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Uruguay, paraíso celulósico Stora Enso se suma a Botnia y a Ence
Daniel Gatti
REL-UITA
De concretarse una ya anunciada inversión de la mayor empresa mundial del
sector, Uruguay se convertiría en uno de los países latinoamericanos con mayor
presencia relativa de fábricas de celulosa. Esta expansión es fuertemente
cuestionada por grupos ecologistas y de productores que defienden un modelo de
desarrollo "auténticamente sustentable".
Esta semana la transnacional suecofinlandesa Stora Enso confirmó que prevé
realizar una inversión total cercana a los 1.000 millones de dólares en Uruguay
en los próximos cinco años. En una primera etapa, la firma, que el año pasado
facturó unos 12.400 millones de dólares y es líder mundial en papel y celulosa,
destinará, entre 2005 y 2006, unos 250 millones de dólares a la adquisición de
100 mil hectáreas en la zona central del país, hoy destinadas al pastoreo y a
diversos cultivos, donde plantará pinos y eucaliptus. Su idea es que esos
terrenos sirvan de "plataforma forestal" para la construcción, previsiblemente
en 2010, de una fábrica de celulosa que se servirá de las aguas del río Negro,
que atraviesa horizontalmente el país y lo divide en dos.
La compañía de capitales mayoritariamente noreuropeos, que dice haber elegido a
Uruguay entre 16 países que evaluó para llevar a cabo este emprendimiento, ya
comenzó a comprar tierras de productores nacionales en función de sus planes de
expansión. Esta sería la segunda inversión en importancia realizada por Stora
Enso en América Latina luego de la efectuada en el sur de Brasil, donde
precisamente este miércoles 28 inauguró la Fábrica de Pulpa Veracel en el estado
de Bahía, en asociación con Aracruz Celulose, la mayor empresa brasileña del
sector.
En Uruguay, Stora Enso se suma a la también finlandesa Botnia y a la española
Ence, que ya tienen avanzados sus planes de instalación en el departamento de
Río Negro, sobre la ribera del río Uruguay, en las cercanías de la frontera con
Argentina. Los proyectos de ambas empresas supondrían una inversión, según
dijeron sus directivos, cercana a los 1.600 millones de dólares, y llevarían la
capacidad de exportación de celulosa del país a unos 700 millones de dólares
anuales, que se sumarían a otros 300 millones que podrían generar otras empresas
que producen madera aserrada y tableros. La capacidad de producción de la
fábrica de Stora Enso sería de un millón de toneladas, la misma que prevé Botnia,
y estaría destinada esencialmente a la exportación.
De acuerdo a Oscar Costa, presidente de la Asociación de Productores Forestales,
en caso de que el sector forestal continuara creciendo al ritmo en que lo hace
desde hace varios años se convertiría en el principal de la economía uruguaya,
superando incluso a la producción de carne, tradicional del país.
Los anuncios de las inversiones de las empresas de celulosa, tanto las de las
que ya están en vías de concreción como la relativamente sorpresiva de esta
semana de Stora Enso, han sido acompañados de estruendosas campañas de
propaganda en todos los medios de comunicación y de una verdadera ofensiva de
seducción dirigida a periodistas y a dirigentes políticos nacionales y locales.
En todas ellas se pone el acento en la cantidad y calidad de los empleos que
estos emprendimientos crean y en lo respetuosos que los mismos son del medio
ambiente.
Yukka Harmala, presidente de Stora Enso, dijo en Montevideo que la planta que su
empresa proyecta generará unos 2.000 puestos de trabajo directos y entre 8.000 y
10.000 indirectos. Cifras similares manejaron los directivos de las otras dos
firmas que se instalarán en Uruguay.
De hecho, la mera posibilidad de que emprendimientos de este tipo lleguen a
concretarse ya ha provocado una verdadera fiebre en las zonas del interior del
país que se verían "beneficiadas", por lo general económicamente deprimidas y
con altos niveles de desempleo.
