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Natalicio de don Manuel Rodriguez
por Yopo
El 25 de febrero de 1785, nació Manuel Javier Rodríguez Erdoíza, el hombre
que se encargaría de atizar la llama de la libertad en Chile. Al día siguiente
lo bautizó en la parroquia del Sagrario el doctor don Joaquín Gaete, Canónigo de
la Santa Iglesia Catedral.
La casa de sus padres se ubicaba en Agustinas con Morandé y, calle de por medio,
en la esquina del frente vivían los hermanos Carrera. José Miguel, de quien le
separaban diez meses de edad, fue su inseparable compañero de aventuras. No sólo
fue ese barrio el escenario de sus travesuras, sino todo Santiago. El cerro
Santa Lucía, un arisco montón de rocas en ese tiempo, era el lugar más propicio
para las cimarras. Y después de recorrer el barrio de la Chimba (actualmente
Independencia), donde robaban la sabrosa fruta de las huertas, iban a dar con su
pandilla a la Plaza de Armas. Era ésta un peladero, en cuyo costado oriente se
ubicaban numerosos tenduchos que vendían ojotas. Y los compradores botaban en su
alrededor las que dejaban de usar, transformándose en los proyectiles más
codiciados por estos palomillas. Iniciaban así una verdadera batalla de ojotazos,
y en más de alguna ocasión recibió el golpe un señor principal o una dama
encopetada.
Y cuando los guardias los correteaban, vencedores y vencidos iban a encumbrar el
volantín en los potreros vecinos, junto a las acequías anchurosas de los
alrededores.
Sus Padres Doña María Loreto de Erdoíza y Aguirre, emparentada con el marqués de
Montepío, don Nicolás de Aguirre, era una hermosa muchacha de finos modales,
cortejada por numerosos jóvenes santiaguinos. Y entre sus pretendientes escogió
al comerciante español don Lucas Fernández de Leyva y Díaz, de avanzada edad,
que la dejó viuda muy joven.
No pasó mucho tiempo sin contraer un nuevo matrimonio, esta vez con el joven
peruano Carlos Rodríguez de Herrera y Zeballos, que desempeñaba el cargo de
oficial mayor de Aduana.
De su primer matrimonio quedó a doña María Loreto un hijo, don José Joaquín
Fernández de Leyva y Erdoíza, que ejerció el cargo de diputado de Chile en las
Cortes de Cáadiz por el año 1809, cuando su madre ya había fallecido.
De don Carlos Rodríguez tuvo a Manuel Javier, Carlos y Ambrosio María.
El Estudiante Si bien su madre había quedado con alguna situación económica de
su primer matrimonio, no daba ésta para pagar los 80 pesos anuales que cobraba
el Convictorio Carolino por la educación de los niños provenientes de familias
acaudaladas. Manuel Javier tuvo que acogerse a una de las cuatro becas que el
colegio tenía, para lo cual sus debieron demostrar pureza de sangre, legitimidad
de nacimiento y buena conducta de sus antepasados.
Hablador, vivaz y rey de los motines, Manuel robusteció su amistad con José
Miguel Carrera. Juntos realizaron muchas travesuras, desde cargarles la mano a
los "soplones" del curso, hasta hacerles pesadas bromas a los profesores.
Fueron sorprendidos en una de estas últimas y condenados a una "corrida de
palmeta", sanción aplicada con una regla de madera sobre los nudillos de la
mano. Los muchachos escaparon del castigo, fugándose por los tejados hasta la
calle.
Terminado el colegio, Manuel Rodríguez ingresó a la Real Universidad de San
Felipe a estudiar Cánones y Leyes.
Rodríguez destacó por la rapidez con que captaba los argumentos del contrario y
la facilidad con que los rebatía. De oratoria rápida y fulminante, mezclada con
un tono histriónico, terminaba siempre diciendo la última palabra.
Pero no solamente estudiaba. Asistía a las riñas de gallos y a las chinganas,
donde buscaba el contacto y la amistad con la gente del pueblo.
