Latinoamérica
|
La amenaza de la esperanza en América latina
Naomi Klein
Cuando Manuel Rozental llegó a casa una noche del mes pasado, unos amigos le
dijeron que dos hombres desconocidos habían estado haciendo preguntas acerca de
él. En esta comunidad indígena muy unida, al sudoeste de Colombia, rodeada
de soldados, paramilitares de derecha y guerrillas izquierdistas, nunca es buen
señal que forasteros lleguen a preguntar por uno.
La Asociación de Consejos Indígenas del Norte de Cauca, que lidera un movimiento
político que es autónomo de todas aquellas fuerzas armadas, se reunió de
emergencia. Decidieron que Rozental, su coordinador de comunicaciones,
quien había jugado un rol decisivo en las campañas por la reforma agraria y
contra el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, tenía que exiliarse
del país de urgencia.
Estaban seguros de que esos desconocidos habían sido enviados para matar a
Rozental; la única pregunta era, ¿por quién? ¿Por el gobierno nacional
respaldado por EE.UU.? el cual tiene fama por utilizar a paramilitares de
derecha para realizar su trabajo sucio ¿O fueron las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC)? el más antiguo ejército guerrillero marxista
en Latinoamérica, que hace su trabajo sucio por cuenta propia.
Extrañamente, ambas posibilidades eran factibles. A pesar de estar en
campos opuestos de una guerra civil que se libra desde hace 41 años, tanto el
gobierno de Uribe como las FARC concuerdan que la vida sería infinitamente más
sencilla sin el movimiento indígena del Cauca, que es parte de una fuerza
política cada vez más influyente que ha irrumpido en América Latina, y que
cuestiona las estructuras tradicionales de poder, desde Bolivia hasta México.
Las FARC, que pretenden ser la única voz de los pobres de Colombia, han
secuestrado o asesinado a destacados líderes indígenas en el Norte del Cauca.
Y a las autoridades indígenas se las había informado que las FARC deseaban la
muerte de Rozental. Durante meses, circulaban rumores de que él era la
peor cosa que uno puede ser, a criterio de un movimiento guerrillero de
izquierda: un agente de la CIA. Pero ello no significa que los forasteros
eran asesinos de las FARC, porque otros rumores también se habían propagado, a
través de los medios de difusión, por intermedio de agentes del gobierno.
Sostenían que Rozental era la peor cosa que uno puede ser a criterio de un
político de derecha, a sueldo de Bush: "un terrorista internacional".
El 27 de octubre, el Consejo Indígena, que representa a unos 110.000 indios Nasa
de esa región, publicó un comunicado oficial enérgico: "Manuel no es ningún
terrorista. Él no es paramilitar.
No es agente de la CIA. Es parte de nuestra comunidad, y no debe ser
silenciado por las balas". Los líderes Nasa dicen que saben por qué
Rozental, quien ahora vive en el exilio en Canadá, ha recibido amenazas.
Es por la misma razón que dos aldeas indígenas pacíficas del norte de Cauca
fueron convertidas en zonas de guerra, después de que las FARC atacaran puestos
de la policía en lugares céntricos, dándole al gobierno un pretexto para
efectuar una plena ocupación.
Todo ello está sucediendo porque el movimiento indígena en Cauca, como en buena
parte de América Latina, está de pie. En el último año, los Nasa del norte
de Cauca han llevado a cabo las protestas antigubernamentales más grandes de la
historia colombiana reciente y han organizado referéndums locales contra el
libre comercio que fueron acatados por el 70 por ciento, más que cualquier
elección oficial (con un resultado casi unánime del "No"). Y en
septiembre, millares de personas se tomaron dos haciendas grandes, forzándole al
gobierno a cumplir con su promesa pospuesta de un arreglo de tierras.
Todas estas acciones se desarrollaron bajo la sola protección de la Guardia
Indígena de los Nasa, que patrulla su territorio armada solamente con palos.
En un país gobernado por los M-16s, AK-47s, las bombas con tanque de gas y los
helicópteros Black Hawk, esta combinación de militancia y de no-violencia es
inédita. Y ése es el milagro tranquilo que los Nasa han logrado: reavivar
la esperanza que murió cuando los paramilitares mataron sistemáticamente a
políticos izquierdistas, incluyendo a docenas de funcionarios elegidos y dos
candidatos presidenciales de la Unión Patriótica.
