Latinoamérica
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El estaba siempre allí, donde se cocinaba todo
En los últimos tiempos y luego de varios años de silencios y olvidos se
volvió a hablar de Jaime Pérez, del ex secretario general del Partido Comunista,
senador, diputado, edil por Montevideo, dirigente del Frente Amplio, obrero
peletero, judío, preso emblemático de la dictadura, torturado hasta la locura y
el borde de la muerte.
Esteban Valenti*
La República
De su última enfermedad llena de olvido nunca pudo regresar. Se quedó allí,
mirando el mundo con sus ojos buenos, con una sonrisa que desconcertaba, con
algún destello imperceptible y cada día más lejano en la mirada.
Ahora ha muerto. Y todos somos generosos y magnánimos con los muertos, como si
ese fin inexorable nos mejorara e hiciera olvidar nuestros defectos. No, Jaime
se merece que seamos tan implacables como fue con él la vida, su lucha y muchos
de sus compañeros. La muerte no da la razón, menos por piedad, a veces sólo
ayuda a colocar las cosas en su justa dimensión.
Jaime no era un representante del partido de la clase obrera, él fue un obrero,
un humilde trabajador peletero que empezó de abajo y que todo lo conquistó con
su esfuerzo y su inteligencia y sobre todo con su sacrificio. Es difícil
encontrar en el Partido Comunista del Uruguay y en la izquierda uruguaya un
personaje al que las cosas le hayan costado más caras. Caras en todo sentido.
Caro le costó defender la sede de su partido de un malón fascista, recibió una
puñalada. Y ya era un "cuadro", un dirigente en ascenso. Pero Jaime no
distinguía bien esas cosas. Lo dije hace un tiempo, no tenía pinta de guapo,
parecía más bien un sobreviviente del Gheto, pero él estaba siempre allí, donde
se cocinaba todo.
Caro pagó sus responsabilidades al frente de los aparatos más complejos y
comprometedores de su partido, y el haber asumido además la secretaría general
del PCU cuando Arismendi estuvo preso y fue expulsado. Me lo acuerdo bien con su
peluca de clandestino y su buen humor a cuestas. Porque a Jaime Pérez no lo
torturaron hasta el borde la locura y de la muerte por error, por exceso, por
casualidad. Los dictadores sabían muy bien quién era y qué responsabilidades
tenía Jaime. Y nuevamente pagó con muchos años de cárcel y los peores tormentos.
Y a fuerza de voluntad, de coraje y de compañerismo salió adelante. Y salió
pensando, reflexionando críticamente. Los que superficialmente creen que las
ideas de Jaime a la salida de la dictadura fueron una simple respuesta, una
reacción ante el derrumbe del socialismo real, se equivocan y no conocen a
Jaime. Salió de la cárcel a reconstruir su partido y a aportar su esfuerzo por
la reconstrucción nacional y el avance de la izquierda con un sentido mucho más
crítico que antes. Testigos habemos miles.
Y la vida se ensañó nuevamente con Jaime Pérez, fue a curarse a la URSS y le
diagnosticaron un cáncer de páncreas, y lo comenzaron a atormentar con una cura
que lo llevó nuevamente al borde de la muerte. Todavía lo recuerdo cuando llegó
para morir a Uruguay, bajando tembloroso del avión, con aquella gorra que le
quedaba enorme, y esa mirada de humanidad y gratitud por volver a su casa. Y
también venció a los malos diagnósticos y se repuso. Y salió de la MIDU a
pelear, incansable, imposible, no en un puesto de relleno, sino allí donde las
papas quemaban, cada día más.
Y cuando a la inmensa mayoría de los partidos comunistas se los llevaba la
corriente de la historia el PCU obtuvo la más alta votación de su historia,
alcanzó el porcentaje más alto que haya obtenido grupo o partido dentro del
Frente Amplio. Y no en cualquier momento, el muro de Berlín se derrumbaba y aquí
habíamos perdido el plebiscito del voto verde y se había producido la gran
fractura de la izquierda. Y que nadie se haga el distraído, que en esa época el
secretario general del Partido Comunista era Jaime Pérez, y todo lo que
criticamos sobre el poder de ese cargo sirva también para darle las
responsabilidades, las culpas pero también los méritos.
