Latinoamérica
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El ³caso Granda²: ¿solución sin vencedores ni vencidos?
Alberto Cruz
El conflicto diplomático abierto entre Colombia y Venezuela como consecuencia
del secuestro en Caracas del integrante de la comisión internacional de las
FARC-EP, Rodrigo Granda, se ha resuelto. Sin vencedores ni vencidos, se dice,
aunque se desconocen los términos reales del acuerdo pactado entre los
presidentes de ambos países en la reunión que mantuvieron el pasado 15 de
febrero.
Al igual que estaba claro desde el primer momento que dicho secuestro era una
acción de política exterior de Colombia y que con ella se pretendía dificultar
el camino autónomo en este terreno emprendido por Venezuela siguiendo la estela
marcada por la Administración Bush de acoso a la Revolución Bolivariana-, ha
sido la mediación internacional la que ha conseguido poner fin al tema, con la
destacada participación de Cuba en todo el proceso. Argentina, Brasil, España,
México, Perú y la República Dominicana han estado involucrados, en mayor o menor
medida, en los intentos de mediación mientras los EE.UU. se posicionaban ³al
ciento por ciento² con Colombia presionando, al mismo tiempo, a los países de la
zona para que respaldasen al gobierno colombiano en contra de Chávez sin mucha
fortuna, todo hay que decirlo.
Si hay que hacer caso a las declaraciones oficiales, aparentemente ninguno ha
ganado la partida. ³Ratificamos nuestro compromiso con los pueblos de Venezuela
y Colombia y sus instituciones: nuestro país no ha sido ni será jamás santuario
de terroristas, ni de guerrilleros, ni de paramilitares o del narcotráfico²,
dijo Chávez tras la entrevista que mantuvo con Uribe en Caracas para solucionar
la crisis. "Lo primero es reconocer que este desafío terrorista en Colombia
engendra dificultad a nuestros vecinos y hermanos.², dijo Uribe. ³La soberanía
es algo intrínseco a la existencia de un pueblo, un Estado², abundó Chávez. ³La
cooperación dentro del respeto implica cooperar para que no se afecte la
soberanía y respetar la soberanía², respondió Uribe.
Lenguaje gubernamental para salvar una crisis que no beneficiaba a ninguno de
los dos países: a Venezuela porque le situaba en el punto de mira de Washington
tras las declaraciones de la nueva Secretaria de Estado, Condolezza Rice, al
considerar al gobierno de Chávez como ³una fuerza negativa para la región², en
contraste con el apoyo absoluto del gobierno de Uribe a EE.UU. y su estrategia
de guerra preventiva; a Colombia porque la imagen de un gobierno subordinado a
los EE.UU. en la política contra Venezuela le situaba casi fuera del tablero
latinoamericano, donde en estos momentos el ascenso al gobierno de formaciones
de centro-izquierda animan un nuevo rumbo en el proceso de integración a nivel
continental. Sin descartar el aspecto interno, dado que Uribe comenzaba a sentir
la presión de empresarios colombianos que advertían cómo se iban deteriorando
las relaciones y que temían que a la suspensión de los negocios entre los dos
Estados, anunciada por Chávez desde el 14 de enero, se sumase la parálisis en
los negocios privados. El problema hubiese sido mayúsculo si se tiene en cuenta
que Venezuela es, después de Estados Unidos, el segundo mejor mercado para los
productos colombianos (exportaciones por 1.500 millones de dólares al año y un
intercambio total que asciende a 2.500 millones de dólares) y eso le hubiese
afectado en su campaña por la reelección.
Sin embargo, hay un hecho claro: Rodrigo Granda sigue secuestrado, le ha sido
retirada la nacionalidad venezolana con la excusa de que fue adquirida con
documentación ilegal- y se renueva el compromiso europeo, expresado por el
director general de Relaciones Exteriores de la Comisión Europea, Eneko
Landaburu, eurodiputado por el PSOE, de mantener tanto a las FARC-EP como al ELN
en la lista de organizaciones terroristas. Por lo tanto se puede decir, si se
utiliza un símil pugilístico, que Colombia está venciendo a los puntos en un
combate que aún no ha terminado puesto que queda aún pendiente la reunión que
mantendrán antes del mes de abril los dos titulares de Exteriores, Carolina
Barco (Colombia) y Alí Rodríguez (Venezuela), a la cabeza de una comisión
binacional que estudiará con detalle los dos puntos principales de fricción: el
secuestro de Granda y la implicación de paramilitares colombianos en los planes
de la oligarquía venezolana para derrocar a Chávez. Una vez que se conozcan los
resultados de este encuentro se podrá hablar de una resolución del conflicto sin
vencedores ni vencidos.
