Latinoamérica
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"La conjura contra América", una reseña crítica y un examen de la realidad
Gilad Atzmon
Rebelión
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Por casualidad tomé en mis manos el último libro de Philip Roth precisamente
el día en el que el presidente iraní decidió compartir sus pensamientos sobre la
legitimidad del Estado judío con unos cuatro mil estudiantes. Fue pura
coincidencia. Hace casi un año unos amigos sugirieron que prestara atención a
"La conjura contra América" de Roth. El pesado libro con tapa en cartoné esperó
pacientemente que le prestara atención desde la última Navidad junto a mi cama,
pero de alguna manera no encontré ni el tiempo ni la energía necesarios para
lanzarme a un viaje por el mundo imaginario de Roth. Así que fue pura casualidad
el que precisamente al comenzar mi paseo solitario por el laberinto de Roth,
toda la comunidad internacional se uniera contra el presidente Ahmadinejad. Pero
no sólo la comunidad internacional expresó su indignación en el momento deseado,
también estuvo presente sobre todo en todos los medios noticiosos occidentales e
incluso se le sumó uno que otro político palestino oportunista ansioso de
merecer un instante en las pantallas de CNN.
No me fue fácil contemplar como el presidente iraní era apaleado por todos
lados. Después de todo, tiendo a estar de acuerdo con el presidente Ahmadinejad.
En mis escritos y entrevistas, cuestiono continuamente el derecho a existir del
Estado judío. No significa que se diga que el pueblo israelí deba ser
exterminado. En lo que mí se refiere, el presidente Ahmadinejad se refería
claramente al Estado de Israel y no a su pueblo. Considerando los crímenes
cometidos por el Estado judío, se trata más bien un comentario político justo y
legítimo.
El presidente no sólo tenía derecho a decir lo que dijo, sino que repetía
básicamente el mantra ideológico liberal occidental de la posguerra. Como todos
sabemos, el pensamiento de la izquierda occidental considera que su mínimo común
denominador es su oposición al racismo y al nacionalismo. Para los que no se han
dado cuenta: Israel es racista y fanáticamente nacionalista. Es racista porque
favorece legalmente a lo que clasifica como la raza judía. Su nacionalismo es
fanático porque adopta la tristemente célebre filosofía del Lebensraum a
costa de otras naciones y pueblos. El presidente Ahmadinejad disponía obviamente
de un argumento válido. Además, siguiendo la filosofía liberal occidental, el
Estado judío debería haber sido borrado hace mucho tiempo. Pero, en lugar de
apoyar el espíritu de la observación del presidente iraní, todo el mundo
occidental pasó a denunciarlo y condenarlo.
Mientras el mundo estaba empeñado a dar, con entusiasmo, luz verde al gobierno
israelí para atacar la planta nuclear emergente de Irán, algo que necesariamente
conduciría a una escala de la guerra contra el Islam, yo me lanzaba hacia lo
profundo de la trama de Roth.
Roth es, sin lugar a dudas, un escritor asombroso, pero de alguna manera nunca
me ha convencido. Siempre he tenido el sentimiento de que Roth tiene demasiada
conciencia de su enorme talento, lo que lo lleva a ser a veces ligeramente
técnico y pretencioso. Como es un escritor prolífico Roth puede resultar
ligeramente impersonal para mi gusto y a pesar de ello, en su último libro no lo
es. No se puede encontrar ni una táctica o estrategia literaria impuesta. En su
último libro, Roth es abrumadoramente personal. Aunque parezca sorprendente, la
realidad ficticia que presenta es tan convincente que me cautivó totalmente
desde el comienzo hasta el fin. Estaba tan cautivado, que hasta logré olvidar lo
deprimente que es el mundo en el que vivimos. Evité la guerra relámpago anti-iraní.
La excluí durante tres días y dejé que la comunidad internacional atacara al
presidente iraní con una sola voz judeificada.
"La Conjura contra América" es una historia imaginaria que se va desvelando como
un documento histórico enriquecido por detalles personales. Su tema: ¿Qué habría
sucedido si el as piloto Charles Lindbergh, el hombre que hizo el primer vuelo
trasatlántico en solitario en 1927, el hombre que después calificó a Hitler de
"un gran hombre" y que fue condecorado por el Führer por sus servicios al
Reich, se hubiera presentado como candidato a la presidencia estadounidense
contra Roosevelt en 1940 y triunfado? El mensaje de Lindbergh estadounidense es
clásicamente republicano aislacionista. ‘¡No más guerras! Nunca más volverán
jóvenes estadounidenses a morir en suelo extranjero’. El año es obviamente 1940
y Lindbergh se refiere a Europa y al Pacífico y no a Irak, Afganistán, Siria o
Irán. En el libro de Roth, en lugar de que Roosevelt sea elegido para un tercer
período sin precedentes, Lindbergh vence en una victoria abrumadora. Luego firma
pactos de no-agresión con Alemania y Japón. Poco después el carismático
Lindbergh es vitoreado por toda la sociedad estadounidense. Todo estadounidense
lo ama, con la excepción, desde luego, de los judíos que están lejos de estar
contentos con un presidente ‘amante de la paz’ que colabora con los enemigos del
pueblo judío. Pero en realidad, no corresponde enteramente a la realidad: un
destacado rabino liberal llamado Bengelsdorf se coloca directamente en apoyo del
nuevo presidente.
