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Entre las ambigüedades de la política y la política de los equívocos
Pablo Dávalos
ALAI
El Ecuador vive actualmente una crisis de su sistema político que pone en
tensión los contenidos mismos de la democracia y la participación social. Se
trata de un panorama confuso y ambiguo, en el que las decisiones de la coyuntura
parecen ser tan determinantes que incluso se ha tildado al movimiento indígena
ecuatoriano de traición y acomodo por no participar en las diferentes
movilizaciones sociales que la 'oposición política' al gobierno de Lucio
Gutiérrez ha programado para estos meses. Una acusación grave que encierra en sí
misma un argumento falaz: el de suponer que los conflictos reales del Ecuador se
circunscriben y se limitan a la institucionalidad democrática. Para entender la
posición del movimiento indígena, y también de otros sectores como la
Coordinadora de Movimientos Sociales, es necesario realizar una
contextualización tanto del gobierno de Gutiérrez cuanto de los argumentos de la
'oposición política' a este gobierno.
En efecto, habría que recordar que en una especie de récord mundial, a apenas
dos meses de su posesión, el gobierno de Lucio Gutiérrez suscribió ya un acuerdo
stand by con el Fondo Monetario Internacional, FMI, y en el que constaban veinte
puntos que comprendían una serie de reformas económicas, entre las que se pueden
señalar: la eliminación del subsidio al gas de uso doméstico, la flexibilización
laboral, la privatización de la empresa petrolera nacional, de las eléctricas y
de las telefónicas, entre los aspectos más importantes.
Asimismo, el mes de abril del primer año de gobierno (2003), el gobierno de
Lucio Gutiérrez firmaba con el Banco Mundial, la Estrategia de Asistencia al
País (CAS, por sus siglas en inglés), en el que se comprometía a una reforma
profunda en varias áreas consideradas estratégicas como: educación, salud,
financiera, laboral, recursos naturales, infraestructura vial, seguridad
jurídica, liberalización comercial, hidrocarburos, etc., todas estas reformas
serán conocidas como 'reformas estructurales' y su objetivo fundamental apuntaba
a la privatización, desregulación y disminución de la responsabilidad estatal en
estos sectores.
Dos años después, y cuando empieza la recta final de su gobierno, es claramente
perceptible que el proyecto original que acompañó a Gutiérrez, esto es, llevar
adelante la reforma neoliberal de manera más radical y profunda, finalmente
fracasó. Casi todas las reformas estructurales de carácter neoliberal, se
quedaron en la agenda de asuntos pendientes.
En el tiempo que le resta al gobierno, su prioridad será establecer al menos un
mínimo de acuerdos que viabilicen el proyecto estratégico de la reforma
estructural neoliberal pero sin que ello afecte la estabilidad del régimen. De
ahí que se vislumbren, al menos y por el momento, dos estrategias básicas y que
están relacionadas con los acuerdos originalmente suscritos con el FMI y el
Banco Mundial; la primera sería un conjunto de reformas legales para la
privatización del petróleo, la energía eléctrica, las telefónicas y la seguridad
social (denominada como Ley 'Trole 4'); y, la segunda, la firma y ratificación
del tratado de libre comercio con Estados Unidos (TLC), que tal como ha sido
estructurado su normativa jurídica se sitúa incluso por encima de la
Constitución de la República.
Para el cumplimiento de estas dos estrategias, el gobierno de Lucio Gutiérrez
necesita un mínimo de 'capital político', y es eso justamente lo que le hace
falta. En efecto, si el gobierno de Gutiérrez no pudo aplicar en toda su
amplitud las reformas a las que se había comprometido con el FMI y con el Banco
Mundial, es porque conoce la capacidad de movilización de los movimientos
sociales, y, sobre todo, del movimiento indígena. Lucio Gutiérrez, al no dar
paso al incremento del precio del gas de uso doméstico, es decir, eliminar el
subsidio del gas, reconoce explícitamente la capacidad de veto que ejerce el
movimiento indígena. Puede decirse lo que se quiera a propósito de la debilidad
del movimiento indígena ecuatoriano, pero lo cierto es que el gobierno de
Gutiérrez, que construye sus cálculos y tácticas políticas desde la visión de la
seguridad del Estado y la inteligencia policial, no se llama a engaño con
respecto a la supuesta debilidad del movimiento indígena, y prefiere andar con
pies de plomo.