En Fray Bentos, pequeña capital del departamento de Río Negro en cuyas cercanías
se radicarían las fábricas de Botnia y Ence, el precio de la tierra y de los
alquileres de viviendas se ha incrementado.
Cadenas de hipermercados y de centros comerciales que no estaban presentes en la
zona y sucursales de bancos y de tiendas de la capital planean instalarse en la
ciudad en previsión de la anunciada llegada de miles de personas en busca de un
empleo.
"Es la táctica que han utilizado en todos los países en los que han
desembarcado: seducir a la opinión pública y mostrar las bondades ambientales de
sus instalaciones", comentó el uruguayo Ricardo Carrere, coordinador del
Secretariado Internacional del Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales (WRM,
por sus siglas en inglés).
Carrere, que en junio pasado visitó Finlandia invitado por la Asociación para la
Protección de la Naturaleza de ese país, sostiene que los empleos creados por
las celulosas no son ni tantos ni tan buenos y que el medio ambiente y la salud
humana se ven, sí, seriamente afectados.
"Es la táctica que han utilizado en todos los países en los que han
desembarcado: seducir a la opinión pública y mostrar las bondades ambientales de
sus instalaciones"
Según concluyó un equipo de investigadores brasileños que analizó para el WRM la
calidad del empleo creado por el gigante de la celulosa Aracruz Celulose en ese
país, los puestos de trabajo generados por esas plantas son de dos tipos: los
muy calificados, y los muy poco calificados. Los primeros, bien remunerados y
que gozan de protección social, son ocupados en gran medida por técnicos
originarios de los países centrales de donde provienen las empresas. A los
"nativos" van los otros, los escasamente calificados, que además son mal
remunerados y por lo general tercerizados, es decir carentes de protección
social.
En cuanto al respeto del medio ambiente, Carrere sostiene que en la propia
Finlandia "las fábricas de celulosa tienen una larga historia de contaminación.
El mismo grupo de empresas (UPM/Kymmene, Metsa-Botnia, M-Real, Stora Enso) que
ahora se presentan al mundo como cuidadosas del medio ambiente contaminaron
impunemente durante décadas el agua, el aire y la salud de la gente de ese país.
Fueron las luchas ambientalistas de los años ochenta y principios de los noventa
las que finalmente obligaron a la industria mundial de la celulosa y el papel a
introducir cambios tecnológicos para limitar sus emisiones y efluentes
contaminantes". Pero aun así, los malos olores clásicos de este tipo de
establecimientos y la contaminación generada persisten, señala el técnico.
En países subdesarrollados como los latinoamericanos es muy poco probable que la
situación sea mejor que en los centrales, a pesar de que los responsables de las
empresas del sector machaquen y machaquen que utilizarán los mismos mecanismos
de control y las mismas técnicas para limitar la contaminación que se emplean en
la Unión Europea.
Así lo entienden, por ejemplo, grupos ambientalistas uruguayos y organizaciones
sociales del más diverso tipo de la ciudad argentina de Gualeguaychú, vecina a
Fray Bentos, que han alertado sobre las consecuencias negativas que tendría la
instalación de las plantas de Botnia y Ence sobre las aguas del río Uruguay,
compartido por ambos países.
Jorge Busti, gobernador de Entre Ríos, provincia argentina a la que pertenece
Gualeguaychú, acusó al gobierno uruguayo de violar el tratado bilateral sobre el
río Uruguay y anunció que lo demandará ante la Corte Interamericana de Derechos
Humanos por los daños causados al ambiente y a las economías locales.
"Estamos haciendo un estudio cuyos trabajos preliminares indican que la
depreciación que se produciría en toda la zona de Gualeguaychú y sus alrededores
es de 30 por ciento de la producción agrícola, avícola, apícola y el turismo,
que en cifras sería de 600 millones de dólares", señaló Busti este lunes 27.
