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La impunidad también cumplió veinte años
Brecha en el muro de silencio
Veinte años después de la aparición del número 1 de BRECHA la pregunta planteada en su portada –"Justicia ¿para cuándo?"– sigue sin respuesta. Hasta ahora, una sola persona, el civil Juan Carlos Blanco, estuvo preso seis meses.
Guillermo Waksman
Brecha
La historia de la impunidad de los crímenes de la dictadura comenzó, según
algunas interpretaciones, unos 15 meses antes de que naciera BRECHA: habría sido
pactada –o se la habría aceptado de modo tácito– en el Club Naval, en agosto de
1984. Sin embargo, dos meses después, en octubre, todos los partidos, reunidos
en la Conapro, acordaron lo contrario, es decir que los responsables de delitos
de lesa humanidad serían juzgados y castigados conforme a la legislación
vigente.1
Lo cierto es que en marzo de 1985, cuando Julio María Sanguinetti asumió como
presidente, la Constitución no dejaba lugar a dudas: el Poder Judicial tenía la
competencia exclusiva y excluyente para enjuiciar, condenar y castigar a los
violadores de la Constitución y a los responsables de las violaciones de los
derechos humanos. A todos ellos.
Pero Sanguinetti sostenía que las Fuerzas Armadas no aceptarían que cualquiera
de sus integrantes fuera preso y que, si eso llegaba a ocurrir, se
insubordinarían. Por eso se mostraba partidario de buscar una "salida política".
Para lograrla necesitaba ganar tiempo y con ese fin impulsó y participó
directamente –con Miguel Ángel Semino, el secretario de la Presidencia– en la
interposición de contiendas de competencia por parte de la "justicia militar",
según él mismo lo admitió públicamente diez años después.2 Sabía de antemano que
sólo se trataba de una chicana: la Suprema Corte de Justicia (scj) dictaminaría,
más tarde o más temprano, que los jueces competentes eran los de la justicia
ordinaria. Pero Sanguinetti pudo ganar nada menos que 20 meses: la scj recién se
expidió el 24 de noviembre de 1986, y durante ese período, en el cual los jueces
no pudieron comenzar siquiera a investigar, se negociaron dentro y fuera del
Parlamento –sobre todo fuera– distintas alternativas de "acotamiento" del
accionar judicial en este tipo de asuntos.
"El cambio en paz", que todo el mundo había interpretado como un simple eslogan
electoral, se mostraba en toda su crudeza. Como ha sostenido Javier Miranda, la
consolidación de la democracia, la pacificación y la impunidad fueron
consideradas como tres partes de lo mismo. A lo largo de estas dos décadas
Sanguinetti ha seguido defendiendo esa tesis con una coherencia digna de mejor
causa. Basta recordar, a este respecto, la respuesta que dio el 30 de diciembre
de 1997 a un derecho de petición que habían planteado los familiares de
desaparecidos: "No hay documentos ni registros oficiales que puedan arrojar luz
sobre los hechos denunciados". Agregaba que "las investigaciones exhaustivas
solicitadas se enfrentarán con obstáculos insuperables que las condenan al
fracaso". ¿No sabía, no podía o no quería? Elija el lector la alternativa que le
resulte más verosímil.
El número 1 de BRECHA apareció en octubre de 1985 cuando ya habían comenzado las
negociaciones entre el Partido Colorado, que llegó a impulsar un año después un
proyecto de amnistía irrestricta para los militares –rechazado por el Senado–,
el Frente Amplio, que reclamaba la aplicación lisa y llana del ordenamiento
legal vigente, y el Partido Nacional, que terminó partiéndose a la mitad a la
hora de impulsar y votar la ley de caducidad. Esta norma, que desde su sanción
estuvo en el centro de todos los debates sobre los derechos humanos, se votó
apenas un mes después de que la scj dictaminara la competencia de la justicia
común y un día antes de que los primeros militares debieran comparecer en un
juzgado.
Hija del miedo al desacato militar, al "golpe de Estado técnico", fue por eso
mal parida, mal votada y mal ratificada en el referéndum de abril de 1989. El 2
de mayo de 1988 su constitucionalidad fue además mal avalada por la scj, por
tres votos contra dos, y desde que entró en vigor fue mal aplicada por el
Ejecutivo, que la estiró como si fuera de goma y llegó a invocar sus
disposiciones para amparar a militares imputados por delitos económicos y a
civiles responsables de delitos de lesa humanidad. Fue usada asimismo para
impedir extradiciones por delitos cometidos en otros estados. Y fue
rigurosamente olvidada, en cambio, durante los gobiernos de Sanguinetti y Luis
Alberto Lacalle, a la hora de investigar el destino de los desaparecidos, como
se dispone en su artículo 4.
La ley de caducidad ha sido severamente cuestionada por organismos
internacionales como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que a
partir de 1992 ha reclamado a las autoridades uruguayas su derogación, por ser
contraria a principios consagrados en instrumentos internacionales ratificados
por Uruguay.3 La alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos
Humanos, Mary Robinson, sostuvo esa misma posición, con idénticos fundamentos,
durante la visita que realizó a Montevideo en octubre de 2001. En ambos casos,
la reacción de los principales dirigentes de los partidos tradicionales fue la
misma: acusaron a la oea y la onu de violar la soberanía uruguaya.
