Latinoamérica
|
América XXI
Desde Venezuela para todo el continente
Hora de definiciones para la Comunidad Suramericana de Naciones
Luis Bilbao
Brasilia fue escenario de dos fuerzas en franca colisión: una motorizada por
intereses económicos privados, conceptos ideológicos y proyectos políticos
dispares que, una vez más en la historia suramericana, impulsa hacia la
fragmentación mientras clama por negocios conjuntos; la otra, aquella que pugna
por la integración económica en función de un proyecto estratégico de nación
unificada. Por detrás de ambas, en la reunión presidencial de la Comunidad
Suramericana de Naciones (CSN), realizada en Brasilia el 29 y 30 de septiembre,
podía percibirse la mano invisible del Departamento de Estado, empeñada en
impedir que Suramérica se yerga ante el mundo como bloque regional autónomo.
Contrabalanceada por acuerdos económicos bilaterales de Venezuela con Brasil y
Argentina, el encuentro mostró la encrucijada de difícil resolución en que se
halla el propósito de convergencia regional.
Desde la perspectiva de la unión de los 12 países, la reunión fue un fracaso sin
atenuantes. No asistieron los presidentes de Argentina, Colombia, Uruguay,
Surinam y Guyana. Néstor Kirchner estuvo unas pocas horas en Brasilia, para
firmar acuerdos económicos con su par venezolano y asistir a una cena
protocolar, conducta que acentuó aun más que una completa ausencia su desdén por
el proyecto encabezado por Brasil. El presidente paraguayo se retiró antes de
tiempo, tras proferir una extemporánea y desafiante intervención. Y a la hora de
firmar una declaración final, la oposición de Hugo Chávez al contenido y la
forma del documento, sin bien zanjada in extremis por un gesto concesivo
del mandatario venezolano, expuso en toda su dimensión la pugna estratégica que
atraviesa al heterogéneo conjunto de regímenes y líderes suramericanos.
Paradojalmente, por vía paralela se hizo evidente la poderosa fuerza subterránea
que empuja hacia la convergencia: acuerdos económicos de dispar envergadura pero
pareja trascendencia política fueron firmados por Brasil por un lado y Argentina
por otro con Venezuela como socio común y eje articulador.
Diplomacia en problemas
Itamaraty, la cancillería brasileña, goza a justo título de una áurea de
excelencia. Pero no pudo sustraerse a la profunda conmoción que sufre el
gobierno brasileño, tras las denuncias de corrupción y la renuncia en cascada de
altos funcionarios del Ejecutivo, el Legislativo y el partido gobernante, (ver
informe especial en la última edición de América XXI). A diferencia de otros
encuentros, la organización de esta cumbre mostró deficiencias e incongruencias
propias de un equipo inexperto. La cumbre fue reducida a último momento de tres
a dos días; pero el primero en realidad se limitó a una cena sin brillo,
mientras que el plenario de la jornada siguiente fue poco menos que exclusivo
para informes técnicos de diverso orden, escuchados con gesto distante por
algunos presidentes y con ostensibles signos de ira contenida por parte de
otros. Tras esta inusual muestra de ineficacia de Itamaraty, sin embargo, hay
algo de mayor gravitación que el impacto de la crisis gubernamental: la
Comunidad Suramericana de Naciones como proyecto estratégico de la burguesía
industrial brasileña es resistida a la vez por Estados Unidos, por los dos
socios menores de Brasil en el Mercosur y por Argentina, cuyo gobierno parece
resuelto a declinar una estrategia suramericana en función del choque
competitivo con su gigantesco vecino. A su vez Venezuela, el único gobierno de
la región que teje acuerdos económicos en función de un proyecto estratégico de
convergencia política, colisiona por el ángulo inverso con las tácticas dictadas
al plan de Comunidad suramericana por el ala más poderosa de las clases
dominantes brasileñas. En ese conjunto de contradicciones de difícil ensamblaje,
el gobierno estadounidense ha operado además con vigorosas iniciativas apuntadas
a revertir lo andado por la CSN desde el 8 de diciembre de 2004, cuando se firmó
su acta de nacimiento en Cusco, Perú.
