddy
Roosevelt que se continúa hasta W. Wilson. Ese modelo que se manifiesta normado
en el llamado "Corolario Roosevelt" o en la Enmienda Platt. Que hizo p
or ejemplo, que "(Estados Unidos había) maquinado una revolución contra Colombia
y había creado el estado "independiente" de Panamá para construir y controlar el
Canal. En 1926 mandó cinco mil marines a Nicaragua para parar una revolución y
mantener tropas allí durante siete años. En 1916, intervino en la República
Dominica, por cuarta vez, y estacionó tropas allí durante ocho años. En 1915,
intervino por segunda vez en Haití, donde mantuvo a sus tropas durante
diecinueve años. Entre 1900 y 1933, Estados Unidos intervino cuatro veces en
Cuba, dos en Nicaragua, seis en Panamá, una en Guatemala y siete en Honduras. En
1924 estaba dirigiendo de alguna forma las finanzas de la mitad de los veinte
estados latinoamericanos".
Es cierto que para Washington, Latinoamérica no es uniforme ni sus intereses se
expresan ubicuamente del Río Grande al Cabo de Hornos. El área caribe y
centroamericana continúa siendo su indiscutido "mare nostrum". En esta zona la
política yanqui se muestra lisa y llanamente arrogante y dominadora. Aparte de
las recurrentes ocupaciones ya enumeradas, hay una tangibilidad de la presencia
imperial en determinados enclaves territoriales. Así en Cuba, Guantánamo es un
recordatorio permanente de la tutela de Washington sobre La Habana, y que su
formal soberanía se debe a "(que) Inglaterra no puede permitir que Cuba quede en
manos de Estados Unidos, y por eso Cuba no será una segunda Puerto Rico, sino
que retaceada, accederá a la independencia, una independencia tutelada por la
Enmienda Platt, pero que muestra no la relación de fuerzas en el nivel de Cuba,
sino en el nivel internacional".
El área alrededor del canal bioceánico es otro enclave colonial. La República de
Panamá es en sí un invento estadounidense. Antigua provincia colombiana
segregada al solo efecto de los intereses de la compañía del canal, la
construcción de este conllevó la inmigración de negros de las Antillas
Británicas, que en apariencia eran inmunes a los gérmenes mortales que
infestaban la insalubre ruta interoceánica. Esa mano de obra fue manejada por
capataces que en la mayoría de los casos procedía del Profundo Sur,
supuestamente con experiencia para manejar negros Se creó entonces una clara
discriminación racial, que se manifestó en el sistema de Jim Crow y en la
omnipresente línea Gold-Silver, división originada en el hecho de que los
técnicos y capataces blancos recibían su salario en dólares convertibles al
patrón oro (gold), mientras que los trabajadores natives eran pagados en moneda
de plata (silver). La división "oro y plata" abarcaba todo lo imaginable:
escuelas, hospital
es, hoteles, prostíbulos, etc.
Al compartir fronteras terrestres con Estados Unidos, México hace a su
hinterland inmediato y problemático Hasta tal punto estaba identificado el
régimen de Porfirio Díaz (autor de la cínica frase:".pobre México, tan lejos de
Dios y tan cerca de los Estados Unidos") con los capitales estadounidenses, que
todos los gobiernos que se sucedieron en los turbulentos años posteriores a su
caída, tuvieron en mayor o menor medida, una impronta discursiva antiyanqui. Ese
sentimiento trascendió la retórica y se exteriorizó en hechos, que llegaron a su
culminación en 1915/16, en que una guerra formal estuvo a punto de declararse
entre los dos países. Su inmediato "patio trasero" adquiere entonces para
Washington, una importancia geopolítica excepcional. La revolución pone en
peligro los intereses económicos estadounidenses en México, y la defensa de los
mismos implicará la intervención, ora solapada, ora directa. México, por su
propio peso específico, se torna en un caso muy particula
r, que incluso jugará un papel en el proceso que desemboca en el ingreso de
Estados Unidos en la Gran Guerra. Pero en zonas más alejadas la influencia
yanqui no es exclusiva, y en algunas áreas como el Cono Sur, francamente
minoritaria frente a la presencia británica.
