Latinoamérica
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Apoyemos la revolución bolivariana
Marcelo Colussi
"Podrán cortar todas las flores, pero no detendrán la primavera"
Empiezo por aclarar que no soy ni un Eduardo Galeano, ni un Noam Chomsky, ni un
Ignacio Ramonet, es decir: un intelectual cuya producción marque rumbo. Soy, en
todo caso, un modesto trabajador de ese campo siempre impreciso llamado "lo
cultural". Y comienzo aclarando esto porque la voz de uno de estos grandes
referentes tiene un peso especial no comparable a la de un articulista de bajo
nivel. Conviene decir esto porque justamente ese tipo de valoraciones (los
"famosos" y los "de abajo") es la que puede encontrar respuestas alternativas en
la Revolución Bolivariana en curso en Venezuela: todos tenemos derecho a opinar,
a decir, a participar; todos estamos llamado a construir un mundo sin "arribas"
y sin "abajos".
Conozco este proceso y lo vengo siguiendo desde hace ya un relativo tiempo,
siempre a distancia, desde fuera de Venezuela; ahora, desde hace un mes,
viviéndolo en su propia tierra. Sin dudas que se puede tener una adecuada
percepción de un fenómeno social desde fuera del mismo; pero es incomparable la
visión que se tiene en el día a día. Compartir la cotidianeidad, hablar con
cualquier ciudadano de a pie, vivenciar las mismas penurias con la gente en la
fila del metro, en una clínica popular de la Misión Barrio Adentro o comiendo
una arepa en un puesto por la calle, en una reunión barrial o en una marcha
campesina, otorga una dimensión más amplia -complementaria sin duda, y por tanto
más enriquecedora- que la lectura de un informe técnico o una evaluación
política racional formulada con criterios sociológicos.
Pues bien, esto pretende ser entonces una evaluación objetiva de un proceso
complejo. Y reitero: evaluación, no manifestación afectiva, visceral. De todos
modos, tratando de ser mesurado e imparcial en la valoración, desde una posición
de izquierda (nunca se puede ser neutro, por más que se sea objetivo) no puede
decirse menos que el proceso en marcha en Venezuela está moviendo las aguas.
Eso, como mínimo. Hoy, en toda Latinoamérica, distintas expresiones de la
izquierda política ocupan administraciones nacionales por la vía del voto
popular; y, convengámoslo, ninguna despierta la reacción virulenta ni de sus
propias oligarquías, ni de Washington. Eso, como mínimo, habría que ponerlo en
el subtítulo de la evaluación que proponemos: si ladran, ha de ser señal que se
está cabalgando. Cosa que no sucede con ninguna de estas otras expresiones de
"izquierda" en otras partes del continente, a excepción de Cuba.
La Revolución Bolivariana es un fenómeno muy complicado, con infinitas aristas.
Pero es, ante todo, una fuente de esperanza. Ahí está su gran fuerza actual.
Después de los años de dictaduras sangrientas que barrieron toda Latinoamérica,
dictaduras que respondían en todos los casos a la estrategia hemisférica trazada
por la Casa Blanca, vinieron los planes neoliberales; valga decir que en
Venezuela, aunque no hubo dictaduras similares a las del Cono Sur o a las de
Centroamérica, en la década de los 70 igualmente se asistió a una guerra sucia
de desapariciones, torturas y masacres contra el movimiento popular que
descabezó todo germen de protesta. También el incipiente movimiento guerrillero
que operó en los 60 fue virtualmente barrido, aunque poco se sabe de toda esta
represión fuera del país, que presenta hacia afuera un perfil de continuidad
democrática y bonanza económica. Pero la represión feroz, igual que en todos los
países del área, estuvo; y esos regímenes sangrientos (con o sin militares en el
poder -Costa Rica tampoco tuvo regímenes de facto e igualmente implementó planes
neoliberales sin anestesia-) prepararon las coniciones para un Carlos Andrés
Pérez, o un Carlos Salinas de Gortari en México, o un Carlos Menem en Argentina,
u otros menos grotescos, los cuales, desde estructuras constitucionales,
pusieron en marcha proyectos de destrucción del Estado y penetración del gran
capital tal como ningún militar (excepto Pinochet en Chile) logró con cárceles y
cementerios clandestinos.
