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Llamamiento contra la ley de impunidad "Írritos, nulos, disueltos y sin ningún valor para siempre..."
Brecha
Vamos a decirlo desde la primera línea: nos disponemos a defender la
anulación de la ley de impunidad.
Puesto que no somos juristas, no empleamos el término anulación como propuesta
de acción jurídica, pero sí en un sentido de acción política que abandone el
enmarañado camino del menudeo que intenta, desde hace demasiados años, rescatar
unas gotas de verdad y justicia.
Serán los juristas comprometidos con el respeto por los derechos humanos quienes
elaboren una propuesta de acción precisa que conforme a quienes, como los
integrantes del cuerpo de redacción de BRECHA, sostenemos que llegó el momento
de abandonar el minimalismo pragmático en materia de derechos humanos para dar
paso a una acción basada en el imperativo ético de investigar y hacer justicia.
Entendemos que se trata de una cuestión controversial.
Pero es justamente en la controversia que el Estado tiene la obligación de optar
por una interpretación que abra los caminos a la acción y no como lo ha hecho
hasta ahora, por interpretaciones de bloqueo.
No es sólo la parte más reaccionaria de la sociedad la que considera que la ley
de impunidad es intocable. También lo hacen aquellos que ignoran que el derecho
internacional cuestiona radicalmente la facultad legislativa de amnistiar
delitos de lesa humanidad, como la tortura y la desaparición forzada. O quienes
consideran que una ley es independiente de las condiciones históricas en que fue
creada. Hoy, el resultado del plebiscito de 1989 sería seguramente muy distinto,
a la triste pero potente luz de lo que se sabe, se reconoce y se encuentra.
En 1989 no se reconocía siquiera la existencia de desaparecidos, no se
pronunciaba la palabra dictadura en los medios de comunicación, un spot en el
que Sara Méndez informaba sobre el secuestro de su hijo fue censurado... Hoy no
sólo se habla abiertamente de desaparecidos, torturas y huesos de prisioneros
enterrados en cuarteles, sino que hay reconocimiento oficial al respecto, se
informa la existencia de transferencia de prisioneros desde otros países y de su
posterior exterminio (los vuelos), se busca el cuerpo de la madre asesinada
(María Claudia García) después del robo de su hija (Macarena); se encuentran
huesos humanos en predios militares. No es descabellado pensar, con todo respeto
por la Constitución, que estamos ante un momento constitucional distinto.
Hasta el pasado 31 de octubre todos los gobiernos posdictadura evidenciaron una
absoluta falta de compromiso con su obligación de garantizar el derecho a la
verdad y la justicia de los familiares y conciudadanos de las víctimas, así como
de las víctimas sobrevivientes.
Los crímenes de la dictadura no son cosa del pasado. Pesan diariamente en la
vida ciudadana, en las familias, en los individuos, su ascendencia y su
descendencia.
La espera ha sido muy larga y penosa. Los familiares de desaparecidos primero y
otras organizaciones de derechos humanos luego transitaron una etapa en la que
sus reclamos chocaron contra muros de silencio y hostilidad, y en la que fueron
elaborando una suerte de "estrategia de intersticios", de buscar donde la ley de
impunidad dejara una ranura, un orificio, para intentar algún paso en la
búsqueda de la verdad.
En esa lógica del goteo, hasta los más consecuentes luchadores por la verdad se
enredaron alguna vez en la maraña de argucias para rescatar una brizna de
justicia.
Durante años se intentó arrastrar fuera la ley a una u otra de las víctimas:
Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, María Claudia García, Elena
Quinteros...
La Comisión para la Paz dio un paso importante en el reconocimiento de la
responsabilidad del Estado en los crímenes de desaparición, tortura y asesinatos
de uruguayos. Pero no aportó información sobre el destino de los desaparecidos
ni sobre los responsables de su suerte. No hay un solo civil ni militar de la
dictadura preso por los delitos de torturas, desaparición y asesinatos, a pesar
de que hoy ni las Fuerzas Armadas niegan la existencia de tales delitos.
Con el triunfo del Frente Amplio en las elecciones hubo un instante de feliz
esperanza. Ahora sí se avanzaría en la investigación, se conocería el destino de
los desaparecidos, se recuperarían los amados cuerpos... Se ingresó a los
cuarteles, se exigió informes a los mandos, se iniciaron las excavaciones en
busca de los restos.
Pero el nuevo tiempo político traería otras racionalidades, en particular la
nueva doxa del pragmatismo. Y la vuelta al menudeo en el tema derechos humanos.
La calidad de "permanente e imprescriptible" del delito de desaparición no
debería quedar subordinada a la aparición de cuerpos, como señaló el presidente
Vázquez.
La alternativa a la impunidad en este nuevo escenario no puede ser un nuevo
remiendo que sirva para seguir postergando la verdad.
Entendemos que la formulación, obviamente bien intencionada, de una ley
interpretativa de la ley de impunidad, será un nuevo remiendo o postergación que
chocará con la inequívoca actitud de los jueces, contraria a la investigación y
a la sanción de los (de esos) delitos.
Por todo esto, el cuerpo de periodistas de BRECHA llama a los uruguayos que
están en el país y a los que están diseminados por el mundo a expresar su
voluntad de poner fin, frontalmente, a la impunidad.
La alternativa será legal, se llamará anulación o inaplicabilidad –por muchos
caminos se puede llegar a Roma–, incluirá respuestas a los argumentos acumulados
durante décadas para impedir la investigación y la sanción de los delitos
citados.
Pero esta vez la alternativa elegida debe declarar explícitamente "írritos,
nulos, disueltos y de ningún valor para siempre" todos los actos de validación
de la impunidad "arrancados a los pueblos" mediante campañas intimidatorias y
ocultamiento de la verdad.