Ahora o nunca y a
ganador
Wilson Jaime Villarroel Montaño
Una evaluación serena de los últimos acontecimientos en Bolivia podría resultar
en la gran paradoja de asistir al nacimiento, más posible y probable que en
anteriores ocasiones, de un Acuerdo o Pacto Nacional, descontadas y descartadas
que fueron algunas de las posiciones intransigentes de anteriores días.
En efecto, en el escenario político actual se observan, afortunadamente, varios
elementos objetivos que configuran ventajas innegables. Veamos los principales:
a) una reducción sensible en la presión de los sectores sociales más radicales,
hoy alineados en una plataforma única de reivindicación social (defensa de los
hidrocarburos), al levantarse casi todos los bloqueos y acciones de hecho
quedando subsistente, únicamente, el anuncio de marchas y vigilias;
b) la definición del presidente Mesa, abandonando su propio y particular
proyecto de relanzamiento de su figura y caudal políticos obtenidos en su
primera renuncia, proponiéndose como nueva alternativa histórica una renovada
misión, acaso la de alcanzar el ansiado consenso nacional;
c) la clarificación casi absoluta de posiciones, al ubicarse el MAS como
principal referente del movimiento social (hegemonía del ala sindical frente al
ala política del partido) dejando de lado su ambiguo apoyo al régimen y su
estrategia eminentemente electoralista a costa de la coyuntura;
d) la capacidad negociadora del conjunto de los partidos y de un sistema
político que actualmente, a través del Parlamento, muestra signos de
preeminencia en el escenario político nacional;
e) señales sugerentes de otros actores políticos que anuncian una predisposición
a la negociación, consenso y aún concertación en los temas capitales de la
Asamblea Constituyente, o el deseo de participación más activa de los partidos o
agrupaciones ciudadanas 'ganadoras' en las elecciones municipales;
Una de las premisas o presupuestos previos a cualesquier negociación política
pacífica es la ausencia de presiones incontrolables o desestabilizadoras. La
sensación de triunfo relativo -en los sectores sociales en protesta- luego de
conocerse la redacción final del proyecto de nueva Ley de Hidrocarburos, ha
permitido una relativa calma y tranquilidad social. Resta saber, por pura
inspección, si ello es también producto de un cansancio innegable en las filas
de la protesta, además del acuse de la intensa campaña mediática de
deslegitimación del movimiento social.
Si bien se puede esperar una posible reacción del MAS, de la COB, o algunas
agrupaciones de autodefensa de las riquezas hidrocarburíferas si se modifica
sustancialmente el texto aprobado del proyecto de Ley de Hidrocarburos, el hecho
es que, en el cuadro general de situación actual, ha amainado la tormenta de las
semanas y meses previos. Es, si se quiere, un valiosísimo primer punto a tomar
en cuenta, como escenario objetivo en la pacificación deseada.
La definición en la actitud del presidente Mesa, inicialmente decidido a
renunciar si el Congreso no alteraba el texto que finalmente salió aprobado, o
llamaba a elecciones anticipadas, permite contar, en Palacio Quemado, con un
hombre cuya figura de posible consenso -en especial, en las clases medias
urbanas- no se puede desaprovechar. La misión histórica alternativa de Carlos
Mesa, luego de frustrarse la renovación tardía del sistema político, tarea que
no se quiso en Octubre de 2003 y no se pudo culminar en días anteriores, es la
de establecer objetivos comunes a todos los sectores sociales, pero sin
exclusión alguna. Ya el presidente Mesa advirtió que las agendas que se manejan
en el Occidente y en el llano, son improsperables si no se complementan en una
sola. De hecho, es la percepción del nuevo país que se alienta desde sendos
extremos del país y de nuestra multiculturalidad.
Es un buen punto de partida y, a la sagacidad en la formulación presidencial de
esta constatación histórica de la viabilidad de las 'agendas', puédese agregar
un claro e inequívoco instinto de supervivencia nacional en los sectores
involucrados en el conflicto pasado, optando muchos por la paz social. Por
ejemplo, la aceptación de Evo Morales, más pacífica que belicosa, del resultado
congresal, luego de ser rechazado el 50% de regalías que propuso como una
petición inicialmente inamovible.
No es posible desconocer que la figura presidencial, más allá de los yerros
evidenciados últimamente, es capaz de convocar afinidades y consensos merced a
su popularidad aunque ésta no equivalga a legitimidad. La sola perspectiva de
abrir la sucesión constitucional en el acceso al sillón presidencial produjo
horror al vacío e impidió el ascenso de otras figuras. Parécenos que, más que un
ciego rechazo a las posibles opciones, había la intuitiva convicción que sólo
bajo la figura de un referente casi común -y muy potable en los sectores más
conservadores- podrían albergarse ciertas exiguas esperanzas de solución al
entuerto.
El posicionamiento más claro e inequívoco del MAS, hasta hace poco proyectando
falsas expectativas de apoyo al régimen vigente pero promoviendo, internamente,
alternativas exitistas para las elecciones nacionales de 2007, puede hoy alentar
la esperanza de encontrar, en este partido político y los grupos hoy alineados
con él, mejores opciones. Así, viene elaborando una plataforma única y concreta
sobre los puntos más candentes de discusión nacional. A la generalizada
percepción de 'todos quieren todo y nadie quiere nada en particular' el MAS
puede intercambiar la mejor idea de un solo interlocutor válido por todos ellos.
