Los medios de comunicación son la entidad más poderosa en Chile. Esta afirmación
surge de una encuesta realizada a miembros de la élite nacional por el Programa
de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). La élite chilena que juzga a los
organismos más poderosos de la estructura del poder -a la que ella también
pertenece- ve en los mass media una amenaza a sus intereses, aunque también una
oportunidad de acción e intervención. La calificación de poder que ocupan los
medios está por sobre el gobierno, los grandes grupos económicos, la Iglesia, el
Banco Central, las fuerzas armadas o los partidos políticos. No deja de ser un
dato relevante, aunque trasciende el alcance de esta columna, que las
organizaciones de la sociedad civil y los sindicatos ocupen el último lugar
entre las entidades con poder.
La percepción de la élite chilena tiene varias lecturas posibles, influidas por
los mismos medios y su mediatización de la realidad social. La élite teme a los
medios por su capacidad de ponerla en un 'pie forzado' y presionarla en pos de
mayor transparencia. Los fantasmas del caso Spiniak y de las cámaras ocultas sin
duda que han contribuido en esta aprensión respecto a los medios, pero se trata
de una percepción un poco abultada por la mediatización de las relaciones
sociales y políticas. Los medios, en su obsesiva y muchas veces irreflexiva
función moralizante, apuntan a escasas figuras pero muy emblemáticas, lo que
amplifica la resonancia de su accionar. Si las juergas de Spiniak nunca se
hubieran relacionado con conocidos actores políticos, su impacto social hubiera
sido mucho menor. Al revés, si una entidad como el Servicio de Impuestos
Internos se dedicara a seguir de forma detallada las operaciones tributarias de
grandes empresarios y figuras públicas, su percepción como entidad poderosa
(aparece en el lugar once) sería muy distinta.
Se podría establecer una relación entre la encuesta del PNUD y la teoría del
malestar de las élites ante la irrupción de las masas, de Eugenio Tironi. Según
afirma el PNUD 'estaríamos ante la emergencia de una opinión pública que, en una
alianza con los medios de comunicación, demanda más explicaciones a quienes
ejercen la conducción de la sociedad, sin importar lo duras que puedan ser las
respuestas ya que está más dispuesta a asumir y procesar los conflictos que
ellas puedan acarrear'. La afirmación, sin embargo, obliga a nuestras
interpretaciones. La opinión pública no es una idea autogenerada, sino que es
creada por los mismos medios; en otras palabras, lo que cree la opinión pública,
o las masas, es inducido por los medios. La televisión, y en menor medida la
prensa escrita, dicen qué es lo importante y cómo se ha de evaluar.
La élite que responde estas encuestas reconoce que los medios que la ponen en
aprietos son también una herramienta muy disponible para ella, lo que nos
llevaría a señalar que los medios, en su capacidad de influencia y vigilancia,
están sobre representados. Los medios pueden poner en aprieto a la élite, por
ejemplo, en casos aislados de ilegales inclinaciones sexuales, en
comercialización de productos defectuosos o en ilícitos de distintos orígenes,
pero no ponen ni pondrán en duda la estructura económica o social de nuestra
actual institucionalidad, aun cuando ésta contenga evidentes injusticias. Esta
es la gran legalidad y realidad para los medios de comunicación, lo que, sin
duda, los convierte en una élite más en connivencia con las otras.