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Latinoamérica

Fujimori:¿Vendrá a piedras gordas.?

Gustavo Espinoza M. (*)

"Piedras Gordas" es el penal de máxima seguridad más moderno que existe en Lima. Originalmente fue concebido durante la administración de Alberto Fujimori, que dio los primeros pasos para su concreción. La quiebra de su régimen, en noviembre del año 2000, dejó el proyecto en ciernes, pero luego el centro penitenciario fue concluido por el actual gobierno. Hoy, alberga a avezados delincuentes, a jefes de bandas delictivas y a otros elementos disociales. Allí podría ser recluido el ex dictador peruano en el caso que prosperaran los requerimientos formulados por el Estado Peruano para su extradición. Entretanto, seremos espectadores -y también actores- de jornadas que asoman inciertas y en las que asomaran sorpresas y definiciones.

Lo primero que debe quedar claro es que Alberto Fujimori no es un ciudadano común y corriente que aspira simplemente a volver al Perú para postular a un nuevo mandato constitucional.

Su figura se gestó cuando nuestro país atravesaba por una profunda crisis de descomposición al que lo habían llevado las fuerzas más reaccionarias de la sociedad. Su antecesor más inmediato, Alan García, había generado un clima de desgobierno absoluto como parte de los planes de dominación del capital financiero. Parte de ellos había sido la violencia generalizada, alentada a partir del accionar terrorista de estructuras artificialmente montadas para tal efecto. El terrorismo de Estado, en efecto, se vio complementado dócilmente con las actividades desatadas por Abimael Guzmán y los suyos que, envueltos en presuntos "ideales revolucionarios", alentaban el caos que sirvió como caldo de cultivo a la administración fujimorista.

A fines de los ochenta el país estaba a punto para que se impusiera en forma definida un régimen neo nazi que instaurara un "modelo" de dominación definitivo. Un grupo de altos oficiales de la institución armada diseñó un esquema que se conoció como el "Plan verde",  un proyecto político-militar basado en la instauración de un gobierno al estilo Pinochet, que destruyera al movimiento popular y remachara los vínculos que atan al Perú con el neo liberalismo en marcha. Aunque el proyecto falló porque fue puesto en evidencia por algunos medios de prensa, su esencia se mantuvo, y adquirió forma en el marco de los comicios de 1990. Su abanderado, Mario Vargas Llosa, fue derrotado en aquella ocasión precisamente por Alberto Fujimori que se propuso cuestionar y rechazar ese "modelo".

Una vez en el gobierno, espectacularmente Fujimori cambió su ubicación en el escenario político, y luego de su primer viaje a Washington y sus tratativas con el Fondo Monetario, retornó al Perú para imponer el programa de quienes fueran sus adversarios. Para hacerlo mejor, se alió con la burguesía más reaccionaria y poco después dio el Golpe de Estado del 5 de abril de 1992.

A partir de entonces el gobierno de Fujimori fue una dictadura abierta del gran capital. No sólo operó en el plano de la economía, sino que abarcó todas las esferas de la vida peruana, incluidos los derechos humanos, las libertades políticas, la educación, la legislación del trabajo. Como parte de su esquema de dominación se institucionalizaron las prácticas del Estado Terrorista. Así, se generalizaron las ejecuciones extrajudiciales, las privaciones ilegales de la libertad, las desapariciones forzadas, la habilitación de centros clandestinos de reclusión y el uso de la tortura.

Como en todos los casos, la represión estuvo condicionada al grado de resistencia popular. Se cebó entonces contra los adversarios más temibles del régimen y contra los sectores a los que se buscaba apabullar e intimidar: los trabajadores, la juventud y el campesinado. Hoy se sabe, sin embargo que todo ese clima de terror -para el que se magnificó el accionar senderista- fue en verdad una cortina orientada a ocultar otro tipo de latrocinios: la camarilla gobernante se llevó al país en peso. No menos de diez mil millones de dólares fueron sustraídos del erario público o simplemente robados por las autoridades que luego fugaron del país, como ocurrió con el mismo Fujimori. Por todos esos crímenes, hoy está requerido por la justicia.