Luego de esas décadas desastrosas, de absoluta desmovilización, de pérdida de
conquistas sociales -en consonancia con el derrumbe del bloque socialista
europeo, que también contribuyó a acentuar el clima de desesperanza- todo el
campo popular entró en repliegue. Las izquierdas políticas quedaron silenciadas,
o transformadas en tibias manifestaciones amansadas, con saco y corbata. Y
recién en años siguientes las izquierdas sociales, las manifestaciones populares
de resistencia (movimientos campesinos, indígenas, desocupados, luchadores por
derechos humanos) volvieron a levantar la voz. Pero la aparición del fenómeno
venezolano es el que realmente le da nuevo aliento a la lucha popular, a la
lucha contra el neoliberalismo.
Fue el calor de la Revolución Bolivariana el que nuevamente pone en la agenda el
tema del "imperialismo", del "socialismo", sacándolos de su lugar de
"monstruosidades demonizadas" condenadas a ser mencionadas sólo por Fidel
Castro, a quien se intentó ridiculizar estos años presentándolo como un
dinosaurio equivocado de época. Pero Castro y la revolución cubana ya no están
sola; y lo que dijeron todos estos años de oscuridad queda demostrado que era
cierto: el imperialismo sigue siendo voraz, el capitalismo no resuelve los
problemas sociales, la empresa privada es eficiente. sólo para ganar dinero. Y
el Estado es la única garantía de equidad para la totalidad de la población y no
un mecanismo deficitario como se quiso hacer creer.
En ese sentido -y esto como para empezar a situar el análisis- la revolución en
curso en Venezuela es una demostración que "no todo está perdido", que la
historia sigue adelante, que la esperanza continúa y los pobres pueden vivir
mejor con un planteo socializante que con el neoliberalismo.
De todos modos, puede abrirse el interrogante respecto a ¿qué es eso del
"socialismo del siglo XXI"? Es un experimento, sin dudas. Hoy por hoy no puede
decirse menos que es algo en total construcción, y nadie, ni Hugo Chávez ni
ningún bolivariano -ni antibolivariano- puede decir con precisión de qué se
trata. Pero quizá escuchar a los antibolivarianos puede dar una primera pista
certera para entender por dónde va todo este experimento.
Es cierto, como lo dice más de un sector de izquierda, que esta economía mixta
donde conviven inversión estatal y gran empresa privada, incluso extranjera,
abre un interrogante sobre qué tipo de socialismo se está construyendo. ¿Pueden
coexistir dos modelos? De hecho, con los cuestionamientos del caso, eso es lo
que sucede en China, o en Cuba. No hay dudas que lo de Venezuela también está en
fase de experimentación.
Lo que la derecha contrarrevolucionaria expresa con vehemencia pinta un talante:
con sus imperfecciones, con sus cosas cuestionables, sin ningún lugar a dudas el
proceso bolivariano ha sacudido estructuras sociales. El pobrerío -como en todos
los países latinoamericanos: amplia mayoría- comenzó a sentir que por vez
primera en la historia del país era empezado a tener en cuenta realmente, que
era algo más que mano de obra o voto para el momento de las elecciones. El poder
popular, los espacios donde la gente común y corriente puede empezar a
manifestarse, a opinar, a tomar la palabra, existen. Eso hace una diferencia: en
ningún otro país del área se vive un fenómeno así. Ahora los pobres pueden
llegar a la universidad, o a los teatros de la élite. Algo está cambiando.
Se podrá argumentar que la participación popular queda subsumida por el gran
aparato eleccionario que es el Movimiento V República -MVR-, gran coalición de
fuerzas donde convive de todo un poco, desde sectores de izquierda marxista a
políticos tradicionales vestidos de bolivarianos, de oportunistas a ex
guerrilleros. Y sin dudas eso es cierto en parte; pero no es menos cierto que
los eternamente excluidos, las grandes masas populares que veían pasar sin
siquiera oler los millones de petrodólares que dieron el toque distintivo a
Venezuela como país "rico" en divisas pero pobre estructuralmente (la "Venezuela
Saudita" como solía designársela), esos sectores son los que hoy ganan la calle,
reciben beneficios reales del proceso en curso, y se movilizan para parar el
golpe de Estado que la derecha y la Embajada de Estados Unidos planificaron en
el 2002. Son esos sectores, los olvidados, los pobres urbanos que atiborran los
cerros circundantes de Caracas, o los campesinos siempre endeudados, sin acceso
a servicios, son esas masas las que ahora se sienten parte del país.
