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De Montevideo a Vichadero
La hora de los informantes
Se multiplican las informaciones anónimas sobre los
crímenes de la dictadura. Cuando superan los escollos del miedo y de la
"discreción", detonan con su carga de sorpresa, como el episodio de Vichadero,
nuestro Macondo.
Samuel Blixen
Brecha
El secretario de la Presidencia, Gonzalo Fernández, no se molestó en ocultar su
desagrado por la denuncia pública sobre la existencia, en el cementerio de
Vichadero, Rivera, de 35 cuerpos no identificados que podrían corresponder a
otros tantos prisioneros desaparecidos durante la dictadura militar. La denuncia
fue formulada por Lile Caruso de la Asociación de Familiares de Asesinados
Políticos, y el senador Eduardo Lorier, del Comité Ejecutivo del Partido
Comunista, primero ante la fiscal Mirtha Guianze y después ante el propio
Fernández; pero ante la eventualidad de que los restos ubicados en Vichadero
pudieran "desaparecer", los denunciantes convocaron el miércoles 14 a la prensa
y aportaron los detalles. Fernández atribuyó a una intención de protagonismo el
que los dirigentes comunistas hubieran formulado la denuncia penal ignorando a
la secretaría de la Presidencia, que reclama un control absoluto de toda la
información vinculada a los crímenes de la dictadura y la potestad de orientar
las investigaciones.
La reacción de Fernández confirma las apreciaciones del Servicio de Paz y
Justicia, cuyos responsables han denunciado falta de transparencia de la
Presidencia en el manejo de estos temas y han consignado el peligro de la
ausencia de un control externo de las actuaciones. Otras fuentes ya habían
alertado sobre la discrecionalidad del secretario de la Presidencia para aceptar
o descartar las denuncias que se están multiplicando sobre la existencia de
cementerios clandestinos, informaciones que no provienen orgánicamente del
Ejército.
En los hechos, la aparición de un esqueleto en el Batallón 13, como consecuencia
de una denuncia anónima, puso más en evidencia la ausencia de resultados de la
información brindada por el comandante del Ejército, Ángel Bertolotti. Fernández
ingresó al comienzo de esta semana al predio del Batallón 13 en compañía del ex
soldado Sergio Pintado, quien cumplió servicio en esa unidad y que estaba
dispuesto a señalar 27 lugares donde podría haber tumbas de desaparecidos.
Pintado ya había dado testimonio ante la justicia, como también lo hizo el ex
soldado Ariel López Silva y otros soldados que fueron interrogados por el juez
Alejandro Recarey en la causa de la desaparición de Elena Quinteros.
EL DATO REVELADOR DE VICHADERO
En medio de ese empuje de informaciones anónimas surgió el episodio de Vichadero.
Es, tal cual, un capítulo de Macondo. La información oficial de la existencia de
cadáveres no identificados data de 2002, pero el conocimiento de que el
cementerio de Vichadero había sido utilizado por los militares como lugar de
entierro de sus víctimas es mucho más antiguo. Vichadero, a 130 quilómetros de
la ciudad de Rivera, sobre la ruta 27, tiene alrededor de 1.500 habitantes; su
cementerio, a unos tres quilómetros del poblado, tiene 148 sepulturas. En épocas
de la dictadura, el sepulturero era despertado en horas de la madrugada por
oficiales del Ejército que llegaban en camionetas con matrícula de Montevideo
para efectuar enterramientos. No traían documentación, y cuando el sepulturero
la reclamó, le contestaron que no insistiera porque le podía pasar lo mismo que
al que estaba por enterrar. ¿Es lógico suponer que tales hechos no fueran
comentados en el poblado? Sin duda, esas historias eran patrimonio de todo el
pago. Por lo menos uno de los hijos del sepulturero, que heredó el cargo, lo
comentó con una señora desconocida que hace unos días visitó el cementerio. ¿Qué
hay en esos nichos?, le preguntó la señora, y el sepulturero le contó: "Esos son
cadáver importantes", y se los mostró. Así, Caruso pudo confirmar que los
militares usaban el cementerio de Vichadero para enterrar sus secretos.
El sepulturero hijo explicó a Caruso que en 2003, después de un pedido de
informes realizado por el edil Robinson Silva, del Partido Socialista, desde la
Intendencia de Rivera le ordenaron trasladar 35 cuerpos no identificados al
osario común. Consciente de la importancia de tales restos, el sepulturero hijo
tomó la precaución de envolver los esqueletos en nailon y depositar junto a cada
uno de ellos un azulejo en el que consignó todos los datos conocidos; así
impidió que se perdiera el rastro de esos cuerpos.
¿Quién dio la orden de pasarlos al osario? No se sabe, pero la documentación
oficial de los distintos pedidos de informes –que el actual edil comunista
Enrique da Rosa recopiló para reactivar la investigación– luce las firmas del
secretario general Rodríguez, en nombre del intendente Tabaré Viera; del
director de Higiene, Marne Osorio; del director de Departamento, Juan Emilio
Techera; y del director de Necrópolis, Milton Gómez. A ninguno le llamó la
atención que en un cementerio de 148 sepulturas hubiera más de 35 nn. ¡Qué
cantidad de personas desconocidas vienen a morirse imprevistamente en Vichadero!
Por cierto que hay más nn, pero estos 35 son "especiales", y eso lo sabe el
enterrador, porque se lo contó su padre. Su testimonio sobre la presencia de
militares que llegaban con cadáveres es un punto fuerte a favor de la sospecha
de que se trata de prisioneros desaparecidos. Hay, además, otros indicios:
muchos de los esqueletos aún conservan restos de vestimenta, medias, una camisa
de nailon con la grifa y otras prendas con fibras que el tiempo no destruyó;
usualmente los cuerpos son enterrados desnudos.
Se ha argumentado que Vichadero queda muy lejos de Montevideo. También queda
lejos el lago de Rincón del Bonete y allí fue encontrado el cuerpo flotando de
Roberto Gomensoro Josman –con las manos atadas con alambre–, quien había sido
detenido en marzo de 1973 en Montevideo y torturado en el Batallón de Artillería
1. La lejanía de Vichadero es quizás un elemento favorable para mantener el
secreto. Después de todo, los rumores sobre esos enterramientos clandestinos de
los militares se tomaron 30 años para perforar el miedo y salir a luz.
Para saber algo más sobre esos nn es preciso que el juez de Rivera, Federico
Álvarez, analice los libros donde se consignan los enterramientos del cementerio
de Vichadero. Aunque no hayan datos específicos, se puede establecer, por
comparación con las anotaciones precedentes y siguientes, la fecha aproximada de
cada enterramiento. Pero para descartar toda duda el juez puede ordenar la
realización de análisis de adn, que después deberán ser comparados con los de
los familiares de los desaparecidos. Esa diligencia es la que el juez penal Luis
Charles eludió realizar cuando recibió la denuncia, en sobre cerrado, de manos
de la fiscal Guianze. Charles entendió que correspondía a la justicia de Rivera
la jurisdicción del caso, por más que la demanda había sido presentada en el
expediente de la desaparición de Barrios, secuestrado en Buenos Aires. El
magistrado ordenó trasladar los antecedentes a Rivera, pero inexplicablemente la
comunicación no salió de Montevideo hasta el miércoles 14, después que se
produjo la denuncia pública. Recién entonces el sobre fue enviado por correo
expreso. Afortunadamente, el juez de Rivera había ordenado vigilancia policial
en el cementerio de Vichadero, del cual no podrá sacarse ningún cuerpo.