Latinoamérica
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José Vicente Rangel
Se acabaron los tiempos de la diplomacia de celofán
Freitag/sinpermiso.info
José Vicente Rangel es uno de los miembros del gobierno de Venezuela que cuenta
con décadas de experiencia política cotidiana. Procedente del partido
Movimiento al Socialismo, MAS (socialista de izquierda) , pasó del
periodismo a convertirse en uno de los más importantes y fiables compañeros de
ruta del Presidente Hugo Chávez. Su pericia diplomática le llevó a los cargos de
Ministro de Defensa y Ministro de Asuntos Exteriores, antes de ser nombrado
Vicepresidente del Gobierno venezolano en Abril de 2002. Raul Zelik le
entrevistó para el semanario alemán Freitag.
FREITAG: Su Presidente acaba de hablar en la Asamblea General de la
ONU, exigiendo allí que la sede de la ONU deje sede ser Nueva York. No puede ser
–dijo Hugo Chávez— que las Naciones Unidas permanezcan en un país que viola de
continuo el derecho internacional. ¿Por qué, ahora que la situación interna de
Venezuela se ha finalmente distendido, se arriesga Chávez a un choque con los
EEUU?
JOSE VICENTE RANGEL: Era ya tiempo de decir las cosas como son. La
diplomacia de celofán, que oculta las realidades tras fórmulas corteses, es
anacrónica. Nosotros creemos, además, que los EEUU no están ahora necesariamente
en situación de buscar el conflicto con un país que exige ser respetado. Porque
finalmente lo que exige Venezuela es ésto: ser tratada con respeto.
Por lo demás, Chávez ha distinguido muy claramente en los EEUU entre Gobierno y
población. Eso no han dejado de percibirlo allí tampoco. No es tan sencillo
aislar hoy a Venezuela como en el 2002: en ese tiempo, hemos desarrollado muchas
relaciones internacionales, más que nunca en nuestra historia. Si hay alguien
que esté hoy aislado en el mundo, son los EEUU, o al menos, la Administración
Bush. Desde luego que muchos gobiernos hacen concesiones a la arrogancia del
poder de Washington. Tienen miedo de los EEUU, y por eso no manifiestan lo que
piensan. No es nuestro caso; nosotros no tenemos miedo al futuro.
¿Podría Vd. describirnos un poco más los objetivos de su política exterior?
C laro. Nostros queremos un mundo multipolar, sin las hegemonías que hoy
existen. De aquí nuestra propuesta de una refundación y una democratización de
la ONU. Las Naciones Unidas funcionan todavía según la lógica de un orden
mundial como el que fue establecido tras la II Guerra Mundial. Pero la situación
internacional actual es diferente. La OEA, la Organización de Estados
Americanos, era hasta hace unos pocos años una especie de patio trasero de los
EEUU. Washington podía imponer allí lo que le daba la gana. Hoy ya no es así. La
OEA, en comparación con la ONU, se ha hecho más flexible. Un segundo motivo
central de nuestra política exterior es la lucha contra la pobreza: el mayor
problema del presente tiene que estar en el centro de toda política.
Venezuela ha promovido en los últimos años la fundación de consorcio
petrolero latinoamericano a partir varias empresas estatales, y ha formado con "Petrocaribe"
una federación petrolera en el Caribe. Varios Estados, además, reciben petróleo
venezolano a precios ventajosos. ¿Cómo se conjugan todas estas medidas con la
política exterior que Vd. acaba de esbozar?
C on esas medidas se concreta una política de integración. Durante
décadas, en América Latina hubo sólo integración retórica, o en el mejor de los
casos, formal. Se discutía sobre aranceles, más no. Hoy tiene la integración de
América Latina y del Caribe una dimensión política. Venezuela es una potencia
energética: disponemos de reservas considerables de petróleo y somos el sexto
país del mundo en el gas. Y geoestratégicamente la situación nos es favorable.
El petróleo venezolano está a cuatro días del mercado norteamericano; el saudí,
a cuatro semanas. Todos los países hacen con sus ventajas comparativas lo que
les parece políticamente más adecuado. La Argentina tiene una producción agraria
enorme, Brasil puede poner sobre la balanza su industria, y nosotros nos
servimos precisamente de nuestras reservas energéticas. Pero la gente se da
cuenta de que a nosotros no nos importa solamente nuestro petróleo, sino que
actuamos solidaria y seriamente en interés de una integración latinoamericana y
caribeña.
Hugo Chávez, en una entrevista concedida al canal de televisión
norteamericano ABC durante su viaje a Nueva York, ha hablado de un "Plan
Balboa", que apuntaría a una intervención norteamericana contra su país. ¿Cree
Vd. que los EEUU, después de lo que ha pasado en Iraq, se arriesgarían a una
segunda aventura militar?
Hay en este sentido dos lógicas. Una está contenida en su pregunta, y dice: Los
EEUU ya tienen en Iraq bastantes dificultades, para meterse en otras, tal vez
mayores. Pero, a menudo, el imperialismo no actúa de formas particularmente
racionales. Si así fuera, no habría invadido Vietnam. Hay algo así como una
lógica de la desesperación. Y el Gobierno Bush, como se aprecia cada día más
claramente, está muy desesperado. Pocas cosas tan peligrosas como un gigante
errático. Los EEUU estaban habituados hasta ahora a que todas las cosas
desagradables pasaran fuera de su territorio. Ninguna de las dos guerras
mundiales afectó al núcleo del territorio estadounidense. Por eso el 11 de
Septiembre o ahora el huracán Katrina han sido experiencias decisivas. Se
ha visto que también en el territorio norteamericano pueden tener lugar
tragedias. O esas circunstancias les mueven a una reflexión autocrítica que les
haga cambiar de política, o se impondrán las tentaciones aventureras. La
racionalidad aconseja que los EEUU no ataquen a Venezuela, pero no es
inimaginable una iniciativa irracional de intervención; tenemos que estar
preparados. Parte de esa preparación consiste en hacer públicos los escenarios
de una intervención.
