Latinoam�rica
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La instalaci�n del nuevo parlamento
La pol�tica de los s�mbolos
Samuel Blixen
Brecha
El martes 15 la historia uruguaya vivi� un cap�tulo que ni Garc�a M�rquez
hubiera imaginado, como dijo el senador Jos� Mujica, protagonista de la jornada,
junto a la diputada Nora Castro, electa presidenta de la C�mara de
Representantes casi por unanimidad (s�lo ella no se vot�). La jornada fue
plet�rica en s�mbolos, que delataron el cambio de �poca y evocaron las paradojas
de la historia.
El mi�rcoles 16 amaneci� con otra luminosidad: los uruguayos hab�an asistido la
tarde anterior a unas ceremonias que concentraron adhesi�n, curiosidad,
sorpresa, satisfacci�n y sobre todo tranquilidad. Una atm�sfera novedosa, como
pre�ada de promesas y primicias, hab�a derrotado al baj�n nacional; un aire
exultante, como de enamorados, se esparc�a por la ciudad creando un estado de
predisposici�n y benevolencia; un sol apropiado caldeaba los comentarios y los
juicios, que desmenuzaban, como si hubiera habido un cl�sico, todos los
detalles: desde el color de la campera del Pepe, pasando por la delgadez del
Cejas, hasta el significado del �ndice agitado de Nora. Era un aire de propiedad
compartida, de cosa colectiva, de asunto familiar. Era un �nimo generalizado de
sonrisa universal.
�Cu�nto de todo esto era s�ntesis de esperanza real y cu�nto deseo profundo? La
instalaci�n de un nuevo Parlamento, de un nuevo gobierno de nuevas mayor�as
nacionales, oper� como detonador de un nuevo estado de �nimo, diferente al de la
alegr�a del triunfo, algo in�dito: los orientales celebraban la consagraci�n de
un gobierno distinto, pero a la vez compart�an la sensaci�n de lo conocido. Las
ceremonias del mi�rcoles eran m�s que una rotaci�n de partidos en el gobierno;
habr� que ir para atr�s en la historia buscando ra�ces germinales para
expectativas de cambios tan profundos, m�s all� de 1959, con la instalaci�n del
primer gobierno blanco del siglo XX que desarticul� el monopolio colorado; m�s
all� del segundo gobierno de Jos� Batlle, en 1911, consagrando la solidez del
Estado; m�s all� del gobierno de Juan Francisco Gir�, en 1852, puntillazo final
de la Guerra Grande. Habr� que remontar la historia m�s all� de Oribe y de
Rivera, de Pueyrred�n y Canning, y habr� que mirar hacia la Banda desde el
recodo del Uruguay, cuando todav�a no era pa�s, s�lo r�o, en cuya ribera se
instal� el gobierno de Purificaci�n, un gobierno de los vecinos, pero tambi�n un
gobierno para los que no hab�an sido ciudadanos porque no eran propietarios, un
gobierno para los negros, los zambos, los indios, las viudas con hijos, los
peones, los infelices.
�sa es la carga subjetiva del estado de �nimo instalado el martes 15, menuda
carga sobre un elenco de gobernantes y administradores que vienen reiterando las
advertencias sobre las limitaciones de lo posible. Nadie le reclama al nuevo
gobierno una conducta artiguista &endash;esa conducta tan "voluntarista" que lo
despeg� de su tiempo y lo adelant� 50 a�os porque bien podr�a haber sido un
protagonista de la comuna de Par�s, un colega de Proudhon y de Blanqui, un
corresponsal de Marx&endash;, pero nadie podr� condenar al vecindario porque en
su alegr�a exprese anhelos apenas presentidos, casi at�vicos, postergados desde
siempre.
