Latinoamérica
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De Colombia, Venezuela y América Latina
Jaime Caycedo
Que no hay conflicto interno sino amenaza terrorista. No hay conflicto y sin
embargo se militariza la vida nacional. Se quiere otorgar perdón y olvido al
terrorismo paramilitar. No hay conflicto y, no obstante, se quiere hacer de la
seguridad democrática una nueva doctrina en favor de la violación de la
soberanía de los Estados vecinos y de todos aquellos que, de una u otra forma,
puedan proporcionar asilo o albergue a quienes el gobierno colombiano pueda
calificar de terroristas. Tras la crisis de las relaciones con Venezuela, en vía
de superación con los buenos oficios de Cuba, Brasil y otros países, queda claro
que la doctrina de la seguridad democrática, como doctrina extraterritorial, ha
fracasado. No solo no contó con otro apoyo distinto al que le dieron los Estados
Unidos, sino que Uribe tuvo que viajar a Venezuela y aclarar su posición ante
Chávez. El incidente quedó cerrado. Pero no el fondo de la situación que puso de
manifiesto algo que hemos advertido como el peligro real para Colombia y América
del Sur: la utilización del régimen uribista, de los recursos militaristas del
Estado y del para-estado, del territorio nacional, como una base operacional
para la desestabilización de los países vecinos y una fuente de presión para
enturbiar las relaciones históricas, pacíficas y de cooperación. En síntesis, la
perversa pretensión imperialista de convertir a Colombia en una especie de
Israel contra el resto de los pueblos hermanos, actitud a la que una franja de
la oligarquía colombiana se ha prestado históricamente.
Han quedado a la luz, en América Latina, dos políticas que ciertamente no
coinciden: la que representa el alineamiento incondicional o seguidista con
Washington (economía de libre mercado: ALCA, TLC; reformismo en los moldes del
neoinstitucionalismo de la globalización, OEA, políticas financiadas por el BID,
BM y patrocinadas por el FMI; proyecto político-militar: Plan Colombia, Plan
Patriota, militarización, contrainsurgencia); y la que refuerza los ángulos
autonomistas frente al imperialismo y su estrategia integral (propuestas y
proyectos de integración suramericana, subregional y latinoamericana: Comunidad
Sudamericana de Naciones, CSN, alianza CAN – Mercosur, Petroamérica, ALBA). Los
años que vienen verán que camino se impone. La clave de lo nuevo en esta
dinámica es el papel de las masas populares, el crecimiento de su disposición de
lucha y de acción movilizada y organizada, así como sus nuevos niveles de
conciencia.
La oligarquía colombiana ha tomado el viejo rumbo de colaborar con la peor
política sanguinaria y guerrerista de Washington. A cambio del respaldo para la
reelección de Uribe, a través de un gasto público desbordado, con la aprobación
del FMI. Este compromiso condena a Colombia al aislamiento y al recelo de los
vecinos continentales, por cuatro años más. Porque, en verdad, el secuestro de
Granda y la crisis de las relaciones de Colombia y Venezuela, pusieron de
presente el peligro de regímenes retrógrados y militaristas como el de Uribe, ya
no solo como anomalías en la región, sino como factores perturbadores activos de
la paz, la soberanía, la convivencia pacífica, la unidad y la integración de
América Latina.