Bailaba maravillosamente la zamacueca, las contradanzas y el minuet, todos
bailes de moda, y galanteaba apasionadamente a las muchachas bonitas. Era
diestro, también, en el manejo del corvo y en los juegos populares. Se hizo
asiduo a las tertulias en que algunos privilegiados leían obras prohibidas con
el pensamiento de los intelectuales franceses a una serie de petimetres que
usaban rapé y tabaco. Más de noche, asomaba su perfil por las peñas del Portal
de Sierra Bella, donde se comentaba el último chismorreo político.
Como alumno universitario fue destacado. En enero de 1807 se recibió, sin
mayores dificultades, de Bachiller en Cánones y Leyes. En 1811 se presentó para
obtener un doctorado, pero el grado se concedía mediante el pago de trescientos
pesos que Rodríguez no tenía. Como su pobreza era implacable, ofreció "a falta
del pago de propina desempeñar gratuitamente los interinatos en las cátedras de
cánones, leyes decreto e instituta". Pero se interpuso en su destino el
gobernador García Carrasco, vicepatrono de la Universidad, que dió orden de
suspender la decisión.
Se habían opuesto algunos doctores que veían en él un espíritu renovador de
oposición a los privilegios y de acercamiento a los desamparados. Manuel
Rodríguez no se doctoró jamás, y los acontecimientos de 1810 cambiaron la toga
del jurisconsulto por la espada del Guerrillero.
Sembrando La Libertad Mientras se desarrollaban los sucesos que culminaron con
la entrega del mando por parte de García Carrasco, Rodríguez se mantuvo ocupado
en ganar dinero con su profesión de abogado, y en ir sembrando las ideas
libertarias en los corrillos. El resto de su tiempo lo compartía entre su
afición al bello sexo y a los juegos de naipes y trucos.
García Carrasco vio minada definitivamente su autoridad cuando hizo apresar a
los patriotas Rojas, Ovalle y Bernardo Vera, y los envío a Valparaíso para
desterrarlos al Perú.
A esto se sumaron las noticias llegadas desde Buenos Aires. Los criollos habían
cambiado de régimen y tomado el mando. El Cabildo santiaguino y la aristocracia
se manifestaron totalmente en su contra y grupos de jóvenes exaltados, entre los
que se contaba Manuel Rodríguez, se instalaron fuera del Palacio de Gobierno y
pidieron a gritos su salida.
Ante la oposición generalizada, García Carrasco debió entregar el gobierno a don
Mateo de Toro Zambrano y Ureta.
Rodríguez comenzó su vida pública en mayo de 1811, cuando fue nombrado
procurador de la ciudad de Santiago. Era aún un patriota moderado y en ese cargo
tuvo la ocasión de tratar a muchos hombres notables y de arraigar sus ideas
revolucionarias, que se acentuaron con la llegada a Chile de don José Miguel
Carrera, su antiguo condiscípulo, que arribó a Valparaíso en julio de ese año.
Grande fue el contento de Rodríguez al reencontrarse con su antiguo compañero,
por el que sentía profunda admiración, y en el que veía retratada su propia y
compleja personalidad. Carrera venía a constituirse en un estímulo ardiente para
la causa revolucionaria, por su rapidez entre la decisión y la acción.
El 4 de septiembre de 1811 Manuel Rodríguez fue elegido diputado al Congreso por
la ciudad de Talca.
Un Amigo... ¡Es Un Amigo! Rodríguez, que en un comienzo miró con calma los
sucesos, se identificó rápidamente con el entusiasmo y los argumentos de su
amigo Carrera.
Manuel Rodríguez fue uno de los personajes más desinteresados de nuestra
historia. Nunca buscó honores ni cargos importantes. Era el descontento por
naturaleza, el inquieto buscador del peligro, y de lo único que adolecía, era la
sumisión incondicional a los que gobernaban. De extraordinario atractivo, era un
hombre delgado, de 1 metro 70 de estatura.
El 15 de noviembre fue elegido diputado por Santiago y al día siguiente, tras
asumir el mando José Miguel Carrera, le nombró Secretario de Guerra. Su carrera
militar comenzó el 2 de diciembre de 1811, fecha en que se incorporó al Ejército
con el grado de capitán, y fue designado por Carrera como su secretario.