Al fin y al cabo, es más fácil 'lidiar' con un solo y único actor que con varios
a la vez y desde distintas posiciones.
He ahí la gran importancia del acuerdo social suscripto entre el MAS con la COB,
campesinos, FEJUVEs y otros actores emergentes y/o contestatarios. A su
vehemente defensa de la riqueza hidrocarburífera, hoy suman su unidad.
Adicionalmente, el MAS necesita volver a su discurso original, sin el
condicionamiento de la potabilidad que esperaba encontrar en las asustadizas
clases medias urbanas y su terror a la convulsión social. Mas ventajas: el
acuerdo social refrendado por el MAS permite, sumando sus propias fuerzas a las
oficiales, la inclusión de todos los bolivianos. Sin el concurso de todos los
sectores sociales, indistintos el color y pelaje que exhiban, el consenso es una
entelequia. Es el momento coyuntural de la corporación, atentos a la falta de
representatividad congresal.
Pero, sorprendentemente, también es deseable el concurso del Parlamento actual,
cuya capacidad negociadora y aptitud para encontrar fórmulas consensuadas al
borde de la hora, puede resultar en un gran aporte al momento de los acuerdos.
Los partidos políticos, si algo tienen de favorable, es -en términos no
peyorativos- su vocación de maniobra, creatividad y acomodo en nuevos e inéditos
escenarios. Al fin y al cabo, más de dos décadas de ejercicio en las reglas de
la democracia pactada deben aprovecharse de manera positiva enrutando, de manera
conveniente, las habilidades innatas de nuestros políticos actuales.
Finalmente, hay indicios sugerentes que algo comienza a cambiar. Es la
constatación, o sospecha íntima que, individualmente, nada se puede obtener. A
través de la suma de fuerzas y no el recurso a las opciones de 'suma cero' es
que se pueden alcanzar ciertos objetivos. La Confederación de Indígenas del
Oriente Boliviano (CIDOB), por ejemplo está predispuesta a acordar la
participación indígena en la Constituyente, sin exigir a rajatabla y de manera
acaso estéril e improductiva, el 68% de los diputados constituyentes
(discriminación positiva). Esta tesis indigenista es recurrente aunque,
últimamente prevalece la tesis regional de atribución de un número fijo de
representantes por departamento a ser distribuidos según género, origen, etc.
Y es que el tema de la representación constituyente es de tan gravitante
trascendencia -si no, consúltese al movimiento cívico cruceño- que la sola idea
de una Constituyente elegida a la manera tradicional -como en el proyecto
presidencial del Congreso-Constituyente- era suficiente como para garantizar
mayores divisiones y confrontaciones en un escenario nacional ya potencialmente
explosivo. El proyecto mencionado, de ser realizado, significaba echar más
gasolina al fuego.
Por tanto, esta delicadísima cuestión debe ser comenzada a tratar, de manera más
racional y equilibrada, pasado el remezón último que, si alguna virtud tuvo, fue
la de poner las cosas en su lugar, decantando las falsas o extremas posiciones a
posturas objetivas que permitirán, si verdaderamente se quiere, el consenso
nacional.
Siendo optimistas, no habrán cambios sustanciales en la Ley de Hidrocarburos
cuando ésta se revise en la Cámara de Senadores o, inclusive, en la plenaria
congresal. Mas allá de la posible negativa presidencial a su promulgación -en
apego a la política principista de Mesa- será la nueva ley. Y con su
sancionamiento y promulgación congresal se cerrará, es probable, un largo
capítulo de discordias, desencuentros y graves confrontaciones. Quedarán, no
cabe duda, algunas heridas abiertas que sólo el tiempo, notable apaciguador de
pasiones, podrá curar y borrar definitivamente.
La dinámica acelerada de los últimos acontecimientos abrirá un compás de espera
para reiniciar, a poco, su apurado ciclo. Más pronto que tarde tendremos que
enfrentar el último y gran obstáculo a vencer: la reconformación del país en el
marco del nuevo Estado plurinacional y, posiblemente, autonómico. Es,
ciertamente, un problema mayor al de la misma Ley de Hidrocarburos pero,
aprendiendo de las últimas lecciones, no es invencible ni imposible de acometer.
En absoluto
La Historia, cuyos caminos son ineluctables como la voluntad divina, espera la
aceptación del desafío y, a sus protegidos de la hora, les ha renovado
parcialmente el crédito. El presidente tiene hoy una misión alternativa que no
puede darse el lujo de soslayar. Si le queda capital político -muchísimo,
todavía- debiera emplearlo, por el todo o nada y a ganador, en la tarea de
confluir intereses, expectativas, anhelos y pasiones del momento en el único
puerto seguro a que pueden arribar constructivamente: el gran Pacto o Acuerdo
Nacional de la etapa pre-constituyente.
Mesa no es ni será el hombre que hizo el nuevo país. Esa oportunidad fue perdida
en Octubre de 2003 y el tiempo inmediatamente posterior. Pero puede promover la
nueva Bolivia desde un sitial protagónico. Es un cometido de gran trascendencia
y el presidente tiene la oportunidad ansiada de inscribir su nombre en los
pórfidos de la perennidad.
Ahora o nunca.