Dentro de fronteras, en cambio, la legalidad de la norma no ha sido objetada,
después del referéndum de 1989, por ninguno de los partidos políticos. Se ha
llegado a sostener que, precisamente por haber sido confirmada por la
ciudadanía, la norma no puede ser derogada por el Parlamento. No es así: desde
el punto de vista legal, nada impide que una ley ratificada en un referéndum sea
derogada como cualquier otra. Desde el punto de vista político, en cambio, no
hay duda de que el respaldo de la ciudadanía le otorga un peso mayor al de
cualquier otra norma. Ese respaldo no es el mismo, sin embargo, al otro día del
referéndum que diez, quince o veinte años después. Hay elementos que permiten
suponer que la sociedad uruguaya podría tener hoy una opinión distinta que hace
16 años. Por ejemplo, el factor miedo ya no tendría la incidencia que tuvo en
1989 y ha habido, además, una sustantiva renovación del padrón electoral: hoy
estarían habilitados para votar quienes en aquel momento no habían cumplido dos
años de edad.4
De todos modos, en diciembre de 2003 el Congreso del Frente Amplio aprobó, casi
por unanimidad, promover "la adecuación de la legislación interna a los tratados
internacionales ratificados por el país" y consideró "fundamental establecer la
verdad y hacer actuar a la justicia", pero rechazó por mayoría una moción en la
que se impulsaba la derogación de la ley de caducidad. A su vez, Tabaré Vázquez,
al asumir la Presidencia, el 1 de marzo último, confirmó que su gobierno no se
proponía "llevar a nadie frente a la justicia fuera de lo que establece la ley
de caducidad". El gobierno del ep-fa se ha manejado con esos criterios y todo
indica que seguirá haciéndolo, aunque los escasos resultados hasta ahora
obtenidos lo llevan a aplicarla de modo más restrictivo.
La historia de la impunidad uruguaya ha tenido, por supuesto, muchos otros
actores. De un lado, las organizaciones de derechos humanos en general
–Madres y Familiares de Desaparecidos en particular–, figuras como las de Luis
Pérez Aguirre, el senador Rafael Michelini, Tota Almeida de Quinteros, los
abogados y varios jueces y fiscales que han actuado según su leal saber y
entender, exponiéndose a traslados y otras formas de sanción.5
Del otro lado, muchos ex gobernantes y dirigentes políticos; entre ellos algunos
que han pasado casi inadvertidos, como el ex canciller Didier Opertti, que en
1999 respondió al Parlamento que en la cancillería no había documentación alguna
sobre la actuación de la dictadura en materia de derechos humanos, algo que la
historia pocos años después se encargó de desmentir. En línea con la "doctrina
Sanguinetti", la scj y muchos magistrados han mostrado un excesivo celo por no
"revolver el avispero" militar. Por momentos ha dado la impresión de que en el
sistema judicial se ha estado representando una especie de macabra comedia de
enredos: cuando el fiscal quiere investigar, el juez entiende que no
corresponde, o viceversa. La fiscal Mirtha Guianze pretende aclarar los
asesinatos de Michelini y Gutiérrez Ruiz, pero el juez Roberto Timbal considera
que han prescripto; la fiscal Ana María Tellechea pide el procesamiento de
Bordaberry, pero la jueza Fanny Canessa entiende –créase o no– que ya ha sido
juzgado; el juez Gustavo Mirabal quiere investigar el asesinato de María Claudia
García, pero el fiscal Enrique Moller reclama el archivo del expediente.
Por supuesto que BRECHA no ha estado sola en esta historia. Durante sus primeros
14 años de vida estuvo muy bien acompañada, pero por unos pocos periódicos,
radios y aun más escasos programas televisivos. Para la mayor parte de la prensa
el tema de la impunidad de los crímenes de la dictadura fue tabú hasta el año
2000, cuando el entonces presidente Jorge Batlle "lo blanqueó" al anunciar un
cambio en la política impulsada por Sanguinetti y crear, meses después, la
Comisión para la Paz. n
1. En esa instancia, los partidos que habían participado en el Club Naval y el
pn, que no lo había hecho, coincidieron en que "constituye un grave riesgo para
la vigencia de los derechos humanos en el futuro mantener a la sociedad uruguaya
en la ignorancia respecto a la verdad de las denuncias sobre violaciones de los
derechos humanos y dejar impunes los hechos que constituyen ilícitos penales". Y
para prevenir ese riesgo se comprometieron a "dotar al Poder Judicial de los
instrumentos jurídicos reales que permitan efectivamente el cumplimiento de las
investigaciones".
2. Véase la entrevista a Sanguinetti en el libro La transición en Uruguay, de
Diego Achard (Banda Oriental, 1995).
3. Héctor Gros Espiell, entonces canciller del gobierno de Luis Alberto Lacalle,
declaró a BRECHA que la resolución de la oea era "una bofetada al pueblo
uruguayo", aludiendo a su confirmación en el referéndum.
4. Según información de la Corte Electoral, cuando se realizó el referéndum
contra la ley de caducidad el padrón electoral incluía a 2.077.182 ciudadanos y
al día de hoy los inscriptos son 2.474.676. El incremento neto es de 397.494
ciudadanos. Pero el cambio en la composición del electorado es mucho más
significativo que lo que podría desprendese de esa cifra: en 1989 estaban
habilitados para votar 280.089 ciudadanos que desde entonces fueron dados de
baja, y hoy pueden votar 677.583 ciudadanos que hace 16 años no estaban
habilitados para hacerlo. Sólo los nuevos inscriptos –es decir los que no podían
votar en 1989– representan el 27,3 por ciento del padrón actual.
5. La scj trasladó a los jueces Alberto Reyes, el primero en disponer la
búsqueda de restos en unidades militares, Alejandro Recarey y Susana Toscano,
jueza de menores que ordenó practicar un examen de adn a un joven que podía ser
el hijo de Sara Méndez. Por otra parte, el fiscal de Corte fue presionado para
desplazar del ámbito penal a la fiscal Guianze, que tiene a su cargo el caso
Elena Quinteros.