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Fredy González
Por Decreto del Ministerio de Defensa Nacional, Orden Nº 450 de la Inspección
General del Ejército, con fecha 22 de abril de 1939, nace el Batallón de
Infantería Nº 4 de la ciudad de Colonia, hasta ese entonces denominado Batallón
de Infantería Nº 11, unidad creada en 1842, durante la Guerra Grande. Su origen,
obviamente, no estuvo determinado para la ocupación y represión internas, ni
para combatir contra sus propios compatriotas que luchaban por la gestación de
una patria más digna y equitativa para todos. Eso vino después. Experiencias
anteriores de dictaduras militaristas fueron animando la creación de una fuerza
inhumana, sádica, terrorista y antidemocrática, que fundamentaba sus acciones en
una mentirosa defensa de esa misma democracia por ella violada. De esa violación
nacieron estos hijos, con fecha de parto 27 de junio de 1973, aunque el feto de
la traición ya venía desarrollándose desde mucho antes, en el vientre de la mal
llamada seguridad nacional, amenazada por ellos mismos. Así, la milicia oriental
(aunque con visa extranjera) fue convirtiéndose en una subraza de mano de obra
barata y descalificada que atentó contra las mejores ideas de soberanía nacional
y contra quienes las sustentaban. Los militares uruguayos (de ideas foráneas) se
fueron apartando de sus congéneres, por manija de sobreestimación
discriminatoria con matices fascistas, según el grado; con convicción en los
altos mandos, con ignorancia de buena parte del personal de tropa, y también con
la renuncia de militares realmente demócratas, que luego fueron castigados por
serlo, a manos de sus propios ex pares.
Todas las marchas y contramarchas en las investigaciones sobre violación a los
derechos humanos, que aparenta estar llevando a cabo el neo gobierno
progresista, nos llevan a suponer que existen otros acuerdos más profundos y
comprometidos que los que se dan conocer, que provienen desde el mismo Pacto del
Club Naval y que podrían estar abonando el terreno de una posible ley de punto
final, como la que existió en Argentina, y fue recientemente abolida.
La impunidad con que se manejan hoy los militares -que, a fuerza de paradoja,
estarían aportando pruebas contra ellos mismos...¿?-, incluso a través de
veladas amenazas y de confesiones (inconfesadas antes) de haber participado en
acciones represivas en el marco del Plan Cóndor, por parte de efectivos todavía
en actividad, nos hacen suponer (con muy escaso margen de error) que todas las
fuerzas represivas del país continúan intactas y preparadas para actuar contra
quien sea, llegado el momento, aunque desde el gobierno se insista con que hoy
no están dadas las condiciones para ello. Los militares jamás se manejan con
propias estimaciones coyunturales, porque no están adiestrados para un análisis
de situación, sino para responder a las órdenes del poder real, el que está
incluso por encima de quienes -coyunturalmente- ostentan hoy la administración
del Estado, que no así las megadecisiones.
Y para intentar crear un país nuevo y limpio de todo pasado dependiente no basta
-en este caso puntual- con depurar las fuerzas armadas -como se ha venido
diciendo, aunque no se ha hecho- sino que es preciso y urgente el
desmantelamiento absoluto de todas las fuerzas represivas, brazo armado del
poder real extranacional.
Por eso no alcanza con respetar el cumplimiento del artículo 4º de la ley de
caducidad de la pretensión punitiva del estado (ley de impunidad), ni de
simplemente identificar algunos de los crímenes cometidos durante la llamada
guerra sucia, o con hallar el sitio donde yacen los cuerpos de algunas de las
víctimas de esas coordinadas operaciones de inteligencia. Lo que exigimos ante
quienes nos marketinean la consigna de un nuevo país es que todos los
responsables de esos delitos vayan a la cárcel por los crímenes de lesa
humanidad cometidos contra un pueblo entero, que no prescriben por más tiempo
que pase.