Bajo fuego cruzado, el canciller Celso Amorim hizo evidente su desasosiego
cuando, ante el rechazo de la Declaración de Brasilia por parte de Chávez, vio
el riesgo de un fracaso por demás oneroso para su gobierno. Ante la emergencia
Amorim propuso un plazo de tres meses para avanzar en el debate exigido por
Chávez y un nuevo encuentro presidencial para resolverlo, en diciembre próximo,
en Montevideo, cuando el Mercosur se reunirá conjuntamente con la Comunidad
Andina de Naciones.
El otro carril
Es significativo sin embargo que al mismo tiempo y en el mismo lugar que se
constataba el empantanamiento de la CSN ocurrieran hechos indicativos de que por
otro carril la dinámica de convergencia se mantiene constante.
Observados en su simple enunciado, esos hechos no se diferencian
cualitativamente de aquellos que propone, por ejemplo, la IIRSA: rutas, puentes
y emprendimientos industriales conjuntos destinados a integrar la
infraestructura subcontinental. El jueves 29, a las 18 hs, los presidentes Lula
da Silva y Hugo Chávez firmaron acuerdos por un monto agregado de 4 mil 700
millones de dólares. El componente principal de esos acuerdos es la construcción
de una planta con capacidad para refinar 200 mil barriles de petróleo diarios en
el Puerto de Seape, Pernambuco, destinada a suplir las necesidades de
combustible de todo el Nordeste brasileño. Ese solo proyecto suma 2500 millones
de dólares, integrado en partes iguales por Petrobras y Pdvsa y, a lo largo de
cuatro años, dará lugar a la creación de 230 mil puestos de trabajo. Además
Chávez y Lula presidieron la firma de un preacuerdo para un joint venture
apuntado a la prospección y extracción de yacimientos gasíferos en Venezuela, al
Norte de Paria, donde se estiman reservas por 11 billones de pies cúbicos, que
involucran una inversión de 2200 millones de dólares. Entre otros acuerdos
bilaterales sobresale también la asociación Pdvsa-Petrobras para cuantificar las
reservas de petróleo extrapesado en el Campo de Carabobo, en la faja del
Orinoco, con el propósito de explotación conjunta con una participación del 51%
para la empresa venezolana y del 49% para la brasileña.
En ese acto, realizado en presencia de la prensa internacional y transmitido
directamente por la televisión brasileña, ambos presidentes se respaldaron
mutuamente. El inequívoco compromiso de apoyo a Lula que Chávez hizo público una
y otra vez durante la cumbre en Brasilia, tuvo un contenido singular en momentos
en que el presidente brasileño está bajo fuego. Lula correspondió afirmando que
en Venezuela el régimen no sólo es democrático sino que en ciertas ocasiones
hasta lo es en demasía. Por detrás de esos gestos, emergen factores claramente
diferenciales respecto del contenido de los emprendimientos comunes que, por
ejemplo, Brasil asumió con Perú, o Argentina con Chile: aunque por diferentes
razones, hay aquí un insoslayable choque con la voluntad política explícita e
inmediata del Departamento de Estado estadounidense. "Las concesiones
programáticas del gobierno Lula en prácticamente todos los terrenos no llegaron
al punto que más preocupa a Estados Unidos en este período histórico: la
construcción de una instancia política de unidad hemisférica: la Unión
Suramericana de Naciones. Y, más aun, su alianza estratégica con Venezuela",
decíamos en un balance del viaje de Chávez a Montevideo, Buenos Aires y Brasilia
en agosto pasado (ver Chávez al socorro del Cono Sur; Informe Dipló, 19 de
agosto de 2005).
En la comprensión o incomprensión de esa divergencia estratégica estriba en
definitiva la capacidad o incapacidad de situarse frente a la compleja
coyuntura. En el momento en que desde las filas del propio Partido dos
Trabalhadores emigran dirigentes históricos con gravísimas acusaciones contra la
conducción del partido y el gobierno; en coincidencia con una escalada de
denuncias teledirigidas por Washington con la tesis de que en Venezuela se
degrada la democracia, esta defensa mutua que no excluye la confrontación, como
se vería al día siguiente en el cónclave presidencial, es un signo de
consistencia estratégica en nítida confrontación con la política estadounidense
en la coyuntura regional.
