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El prontuario de Manuel Cordero, la trayectoria del terror
Hugo Cores
Manuel Cordero no es un individuo que tenga historia. No debiera contaminarse
la palabra remitiéndola a tan sórdida materia: Cordero en realidad lo que posee
es un prontuario criminal y unos demasiado flacos antecedentes judiciales por
hechos relativamente recientes.
Su prontuario criminal no constituye una pieza oficial, un obrado de la
administración de Justicia: se encuentra, más bien, disperso en decenas o
centenas de testimonios judiciales de sus víctimas, los que lograron sobrevivir
y en las crónicas periodísticas de los reportares tenaces que han ido trazando
las marcas de su luctuosa trayectoria como funcionario del Ejército uruguayo.
Se podría dibujar un paralelo entre las primeras intervenciones de este
individuo con el proceso de deterioro y derrumbe del Estado de Derecho en
nuestro país. Y no sólo en el nuestro, donde ha gozado largamente de una
vergonzosa impunidad, sino también en los países vecinos.
De Cordero se empezó a hablar después de 1968, cuando en ' el país funcionaba,
ya algo renga y maltrecha, nuestra democracia política.
Funcionaba el Parlamento, existía una Suprema Corte de Justicia y un presidente
de la República que cada día se apoyaba más en la Policía, en los militares y en
el miedo para gobernar, y cada vez menos en las instituciones de la República.
Por entonces va revistaba en los Servicios de Inteligencia y participaba en las
primeras grandes Viabas' que se le infligieron en el país a presos y presas por
razones políticas o sindicales. Como en el caso de Astiz en la Argentina, a
Manuel Cordero no se le han reconocido nunca especiales méritos en el desarrollo
específico de la acción militar, como temerario combatiente sino como hombre de
la represión interna.
Formaba parte de los que 'intervenían' en la lucha cuando los enemigos ya
estaban presos, esposados y debidamente encapuchados, para mantener el anonimato
de quienes los verdugueaban, sus 'gloriosos' captores. Sobre las acciones de
Cordero como torturador tres o cuatro años del golpe militar hay decenas de
denuncias.
En 1972, a partir de la declaración del Estado de Guerra Interno, junto con José
Gavazzo y Jorge 'Pajarito' Silveira, formó parte de los grupos itinerantes que
recorrieron todas las unidades militares del país en las que había presos. En
algún momento se dijo que. 'enseñaban' técnicas de tortura.
Es un concepto a examinar. En realidad, las torturas que se encargaron de
diseminar por el país los hombres de la OCOA no tenían grandes innovaciones
'técnicas' con relación a las que se habían aplicado antes.
En realidad lo que Gavazzo, Cordero y Silveira trasmitían era una tesitura
moral, una lección de ética: se puede imponer tormentos a un hombre o una mujer
amarrados. Se puede y se debe hacer. Por 'razones de Estado' Y una vez hecho,
uno puede estar tranquilo consigo mismo, puede dormir en paz. Ésa fue la lección
que impartieron, más que la de la picana, el tacho, el plantón o el caballete.
Una especie de 'vidas paralelas', decíamos, entre el crecimiento de las hazañas
de Cordero y el descaecimiento del Estado de Derecho, el predominio de la
fuerza, de la prepotencia, del miedo. Y de la hipocresía de los que sabían y
callaban. De los políticos civiles, como Bordaberry, como Batí le, como
Sanguinetti, que dieron cobertura legal a la práctica sistemática de estas
formas del terrorismo de Estado de los años sesenta.
Después del golpe de 1973, la patota de la OCOA pasó a revistar como SID,
Servicio de Inteligencia de Defensa y empezó a formar parte de la legión
uruguaya del Plan Cóndor. Su vinculación a la represión política -legal e ilegal-
en Argentina, proviene de los años 73 y 74, tres años antes del golpe militar
que derrocara al gobierno peronista de Isabel Perón.
Pocos expedientes judiciales en la República Argentina y en Uruguay contienen
más testimonios coincidentes que las denuncias contra Cordero por su actuación
en Orletti. Su nombre es, como el de Gavazzo, un símbolo de la impunidad en los
casos más documentados: el secuestro de Elena Quinteros, el robo de su hijo
Simón a Sara Méndez, la apropiación por Furci de Mariana Zaffaroni y el infame
asesinato de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz.
De pocos oficiales se conocen tantas razones para la actuación de la Justicia.
En Argentina ya hay, desde hace casi 20 años, un pedido de extradición por estos
delitos. ¿No le habrá llegado la hora de la justicia a Cordero?