El Estado venezolano, como propietario de la red de gasolineras CITGO en los
EEUU, ha anunciado que ofrecerá a las organizaciones comunitarias, a las
escuelas y a los asilos de ancianos en las zonas pobres de los EEUU, diesel
calefactor a precios ventajosos. ¿Qué se propone con eso?
Aquí se juntan tres objetivos más amplios. Queremos, en primer lugar, construir
tres nuevas refinerías en los EEUU, pues el refinamiento del petróleo es el
verdadero cuello de botella que hace ahora mismo que los precios se disparen. En
segundo lugar, queremos ampliar la actual red de gasolineras hasta llegar a
tener 14.000 estaciones. Y en tercer lugar, queremos dar impulso a un componente
social, es decir, hacer algo que es completamente extraño a las empresas
norteamericanas. Es posible sin mayores problemas ofrecer a las escuelas o a los
hospitales de los barrios pobres diesel de calefacción y gasolina a precios
ventajosos, sin que el Estado venezolano sufra pérdidas por ello.
Por su peso, el socio más importante en la integración latinoamericana que
Vds. se proponen es Brasil. Pero el Presidente Lula no ha satisfecho las
expectativas que Vds. habían puesto en él. Si el Partido del Trabajo perdiera en
las próximas elecciones brasileñas, ¿empeorarían mucho las cosas para Venezuela?
E l resultado de las elecciones en Brasil sigue abierto. Por otra parte,
yo no creo que lo que ahora está ocurriendo en América Latina pueda explicarse
muy bien por la existencia de éste o aquél gobierno. Se trata de procesos
sociales, que ponen en cuestión el neoliberalismo. Los políticos que ignoren
eso, serán dejados de lado. Piénsese en Presidentes como De la Rúa en Argentina,
Lucio Gutiérrez en Ecuador o Sánchez de Losada en Bolivia. En este sentido, soy
optimista.
A la oposición en su apenas se la ve ya. Más bien parece el Estado mismo el
principal obstáculo del "Proceso Bolivariano". El aparato pone estorbos a la
democratización y a la autoadministración a las que aspiran las comunidades. Su
Gobierno, consciente de eso, ha instituido adrede las "Misiones" –los numerosos
programas sociales— al margen de los ministerios. ¿No habría que destruir
completamente el Estado y crear algo completamente nuevo, si se piensa en serio
en la emancipación de los venezolanos?
E s la pura verdad. Yo suscribiría completamente sus observaciones
críticas. Yo vivo dentro del monstruo, y sé de qué pie calza. Nosotros hemos
heredado toda la burocracia anacrónica del puntofijismo –el anterior
duopolio dominante de los partidos social- y cristiano-demócratas—, que sigue
existiendo amparada en la ley. No podemos despedir sin más a los funcionarios.
Hemos supendido a gente que sabíamos corrupta, y la Corte Suprema declaró
ilegales esas supensiones. Y está bien así: esas decisiones muestran que estamos
en un Estado de derecho.
Las "Misiones" son un intento de sortear el muro de la burocracia, o de hacerlo
más permeable al menos. Algo hemos logrado al respecto: crear estructuras
económicas alternativas y una burocracia alternativa. Pero tenemos que vigilar
que la nueva burocracia no vaya a resultar tan mala, o aun peor, que la de la
vieja República. A fin de cuentas, el problema no tiene sólo que ver con el
personal que procede de los viejos partidos tradicionales, sino con una cultura
política. La corrupción es un Estado dentro del Estado, se reproduce
continuamente. Un proceso difícil, pero también muy estimulante, porque la
Revolución venezolana no es violenta, y respeta el Estado de Derecho.
¿No son los partidos gubernamentales de izquierda un problema mucho mayor aun
que el de la burocracia? A pesar de la retórica revolucionaria, inspiran todo
menos confianza. Hay una absurda lucha por cargos e influencias, y como en todas
partes, mucha corrupción. O al menos eso es lo que cuentan las gentes que vienen
de los movimientos urbanos, que se las tienen que ver con administraciones
regidas por esos partidos de izquierda.
E s probable que haya algo de verdad en eso. No hay que olvidar que los
"bolivarianos" son parte de esa población. No se trata de marcianos que han
aterrizado para hacer una revolución. Yo creo que en las acusaciones de
corrupción a veces se habla un poco a la ligera, pero sin duda se han dado entre
la izquierda muchos casos. No se puede enfrentar el asunto con conceptos como el
de ángel y demonio. O decir: de mi lado están los de las túnicas blancas;
enfrente, los corruptos. Una proceso de transformación como el nuestro no es
ningún fenómeno purista. También entre nosotros hay corrupción, y una perversa
afición a los cargos.
¿No habría que quebrar completamente las estructuras del Estado y de la
democracia, para poder cambiar algo? Finalmente, la democracia representativa
misma es causante del problema.
Por eso queremos crear una democracia participativa en la que la población sea
protagonista y ejerza un control directo sobre los presupuestos públicos.
También aquí desempeña la cultura política un papel decisivo. Si la gente no es
consciente políticamente, puede ser fácilmente manipulada. Se trata de lograr
que una población que durante 50 años no quiso saber nada de política, se anime
a tomar su propias decisiones.
Traducción para www.sinpermiso.info:
Amaranta Süss