La campaña del 89 de la 1001 fue una campaña polémica, llena de tensiones y de
discusiones, y muchos no estaban de acuerdo y no hubiera sido posible si Jaime
Pérez no hubiera sido el secretario general del PCU. Como tampoco hubiera sido
simple y clara la definición de la candidatura de Tabaré Vázquez a la
Intendencia de Montevideo o el primer lugar en la lista a senadores de Danilo
Astori y la definición que en la lista de la 1001 en ese primer puesto al Senado
todos sus suplentes serían independientes. Todavía vivimos unos cuantos testigos
del Comité Central, del Comité Ejecutivo y del Secretariado del PCU.
Como otra hubiera sido la polémica con Hugo Batalla, si Jaime no hubiera
comprendido y defendido una actitud de respeto político, de diálogo excluyendo
excomuniones y condenas. Era justo moralmente y también se demostró justo
políticamente.
En el medio de estos acontecimientos surgió la polémica sobre la dictadura del
proletariado en directo y por televisión. Hoy nadie habla ya de la dictadura del
proletariado, es una categoría enterrada en un complejo mecanismo de silencio y
de olvido. Pero en aquellos días era todavía una de las piedras angulares de la
teoría y de la concepción histórica de los comunistas. Me incluyo.
Jaime tuvo la valentía de no buscar atajos, explicaciones lingüísticas y
manoseos de la realidad y habló claro: nada de dictaduras, de ningún tipo.
Algunos seguirán creyendo que fue una simplificación de la teoría marxista, yo
estoy convencido más que nunca que sólo cortando esos nudos gordianos se podía
dar un debate en serio, sobre el fondo de las ideas del comunismo y el
socialismo. Y Jaime se atrevió a decir Gregorio. Y comenzó la guerra feroz y
subterránea.
Ese programa en Canal 10 al que fuimos juntos, y donde yo también hice
contorsiones clásicas y pininos pero no hablé con la misma claridad, le costó
muy caro a Jaime. Nunca voy a olvidarme, fue en los días previos al 1º de Mayo y
en la manifestación de ese año hicimos un tramo juntos, y encontramos a varias
personas que lo increpaban por ese atrevimiento, por haber cedido en los
"principios". Y Jaime no perdió su paciencia y su serenidad.
Después la historia es relativamente reciente. Lo lincharon. Así de simple y así
de duro. Porque así como reclamamos que la historia de nuestros mártires y
desaparecidos no tenga huecos de olvido, no lo practiquemos con nuestra
historia. Me da vergüenza recordar los adjetivos que le lanzaron encima a Jaime
para expulsarlo de su partido, al que le había dedicado su vida.
Ahora con los años, todos nos atrevemos a formular otras preguntas ¿había otro
camino, que abrir el debate al partido y ante la sociedad? Claro, en la historia
comunista el conflicto se hubiera saldado de una manera muy diferente, contando
con una abrumadora mayoría del Comité Central y con abiertas actividades
fraccionales (siempre dentro de la tradición comunista) la expulsión y la
división del PCU hubiera sido el camino tradicional. Y con la sigla y con buena
parte de la historia se habría quedado el "partido oficial". Incluyendo todos
los parlamentarios.
Y nadie, menos Jaime mencionó siquiera esa posibilidad. Puso todo, su cargo, su
pasado, sus ideas en el medio de la discusión. Al contrario propuso un
pronunciamiento plebiscitario entre todos los comunistas. Y perdió. Y volvió a
pagar.
Lo marginó su partido y en cierta manera la propia diáspora comunista nos
marginó a todos. De héroe paso a ser traidor sin estaciones intermedias. Y Jaime
siguió --mientras tuvo fuerzas-- defendiendo sus ideas, opinando y aportando a
la izquierda desde el Senado.
Hoy vivimos otros momentos, aquello parece historia antigua, la izquierda
uruguaya con sabiduría e inteligencia supo encontrar los caminos para conquistar
el gobierno y aquí estamos, cambiando, discutiendo, reclamando más cambios.
Hace algunos días se le hizo un homenaje a Jaime Pérez, él no pudo ir, pero en
realidad era una reivindicación de sus compañeros a su historia, a su pasado, a
un hombre que fue una referencia humana y política. Lo que importa hoy es
reivindicar la imprescindible unidad entre esos dos valores: la política y la
humanidad. Cuando se pierde esa conexión queda sólo el frío esqueleto del poder.
*Periodista