Terminada la ceremonia con Lula, Chávez se trasladó al Hotel donde se alojaría
el presidente Kirchner para realizar otra conferencia de prensa, en la cual se
anunciaron acuerdos comerciales bilaterales entre Venezuela y Argentina.
Estos acuerdos no tienen la envergadura de los realizados con Brasil, pero son
altamente significativos: el gobierno venezolano compra maquinaria agrícola
producida en Argentina, por un monto de 100 millones de dólares; Pdvsa adquiere
una pequeña refinería y más de un centenar de estaciones de servicio; y, sobre
todo, se firma un imprevisto acuerdo entre Pdvsa y Repsol, por el cual la
empresa española cede a la venezolana hasta el 10% de su producción de crudo en
Argentina y a la vez pasa a operar en dos áreas de producción venezolanas (Motatán
y el Bloque Junín 7, en la faja del Orinoco).
Aquí, también, los acuerdos tienen una significación que ultrapasa el hecho
comercial: retoman y aceleran una relación argentino-venezolana definida como
eslabón de un proyecto de integración y convergencia suramericana. De manera tal
que con Venezuela como nexo, Brasil y Argentina asumen -en diverso grado y
calidad pero ambas con signo positivo- el mismo propósito estratégico que
aparece trabado bajo la formulación de Comunidad Suramericana de Naciones.
Definición clave
No hay una causa exclusiva que explique la paradoja de un doble movimiento que
distancia y aproxima a la vez a los países de la región. Pero en el prolongado
discurso de Chávez ante sus pares en Brasilia puede entreverse una razón de
peso: además de poner en discusión un plan de acción con el que nadie puede
disentir públicamente, el presidente venezolano argumentó que para cumplir con
los objetivos de redención social, igualdad, justicia y unificación social y
política, su país avanza hacia el socialismo del siglo XXI.
Incluso los presidentes autodefinidos como socialistas (Lula y el chileno
Ricardo Lagos, en ausencia de Tabaré Vázquez) dieron un respingo ante tal
afirmación. Porque lejos de una definición ideológica, pronunciada en un
encuentro presidencial donde la unión suramericana está puesta en cuestión y
trabada por disputas comerciales crecientes entre los miembros del Mercosur,
aquella aseveración presupone un drástico cambio de criterios: planificar y
producir con el objetivo de satisfacer necesidades de 370 millones de
habitantes, en lugar de proyectar con la búsqueda del lucro empresarial como
punto de partida.
Esa es en último análisis la razón por la cual la CSN está empantanada y el
avance efectivo en torno de la unión suramericana ocurre con eje en Venezuela.
Acaso atraídos por la fuerza gravitatoria del petróleo venezolano, que ya no se
rige exclusiva ni primordialmente por el imperativo mercantil, los gobiernos de
Argentina y Brasil ingresan involuntariamente a un terreno de contradicciones
agudas. Ambos gobiernos asumen de un lado la lógica de mercado como ley mayor
para el relacionamiento regional y, de otro, se adosan a la propuesta de
Caracas. Sin conciencia de la doble dinámica que los atrapa, pasan a ser objetos
de una fuerza invisible que oradará sin demora ni piedad al conjunto del sistema
político suramericano, exigiendo una opción: convergencia de negocios para el
gran capital suramericano o integración regional como instrumento para un
proyecto común a partir de la soberanía efectiva.
De los alineamientos en relación con esa opción depende el ingreso de un nuevo
actor en el escenario mundial dispuesto a romper con las exigencias económicas y
geopolíticas de Washington. Una expectativa ingenua respecto de los gobiernos
más avanzados de la región llevará a inexorables frustraciones, como pueden
comprobarlo hoy no pocos analistas y dirigentes que al momento de la fundación
de la CSN entendieron que el objetivo estaba logrado. Al mismo tiempo, la
inobservancia de la enorme significación estratégica del conflicto objetivo
entre el imperialismo estadounidense y la lógica obligada de un sector del
capital regional, condena al aislamiento, la fragmentación y la impotencia.