El gobierno encabezado por el presidente Tabaré Vázquez nos ha pedido –muy
reiteradamente- que colaboremos hacia la construcción de ese nuevo país. Lo
menos que nosotros exigimos -por tanto- es que no se haga oídos sordos a nuestra
voz.
La nota que estamos prologando es, entonces, un aporte para conocimiento de los
gobernantes y para la conciencia cívica de todos los uruguayos, con especial
atención a los habitantes de Colonia. Si -por ejemplo- en Argentina logró
desmantelarse la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los principales
centros de tortura y muerte de aquel país, ¿con qué parte de nuestra jaqueada
dignidad debemos aceptar que el Batallón de Infantería Nº 4 de Colonia -uno de
los mayores centros de tortura del interior del país- se mantenga todavía en
pie, para dolor y vergüenza de todos quienes habitamos este pedazo de tierra
uruguaya?
Lo que sigue son algunos testimonios reales, de gente real, que padeció ese
infierno en el cuartel de Colonia; gente que se niega a olvidar.
Amado Curbelo, coloniense
Los mandos, los médicos
– ¿En qué fecha fuiste detenido?
– El 6 de julio de 1972.
– Y te llevaron al Batallón 4.
– Al Batallón de Infantería Nº 4 de Colonia. Yo vivía en Ruta 1, antes de lo
Bernardi. Desde que llegan a mi casa me ponen la capucha y me esposan. En el
cuartel, ya de entrada me ponen de plantón. Me meten en un lugar que no sabía
qué era, esposado y encapuchado,y me paran diciéndome que tengo que tener los
pies juntos y las manos al costado del cuerpo, rígido, sin moverme. Había un
milico con un garrote haciendo un control personal de esa posición. Era
absolutamente desgastante. No te llevaban al baño, y si te movías te daban un
garrotazo, y si caías dormido otro garrotazo. Ese es el plantón que vivimos
todos los detenidos en el cuartel de Colonia, que fuimos -sólo entre junio y
setiembre del '72- unas sesenta personas, entre mujeres y varones, contando
concretamente los que después quedamos presos, porque por el batallón de Colonia
también pasó un número incalculable de gente que sufrió todo eso pero que no la
dejaron detenida. Las mujeres estaban recluidas en la parte que da a Baltasar
Brum, y los varones estábamos en un galpón dividido por fardos de alfalfa,
chapas de Coca Cola y elementos de Sudamtex. Eran como pequeños espacios, a los
dos costados del galpón, donde solamente cabía el colchón. Después del plantón
-donde unos aguantaban un día y otros hasta cinco días- unos eran metidos al
submarino, que era un tanque de Coca Cola con agua y una tabla donde deslizaban
al detenido, y lo zambullían hasta que el encargado de dirigir la tortura
ordenaba sacarlo.
– ¿Quiénes eran esos "encargados"?
– El encargado de dirigir la tortura era Ernesto Rama, que le decían El
Tordillo. Yo esa tortura del medio tanque no la viví, pero después que uno
"aceptaba" firmar la declaración de pertenecer al MLN-Tupamaros, ponían al
detenido en ese espacio que te relaté. Nos despertaban a las seis y media de la
mañana, nos hacían doblar el colchón, nos sentaban a un metro de la pared, y en
ese espacio estábamos todo el día, hasta las ocho de la noche, sentados sobre
ese colchón, mirando la pared, incomunicados, sin poder hablar. Algunos teníamos
una claraboya alta, por la que podíamos ver algún pájaro o alguna hoja durante
tres meses; otro no, sólo veían la pared durante todo el día. En algunos
períodos no nos llevaban al baño -ni esposados, ni encapuchados- y cuando
queríamos hacer nuestras necesidades, el soldado que recorría constantemente el
galpón nos alcanzaba una lata de dulce de membrillo con cuatro o cinco litros de
capacidad. A veces la guardia era más "humana" y nos llevaba al baño, lo que por
lo menos nos permitía caminar y salir de ahí aunque sea diez minutos.