Las asociaciones de Gualeguaychú, que se han venido movilizando intensamente
desde hace meses contra las plantas de celulosa y que en ese marco organizaron
esta semana una manifestación que reunió a varios miles de personas en la zona
limítrofe, interpusieron ante el Banco Mundial un recurso para que no otorgue un
crédito de 200 millones de dólares solicitado por Botnia para sus proyectos en
Uruguay.
Entre el 10 y el 14 de octubre un equipo del ombudsman de la Corporación
Financiera Internacional (CFI, dependiente del Banco Mundial) se instalará en
Montevideo y al cabo de un mes se expedirá sobre la demanda.
"La guerra de las celulosas", como se la llamó en ciertos medios, enfrentó
incluso durante un tiempo a los gobiernos centrales de Uruguay y Argentina, y
ese conflicto se trasladó al terreno comercial, a pesar de que ambos países son
socios en el Mercosur y que ambos gobiernos se profesan mutua simpatía política
(los dos son considerados de centroizquierda).
Pero la expansión del sector forestal cuestiona también el modelo de "país
productivo" que la coalición de centroizquierda Encuentro Progresista-Frente
Amplio preconizó para acceder al gobierno en Uruguay en las elecciones del 31 de
octubre pasado.
Mientras un sector del Ejecutivo ha visto con muy buenos ojos los anuncios de
inversiones de las multinacionales de la celulosa por el monto de las
inversiones programadas, grupos sociales y ambientalistas e inclusive
funcionarios del propio gobierno afirman que tal como fue concebida hasta ahora
la industria forestal ha favorecido el monocultivo y se ha expandido en áreas
aptas para otro tipo de actividad agrícola o ganadera. Asimismo, dicen que
alentó una actividad que ha creado puestos de trabajo de muy baja calidad y una
producción con escaso valor agregado.
Andrés Berterreche, director de la Dirección General Forestal del Ministerio de
Ganadería, Agricultura y Pesca, afirmó que el gobierno uruguayo "pretende que la
forestación se integre con el sector agrícola-ganadero y sirva a la creación de
empleo de calidad y generador de una producción nacional con mayor valor
agregado. Que no sirva sólo para exportar madera en bruto o en forma de chips o
a un modelo exclusivamente pulpero sino también a la fabricación de piezas y
partes de muebles, chapas, tableros".
El gobierno actual, agregó Berterreche, se propone reformar la ley vigente para
redefinir las zonas de prioridad forestal, que según la normativa actual pueden
llegar a extenderse a 3,5 millones de hectáreas. Por el momento hay forestadas
unas 800 mil hectáreas, que representan cuatro por ciento del territorio
nacional, y podrían llegar a un millón hacia 2010.
Este año fueron eliminadas las subvenciones que beneficiaban a esta industria y
que supusieron que unos 100 millones de dólares de las arcas estatales se
volcaran a ella en los últimos quince años. Sin embargo, según dijo esta semana
el empresario forestal Oscar Costa, esas subvenciones ya no son necesarias a la
expansión del sector, que "a esta altura ya puede volar solo". Además, las
firmas transnacionales del área gozan de permanentes créditos de organismos
financieros multilaterales como la CFI.
De acuerdo a Chris Lang, coordinador para Africa y Asia del grupo Plantations
Watch, la CFI ha estado detrás del crecimiento exponencial de la industria de la
celulosa y el papel en el mundo, y actualmente está brindando apoyo a los planes
de implantación de estas compañías en China y América Latina, zonas definidas
como "prioritarias" para su firma por el presidente de Stora Enso.
"La CFI existe para promover inversiones sostenibles del sector privado en los
países en desarrollo", pero "estamos abiertos a los negocios, y la celulosa es
un muy buen negocio", admitió recientemente Tatiana Bogatyreva, directiva del
área de inversiones de la corporación.