�Qu� hac�a el �ato Fern�ndez Huidobro, a las 10 de la noche del martes 15, en el
boliche del Carlitos, arrinconado en una mesa, compartiendo cocacolas con su
compa�era, su hija Manuela y el petizo Caballero? Estaba completando una jornada
cargada de simbolismos. �O no es un s�mbolo que ese antiguo guerrillero, reh�n
de la dictadura, enemigo n�mero uno de los militares, devenido senador y
dirigente de la coalici�n de izquierda, dejara fluir tranquilamente,
an�nimamente, humildemente, en la intimidad, los �ltimos minutos de una jornada
intensa, hist�rica, la jornada en que, adem�s, los tupamaros tomaron el Palacio
Legislativo, sin tiros y bajo aplausos?
LAS VUELTAS DE LA VIDA. En la explanada del Palacio resonaban todav�a los coros
de las murgas y los reflectores alargaban las sombras de saltimbanquis en
zancos. Resonaban, tambi�n, los aplausos y los gritos de la multitud, acallados
casi por los redobles y las clarinadas de la banda que al caer la tarde marcaban
el paso de los efectivos del Batall�n Florida, con los bonetes y las casacas
blanquiverdes que un general de amplias avenidas y tenebrosas leyendas, ese
general Flores, hab�a ideado para los cruzados de la Triple Alianza que morir�an
en los esteros paraguayos despu�s de reducir a polvo la aldea sanducera.
Ah� estaban los depositarios del dudoso honor acu�ado por el general Le�n de
Palleja, firmes ante el presidente de la Asamblea General y la presidenta de la
C�mara de Representantes, prestos para rendir honores al Parlamento Nacional.
Simbolismos superpuestos: el desfile del Florida se hab�a repetido cuatro veces
desde la reconquista democr�tica, pero en este quinto verano de transici�n, en
que se ventila la debilidad de una jueza para procesar a Juan Mar�a Bordaberry
por haber firmado el decreto que "legalizaba" el golpe de Estado, es imposible
olvidar que ese Batall�n Florida, cuya misi�n consiste en custodiar al
Parlamento, fue el que abri� las puertas a los v�ndalos que lo clausuraron aquel
invierno de 1973.
Tampoco es posible olvidar que el Batall�n Florida tuvo un protagonismo decisivo
y muy particular en la guerra sucia contra los tupamaros, en 1972. Fue uno de
los centros m�s activos de tortura, fue la unidad que captur� a H�ctor Amodio
P�rez, obteniendo una clara ventaja sobre otras unidades en aquella competencia
interna de las Fuerzas Armadas por derrotar a la guerrilla. R�fagas de esa
historia pasaron por la mente de Jos� Mujica, hecho prisionero por el Florida,
cuando bajaba las escalinatas del Palacio, tomado de la mano de Nora Castro,
envuelto en un enjambre de fot�grafos, casi abrumado por las vueltas de la vida
que lo colocaban treinta a�os despu�s en la posici�n de ser homenajeado por la
unidad que lo hab�a torturado.
Pero otras r�fagas de esa misma historia deben haber sacudido la memoria de
Fern�ndez Huidobro, un poco m�s atr�s, espectador del momento, entre las
columnas de la puerta principal, que en junio de 1972 hab�a sido conducido al
Florida para participar en una negociaci�n entre guerrilleros y militares a
efectos de anudar una tregua estable, suspender los enfrentamientos, terminar la
guerra y, de repente, impulsar conjuntamente las medidas de gobierno que hab�a
llevado a unos a tomar las armas y a otros a reprimir y torturar. Imposible para
el �ato no recordar que los mismos que lo torturaban empe�aron la palabra, y la
cumplieron, cuando salieron del cuartel, prisionero y carcelero, a buscar a Ra�l
Sendic por las calles de la clandestinidad agonizante, para concretar aquella
negociaci�n. Zancadillas de la historia: aquel oficial que cumpli� su palabra, y
que protegi� al �ato &endash;y tambi�n a Sendic en las tensas horas en que el
tupamaro m�s buscado entraba en el cuartel del Florida, y tambi�n al Pepe, que
velaba la angustia de la espera en los montes de Camino Tomkinson&endash;, el
hoy coronel retirado Carlos Calcagno, acaba de ser denunciado ante la justicia
paraguaya por su protagonismo en el Plan C�ndor.
