Latinoamérica
|
El capítulo agrícola del TLC: partida de defunción al agro colombiano
Aurelio Suárez Montoya
La Tarde, Pereira
Ciérrense cuando se cierren las negociaciones del TLC con Estados Unidos,
Colombia está atónita observando cómo el gobierno nacional, con ministros y
equipo negociador a bordo, se dedicó con frenesí a concluirlas plasmando en
todos los capítulos las exigencias norteamericanas en detrimento de la
soberanía nacional, de los derechos fundamentales de los ciudadanos y del
porvenir social y económico del pueblo.
Con lo ya otorgado, el caso del capítulo de Agricultura es el más patético.
Sin dejar de observar los desastres ocurridos en otras áreas como Inversiones,
donde la política económica se vuelve trizas, Propiedad Intelectual, Servicios,
Compras Estatales y Acceso a Mercados, donde la superpotencia sació su apetito
hasta en rubros como bienes Remanufacturados, o en el de Normas de Origen, donde
insiste en traer cafés procesados con materia prima de otros países, o en los
Textiles, donde extorsionó con el porcentaje de los insumos de las confecciones
beneficiarias de la eliminación de aranceles para lograr el acceso sin impuestos
aduaneros a su algodón. No quedó a salvo ninguna de las estructuras básicas de
la economía nacional; todas se subordinaron al interés estadounidense.
El daño al sector rural es inmediato. Colombia consintió en la importación con
arancel cero de trigo, cebada, soya en aceites finos, algodón, miles de
toneladas de arroz y varios centenares de miles de toneladas de maíz; todos, con
sus subproductos, calidades y derivados, con precios inferiores al costo de
producción. Así se afecta a un porcentaje muy alto de la producción agrícola y,
en particular, la de los campesinos quienes, con los indígenas, elaboran el 67%
de la destinada al mercado interno.
A estas alturas es incierta la suerte que correrán la leche, el fríjol y la
porcicultura, entre otros. Los precios se irán al piso y el diluvio de productos
agropecuarios estadounidenses nos inundará; se desestimó toda advertencia
de estudiosos y gremios, el sentir de la opinión y las consultas ciudadanas que
los productores adelantaron contra ese tipo de acuerdo y, en cambio, se le dio
gusto al senador republicano Chuck Grassley quien anunció su voto negativo al
TLC si ³no se mejoraba la oferta agrícola colombiana².
El gobierno de Uribe decidió expedir partida de defunción al trabajo rural
colombiano.
El proceso de negociación del capítulo de Agricultura consistió en cómo Colombia
a través de él se despojaba de toda protección a su agro. En la segunda ronda,
en Atlanta, acordó que los productos llegarían a tener arancel cero, en Tucson
accedió a eliminar las franjas de precios, en mayo de 2005, de manera irregular,
accedió a eliminar salvaguardias para los cereales de clima frío, a los cuales
en agosto entregó al acceso inmediato, sin el pago de derechos aduaneros, lo
mismo hizo para frutas y hortalizas.
En octubre convino en que para ningún caso, por ³sensible² que fuera, las
salvaguardias serían permanentes y en noviembre, al entregar ³un paquete de
oferta global² definitivo, añadió a todo lo anterior el incremento de los
volúmenes de maíz, arroz, y lácteos que vendrán desde el primer año sin
impuestos a Colombia y el aumento del ritmo al cual irán creciendo. La
contraprestación para este abuso es el acceso de 70 toneladas de yogurt, algunos
quesos y 1.000 toneladas de tabaco colombianos al mercado del Norte.
Casi mil millones de dólares en ventajas anuales a Estados Unidos contra
apenas algo más de un millón para Colombia.
Ni el más desinformado de los colombianos puede aceptar un negocio que coloca en
ruina a más de doce millones de colombianos, los que viven en el campo, con las
consecuencias negativas que sobrevendrán de ella para todos los ciudadanos.
Quienes la fraguaron cargarán con el INRI de la traición a la Patria y la
historia, temprano o tarde, los condenará.