– ¿No había ninguna posibilidad de verse entre los presos, en esa época?
– No. Ese espacio estaba tapiado por los cuatro costados.
– ¿También comían ahí? ¿Qué les daban?
– Sí. Nos daban un cucharón de café con leche y media galleta de mañana, un
cucharón de guiso y media galleta al mediodía y otro cucharón y media galleta a
la tardecita. Pasábamos mucha hambre, pero eso no es lo importante.
– Además de lo poco que les daban, tampoco era una comida "limpia"...
– No. A la espalda teníamos una lona, entonces a la hora que dos milicos nos
traían ese guiso, en una olla grande de aluminio, movíamos la lona apenas un
centímetro y veíamos que en el camino escupían la comida, que le tiraban soretes
de perro adentro, que la meaban... pero la comíamos igual. Los días de plantón
que cada uno de nosotros vivió, más los que vivieron el tacho y todo eso, era
hasta que el detenido firmaba la declaración que ellos querían que firmara.
– ¿En el '72 todavía no se usaba la picana eléctrica?
– Yo no tengo información de que a algún detenido le hayan aplicado la picana en
ese período de tres o cuatro meses. Tampoco puedo decir que no se usara. No
escuché relatos de picana durante ese período. Hay mucha gente que prefiere no
contarlo, porque es tan traumática la tortura que a veces es mejor olvidarla.
Para mí es mejor exteriorizarlo, decirlo.
– ¿Ya había pasado Raúl Sendic por ese batallón?
– No. Sendic fue detenido en setiembre del '72. Nosotros no lo vimos. Además,
esos tres meses, en esas condiciones, se nos terminan cuando vino el juez
militar, en octubre de 1972. Cuando el juez militar nos hace firmar la misma
declaración que ya habíamos firmado bajo tortura -con todo el circo mediante
para darle una imagen jurídico militar- nos levantaron la incomunicación,
pudimos ver a nuestros familiares cinco minutos cada uno, ese galpón se
transformó en un galpón abierto, y esa "supervivencia" cambió: podíamos recibir
comida de afuera, hacíamos quinta... En marzo del '73 cambia toda la oficialidad
en el Batallón Nº 4 y empieza otra etapa, que yo no llegué a vivirla. Nosotros
tuvimos alguna experiencia con el nueva comandante Soto, y su señora que también
era militar, que entraban de noche, cuando estábamos durmiendo, y nos
insultaban, pateaban los colchones, haciendo una especie de bravuconada que ya
no asustaba a nadie. Eso fue lo que yo personalmente viví; la persona que estoy
seguro que era la encargada de la tortura era Ernesto El Tordillo Rama, como
tampoco tengo ninguna duda del resto de la oficialidad que en ese momento actuó:
el capitán Bonjour, de Colonia; Emilio Álvarez, que le decían Cococho; Rabito
Rivero, también de Colonia; Sosa, que también era oficial; y en cuanto a los
médicos, yo sólo sabía que estaba el doctor (Eduardo) Solano y también había
algún otro médico que ahora no recuerdo.
– ¿Cuál era el papel de los médicos del cuartel?
– El control del estado físico de los detenidos torturados.
– ¿También supervisaban la tortura?
– Los médicos por lo general no hablaban, y como uno estaba encapuchado...,
simplemente con la cabeza decían que nos siguieran dando o no. Pero, esa era la
función que cumplían: supervisar si algún torturado manifestaba algún síntoma
que a ellos les parecía riesgoso...
– En aquella época, que todavía no era dictadura sino "estado de guerra
interno", estando incomunicado, encapuchado y esposado en el cuartel, ¿qué
esperabas que vendría después?
