Latinoamérica
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Lectura del proceso eleccionario
Martín Guédez
Rebelión
En las elecciones parlamentarias hay mensajes claros para los sectores
revolucionarios que deben ser mensurados y analizados con objetividad. Una
abstención del 75% requiere discernimiento más allá de las clásicas
comparaciones con otros procesos similares en Venezuela o en el mundo.
Argumentos de este tipo para romper una lanza a favor de la legitimidad de la
Asamblea sobran. Basta echar una mirada, así sea sólo a las anteriores
elecciones parlamentarias celebradas en el año 2000, para enarbolar una defensa
ante los intentos de deslegitimación. Pero hay que ir más lejos. En primer lugar
es necesario valorar la capacidad del aparato desestabilizador de los EE.UU., y
no imaginarlo incapaz o distraído. Es verdad que se le desmontó el plan de
violencia que tenía montado, pero está allí, incólume, poderoso y al acecho.
Desde el momento en que se reunieron en la oficina oval el presidente Bush y la
operadora en Venezuela Maria Corina Machado el plan se puso en marcha. A partir
de allí todo ha sido cuidadosamente ejecutado. Ya lo advertíamos en trabajos
anteriores. El objetivo no eran las elecciones parlamentarias. El objetivo es la
cabeza de Chávez. Tras ese objetivo ordenan el sacrificio de sus operadores
políticos. Estos aceptaron el sacrificio porque cuentan con la promesa de una
Venezuela sin Chávez, objeto de todos sus odios viscerales, sus angustias y
desvelos. La presión ejercida por Súmate, Alberto Federico Ravell y Marcel
Granier, entre otros, sobre estos partidos, -de lo que sobran pruebas- fue
irresistible para ellos. Sencillamente optaron por lo que consideraron más
seguro a costa de la patria, especie de eufemismo sin valor alguno para ellos.
La feroz campaña, inédita por lo salvaje, desatada contra el órgano electoral a
lo largo del último año tuvo efectos demoledores sobre sectores importantes de
la población que no se ubican dentro de lo que podríamos denominar "el chavismo
duro", ese sector de la población con un nivel de conciencia tal que lo hace
inmune al veneno de la propaganda. Un sector cuantificado, según las encuestas
más confiables, en un 30 a 35% de los electores chavistas. El otro universo
chavista, el más vulnerable, cedió a la tentación abstencionista.
Sobre este sector del chavismo actuó, no sólo la inmensa campaña de propaganda
contrarrevolucionaria, sino que se combinaron otros factores no menos
destructivos. Un sector qué, presentándose como revolucionario, se mantuvo con
un discurso descalificador del equipo de gobierno de Chávez, ya fuera señalando
entreguismo, reformismo, autoritarismo, etc., como señalando, desde el chisme
irresponsable, casos de corrupción hasta no dejar títere con cabeza. Una campaña
constante que mostraba, -y mostrará, porque seguirán en la estrategia- a un
Chávez aislado, desconectado de la realidad que ellos sí conocen, por supuesto
por supuesto, llegando a mostrarlo, en muchos casos, lerdo, tonto, estulto y
ciego.
La guinda; la joya de la corona, la puso una corrupción real y desbocada que
siempre ha estado ahí en las entrañas del chavismo. Un sector enorme de
aprovechadores, de ladrones y bandidos que siempre estuvieron en la pomada y
sólo cambiaron de boina. Estos entregaron en bandeja de plata los argumentos al
aparato de propaganda del imperio y a los francotiradores de oficio. Al final,
con este sector, contra el burocratismo corrupto e inmoral se juega la
revolución su existencia. Del imperio sólo puede esperarse un incansable y
poderoso ataque sin desmayo. No requiere argumentos. El otro sector encuentra
piedras para sus resorteras, munición para sus fusiles en la corrupción. Sus
ataques exigen argumentos.
Hoy, más allá, mucho más allá de argumentaciones legalistas, la Revolución tiene
que preguntarse: ¿Por qué no votaron los millones de beneficiarios de Barrio
Adentro?, ¿Por qué no lo hicieron los millones de alfabetizados por la Misión
Robinson, o los de las Misiones Ribas y Sucre?, ¿Por qué decidieron abstenerse
los millones de beneficiarios de Mercal?, ¿Qué se hicieron los beneficiarios de
las Misiones Vuelvan Caras, Miranda o Zamora?
Vamos hacia un año en el cual el ataque será aún más feroz. La única forma en
que la revolución pueda salir indemne y airosa es enfrentar estos demonios. El
primero: el de la corrupción y el burocratismo. La posición en la Asamblea
Nacional tiene que traducirse en leyes que vayan, con dureza, al meollo del
problema. Hay que extirpar cualquier signo de corrupción. Es relativamente
sencillo con decisión política. La riqueza, como la tos, no puede ocultarse.
Todo aquel que evidencie niveles de vida superiores a sus ingresos regulares
tiene que demostrar su origen. El castigo tiene que ser ejemplar. Si se hace, se
le estará quitando municiones al enemigo y sustentando el trabajo de formación
de conciencia. Un trabajo tantas veces inútil y torpedeado por el mal ejemplo
grotesco de estos ladrones.
De otro lado, la misma elección de ayer, nos muestra la invulnerabilidad de los
sectores con alto nivel de conciencia revolucionaria. Sembrar conciencia tiene
que ser tarea, no sólo de unos pocos que inorgánicamente, sin ayuda ni
concierto, armados de amor y voluntarismo lo hagan, -como lo venimos haciendo-,
sino una tarea masiva, organizada, seria. La conciencia revolucionaria vacunará
contra el dardo emponzoñado de la contrarrevolución a nuestro pueblo. ¡Es ahora
o nunca!