Pero aún así, los países de esta zona (Argentina, Uruguay, Chile), durante las
décadas de 1910 y 1920 ven un avance cualitativo y cuantitativo espectacular de
la presencia estadounidense, desde lo macro hasta lo cotidiano. Palmolive,
Ducilo, RCA Víctor, o las grandes marcas de automóviles se transforman en parte
del paisaje y la vida común de estas naciones. El Cono Sur recibe a lo largo de
los años veinte del Siglo una sustancial corriente de capitales yanquis. Sus
pueblos adoptan costumbres bajo la impronta de típicos productos de masas
estadounidenses, tales como la radio y el cine. El cine especialmente, que vende
de modo abrumador en la penumbra silenciosa de las salas de exhibición, lo que
no tardará en ser conocido como el "estilo de vida americano", con sus héroes y
heroínas, sus modos y sus modas. Paralelamente, las izquierdas latinoamericanas,
denuncian el imperialismo norteamericano. Figuras tales como Mariátegui o Haya
de la Torre, se convierten en referentes de
esas corrientes intelectuales. Aunque la "construcción de un enemigo común",
para una Latinoamérica que no sufre de igual manera los manejos del Tío Sam, da
lugar a distorsiones como las que señaló con lucidez, Arturo Jauretche: "- Fui
antiimperialista al estilo de la época y le comía los hígados al águila
norteamericana que andaba volando por el Caribe. Los maestros de la juventud nos
tenían buscando el plato volador en el cielo, mientras el león británico comía a
dos carrillos sobre la tierra nuestra..."
Es en este marco de prosperidad general y de transición en las relaciones con
Latinoamérica, en el que Hoover accede a la Casa Blanca. El paradigma liberal
que representa, comienza a temblar el viernes 29 de Octubre de 1929, con la
caída de la bolsa neoyorquina. El mercado de valores, carcomido por los créditos
en forma de préstamos concedidos a los corredores, sucumbió bajo su propio peso,
exigiendo cuentas de los millones de pequeñas transacciones llevadas a cabo por
los viajantes de comercio, que vendieron todo lo vendible a gente que carecía de
dinero suficiente para pagar lo que compraba. Se desató el pánico y el país no
supo componérselas para frenarlo. La última crisis económica de amplio porte se
había producido en 1893; pero desde esa fecha, los Estados Unidos habían
experimentado un grado tal de industrialización que era impensable un retorno
general a los modos de vida agrícola.
El presidente no está preparado para enfrentar el vendaval que sobreviene. Una
de sus primeras medidas como presidente, fue la de persuadir al Comité de la
Reserva Federal para que restringiera los créditos, con la esperanza de atenuar
el golpe. Sin embargo, cuando este llegó, Hoover quedó prisionero de su propia
formación. "Tenía al patrón oro por algo sagrado, cuando a la sazón más de
dieciocho naciones, con Gran Bretaña a la cabeza, lo habían abandonado". En ese
esquema mental la fe era un fin en sí mismo y la "falta de confianza en los
negocios" un pecado de extrema gravedad. No era una conceptualización de
carácter meramente moral. La primera reacción de Hoover ante la recesión general
que se produjo tras la caída del mercado de valores fue tratarla como un
fenómeno psicológico. Adoptó el término depresión, porque parecía menos
inquietante que los de pánico o crisis. Periódica y recurrentemente desde 1929 a
1932, vaticinaba un rápido retorno de la economía a los cauces
de la normalidad. Un discurso que se había transformado en hueco y trágico a la
vez. En la campaña presidencial de 1928 había obtenido la victoria en cuarenta
de los cuarenta y ocho estados de la Unión. Cuatro años después, buscando su
reelección "se calzó los botines, se abotonó el cuello de celuloide y se dispuso
a tomar contacto con el pueblo. Tuvo suerte de regresar con vida". Las
multitudes que se reunían al paso del tren del presidente, portaban carteles que
decían:"Cuelguen a Hoover", "Abajo Hoover, asesino de veteranos" o "Miles de
millones para los banqueros, balas para los veteranos". Obvias referencias a la
represión que sufrieron los veteranos de la Gran Guerra que en el verano de 1932
acudieron a Washington en reclamo de que se les abonaran las bonificaciones que
oportunamente les había otorgado la Ley sobre Liquidación de Compensaciones.
Estas demandas de los ex soldados fueron contestadas a balazos. Los responsables
del operativo punitivo fueron dos generale
s de futuro renombre: MacArthur y Eisenhower. Silbatinas, abucheos e insultos
fueron el telón de fondo de su periplo proselitista. Y preanunciaron el
resultado de las elecciones.
Los años 30: nuevos modos de enmascarar el intervencionismo.
En agosto de 1932 un periodista preguntó al reconocido economista británico John
Maynard Keynes si conocía algún precedente similar a la depresión. "Si, -contestó
-, se llamó la Epoca del Oscurantismo, y duró cuatrocientos años". El
estadounidense medio no podía asumir cabalmente el fenómeno. Muchos culpaban a
Hoover. Otros confundían la depresión con el hecho factual del crack de la bolsa
neoyorkina en 1929. Lo cierto era que a principio de los treinta, había
concluido la prosperidad de la Nueva Era.