El lema del gobierno lo dice: "Venezuela ahora es de todos". Podrá argüirse que
eso es una consigna populista; pero en sustancia, es real. ¿Acaso con los
presidentes de la "era democrática" sucedió lo que se está dando hoy? Es
realmente increíble ver el despertar de grupos populares por todos lados:
comités vecinales, grupos culturales, comisiones para tratar todos los temas
-salud, educación, condiciones básicas de vida-. Si a eso se lo quiere llamar
"populismo" se debería preguntar entonces: ¿y qué es el poder popular? ¿Por qué
la oligarquía tiembla ante toda esta "chusma" que se organiza? Una vez más ver
lo que dice el discurso contrarrevolucionario puede dar la pauta: los medios de
comunicación privados -que los sigue habiendo, y manejando porciones enormes de
público, además de ganancias fabulosas- no ahorran críticas contra toda esa
"plebe" (los "tierrúos"). ¿Por qué se inquietan tanto? Son esos sectores los que
ahora se movilizan e inundan las calles apoyando las medidas populares que el
gobierno impulsa: confiscaciones de tierras ociosas a los latifundistas, apoyo a
los planes sociales, demostración de fuerza ante cada provocación de los
conservadores. Una vez más: si ladran, algo está pasando.
Esta es una revolución sui generis por la forma en que se instala: no hubo una
sublevación popular ni una lucha armada que la instituyera. Por el contrario, su
líder llega a la dirección de todo este proceso como presidente electo en los
marcos de la democracia representativa de cualquier país capitalista. Fue una
revolución que nació de arriba y luego bajó; pero que inmediatamente encontró un
apoyo insospechado en las bases. Tanto, que fueron esas bases populares las que
la mantuvieron en los momentos más críticos que atravesó: el golpe de Estado, el
paro empresarial, el sabotaje petrolero. Hoy por hoy es ese gran pueblo
movilizado la mejor garantía de su continuidad.
No se encuentra un discurso marxista dominante en todas las estructuras del
gobierno (un poco más puede encontrárselo en las organizaciones populares). Pero
un discurso marxista no es, por fuerza, garantía de nada. ¿Acaso un imagen del
rostro de Marx, o del Che Guevara, asegura el poder popular y la construcción de
no burocratismo, de superación de las contradicciones de clase y de edificación
de igualdades reales? El ideario que levanta el presidente Chávez es amplio, una
mezcla heterogénea de referentes, desde Cristo al guerrillero heroico Ernesto
Guevara, pasando por el Libertador Simón Bolívar y otros próceres
independentistas latinoamericanos. Todo ello puede ser incómodo para algunos
-una derecha recalcitrante- o cuestionable para otros -una izquierda ortodoxa-.
Sin dudas el proceso es novedoso, "raro" si se quiere. ¿Pero acaso todas las
revoluciones tienen que seguir el mismo modelo?
Lo cierto es que hay beneficios palpables para la población: se está terminando
efectivamente con el analfabetismo, de lo cual ha dado fe y felicitado la
UNESCO, los mercados populares con bajos precios -subsidiados por el Estado- son
una importante ayuda para el presupuesto familiar (se estimas que un 75% de la
población hace uso de ellos, incluida la clase media, muchas veces con un
discurso antibolivariano), está garantizado el acceso a sistemas de salud de
alta calidad y a cero costo para toda la población -diagnóstico, tratamientos
varios, medicación, etc.-, colaborando muy estrechamente en esto las misiones
cubanas, por otra lado crece el movimiento de cooperativas como alternativa
laboral con acceso al crédito blando y la capacitación, hay créditos
hipotecarios populares, se avanza aceleradamente en la búsqueda del
autoabastecimiento alimentario, se profundiza la aplicación de la Ley de Tierras
y la expropiación de terrenos ociosos al gran latifundio, avanza la autogestión
obrera en fábricas recuperadas, hay fomento de la pequeña y mediana empresa, la
renta petrolera ahora sí llega a la población, y de hecho hay nuevas y más
profundas medidas de control de las multinacionales petroleras (como la
aplicación del 1%, al 16,5% y ahora a 30% de regalías de los viejos contratos),
hay una explosión de medios de comunicación populares (radios y televisoras
comunitarias, periódicos alternativos), se abre cada vez más el debate sobre el
tema de la discriminación de género, los pueblos indígenas son respetados y
valorizados como no lo habían sido nunca antes. Valga decir que en el año 2004
la economía venezolana fue la que más creció en todo el mundo, alcanzando un
increíble 17% en su expansión. Incluso la gran empresa privada lo ha reconocido,
informado de un crecimiento espectacular en algunos rubros como la venta de
electrodomésticos, de automóviles y en el sector inmobiliario.