Mientras tanto, Uribe ha conseguido otro indudable éxito: James LeMoyne,
representante de la ONU en Colombia y hombre crítico con el Plan Colombia dejará
su cargo en abril, cuando concluya su mandato de cinco años. Es un hecho
decidido y así se lo comentó personalmente el secretario general de la ONU, Kofi
Annan, al vicepresidente colombiano, Francisco Santos, y a la ministra de
Exteriores Carolina Barco el pasado 25 de enero.
LeMoyne se había granjeado muchos enemigos en Colombia puesto que en más de una
ocasión ha dicho públicamente que ³es un error pensar que las FARC son solamente
narcotraficantes o terroristas, puesto que su columna vertebral es gente
comprometida ideológicamente² lo que desmonta el discurso oficial- y que "no
hay un futuro en paz si no se hacen profundas reformas en el poder político y
económico en Colombia", lo que repugna a la oligarquía y a sus servidores. De
hecho, el gobierno de Uribe casi desde el mismo momento de asumir el poder- en
la práctica había declarado ³persona no grata² a LeMoyne, representante personal
para ²buenos oficios² del secretario general de la ONU, Kofi Annan, cuya misión
es, o era, la búsqueda de una solución política al prolongado conflicto armado
interno. Ya no será molesto.
Según el reporte de la ONU sobre esa reunión no se ha decidido nombrar a un
nuevo sustituto, sino que ³si las circunstancias cambian y las partes piden que
la ONU reanude su papel activo en Colombia, el Secretario General considerará la
mejor manera de ayudar².
Merece la pena recordar que el secuestro de Granda se produjo cuando las FARC-EP
se habían dirigido por carta a Kofi Annan para solicitarle participar en la
Asamblea General de la ONU para explicarle al mundo ³las consecuencias de un
conflicto interno de innegables orígenes sociales, económicos y políticos, entre
el Estado y su Régimen gobernante, donde más de 30 millones de colombianos
estamos sumidos en la pobreza y la miseria².
Sobre este tema y las propuestas de la organización guerrillera para encontrar
³los caminos de paz con justicia social² se diseñaba una propuesta global de las
FARC-EP de la que tenía conocimiento James LeMoyne, así como de la voluntad de
la guerrilla de concertar con el gobierno colombiano un acuerdo de canje de
prisioneros. A la primera propuesta, como se ha dicho, el gobierno derechista de
Uribe respondió con el secuestro de Granda; a la segunda, con la extradición de
Simón Trinidad a los Estados Unidos.
Sin embargo, ambos temas siguen estando encima de la mesa, sin la menor
receptividad por parte de Uribe, empeñado sólo en la derrota militar de la
guerrilla para que así llegue débil a una mesa de negociación en la que sólo de
abordaría la entrega de las armas sin la puesta en práctica de las reformas
estructurales, imprescindibles para que un acuerdo de paz tenga garantías de
éxito sin repetir los errores de los años 1990-91, cuando la desmovilización del
M-19, un sector del EPL, el MADO y el Quintín Lame.
Hoy, con la perspectiva que da la historia, es incuestionable que los acuerdos
específicos que esos grupos guerrilleros firmaron con el gobierno colombiano de
turno (César Gaviria) fueron en gran parte incumplidos y la reinserción de los
desmovilizados, en el sentido social y de atención directa, no sólo fue débil y
desorganizada sino, en la mayoría de los casos, menospreciada por los dirigentes
de sus organizaciones y no sólo por el Estado y los ³veedores internacionales²,
los países que, con alharacas, asistieron a la entrega de armas como valedores
de un proceso de paz del que rápidamente se desentendieron una vez alcanzada ³la
paz². Pero el concepto de paz tiene dos vertientes: el negativo, paz igual a
ausencia de violencia; y el positivo; paz igual a resolución de las causas que
están en el origen de esa violencia. Es decir, paz con justicia social.
fuente: Red de la Resistencia