En Marzo de 1933, Estados Unidos estaba virtualmente paralizado. En la mañana
del día 3, la radio llevó a toda la atribulada geografía social del país, el
discurso de toma de posesión del nuevo presidente: "Pediré al Congreso el único
instrumento que resta para hacer frente a la crisis: amplias facultades para
luchar contra la necesidad y poderes tan grandes como los que me serían
concedidos si fuéramos invadidos por un enemigo extranjero". En opinión de Walt
Whitman, el nuevo presidente había hecho una entrada formidable. En verdad la
voz de Franklin Delano Roosevelt llegó a los talleres donde se explotaba al
obrero, a las ranchadas de vagabundos desempleados, a los millones de parados
que en ese gélido invierno temblaban ante las puertas de las fábricas.
El género discursivo pareció corresponderse en medidas concretas. A partir del 9
de Marzo, se desarrolló el shock político conocido como Huracán de los Cien Días
en el marco de un programa de medidas económicas implementadas para intentar
reducir el desempleo y restablecer la prosperidad mediante una serie de nuevos
servicios, regulaciones y subsidios. Diseñado con la ayuda del denominado Brain
Trust (gabinete de expertos que asesoró al presidente especialmente en materia
económica), el conjunto de reformas, junto al modo de llevarlas a cabo
constituyó la piedra angular de la administración demócrata. Fue el llamado
Nuevo Trato, o popularizado el anglicismo: New Deal
Es indudable que todas estas medidas apuntaban a reestructurar y fortalecer el
frente interno, que al calor de la depresión se había tornado peligroso para el
capital. De allí el acento en restablecer el sistema financiero y combatir el
desempleo. El Estado ya no juega un rol prescindente sino que arbitra tratando
de encauzar y morigerar la potencialidad del conflicto social. "El Nuevo Trato
tomó un país quebrado, desesperanzado, y le dio nueva confianza en sí mismo
(...) Todas las soluciones fueron incompletas. Más, para el caso, todos los
grandes problemas son insolubles."
Uno de esos grandes problemas, a los que debía enfrentar el nuevo presidente era
el de las relaciones con el mundo. En esos días, en el cenit de su prestigio
Benito Mussolini había declarado:" -puedo resumir en dos palabras lo que es
Estados Unidos: ¡La prohibición y Lindbergh¡" En el interesado análisis
simplista del dictador italiano Norteamérica era un país de gángsteres y de
raptores. Cuando se le pregunto que opinaba de la política exterior
estadounidense, el Duce replicó: "- Norteamérica no tiene política (exterior)".
En esta ocasión Mussolini se acercó dolorosamente a la verdad. En el primer
discurso oficial de Roosevelt, el día de la toma de posesión, no hizo mención de
los asuntos externos. Por lo demás, el presidente se abstuvo de abogar
oficialmente por el ingreso de los Estados Unidos en la Sociedad de las
Naciones. Prima en este creciente aislacionismo una doble razón: por un lado
debe encarar problemas internos, lo que hace que pasen a tener prioridad las
cues
tiones de política nacional. Por el otro, trata de desligarse de los compromisos
militares en el nivel internacional. Pero ese aislacionismo se articula en
relación al mundo exterior. América Latina no es parte de ese afuera. Por el
contrario. Es una pertenencia interna de Washington, con un barniz formal de
soberanía, que se diluye en proporción directa a la mayor cercanía de cada uno
de los países a la metrópolis del Potomac.
El ramalazo de la crisis ha pegado fuerte en Latinoamérica. En 1930, siete
gobiernos de la región han sido derrocados por golpes militares. Washington
busca descomprimir y neutralizar potenciales conflictos. Hay entonces un cambio
de política que ya no pasa por la intervención directa. "Así en 1934 retira las
tropas de Haití; también se deroga la Enmienda Platt, excepto en lo relativo al
mantenimiento de las bases (Guantánamo). En 1936 acepta revisar el tratado con
Panamá, acordando no intervenir en los asuntos de ese país. Otro hecho
sintomático se produce cuando Cárdenas en México nacionaliza el petróleo. El
gobierno de Estados Unidos no interviene militarmente. Se mueve a nivel
diplomático, actúan los grupos de presión, pero no hay intervención militar."
Una característica que distingue a esos años es el reemplazo de la acción
directa llevada a cabo por los marines, por el sostenimiento del déspota nativo
funcional a los intereses yanquis. No es casual que a principios
de los 30 acceden al poder, personajes tales como el nicaragüense Anastasio
Somoza que usurpa el gobierno de su país sobre el cadáver de Augusto Sandino,
asesinado por su orden y con la directa intervención de la Embajada
Estadounidense en Managua, o el "Benefactor" dominicano Rafael Trujillo. De allí
que este o aquel, o cualquier personaje de igual laya puede ser referenciado
como el destinatario de la frase que en inglés da cabeza a este trabajo, y que
aunque probablemente apócrifa, expresa la opinión de Roosevelt sobre el
particular.