El narrador es el propio Philip Roth, un niño judío del gueto de siete años, de
Newark, Nueva Jersey. Relata la historia de una familia judía, que confronta un
desastroso cambio político. El joven Phil cuenta la historia del padre, Herman,
la madre Bess y el hermano Sandy. Es una historia de miedo colectivo, la
historia de la reacción de una familia judía ante el aumento del antisemitismo.
Sin embargo, es difícil de determinar en todo el libro si el antisemitismo
constituye una genuina amenaza objetivo o algo causado por los propios judíos.
Esta confusión en sí representa, a mi juicio, el valor literario más importante
del libro.
Roth bosqueja una narrativa muy profunda y compleja en la que cada miembro de la
familia reacciona de modo diferente ante las ‘devastadoras’ circunstancias
históricas. Una vez más, Roth logra transmitir una imagen interesante de la
difícil amalgama de la identidad judía filosófica y sociológicamente. Como la
mayoría de los judíos estadounidenses, Herman, el padre, es claramente pesimista
desde el comienzo. No le da a Lindbergh ni un solo día de clemencia. Sin
embargo, es un orgulloso patriota estadounidense. Exige sus derechos civiles. Si
estuviera entre nosotros, criticaría la catastrófica realidad emergente apelando
a la ideología liberal estadounidense. La madre, Bess, es mucho más práctica,
trata de mantener la cordura de la familia, comportándose como si la vida
debiera seguir su curso. Más que cualquier otra cosa, debe calmar a su marido
pagado de sí mismo. El hermano de Phil, Sandy, es un talentoso pintor y asume un
papel muy interesante. Es el verano desaparece para un "aprendizaje" con un
agricultor tabacalero en Kentucky. De cierto modo, penetra en el corazón de
EE.UU. Después se une a un nuevo modelo de asimilación alentando a muchachos
judíos de la ciudad a seguir su ejemplo. Este programa es organizado por el
rabino Bengelsdorf, el fiel seguidor de Lindbergh. A Sandy le va muy bien,
termina por ser invitado a una recepción en la Casa Blanca. Es, obviamente, más
de lo que Herman puede aceptar. Para Herman, el presidente estadounidense
democráticamente elegido no es otra cosa que un enemigo de los judíos, y se
niega a permitir que su hijo vaya a Washington. La tensión entre miembros de la
familia amenaza su propia estabilidad, y está a punto de desintegrarse. Sin
embargo, durante todo ese tiempo, EE.UU. es mantenido fuera de la guerra. Los
muchachos estadounidenses no mueren en un país lejano. El pueblo estadounidense
está muy contento, pero de cierto modo, los judíos estadounidenses no lo están.
En todo el libro, se presenta al padre Herman como un paranoico judío del gueto.
Su parcialidad total al interpretar la realidad es demasiado trágica. Pero no es
el único con esa obsesión. Junto con sus vecinos del gueto judío de Newark,
logra considerable apoyo del famoso periodista y locutor judío Walter Winchell
que difunde a la nación su veneno contra Lindbergh. No tarda mucho antes de que
a Winchell lo despojen de sus posiciones como periodista, primero en la prensa
impresa y luego de su lugar en la radio a la mejor hora. Pero Winchell no se
rinde: una vez que pierde su puesto, decide presentarse como candidato a la
presidencia. Winchell, el judío, decide remodelar el futuro de EE.UU. En otras
palabras, está decidido a llevar a EE.UU. a la guerra en Europa. Dentro de poco
tiempo en su campaña, Winchell es asesinado. Una vez más, el lector podrá
preguntarse si el asesinato es un acto antisemita o un castigo que Winchell y
los judíos insisten en provocar.
Durante casi todo el libro, no pude decidir si la conjura contra EE.UU. es judía
o más bien nazi. Evidentemente, el que EE.UU. entre a la guerra puede servir su
causa, o fue Hitler quien emplea un agente en el centro mismo de la
administración estadounidense como el cerebro tras la conjura. Cuando llega el
momento, el joven Phil nos suministra una sombra de respuesta.
Hacia el fin mismo del libro Lindbergh desaparece con su avión caza privado sin
dejar una traza. Misteriosamente, los restos de su avión jamás fueron
encontrados. Ninguna evidencia forense puede sugerir lo que le sucedió.
