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Brasil
PT, ¿el sueño se acabó?
Ricardo Soca
La destitución del diputado José Dirceu –considerado hasta hace poco tiempo el
hombre más poderoso del gobierno brasileño– marca un hito histórico en la breve
historia democrática de Brasil y arroja la última palada de tierra sobre el
sueño del nuevo país que el Partido de los Trabajadores (PT) había prometido
construir.
El diputado destituido formó parte del reducido grupo de militantes de izquierda
que hace veinticinco años fundara el PT, nacido como una promisoria novedad en
la izquierda latinoamericana. El partido dirigido por el tornero Luiz Inácio
Lula da Silva reunió en su seno a ex guerrilleros, partidarios de la teología de
la liberación, militantes trotsquistas, ecologistas, intelectuales,
independientes y dirigentes sindicales, con una propuesta que se contraponía a
la del ortodoxo Partido Comunista Brasileño, por entonces anclado en la Unión
Soviética.
Dirceu, que durante largos años fue presidente del partido y su dirigente más
poderoso –hay quien dice que más incluso que el propio Lula– llegó a la Cámara
de diputados con más de medio millón de sufragios, en un sistema electoral en el
que cada legislador marca sus propios votos, lo que lo ayudó a arribar al
gobierno con todo el peso que tenía dentro de su partido.
Hasta el desencadenamiento de esta crisis, no había llegado a ocupar su escaño
parlamentario, pues con la asunción de Lula fue designado para el cargo más
cercano al primer mandatario; jefe de la Casa Civil de la presidencia, con lo
que se convirtió en el hombre más influyente del gobierno. Durante dos años y
medio, las puertas del despacho de Dirceu en el Palacio del Planalto fueron
golpeadas por los demás miembros del gabinete, legisladores, dirigentes de todos
los partidos y poderosos empresarios. Estos últimos muchas veces lo agasajaron
con regalos valiosos que, por lo que se sabe, nunca aceptó.
La excepción la constituyó un Rolex que recibió de un importante empresario del
ramo de telecomunicaciones, que el ministro sólo devolvió 24 horas más tarde,
cuando la novedad ya estaba en la prensa. El caso del Rolex –que resultó a la
postre ser falsificado– hizo pensar a mucha gente que el todopoderoso ministro
había quedado deslumbrado con el ejercicio del poder y quizás ya no fuera el
austero estalinista que muchos aún creían ver en él.
Tras la caída del diputado, los brasileños todavía se preguntan si era realmente
un corrupto y con qué propósito organizó una vasta red de sobornos y de
distribución de cargos públicos que sacudió como un huracán a la política
brasileña.
No hay duda de que el ex dirigente estudiantil entrenado militarmente en Cuba
cometió incontables actos de corrupción, tan graves como los que hace 13 años le
costaron el cargo al entonces presidente Fernando Collor de Mello.
Sin embargo, en los corrillos políticos de Brasilia nadie –ni en el gobierno ni
en la oposición– parece creer que ni el ex ministro ni sus cómplices se hayan
enriquecido con parte de la montaña de dinero que circuló por el circuito de la
corrupción. Algunos de los ya condenados por el PT, como su ex presidente José
Genoino o su ex tesorero Delubio Soares, están en busca de empleo o de alguna
forma de ganarse la vida, lo que, probablemente, será el caso del propio Dirceu,
quien no podrá ser candidato a ningún cargo hasta 2015 y ya se apresuró a
actualizar su título de abogado.
¿Qué los llevó entonces a cometer los ilícitos que los derribaron, a ellos y al
propio partido?
Probablemente su escasa confianza en el sistema democrático que decían haber
abrazado y la certeza de que la corrupción, si era "por la causa" y no para
enriquecerse, era válida y admisible. Muchos de los personajes que ayudaron al
PT a corromperse, como el publicitario Marcos Valerio, ya habían participado
antes en redes semejantes montadas al servicio del Partido de la
Socialdemocracia Brasileño, del ex presidente Fernando Henrique Cardoso. Así
obtuvo Cardoso la elección en 1994 y la reelección en 1998, como había ocurrido
antes con Collor y como es "normal" en la intrincada política brasileña.
Un "lobbista" de derecha, acostumbrado a lidiar con corruptos "respetables", dio
recientemente en una entrevista su opinión sobre el PT, altanera y desdeñosa,
pero que resume con fidelidad el pensamiento de la elite brasileña: "No merecen
confianza, son bolcheviques, roban para la causa (...) y creen que tienen el
monopolio de la ética. No podía ocurrir otra cosa".
Con cínica convicción, el entrevistado añadió: "Todo gobierno es corrupto, no
hay cómo ganar una elección sin caja negra" y que "los que están en el gobierno,
sean quienes fueren, hacen la caja en el propio Estado, con el dinero que se
escurre por tres resumideros: obras públicas, publicidad e informática".
Ocurre que aquellas prácticas que son toleradas a los partidos tradicionales
están vedadas por definición al PT, que desde su primer día de vida proclamó
enfáticamente su compromiso de acabar –entre muchas otras cosas– con la
corrupcion, a la que nunca dejó de denunciar durante sus 22 años en la
oposición.
En casi tres años de gobierno, el partido de Lula avanzó muy pocos pasos en la
ejecución del programa aprobado en 2000 por su convención nacional, pero asestó
un golpe muy duro no sólo a la izquierda brasileña sino al conjunto de las
organizaciones progresistas de América Latina, que lo veían como una referencia
para la izquierda latinoamericana del siglo XXI.