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Filiberto Ojeda: una fuerza transformada
Félix Córdova Iturregui
La resonancia social que ha tenido la muerte de Filiberto Ojeda es suficiente
para considerarla un acontecimiento extraordinario. El operativo del FBI tuvo
como propósito enviarle un mensaje a la sociedad puertorriqueña, y ha recibido,
sin embargo una contestación sorprendente a múltiples niveles. Difícilmente
pueden agotarse todos los elementos que ha puesto en relación el operativo del
FBI. Vale la pena destacar algunos.
La acción del FBI se dio en un contexto histórico que se caracteriza por la
pérdida acentuada de prestigio por parte de las agencias militares y de
inteligencia de Estados Unidos. En la conciencia del pueblo puertorriqueño la
muerte de David Sanes ha hecho eco otra vez en la muerte de Filiberto Ojeda. La
primera fue accidental, según dijo la Marina de Guerra, pero no hubo ningún
intento serio de investigar los sucesos ni de establecer responsabilidades.
Nunca se supo quién fue el que mató a David Sanes, como es probable que nunca se
sabrá quién mato a Filiberto. Ambas muertes exhiben la arrogancia del
imperialismo y su profundo desprecio por los puertorriqueños.
La muerte de David Sanes desencadenó un poderoso movimiento para sacar a la
Marina de Vieques. Pero no debemos olvidar que en la movilización contra el
aparato militar estadounidense, el pueblo de Puerto Rico canalizó toda la
energía puesta en acción durante la lucha contra la privatización de la
Telefónica. El desenlace fue innegable: una derrota significativa del aparato
militar que invadió a Puerto Rico en 1898. La huelga del pueblo coincidió con el
cierre del primer siglo de dominación estadounidense y de ella salió la energía
para expulsar a la Marina de Vieques.
Más tarde el desprestigio de Estados Unidos se acentuó con la invasión a Irak.
El país observó cómo la prepotencia estadounidense se lanzó a la guerra, contra
la opinión pública mundial, en abierto desprecio a las Naciones Unidas,
apoyándose en supuestos informes de sus cuerpos de inteligencia. La guerra
criminal contra Irak no recibió el apoyo entusiasta de ningún sector de la
población puertorriqueña. Desde el principio fue antipática y abonó el
desprestigio de la inteligencia estadounidense: se ha comprobado la inexistencia
de armas de destrucción masiva en Irak y la total falsedad de los informes
secretos utilizados por el gobierno de Bush para justificar la agresión. Cada
vez que llega un cadáver a Puerto Rico como resultado de esa guerra criminal,
mayores sectores de nuestra población trabajadora y pobre sienten la conmoción
en sus raíces.
Tampoco los huracanes de esta temporada han ayudado al prestigio de los Estados
Unidos. Los huracanes Katrina y Rita han puesto de relieve la negligencia del
imperio con sus habitantes pobres, han hechos visibles sus fronteras internas,
el mal aliento de la injusticia y de la marginación social, la ineficiencia del
gobierno cuando se trata de la población negra y empobrecida. Pero el
desprestigio no es algo que se mira en la distancia. Se siente cada día con más
fuerza y golpea el bolsillo del pueblo trabajador de Puerto Rico, manifestándose
en la crisis fiscal de la colonia. El Estado Libre Asociado se devalúa cada día
más en la conciencia de los habitantes de la isla. Esta devaluación está
íntimamente relacionada con más de 15 años de política neoliberal agresiva,
favorecedora de las compañías multinacionales y de la corrupción de empresarios
y políticos locales. La muerte de Filiberto hay que analizarla en este contexto
de profunda pérdida de credibilidad, tanto del gobierno local como de la
metrópoli.
Así podremos comprender por qué el operativo del FBI ha sido considerado en
nuestra sociedad, de forma extendida y unánime, como un asesinato. Esta
apreciación, en sí misma, representa una transformación profunda en la atmósfera
social que vive Puerto Rico. La bofetada más intensa que recibió la acción del
FBI fue la reacción colectiva ante el asesinato de Filiberto.