Gobiernos extranjeros presentan sus versiones: los británicos culpan a los nazis
por secuestrar al presidente, los nazis sugieren que fueron ‘Roosevelt y sus
judíos’ los que raptaron al héroe estadounidense. Dichas sugerencias no son otra
cosa que rumores altamente torcidos, sin fundamentos, difundidos para servir una
causa política internacional. Sin embargo, Roth decide deliberadamente que nos
deja con un relato muy personal. Escuchamos el relato del rabino Bengelsdorf
contado por su esposa Evelyn que es la tía de Philip. Brillantemente, la
narrativa histórica de Roth toma la forma de ‘historia judía’ moderna. La
historia es así reducida a un mero informe personal en la forma de un rumor
carente de toda referencia real o forense.
Según la narrativa del rabino Bengelsdorf tenemos derecho a suponer que
Lindbergh fue ciertamente un agente nazi. En todo caso, es hora de recordar que
el presidente Lindbergh de Roth es un personaje ficticio. En realidad Lindbergh,
el hombre real, fue un héroe estadounidense, un hombre que terminó la Segunda
Guerra Mundial como piloto de combate en un P38 a los 42 años. "La Conjura
contra EE.UU." es un cuento ficticio. Lindbergh no fue un traidor, fue un
patriota estadounidense que dio la casualidad que, como muchos otros, admiró a
Hitler durante un tiempo. Lindbergh fue un nacionalista estadounidense que amaba
a su pueblo y que creía verdaderamente que su país debía permanecer afuera de la
‘Guerra Judía’. El Lindbergh de Roth era por cierto imaginario, pero la paranoia
colectiva judía no lo es. Es muy real. Además, la voluntad judía de conformar la
realidad estadounidense es más que real. Lo que es más importante, mientras la
conjura nazi por gobernar EE.UU. es totalmente ficticia, la Conjura Judía por
gobernar EE.UU. es más vívida que nunca. En la actualidad, cuando el ejército
estadounidense actúa como una fuerza de misión israelí en Medio Oriente, cuando
Siria e Irán están a punto de ser aplastados por el poderío
anglo-estadounidense, queda bastante claro cuál puede ser el verdadero
significado de la "Conjura contra EE.UU."
Leí el libro de Roth mientras toda la comunidad internacional estaba hombro con
hombro detrás del criminal de guerra Sharon. Mientras en el libro de Roth, los
Herman Roths y los Walter Winchells esperaban que EE.UU. sacrificara a sus
mejores hijos en el altar judío, ahora vemos a todo el mundo uniéndose a la
guerra judía contra el Islam. Es bastante deprimente ver como nuestros políticos
occidentales adoptan con entusiasmo la versión más corrupta de la moralidad
judía: una visión del mundo totalmente ciega basada en el endoso supremacista de
la justicia del más fuerte. Es obvio que no hay un Lindbergh aislacionista que
nos salve a todos. Por desgracia, no hay siquiera un solo rabino Bengelsdorf que
sugiera una moral judía humana y amistosa como alternativa.
Cuando dejé el libro de Roth, la tormenta respecto al presidente iraní se había
calmado un poco. El mundo judío y el Estado judío tuvieron motivo de celebrar
otra gran victoria. La Asamblea General de la ONU aprobó una resolución
declarando el 27 de enero como el "Día de Recuerdo del Holocausto" anual, en
todo el mundo.
¿Por qué el 27 de enero? Porque es el día en el que fue liberado Auschwitz. La
resolución también rechaza toda negación de que el Holocausto haya sido un
evento histórico en el que tuvo lugar el asesinato masivo de seis millones de
judíos y otras víctimas por Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Al
parecer, la ONU tiene un nuevo papel: aunque se ha involucrado durante en la
salvaguardia de la paz mundial, ahora se preocupa especialmente de salvaguardar
la historia judía. Sin duda, un bellísimo regalo para el Estado judío, un Estado
con el mayor récord de incumplimiento de las resoluciones de la ONU.
Cuando dejé el libro de Roth ya estaba más o menos listo a aprender mi lección.
Una vez más no logré reconocer que el sufrimiento es un asunto exclusivamente
judío, interno. A nadie se le deja participar, ni a los palestinos del campo de
concentración de Gaza, ni a los habitantes masacrados de Faluya y Tirkit. Un
millón de víctimas de Ruanda se quedan obviamente afuera, igual que dos millones
en Vietnam, así como los civiles inocentes de Hamburgo, Hiroshima, Dresden y
Nagasaki y millones de otros que fueron asesinados en nombre de la democracia.
Para cuando "La Conjura contra EE.UU." de Roth llegue a mi estante de libros,
por lo menos estaré de acuerdo conmigo mismo: Hace tiempo que necesitamos a un
joven rabino Bengelsdorf. Si se nos judeifica, más vale que tomemos lo mejor del
judaísmo en lugar de la brutalidad supremacista del sionismo. Ahora que el tomo
de Roth descansa, me doy cuenta de que la conjura actual no es sólo contra EE.UU.
Es una conjura contra la humanidad y la dignidad humana.