Es esa capacidad de veto del movimiento indígena la que ha tenido en suspenso la
aplicación de los ejes principales de la reforma estructural, y, por tanto, ha
dejado en el aire la capacidad política del régimen de imponer su 'plan de
gobierno'. Efectivamente, Gutiérrez no tiene otro plan que aquel suscrito con el
FMI (carta de intención), y con el Banco Mundial (Estrategia de Asistencia al
País), si se desarma ese plan de gobierno, en realidad, se estaría desarmando la
capacidad efectiva de todo su gobierno.
De ahí que una de sus prioridades políticas haya sido la desarticulación y
destrucción de las capacidades organizativas del movimiento indígena y su
neutralización política. Por ello, se ha definido como una verdadera política de
Estado el desgaste y agotamiento del movimiento indígena, por cuanto su
neutralización es clave para desarmar esa capacidad de veto expresada en su
enorme capacidad de movilización social. Pero al mismo tiempo que Gutiérrez
busca la forma de anular a su enemigo político más importante, también tiene que
buscar sustentos políticos para sostenerse en el poder.
Ya no es solamente la agenda de la reforma estructural neoliberal la que está
bloqueada y la que tiene que resolverse como prioridad, sino que se hace de la
permanencia en el gobierno el principal argumento del poder y, por tanto, punto
prioritario de la agenda política gubernamental. Algo que puede resultar curioso
para un régimen demócrata-liberal, pero que habida cuenta de la crisis
institucional en el Ecuador, el hecho de que un presidente electo pueda terminar
su mandato es ya una verdadera hazaña. Gutiérrez está empeñado con todas sus
fuerzas y sus habilidades, en cumplir esa hazaña. El problema para el gobierno
está en que cada paso dado para cumplir con su hazaña le resta sus espacios de
decisión y le acotan las posibilidades reales de ejercer su poder.
Para sostenerse tiene que pactar con tirios y troyanos. Las alianzas son
estrictamente coyunturales y Gutiérrez utiliza al Estado como recurso
estratégico en función de su objetivo de permanecer en el poder. Esas alianzas
coyunturales impiden cualquier definición de largo plazo y hace que los partidos
políticos involucrados con el gobierno defiendan los espacios cedidos a
dentelladas. Así, cuando el régimen ha cumplido la mitad de su mandato, se
encuentra bloqueado por todas partes: ha tenido que ceder capacidades
importantes de decisión a otros partidos políticos y su margen de decisión, en
realidad, es mínimo.
Esta estrategia de Gutiérrez se da en un contexto especial: aquel de la
reconfiguración de las estructuras oligárquicas, y de la recomposición de estas
oligarquías, obligadas por la crisis financiera-monetaria de los años 1999-2000.
La recomposición de estas oligarquías, con base en la costa ecuatoriana y
fundamentalmente en la ciudad de Guayaquil (sobre todo los grupos financieros:
Isaías y Noboa), se inscribe en la lógica del monopolista: controlarlo todo,
administrar los mercados y destruir toda competencia.
Esta lógica llevada al plano de la política desnuda el diseño institucional de
la democracia representativa liberal. La lógica del monopolista, que no tiene
escrúpulos, ni moral, cuando se traslada a la política, en un contexto en el que
la institucionalidad política se sustentaba en la ficción de la democracia, pone
en riesgo los mismos contenidos de la democracia. Demuestra que la ficción
democrática genera simulacros y escenarios, actores y tramoyas, y que los
contenidos fundamentales de la justicia, la equidad, y toda la institucionalidad,
en realidad, son una prerrogativa del poder.
Así, Gutiérrez está entre Escila y Caribdis. De una parte, tiene bloqueada la
capacidad de imponer su agenda de gobierno, básicamente por ese implícito poder
de veto que tienen los movimientos sociales y el movimiento indígena, y, por
otra, ha tenido que desmantelar la institucionalidad del Estado para entregarlo
como prendas que garanticen la estabilidad de su gobierno. El frágil equilibrio
que sustenta su permanencia en el poder genera más vulnerabilidad y al mismo
tiempo acota sus posibilidades reales de ejercer el gobierno. ¡Y apenas está en
la mitad de su periodo!
