Latinoamérica
|
La encrucijada boliviana
Atilio Boron
A veces no queda de otra que repetir lugares comunes, pero la elección de
Evo Morales como presidente de Bolivia no deja demasiadas alternativas. El lugar
común: "una elección que constituye un hito sin precedentes en la historia
boliviana" adquiere de súbito toda su validez al calar muy hondo en el
significado de los acontecimientos contemporáneos. Un acontecimiento que, como
oportunamente lo recordara Eduardo Pavlovsky días atrás, representa muchas
cosas. Una de ellas, nada menos, la demorada reivindicación de la gesta del Che
en Bolivia, condenada a perpetuidad por los siempre bien recompensados voceros
de la derecha: los Zoe Valdés, los Vargas Llosa padre e hijo, los Montaner, los
"reporteros sin fronteras" y tantos otros que, todavía hoy, no le perdonan a tan
noble personaje su osadía de pretender acabar con un orden social cuya
injusticia e iniquidad claman al cielo. Gesta condenada también durante unos
cuantos años, conviene no olvidarlo, por diversas expresiones de la izquierda,
que veían en la iniciativa del argentino-cubano una manifestación de
"aventurerismo pequeño burgués" incompatible con las prescripciones de los
manuales de turno.
Sería un equívoco postular que los acontecimientos recientes guardan una
relación de causalidad lineal y mecánica con la actuación del Che en Bolivia a
mediados de la década del sesenta. Pero no sería menos erróneo pensar que ambos
no tienen relación alguna, que cuando el Che identificó en Bolivia el eslabón
más débil de la cadena imperialista en América del Sur estaba completamente
desacertado. Su diagnóstico sobre el potencial contestatario que anidaba en la
opresión y explotación de los indígenas y las masas campesinas fue confirmado
por los hechos. Esto no ocurrió en el tiempo corto de la política electoral o de
la "videopolítica" sino en el más largo de la maduración de las conciencias, en
tenaz lucha contra las formidables agencias de manipulación ideológica de la
derecha y el imperialismo especializadas en sembrar escepticismo, resignación y
desesperanza entre los pueblos.
El excepcional triunfo de Evo Morales revela los significativos alcances de esa
toma de conciencia de las masas bolivianas y ratifica, una vez más, que el ciclo
neoliberal está agotado. No sólo las economías no crecen ni distribuyen bajo sus
auspicios, revelándose el carácter fantasioso del famoso "efecto derrame"; peor
aún, las democracias se vacían de todo contenido, se deslegitiman e inflaman la
protesta popular. El pos-neoliberalismo se ha instalado en la agenda de nuestros
pueblos. Y Bolivia, fiel a una tradición insurreccional que arranca desde los
tiempos de la colonia, lo ha expresado del modo más radical. Ratificando el
carácter inherentemente desigual y combinado del desarrollo capitalista, el país
con la estructura social más atrasada se ha convertido, hoy por hoy, en la
vanguardia del desarrollo político, demostrando con esto la miseria de los
economicismos y los determinismos que "deducen", sin mediación alguna, el estado
de conciencia de las masas de sus condiciones materiales de existencia. Ya en
1917 el joven Gramsci, conmovido ante la hazaña de los Soviets en Rusia,
escribió un artículo provocativamente titulado "La revolución contra ‘El
Capital’ " donde comprobaba que la audacia de los obreros, campesinos y soldados
rusos había dado por tierra con las interpretaciones librescas de los
intelectuales de la Internacional Socialista. Como es bien sabido éstos habían
decretado la imposibilidad práctica de la revolución en Rusia, a causa de su
atraso; y su inexorable realización en Alemania, debido a su adelanto
industrial. El veredicto de la historia fue implacable con los cultores de estas
fantasías pseudomarxistas.
Dilemas y desafíos
Morales tiene ante sí un desafío extraordinario. Sabe que, tal cual lo
advirtiera José C. Mariátegui, el socialismo en América Latina será una empresa
heroica, y que no podrá ser "calco y copia." Será preciso animarse a crear, a
buscar un camino propio. Como dijera ese lucidísimo intelectual de nuestra
independencia, el venezolano Simón Rodríguez, "o inventamos o erramos." Evo
tendrá que inventar, y actuar muy resueltamente, si no quiere errar. Fidel, a su
vez, lo repitió una y otra vez: "cada vez que copiamos nos fue mal." Si hay algo
original e inimitable en la historia de los pueblos son las revoluciones.
Ninguna revolución puede ser "calco y copia."
Podría objetársenos la introducción de la palabra "revolución" en todo este
discurso. En el imaginario clásico de la izquierda aquélla se asocia con la
conquista violenta del poder político, con el "acto" revolucionario por
excelencia, perdiéndose a menudo de vista el largo -muchas veces subterráneo y
silencioso- proceso que conduce a esa victoria. Queda en pie la incógnita, nada
teórica por cierto: ¿cuándo y cómo comienza una revolución? En el discurso
pronunciado en la Universidad de Concepción, en Chile, durante su visita a ese
país en 1971, Fidel se refería a este tema y, por añadidura, a la compleja
dialéctica que entrelaza reforma y revolución en los siguientes términos:
"La revolución tiene distintas fases. Nuestro programa de lucha contra Batista
no era un programa socialista ni podía ser un programa socialista, realmente,
porque los objetivos inmediatos de nuestra lucha no eran todavía, ni podían ser,
objetivos socialistas. Estos habrían rebasado el nivel de conciencia política de
la sociedad cubana en aquella fase; habrían rebasado el nivel de las
posibilidades de nuestro pueblo en aquella fase. Nuestro programa cuando el
Moncada no era un programa socialista. Pero era el máximo de programa social y
revolucionario que en aquel momento nuestro pueblo podía plantearse."