En estos momentos, a un mes de elecciones legislativas y a un año de las
presidenciales, la continuidad del proceso revolucionario, si bien no está
garantizada en su totalidad, puede considerarse relativamente segura. Se podría
pensar que en estos momentos el acento está puesto en la fase de consolidación,
dado que las fuerzas conservadoras hacen lo imposible por desestabilizar. Como
no lograron su objetivo de desplazar la revolución con todas las medidas de
hecho arriba mencionadas, ahora la estrategia es el desgaste, el chantaje. Los
medios de comunicación privados siembran a diario la discordia, la
incertidumbre, el envenenamiento social: cada problema que hay en el país -una
alcantarilla tapada, una vaca que muere en el campo, un tiburón que muerde a
alguien en las playas del Caribe, es culpa del gobierno. Y la imagen que
intentan presentar es la de una violencia desbocada que se adueñó de todo el
país, siendo la realidad muy otra: hay delincuencia, pero no más que la que hay
en New York, o infinitamente menos que la que se registra en los países
centroamericanos en post guerra. ¡Y todavía la derecha puede tener el descaro de
decir que no hay libertad de expresión, que se vive una dictadura autócrata!
Ante este panorama de desprestigio y sabotaje continuos el movimiento
bolivariano, moviéndose con gran cintura política, prefiere no entrar en una
confrontación directa apuntando a acumular fuerzas para los combates electorales
que se vienen. Preguntado el presidente Chávez sobre qué significa el
preconizado socialismo del siglo XXI contestó que eso se va a empezar a
construir en el 2007. Seguramente, cuando el camino esté expedito.
Mucho de lo que se está haciendo puede ser cuestionable desde un planteamiento
estrictamente marxista, ortodoxo: de las misiones puede decirse que es una
incógnita si son sostenibles, dado que pueden ser más una respuesta coyuntural
que una política de Estado a largo plazo. Se puede discutir el papel que juega
el empresariado nacional, o la impunidad con que la derecha se mueve, así como
los oportunistas que se encuentran en el gobierno, ninguno de los que nunca,
ante probados casos de malversación, va preso. Sin dudas que todo esto es
cierto. Pero sin entrar en un mecanismo justificatorio que sólo ve logros en el
proceso que se está dando, no es menos cierto que todo esto puede ser antesala
de un salto cualitativo real. Todavía se arrastra el peso de un país capitalista
con toda su cultura consumista y acomodaticia, y por supuesto que no han
desaparecido la corrupción ni el oportunismo; pero no es menos cierto que hay
una batalla declarada contra todo ello.
Todo el proceso bolivariano tiene como referente fundamental a su líder, el
actual presidente Hugo Chávez. Sin ningún lugar a dudas, él es uno de los
grandes estadistas del siglo XXI, de la talla de lo más grande que dio el siglo
pasado: un Castro, un Ghandi, un Mao Tse Tung. Es un genial comunicador que
mantiene un rico diálogo con su pueblo. ¿Qué presidente neoliberal lleva un
programa televisivo semanal de seis horas de duración donde conversa, explica,
discute, enseña e intercambia con su audiencia? Su carisma está fuera de
discusión; pero ello mismo abre el interrogante respecto a qué sucedería con la
revolución si él faltara.
La población mayoritariamente defiende a su presidente, su comandante; y
defiende los logros concretos que la revolución les trae. Por eso ya en nueve
ocasiones votó por esta opción, y la reserva de dos millones de personas con
instrucción militar es una garantía -en principio- de la no intervención militar
del imperialismo estadounidense, o de un triunfo pírrico que se lo hace pensar
dos veces a Washington. Chávez no es Hussein; aquí hay un pueblo dispuesto a
pelear y defender todo el proceso en juego, tal como se demostró en el golpe de
Estado del 2002, cuando una impresionante movilización popular espontánea
impidió la consolidación del gobierno anticonstitucional.