Pero la recomposición oligárquica expresada en estos dos grandes grupos
financieros: Isaías y Noboa, y en sus expresiones políticas, los partidos
Roldosista Ecuatoriano (PRE), y Renovación Institucional Acción Nacional, (PRIAN),
genera nuevos enfrentamientos de poder que amenazan con deslegitimar la
institucionalidad de todo el sistema político, sobre todo con la burguesía de la
sierra ecuatoriana que está en una búsqueda desesperada de cuadros y partidos
políticos que la representen, especialmente después del fracaso de la democracia
cristiana (que en Ecuador se denominaba Democracia Popular).
Un sistema político que ha perdido legitimidad empieza a generar una crisis de
sustentación que abre vías a cualquier resolución política. La lógica del
monopolista no entiende de razones y menos aún cuando 'hace política', por ello
se corre el riesgo de que esta recomposición oligárquica finalmente deje fuera
de juego al sistema político en su conjunto. Los grupos financieros que ahora
controlan la institucionalidad del Estado (PRE y PRIAN), son voraces y no tienen
ningún escrúpulo en su afán de poder. Una vez captados los recursos del poder,
la recomposición oligárquica lo quiere usufructuar al máximo, y eso genera
grietas en la legitimidad de todo el sistema político.
Esas grietas, abiertas por la necesidad de Gutiérrez de buscar apoyos para
sostenerse en el gobierno, tienen que ser cerradas para que pueda funcionar la
ficción democrática y para que el poder pueda rehacer el ejercicio de su
hegemonía. Así, para la lógica del sistema político, defender la
institucionalidad se convierte en caballo de batalla, tanto para restaurar la
ficción democrática, cuanto para rearticular la oposición al régimen acotando
las pretensiones de la recomposición oligárquica. Y esto por una razón que tiene
que ver con el mismo diseño institucional del sistema político ecuatoriano: las
elecciones del próximo año (2006).
La ficción democrática, esto es, creer que los problemas estructurales y
fundamentales del país se van a resolver dentro de los límites impuestos por el
sistema político ecuatoriano, un sistema que ha generado redes clientelares de
participación social, que ha privilegiado los patrimonialismos políticos, los
caciquismos, que se ha convertido en un régimen censatario (de ahí la
Constitución de 1998 y la figura del 'presidencialismo'!), es vital para la
estructura del poder.
Para el escenario electoral, es fundamental que la institucionalidad tenga la
legitimidad necesaria desde la cual puedan ser operativos y funcionales tanto
las candidaturas cuanto sus discursos electorales. Son aquellos que apuestan a
las elecciones del próximo año quienes más interesados están por recuperar la
legitimidad del sistema político. Está en juego su pervivencia política.
Recuérdese que hay una experiencia no muy grata para la burguesía y las
oligarquías de lo que pasa cuando se agota la legitimidad del sistema político,
y es el caso venezolano; allí fue tan fuerte el desgaste de la clase política
que dio paso al discurso de la 'antipolítica' que vació de contenidos a todo el
sistema político venezolano, y desde ese desgaste del sistema político emergió y
se consolidó la figura de Hugo Chávez. No en vano, algunos medios de
comunicación en Ecuador empiezan a esgrimir el fantasma del chavismo y de la
polarización social en Venezuela.
De ahí que las estrategias de ahora estén hechas para cerrar las posibles
grietas que el sistema político ecuatoriano pueda tener a futuro. Si el régimen
de Gutiérrez sigue desgastando la legitimidad del sistema político, las próximas
elecciones son un albur, que quizá pueda beneficiar a la recomposición
oligárquica o quizá puedan provocar efectos no deseados para el sistema político
ecuatoriano. En ese sentido, defender la institucionalidad implica, en realidad,
defender al sistema político y a las relaciones de poder de la cual este sistema
es parte y correlato.
La recomposición oligárquica conoce que la incertidumbre es su mejor aliada y a
medida que el régimen es más vulnerable más fuerte es su factura y más espacios
institucionales controla, y más profundo es el desgaste de la institucionalidad
del sistema, y más pierde credibilidad y legitimidad.
El movimiento indígena, de su parte, ha realizado una jugada estratégica que lo
ubica como un actor fundamental en la coyuntura del mediano plazo. Su decisión
de no participar en las estrategias de defensa de la institucionalidad, no lo
pone fuera del juego político, sino todo lo contrario, lo ubica como un polo que
está justamente frente al proyecto de la recomposición oligárquica.