A comienzos de 1913 empezó a enfriarse la amistad con Carrera. Rodríguez, junto
con sus hermanos Carlos y Ambrosio (este último era capitán de la Gran Guardia)
se transformó en crítico de los rumbos gubernamentales. Los descontentos tenían
distintos puntos de reunión. El más pintoresco era la quinta del Carmen Bajo,
otrora residencia del corregidor Zañartu, donde existían unos saludables baños.
Pero en ese tiempo las conspiraciones se sucedían unas tras otras y los enemigos
de un momento eran fuertes aliados en la ocasión siguente. No obstante,
Rodríguez y sus hermanos fueron apresados y enjuiciados por conspirar contra
Carrera. Manuel Rodríguez alegó en el tribunal con argumentación irrebatible,
mas fue condenado a un año de destierro en la isla de Juan Fernández.
El 19 de marzo presentó un documento, haciendo ver la imposibilidad de cumplir
tal condena, a causa de un doloro absceso y el castigo no pasó de ser un golpe
de autoridad.
En 1814, los viejos amigos se volvieron a reunir. La junta de Gobierno fue
reemplazada por el coronel De la Lastra, con el cargo de Director Supremo, y
Manuel Rodríguez comenzó a atacarlo desde el periódico "El Monitor Araucano".
Los Carrera, depuestos del mando, huyeron desde el sur a Santiago. Rodríguez
escondió a José Miguel, primero en las haciendas "El Bajo" y en Lo Espejo, y
luego en su propia casa.
Finalmente, los conspiradores se apoderaron del gobier-no. José Miguel Carrera
organizó una nueva Junta integrada por él, el padre Uribe y el coronel Muñoz.
Rodríguez fue nombrado secretario de esa Junta.
Tras el desastre de Rancagua, el Guerrillero atravesó la cordillera con rumbo a
Mendoza. Antes de perder de vista su patria, se envolvió en el ancho poncho
maulino, encendió un pitillo mientras lo embargaba la emoción, y juró reparar
sus calaveradas dedicándose por entero al servicio de la independencia.
Agente Secreto y Montonero Mendoza recibió a los emigrantes de Chile con
hospitalidad. Y mientras el gobernador de Cuyo, el coronel mayor don José de San
Martín y Matorras se aplicaba a la tarea de organizar un Ejército Libertador que
expulsara para siempre a los monarquistas de Chile, los exiliados comenzaron a
desempeñar diferentes oficios para ganarse la vida. En tanto, la madre y hermana
de O'Higgins se dedicaban a confeccionar hermosos tejidos para vender entre las
damas acaudaladas, Diego José Benavente instaló una imprenta donde se editaban
partes y proclamas. Don José Ignacio Zenteno, que más tarde desempeñaría un
importante papel, abrió una taberna que se convirtió en el lugar de reunión de
los emigrados. Manuel Rodríguez, por su parte, redactaba bandos y pregones para
la imprenta de Benavente.
El gobernador de Chile, general Mariano Osorio, comenzó a enviar espías para
investigar el ánimo y las actividades de los patriotas. Pero fueron sorprendidos
y San Martín, devolviendo el golpe, empleó sus firmas para mandar falsas
informaciones a Chile. El gobernante cuyano ya había despachado cuatro emisarios
para que desarrollaran una guerra de zapa: los oficiales chilenos Aldunate, de
la Fuente, Diego Guzmán y Ramón Picarte.
Y finalmente puso sus ojos en Manuel Rodríguez, al que había observado
detenidamente. Ambos conversaron con largura de sus planes futuros. A Rodríguez
le tentó la posibilidad que le ofrecía San Martín. Estaba hecho a la medida para
eso y comenzó a idear disfraces y sistemas de comunicación.
Vestiría de fraile entre los que contaba con buenos amigos patriotas; de
campesino humilde, sirviente doméstico y vendedor ambulante. Para él, que se
había criado recorriendo las barriadas, le sería fácil pasar por uno de ellos y
conseguir su ayuda.