Al final de la campaña sangrienta de inicios de los años noventa, las FARC
concluyeron -como se puede comprender- que involucrarse abiertamente en la
política era una misión suicida. La clave del éxito de los Nasa, dice
Rozental, es que no están intentando asumir el control de las instituciones del
Estado, que "han perdido toda legitimidad". En lugar de ello, "están
construyendo una nueva legitimidad basada en un mandato indígena y popular que
ha surgido de congresos, asambleas y elecciones participativos. Nuestro
proceso y nuestras instituciones alternativas avergüenzan a la democracia
oficial. Es por ello que el gobierno está tan molesto".
El pueblo Nasa ha roto la ilusión, acariciada por ambos lados, de que el
conflicto de Colombia se puede reducir a una guerra entre dos actores. Sus
referéndums sobre el libre comercio han sido replicados por instancias
no-indígenas -sindicatos, estudiantes, campesinos y políticos locales- en todo
el país; sus tomas de tierras han motivado a otros grupos indígenas y campesinos
a hacer lo propio. Hace un año, 60.000 personas marcharon para exigir paz
y autonomía; el mes pasado, esas mismas demandas fueron repetidas por marchas
simultáneas en 32 municipios de Colombia. Cada acción, explica Héctor
Mondragón, destacado economista y activista colombiano, "ha tenido un efecto
multiplicador".
A través de América Latina, está en curso asimismo un efecto multiplicador
explosivo, allí donde los movimientos indígenas están redibujando el mapa
político del continente, exigiendo no solo "derechos", sino un reinvención del
Estado desde un enfoque profundamente democrático. En Bolivia y Ecuador,
los grupos indígenas han demostrado que tienen el poder de derrocar gobiernos.
En Argentina, cuando las protestas masivas expulsaron a cinco presidentes en
2001 y 2002, las palabras de los Zapatistas de México retumbaron en las calles
de Buenos Aires.
Enfrentado a las protestas masivas durante la Cumbre de las Américas en
Argentina, George W. Bush vio de primera mano que el espíritu de esa
rebelión está vivo y coleando. Y aunque presidente Bush no aceptó la
oferta de Hugo Chávez de debatir abiertamente sobre los méritos del "libre
comercio", el hecho es que el debate ya se ha realizado en las calles del
continente y en sus urnas; y Bush lo ha perdido. Consideremos esto: la
última vez que los 34 jefes de Estado se reunieron, fue en abril de 2001 en la
ciudad de Québec; era la primera cumbre de Bush luego de su elección y él
anunció con gran confianza que el Área de Libre Comercio de las Américas sería
ley para el 2005. Ahora, cuatro años más tarde, las caras de muchos de sus
colegas han cambiado, y Bush no puede siquiera colocar al ALCA en la agenda de
la reunión, mucho menos conseguir su firma.
Al igual que en Colombia, hay intentos a través del continente de tildar como
terroristas a los movimientos impulsados por indígenas, que están detrás de este
cambio político masivo. Por ello, poco sorprende que Washington esté
ofreciendo ayuda militar e ideológica. El Congreso ha aprobado duplicar el
número de soldados estadounidenses en Colombia y se ha aumentado notablemente la
actividad de tropas de ese país en Paraguay, cerca a la frontera boliviana
-preocupantemente cerca-, país que podría ver un cambio decisivo hacia la
izquierda en las elecciones próximas. Mientras tanto, un estudio reciente
del consejo nacional de inteligencia de EE.UU. advirtió que los
movimientos indígenas, aunque son pacíficos ahora, podrían "considerar medios
más drásticos" en el futuro.
Los movimientos indígenas son de hecho una amenaza a las políticas agotadas del
libre comercio que Bush está pregonando actualmente, con cada vez menos
compradores, en toda América Latina. Su poder proviene, no del terror,
sino de una nueva corriente de esperanza, resistente al terror, tan robusta que
puede enraizarse en medio de la guerra civil aparentemente sin esperanza de
Colombia. Y si puede crecer allí, puede echar raíces dondequiera.
(Traducción ALAI) - Esta columna apareció originalmente en The Nation http://www.thenation.com/docprem.mhtml?i=20051121&s=klein