En efecto, el momento en el que el movimiento indígena se desmarca de las
estrategias que buscan recomponer al sistema político desde la movilización
social, deja sin piso y sin sustento social al sistema político, y le obliga a
recurrir a prácticas a las que siempre se opuso.
El sistema político ecuatoriano está hecho para cerrar los espacios a la
movilización social; ha sido construido de tal manera que impide toda
participación democrática fuera del momento de la elección. El sistema político
jamás ha movilizado a nadie fuera de los tiempos electorales, y cuando el tiempo
electoral termina, también se clausura la movilización social. Para este
sistema, la democracia muere en el momento que nace: en la urna electoral. Es un
sistema que controla y legitima desde su propia dinámica la vida política de la
sociedad. Fuera del sistema político nada existe. La conflictividad social es
puesta entre paréntesis hasta las nuevas elecciones, en las cuales esa misma
conflictividad social es asimilada y utilizada por el sistema político para su
propia recomposición y recambio.
Sin embargo, cuando se comprueba que el desgaste de la institucionalidad
provocada por un gobierno mediocre y corrupto, permite a la sociedad entera
comprender que la democracia y toda la parafernalia institucional creada a su
tenor es más una ficción que una realidad, el sistema político necesita
desesperadamente de la movilización social para recuperar su legitimidad y
asentar sobre ella sus tradicionales mecanismos de dominación.
El sistema político no perdona al movimiento indígena que se haya desmarcado en
momentos en los que más necesita recomponer su legitimidad. Utilizará todos los
recursos a su haber, que además son poderosos, para restregar al movimiento
indígena su negativa de estar a su lado y presentar la posición política del
movimiento indígena como mero oportunismo. Intentará descalificar la capacidad
de movilización indígena indicando que en realidad su negativa obedece a una
estrategia hecha para cubrir sus debilidades. Pero esta decisión del movimiento
indígena de negarse a legitimar al sistema político, en vez de cerrar los
espacios más bien los abre, y en esa apertura posiciona y polariza el debate
político hacia los temas de fondo.
En efecto, esa apertura política provocada por el movimiento indígena
ecuatoriano, al no comprometerse con las estrategias de relegitimación del
sistema político, permite entender que, por paradójico que parezca, el régimen
de Lucio Gutiérrez necesita de la oposición política para llevar adelante su
agenda neoliberal, para abrirse más espacio en un contexto en el cual ha
enajenado casi todas sus posibilidades de ejercer el gobierno, en manos de sus
'aliados'.
Gutiérrez puede, gracias a la oposición política, justificar su posible 'marcha
atrás' en los acuerdos pactados y hasta una posible ruptura con sus 'aliados'
coyunturales; el gobierno también puede extender una cortina de humo para
posicionar sus dos temas fundamentales: la reforma estructural neoliberal del
Estado y la firma del TLC con Estados Unidos (amén de pasar a un segundo plano
temas como el Plan Colombia, el ALCA, la base militar de Manta, y la
dolarización, entre otros), con el apoyo tácito y cómplice de esta misma
oposición política. Gutiérrez necesita de esta oposición, al menos en los
términos que el sistema político ha codificado a esa misma oposición política,
porque casi no tiene espacios de maniobra y los necesita urgentemente.
Esa 'oposición política' reactiva la ficción democrática, le obliga al gobierno
a repensar sus estrategias y moverse tácticamente, y de esa manera tener algo
más de aire para su propia pervivencia. Empero, los temas fundamentales
permanecen fuera del sistema político: dolarización, Plan Colombia, Tratado de
Libre Comercio con Norteamérica, ALCA, privatizaciones, reforma estructural,
todo ello no está dentro de las prioridades del sistema político, no constituyen
una preocupación de ese sistema político que ahora está más afectado por la 'desinstitucionalización',
que por los verdaderos problemas del país.
Pero, es gracias a la actitud política del movimiento indígena ecuatoriano que
podemos visualizar el verdadero centro del debate político, porque al separarse
del sistema político decide enfrentar directamente a la recomposición
oligárquica y al proyecto neoliberal. Así, el régimen de Gutiérrez y la
oposición política a su gobierno, en realidad, están en el medio de estos dos
grandes actores entre los cuales se decidirá el futuro político del Ecuador.