Latinoamérica
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La situación pre-electoral en Nicaragua
La estaca en el corazón
Sergio Ramírez
La Jornada
Masatepe, Nicaragua. No sé si a Somoza le hubieran perjudicado en algo las
encuestas, pero el caso es que en aquel tiempo no las había. Me imagino, sin
embargo, lo que hubiera dicho al ser confrontado con los resultados de alguna,
pulverizado por el peso implacable de la opinión pública: "no creo en las
encuestas porque han sido mandadas a hacer por mis enemigos". Y quizás hubiera
dicho también: "no hay más encuesta que el día de las elecciones, allí nos
veremos las caras", seguro como estaba de que al ser contados los votos por
fieles subalternos suyos, siempre saldría ganador.
El viejo Somoza tenía un fiel subalterno de éstos que digo: el doctor Modesto
Salmerón, abogado y notario que inscribía en el registro público todas sus
propiedades mal habidas, y que también le contaba los votos. Ya cerradas las
urnas, lo llamaba siempre para preguntarle cuántos votos quería sacar. En las
elecciones de 1947, el doctor Salmerón ordenó que los votantes debían alinearse
en dos filas en los recintos de votación, una con los que iban a votar por el
candidato del gobierno, escogido por Somoza, y otra con los que iban a votar por
el candidato de la oposición. El propósito era amedrentar a los enemigos de la
paz y la democracia.
Cuando se presentó Somoza a votar a la mesa que le tocaba, muy temprano de la
mañana, se halló que en la fila del gobierno no había nadie, y en la del
candidato de la oposición la cola daba la vuelta a la esquina. No se inmutó.
Depositó su voto, sin necesidad de hacer fila, ya se sabe, y subió a su Cadillac
negro bajo la rechifla general de los votantes, a la que contestó con la señal
de la guatusa, que en España llaman higa. Una semana pasaron las urnas
electorales secuestradas en los sótanos del Palacio Nacional, hasta que el
doctor Salmerón proclamó ganador al candidato que había perdido.
¿Por qué me entretengo en esta vieja historia? Porque hoy mismo en Nicaragua,
los que están en la cola de las encuestas dicen que las encuestas mienten en
contra de ellos, y por tanto no sirven. El comandante Daniel Ortega, por
ejemplo, es uno de esos reiterados incrédulos, aunque los datos que no lo
favorecen vienen de firmas encuestadoras diferentes, y coinciden no sólo en
revelar que los ciudadanos lo juzgan mal en cuanto a imagen y simpatía, sino que
muy pocos votarían por él si se presentara como candidato a la presidencia en
las elecciones del año que viene, que ya están a las puertas.
Sin embargo, no sobra recordar que un día el comandante creyó en las encuestas,
como estoy seguro que de todas maneras hoy sigue creyendo. Para las elecciones
de 1990, cuando éramos los dos parte de la misma fórmula, hacíamos una encuesta
por semana, para nuestro consumo, y contratamos a Stan Greenberg, quien luego
sería el encuestador estrella de las campañas de Clinton, para que nos ayudara a
leer las nuestras. Pero las leímos como quisimos, al revés, porque nos decían
que íbamos a perder, y la palabra perder no estaba en nuestro vocabulario.
¿Sigue leyendo el comandante Ortega al revés?
Pero no sólo opinan mal los ciudadanos de su persona, sino también de sus obras,
la más repudiada de todas el pacto que tiene acordado con el doctor Arnoldo
Alemán, quien también recoge muy poco en las encuestas, y en esto van bastante
parejos. El problema para el país es que entre los dos controlan el poder en
Nicaragua, a pesar de que no cuentan con el favor popular: los diputados de la
Asamblea Nacional, los magistrados del sistema judicial, el fiscal, los
contralores, el tribunal electoral que tiene la potestad de contar los votos.
El problema se vuelve más grave si pensamos que ninguno de los dos se siente
dispuesto a aceptar que no tienen respaldo popular, y que por lo tanto perderían
sin remedio no sólo las elecciones presidenciales, sino también la mayoría
parlamentaria que forman entre ambos, y que les permite controlar la totalidad
del poder, tal como queda explicado, salvo el gobierno que resiste solitario. El
riesgo es, entonces, el fraude electoral, mediante la invocación del viejo
espíritu del doctor Salmerón.
Si las encuestas no valen para nada, como reza el alegato, los que van a la cola
pueden perfectamente resultar triunfadores, que de eso ya vimos que hay
experiencia. Y lo primero será salir de los candidatos disidentes que estorban,
porque tienen el respaldo popular mayoritario, Herty Lewites, disidente del FSLN
de Daniel Ortega, y Eduardo Montealegre, disidente del Partido Liberal de
Arnoldo Alemán. La manera de hacerlo, como está ya anunciado, es inhibiendo a
ambos mediante decisión del Consejo Supremo Electoral, en acatamiento de alguna
sentencia judicial de las muchas que se fabrican en Nicaragua, porque aunque
llegue a faltar la energía eléctrica a consecuencia de los drásticos
racionamientos, o la ciudad de Managua quede paralizada por las huelgas de los
lagartos empresarios de transporte, la fábrica de sentencias es la única que
nunca se para. Es decir, la cosecha de sentencias nunca se acaba.
Nicaragua sigue apostando por la democracia, las encuestas lo demuestran. La
gente no quiere pacto, no quiere candidatos eternos, no quiere diputados
serviles, no quiere jueces de partido, y respalda a los dos candidatos que,
rebelándose contra esa funesta cauda de males, proponen acabar con el pacto que
engendra esa misma cauda de males. Entre Lewites y Montealegre, creamos a las
encuestas, suman más de 70 por ciento del voto, y tendrían los dos votos la
mayoría necesaria en la Asamblea Nacional para reformar la Constitución y anular
el pacto.
La única manera en que el fantasma del doctor Salmerón no planee sobre nosotros
dejando su olor a azufre es que las elecciones de 2006, que ya vienen, puedan
ser unas elecciones de verdad. Unas elecciones en serio, vigiladas desde dentro
y desde fuera. Lo peor que puede pasar a los dueños del pacto es que si arreglan
unas elecciones para ellos solos, sacando del juego a los que las ganarían, esas
elecciones no tengan legitimidad alguna, ni para los ciudadanos ni para la
comunidad internacional.
Necesitamos, por tanto, decenas de observadores, mejor centenas, de dentro y
fuera de Nicaragua, pero no para el día mismo de las elecciones, sino desde
ahora. Los observadores deben abortar las inhibiciones arbitrarias de
candidatos, deben observar con lupa la renovación y extensión de cédulas, la
depuración del padrón electoral, la justa representación de los partidos
contendientes hasta en la última de las mesas electorales, la asignación de los
recursos estatales de campaña, aun el proceso de imprimir las papeletas de
votación y establecer conteos paralelos a los resultados oficiales.
Que nadie venga a decirme que la presencia masiva de observadores
internacionales es una violación de la soberanía. Los tuvimos en abundancia para
las elecciones de 1990, llamados por el propio gobierno sandinista para que
certificaran nuestra victoria, y les dimos crédito cuando certificaron nuestra
derrota.
Así que no hay que dejar sola a Nicaragua en su lucha por librar a su democracia
de quienes la tienen secuestrada. Vengan. No dejen salir de su sarcófago el
espectro del matrero doctor Salmerón. Hay que clavarle al pacto la estaca en el
corazón.
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