La presencia de su cuerpo, primero en el Ateneo, luego en el Colegio de
Abogados, y la decisión ambigua de la administración del Recinto de Río Piedras
de la Universidad de Puerto Rico otorgándole un aire oficial al derecho de
asistir al entierro, significó un amplio reconocimiento institucional a la
legitimidad histórica de la lucha representada por Filiberto Ojeda. Pero el
golpe definitivo a la arrogancia estadounidense fue el resultado de la
asistencia masiva de nuestro pueblo a todas las instancias de la actividad
fúnebre. Filiberto Ojeda fue llevado finalmente a su tumba en un entierro que
consistió en un verdadero movimiento de pueblo.
El carácter militante de la masa humana que se movilizó hasta el cementerio fue
el repudio más contundente que jamás haya recibido en Puerto Rico una acción del
FBI. Ese día el pueblo se empeñó en escribir sobre la muerte del luchador, el
signo de la perdurabilidad de su lucha, de la legitimidad de su empeño, y la
derrota previsible de lo que representa la agencia represiva que ejecutó el
asesinato.
¿Qué pasaría por la mente del puertorriqueño Luis Fraticelli, a cargo de la
dirección del FBI en Puerto Rico? ¿Lo sorprendió el apoyo extendido al luchador
caído? Es difícil pensar que la insensibilidad del represor colonial pudiera
figurarse que en la dificultad de dar con el sujeto perseguido, evadido durante
15 años, estuviera previsto un intenso apoyo popular. Su operativo, visto con
sorprendente amplitud como un asesinato, lejos de liquidar a Filiberto Ojeda, le
entregó un héroe a la juventud.
Lares se extendió ese día hasta altas horas de la noche, y en la protesta frente
a la Corte Federal fue alentador observar la presencia masiva de los jóvenes.
¿No estaba muerto Filiberto? ¿Quién respiraba por el inmenso pulmón juvenil que
pareció nacerle al país aquella noche? Desde entonces sangre nueva está en
movimiento en Puerto Rico.
Nunca la dominación colonial se había visto más vieja en Puerto Rico. Nunca el
prestigio de la metrópoli se había visto tan decrepito, ni se había respirado en
la isla un envejecimiento tan acelerado de la estadidad. Ha sido realmente
patético escuchar al liderato del PNP expresar su júbilo ante la absolución de
María de los Ángeles Rivera Rangel, comparando la persecución de los estadistas
por las autoridades federales, con la persecución y la muerte de Filiberto
Ojeda. La comparación misma mide los niveles de corrupción moral del liderato
estadista: mientras un camino está regado con sangre y sacrificio, el otro está
alfombrado con dinero indebidamente obtenido.
La reacción del liderato del PNP pone algo al desnudo. Se ha debilitado
agudamente la hegemonía ideológica estadounidense en Puerto Rico. El sacrificio
y la constancia de Filiberto son estímulos fundamentales para la lucha, pero no
son el programa capaz de derrotar al imperialismo. La construcción de ese
programa es tarea de todas las fuerzas que quieran transformar esta sociedad. El
asesinato del FBI va dirigido, como ejemplo de poder, contra todos los
puertorriqueños. En tiempos de crisis, de deterioro de las condiciones de vida
de la población trabajadora, el imperio establece el precio por retar las
condiciones de su legalidad, garantizadoras de los miles de millones de ganancia
que obtienen sus compañías multinacionales.
Sólo el diálogo más fecundo entre las fuerzas anticoloniales puede profundizar
la resonancia del sacrificio de Filiberto Ojeda. Con el avance de la lucha
ganará mayor espacio en el corazón de su pueblo y Luis Fraticelli sabrá, con
mayor certeza, que con su vil asesinato perdió a su propio pueblo.
Fuente: CLARIDAD -Puerto Rico-