El comandante del Batall�n Florida, relevo de aquellos protagonistas, tambi�n
habr� sentido el peso de esas historias &endash;complicadas, entreveradas,
confusas, disparatadas, todo menos lineales o esquem�ticas, de blancos y negros
o de buenos y malos&endash; cuando le pidi� a Mujica y a Nora Castro el permiso
para rendirles honores. Y habr� estado como sedimento en la actitud de los tres
comandantes de las Fuerzas Armadas, que bajaron unos pelda�os para saludar al
Pepe, mientras el jefe de la casa militar hilvanaba, en la espera, una
conversaci�n que soslayar�a esos recuerdos profundos, que se reducir�a a las
buenas maneras, hablando del estado de salud, de la enfermedad, de la
internaci�n y que lo sorprender�a: "Estoy viviendo los descuentos", le
informar�a el Pepe, como al pasar.
S�MBOLOS DE LA NUEVA �POCA. Para cuando los redobles de la banda comenzaron a
marcar el ritmo del desfile militar, el Pepe ya hab�a acumulado otras emociones
y sembrado otros simbolismos. La toma de juramentos a los senadores de la nueva
legislatura estuvo punteada por los comentarios y los adjetivos que el senador
sin corbata obsequi� a cada uno de sus colegas, y hasta alg�n cr�ptico chiste de
entre casa. El toque informal adherido a la f�rmula tediosa aument� la
expectativa que la prensa hab�a generado para el momento en que Mujica le
pidiera el juramento a Julio Mar�a Sanguinetti. Fue el �nico caso en que el
tupamaro se adscribi� estrictamente a la f�rmula, sin agregar comentario alguno,
pero en cambio subray� la actitud pol�tica expl�cita que despleg� durante toda
la jornada con un gesto elocuente de aplaudir con vehemencia a quien, con
propiedad, puede describirse como su m�s encarnizado detractor.
Si Mujica hab�a apelado a su conocido estilo, muchas veces el�ptico y aleg�rico,
para se�alar una postura pol�tica, Nora Castro, en cambio, asumi�, en su
discurso con el que agradeci� los votos que la consagraron como presidenta de la
C�mara de Representantes, el sendero de las afirmaciones sin ambig�edades, para
se�alar el car�cter democr�tico de la gesti�n que comienza, el signo popular
inspirado en el pensamiento artiguista, y la reafirmaci�n de una amplitud que no
disminuir� con el car�cter absoluto de la mayor�a parlamentaria. Buena parte de
su discurso estuvo signado por la intenci�n de reiterar que es posible un
trabajo com�n sin renunciar a la pluralidad, sin hipotecar las diferencias.
�sa fue la orientaci�n de la conducta de los dos principales protagonistas de la
jornada, una jornada en la que el resto de los senadores y diputados del EP-FA
asumieron un segundo plano y acompa�aron con generosidad y humor el hecho
indiscutible del d�a: todo el espectro de la civilidad pol�tica y la
verticalidad militar se inclinaba ante dos tupamaros, algo que el propio Mujica
calific� como "novelesco" e "impensable". Era el signo del momento, que
representaba, quiz�s, el punto final de una transici�n estirada durante 20 a�os.
Mujica se encarg� de subrayarlo y, por las dudas, lo reiter� en diversas
oportunidades. "El talonario de cuentas lo perd� hace mucho tiempo", declar�, y
nadie dud� sobre el valor de esa afirmaci�n, en boca del principal dirigente del
grupo pol�tico mayoritario de la coalici�n de izquierda. Qu� significa
exactamente eso lo dir� el futuro. Ciertamente, esa declaraci�n contribuye a
consolidar la confianza del presente, que para la mayor�a de la gente se traduce
en esperanza y regocijo, dos productos escasos en el mercado del quehacer
nacional.