El segundo asunto que debe estar claro es que en torno a la defensa de Fujimori se ha articulado una mafia extensa y poderosa. Altos Mandos de las Fuerzas Armadas de ayer y de hoy, ligadas a esta actividad corrupta o violadora de los derechos humanos; grupos empresariales de innegable capacidad operativa, como el Grupo Romero asociado al capital transnacional y otros; capillas partidistas y líderes de fuerzas políticas tradicionales, como el núcleo dirigente del APRA y Alan García; formaron parte desde un inicio de una suerte de "Estado Mayor" que se dividió las tareas para perpetuar el régimen fujimorista, en un inicio, y no castigar después sus tropelías. Hoy se les conoce en el país como los gonfaloneros de la Mafia, pero siguen manteniendo en sus manos el control de importantes medios de comunicación, el sistema financiero, el accionariado de las grandes empresas y el capital.

Es claro, en efecto, que el vientre que alumbró a esa dictadura, siguió fecundo y que hoy se empeña en tener nuevas crías. Necesita para eso restablecer su dominio completo sobre la vida nacional, para lo que requiere aplastar a todas las fuerzas que le hacen resistencia. Y ahora está en ese empeño. Por eso es que puede afirmarse que Fujimori no es un francotirador ni un aventurero suelto en plaza. Admitir que es una pieza clave de una operación de mucho más importancia y que se orienta a atenazar al Perú en momentos en los que en casi toda América del Sur surgen regímenes contestatarios al garrote imperialista; es sin duda una tercera evidencia.

Su llegada al Perú confirma todo esto. Pese a estar requerido por la INTERPOL y tener orden de captura  internacional, de ser uno de los diez más corruptos del mundo y de conocerse ampliamente su jugoso prontuario; pudo salir de Tokio y arribar a las islas Guam en un avión de itinerario para luego salir rumbo a América en una nave especial y privada haciendo "escalas técnicas" en Atlanta y México hasta llegar a Chile.

¿Por qué precisamente a Santiago de Chile? ¿Por qué no a Quito, o a Bogotá, o a Rio de Janeito o a Brasilia? . Los medios de prensa peruanos no alcanzan a ponerse de acuerdo en la materia. Y es que, por razones de clase prefieren obviar lo que mucha gente conoce: durante los diez años de administración fujimorista nadie recibió mayores beneficios y facilidades en el Perú que los consorcios chilenos. Fujimori abrió las puertas a los grandes consorcios comerciales como Saga Falabella o Ripley; pero también a las Administradoras de Fondos de Pensiones; a las empresas Inmobiliarias; a las financieras; a los consorcios textiles, a las empresas de seguros, a las líneas aéreas y a las instituciones de servicios. Gracias a esa política, la inversión chilena, que se situaba en los 600 millones de dólares en los inicios del 90, pasó a ubicarse en los 4,000 millones de dólares diez años más tarde.

Cuando Andrónico Lucsick dio dos millones de dólares para la tercera reelección de Fujimori el año 2000 en los salones del Servicio de Inteligencia y mantuvo un diálogo fluido con el asesor de inteligencia del régimen, no estaba sólo pagando favores recibidos. Estaba también pavimentando la pista que le multiplicaría las ganancias más adelante. Esa fue la lógica no sólo de Lucsik, sino de todos los exponentes del Gran capital que, en el país del sur, le abrieron las puertas a Fujimori y que anidan la esperanza que retorne al Perú en posiciones de gobierno.

La llegada de Fujimori a Santiago trajo una significativa secuela. Los candidatos más conocidos, como Alan García o Lourdes Flores fueron atacados por una súbita afasia y prefirieron callar en todos los idiomas. Los medios de comunicación, buscaron "acomodar" la noticia a sus intereses específicos, pero uno de ellos -el diario La Razón- se pintó de cuerpo entero: publicó una suerte de afiche en su portada anunciando gozoso el retorno del dictador. La semana anterior, significativamente, había dado sus primeras planas en beneficio de "la nueva estrella" del escenario político peruano: Ollanta Humala, con una suerte de "entrevista del siglo".

El hilo que entreteje los vínculos de la Mafia en el Perú es muy extenso y significativo, pero aún no está plenamente al descubierto. Falta aún despejar muchas incógnitas, pero ellas irán haciendo noticia más adelante. Al fin del camino se podrá saber si, finalmente, el dictador llegará a "Piedras Gordas" (fin)

(*) Del colectivo de Dirección de Nuestra Bandera