Es importante destacar que cierta izquierda (en realidad, grupos menores con muy
poca incidencia real en la población) denuncia, a veces con vehemencia, todos
estos aspectos criticables de la revolución que mencionábamos (corrupción,
lentitud en algunas medidas, impunidad del empresariado); pero buena parte de
ella ha terminado saliéndose del movimiento bolivariano para ir a ubicarse en la
oposición, aliada con la derecha golpista. En general la izquierda
(intelectuales, artistas, partidos políticos menores) está integrada y apoya el
proceso revolucionario, con más o menos reticencia, pero viendo en ella un
camino abierto, y esas posiciones ultras son más bien marginales.
En pocas palabras pueden dibujarse dos escenarios posibles (como mínimo) de la
revolución para el corto y mediano plazo. Por un lado puede involucionarse hacia
una propuesta de "tercera vía", un capitalismo humanizado, socialdemócrata en el
mejor de los casos. El otro: la profundización hacia el socialismo, definiendo y
poniendo en práctica una clara línea programática en relación a ese nuevo
socialismo del que mucho se habla pero del que todavía no se sabe bien hacia
dónde va.
En ese sentido hay un reto abierto, y por supuesto que puede ser una fascinante
experiencia caminar en el sentido de inventar algo nuevo, superador, realmente
útil. Lo que sí está claro es que hay mucho de incógnita en todo el proceso.
Por supuesto que una radicalización del mismo puede traer una respuesta mucho
más contundente del imperialismo estadounidense. Por lo pronto, en estos
momentos Venezuela está en la lista de los "indeseables" para Washington puesto
que le descuadró el mapa en Latinoamérica. Para inicios del 2005 debía entrar en
vigencia el Tratado de Libre Comercio para las Américas -ALCA-, y a partir de la
"mala conducta" del rebelde Chávez, más la reacción de los pueblos de
Latinoamérica, ello no fue posible. Conclusión obligada para la administración
de Bush: el presidente de Venezuela es el responsable del retraso, por tanto es
el enemigo a combatir. Esa piedra en el zapato para la estrategia hemisférica de
la Casa Blanca, similar a la que representó y sigue representado la revolución
cubana por décadas, es imperdonable. Ese es uno de los motivos fundamentales por
los que apostar por todo este proceso que se da en Venezuela. Defender la
Revolución Bolivariana es defendernos de la recolonización imperial de Estados
Unidos, es apostar por caminos propios, es intentar nuevas vías que tenemos que
ir inventando.
Seguramente lo que sucede hoy en Venezuela no es "marxista" en sentido ortodoxo;
pero ¿acaso eso sirve para desterrarlo desde una lectura de izquierda?
Objetivamente es un polo de avance contra la estrategia de recolonización
continental en la que hoy día está embarcada la administración republicana y las
grandes multinacionales. Eso, por tanto, puede ser germen de un bloque contra
hegemónico de insospechada potencialidad -ahí está la propuesta alternativa del
ALBA como insignia contestataria, y Petrocaribe ya como una realidad palpable,
preparatoria de Petroamérica; y ya es también una realidad Telesur, y ya
comienza a hablarse de una integración real de los países latinoamericanos con
vistas a constituirse en un bloque propio sin injerencias externas potenciando
el Mercosur.
Por todo ello, después de un mes de ver lo que se está gestando, de encontrar un
fervor popular desconocido en cualquier otra descolorida administración
neoliberal con las que nos castigan en Latinoamérica, después de este corto
tiempo no podría decir menos que todo esto debe ser apoyado. Es una ventana de
esperanza que se ha abierto; sería descabellado no apoyarla, y más aún,
criticarla desde una perspectiva izquierdista que termina invalidándola (como de
hecho existen esos sectores ultraizquierdistas que lo hacen), jugando, por
último, como oposición, igual que la gran empresa privada nacional, o que la
CIA.
En la Revolución Bolivariana que se está consolidando en Venezuela tenemos la
ventana que nos puede conducir, como decíamos al inicio, a un mundo no regido
por la ética de "los triunfadores" y los "segundones". Ese es el reto en juego,
y vale la pena tomarlo. Hoy Venezuela es un ejemplo de dignidad para todos los
pueblos de Latinoamérica, o incluso: del mundo. ¿Qué podríamos hacer sino
apoyarla? Después de las décadas perdidas y de la caída del socialismo real, es
nuestra fuente de esperanza. Es nuestra responsabilidad como seres humanos que
seguimos teniendo esperanza en un mundo mejor dar nuestro granito de arena en
esta empresa.