Esta política de maneras públicas pulcras y manejos oscuros, es analizada
correctamente hacia 1938 desde una visión de izquierda , que -adjetivaciones
coyunturales aparte-, denuncia que "con objeto de obtener la puerta cerrada en
América Latina esto es, cerrada para los rivales y abierta sólo para los Estados
Unidos el democrático imperialismo yanqui ha sido apuntalado en los países
latinoamericanos por las más autocráticas dictaduras militares criollas, las que
han servido para sostener la estructura imperialista y garantizar una
ininterrumpida corriente de superutilidades al Coloso del Norte. El carácter
real del democrático capitalismo yanqui se revela mejor que nada por las
dictaduras tiránicas en los países latinoamericanos, con las que se hallan
indisolublemente ligadas su suerte y su política, y sin las cuales los días de
su predominio imperialista en el hemisferio occidental están contados. Los
déspotas sanguinarios bajo cuya oprimente dominación sufren los millones d
e obreros y campesinos de América Latina, los Vargas y los Batista, no son, en
esencia, más que las herramientas políticas de los democráticos Estados Unidos
imperialistas. En países como Puerto Rico, el imperialismo yanqui, a través de
su gobernador Winship, directa y rudamente procesa y suprime el movimiento
nacionalista. La administración Roosevelt a pesar de todas sus almibaradas
pretensiones, no ha alterado realmente la tradición imperialista de sus
predecesores. Ha reiterado enfáticamente la maligna Doctrina Monroe; ha
confirmado sus demandas monopolísticas sobre América Latina en las Conferencias
de Buenos Aires ; ha santificado con su aprobación a los execrables regímenes de
Vargas y Batista; su exigencia de una mayor escuadra para patrullar no sólo el
Pacífico, sino también el Atlántico, es una prueba de su determinación de
esgrimir la fuerza armada de los Estados Unidos en defensa de su poder
imperialista en la parte sur del hemisferio".
Bajo Roosevelt, la política del puño de hierro en América Latina se cubre con el
guante de terciopelo de las pretensiones demagógicas de amistad y "democracia".
La política del "buen vecino" no es más que la tentativa de unificar al
continente americano como un sólido bloque bajo la hegemonía de Washington, El
aislacionismo propugnado por Roosevelt implica que a Latinoamérica no puede
entrar otro poder imperialista que el de los Estados Unidos. Como corresponde a
un patio trasero. Esta política se complementa materialmente por medio de los
tratados de comercio favorables que Estados Unidos se empeña en celebrar con los
países latinoamericanos en la esperanza de desalojar sistemáticamente del
mercado a sus rivales. El papel decisivo que juega el comercio exterior en la
vida económica de los Estados Unidos impele a este último hacia esfuerzos aún
más decididos para excluir a todos los competidores del mercado latinoamericano,
por medio de una combinación de producción barata, d
iplomacia, artimañas y cuando es necesario, de la fuerza.
Es entonces la fuerza la última opción a aplicar por el gobierno demócrata. Que
trata de evitar en lo medida de lo posible, aún enfrentándose "a los sectores
ultra que siguen siendo intervencionistas a todo trance." Será este Nuevo Trato,
este enmascaramiento y sofisticación en las formas de penetración imperial, el
que hará posible la construcción de una imagen pública de Franklin Delano
Roosevelt en las antípodas de su homónimo Teddy. Así cuando lleguen los
cruciales años 40, el presidente yanqui podrá presentarse como el Adalid de la
Democracia, encabezando toda una cofradía de dictadores sumamente funcionales a
los intereses estadounidenses, y que no se ruborizarán en sumarse a la causa de
la libertad y convertirse de puertas afuera en campeones de la misma. El caso de
Rafael Leónidas Trujillo, declarando la Guerra al Eje "casi antes" que el
Congreso de Estados Unidos, o recibiendo refugiados republicanos españoles en
Santo Domingo para perseguirlos y reprimirlos despué
s, es paradigmático de esta situación de confusión entre género discursivo
dominante e intereses y acciones reales. Washington podía estar complacido. Un
hijo de puta local era más económico y seguro que un batallón de marines. Por lo
menos, hasta que la Guerra Fría y un grupo de cubanos en la Sierra Maestra
comiencen a cambiar la historia. Pero esa ya es otra historia.
Fernando Cesaretti y Florencia Pagni
Escuela de Historia. Universidad Nacional de Rosario
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