– Cuando hablamos de dictadura no tenemos que hablar de un cambio brusco, donde
se pasa de blanco a negro. Fue un proceso. Las medidas prontas de seguridad
arrancan en el año 1958, donde ya hubieron sindicalistas presos, con un gobierno
blanco. Ahí se inventan esas "medidas". En el año '68, los funcionarios públicos
tienen que ser algo así como reservistas del Ejército. Tuvimos que ir al cuartel
y firmar como que estábamos a disposición si éramos agredidos desde el exterior.
Ese año, cuando AEBU decretó un paro, vino el comandante del cuartel y nos dijo
si éramos conscientes que nosotros, de a- cuerdo a las leyes, habiendo medidas
prontas de seguridad no podíamos hacer paros. Hicimos el paro, y a todos los
funcionarios bancarios oficiales del departamento nos llevaron al cuartel. Nos
metieron en otro galpón, y a los de Colonia nos llevaban todos los días a
trabajar, durante diez días. O sea que en 1968 ya detienen y encarcelan a
trabajadores que hacen un paro. Ese fue, para mí, el primer escalón. Las medidas
prontas de seguridad fueron una constante durante el gobierno de Jorge Pachecho
Areco, o sea que no podemos hablar de dictadura a partir del 27 de junio del
'73. Tenemos que hablar de un proceso escalonado, donde no solamente se metía
gente presa, sino que murieron estudiantes en la calle, y se sucedieron una
serie de hechos que tienen esa fecha como algo casi simbólico. Porque antes de
eso también hubieron muchas muertes, muchos torturados, muchos presos.
– Incluso se llegó a matar gente por tortura en el Batallón 4 de Colonia,
Aldo Perrini por ejemplo...
– Sí, eso fue en el año '73, cuando yo ya estaba en el penal de Libertad.
– ¿En Libertad escuchaste comentarios de que el cuartel de Colonia era uno de
los más jodidos del interior del país?
– Nosotros lo vivíamos; porque en el penal estábamos presos junto con compañeros
que habían sido detenidos en todos los cuarteles del país. Por los relatos que
nosotros recibíamos, no sé si era el primero -yo creo que era el primero-, pero
sí uno de los tres más sádicos y sanguinarios en tortura. En el penal de
Libertad todos los meses cambiaba la guardia; venían de un cuartel distinto
todos los meses. Cuando le tocaba al cuartel de Colonia ya todos los presos del
país sabíamos que se endurecía la mano, en sanciones sin visita, sin recreo, y
sanciones en "la isla", que era la sanción de aislamiento total.
– ¿Qué era -concretamente- "la isla"?
– Era un cajón de cemento, sin luz natural, con una lamparita todo el día, sin
agua, sin colchón. Estabas absolutamente solo las veinticuatro horas del día.
Ahí se las "ingeniaron" para colgarse dos compañeros; muchos salieron con
problemas psíquicos que les quedaron para el resto de su vida; era el elemento
de tortura en el penal de Libertad. Y había un milico psicólogo, Brito de
apellido, que era el que indicaba el tratamiento a los presos, el de generar una
especie de inestabilidad emocional constante, de aflojar y apretar, de sancionar
por guiñar el ojo en una fila o porque a algún milico no le gustó cómo te
moviste o si te olvidaste de sacarte el gorro cuando andábamos en fila para
comer, para el recreo...
– Y acá, en el batallón de Colonia, ¿que era lo que más jodía, la tortura
psicológica o la física?
– La física tenía un tiempo y un espacio. Hasta que el detenido aceptaba lo que
ellos querían que aceptara era una tortura violenta y corta; entonces si uno se
mentaliza capaz que la aguanta. El resto del tiempo que vivimos era una tortura
más desgastante, más lenta, como aquella de la gota de agua arriba de la
cabeza... Yo recuerdo que venía un milico y gritaba bien fuerte en el galpón:
"¡detuvimos al hijo de fulano, a la mujer de mengano!". Me acuerdo de Cedrés,
que fue profesor de UTU, que entró un milico y dijo "¡al hijo de Cedrés lo
tenemos ahí, y a la mujer también!", y le dio como un ataque, y el hombre quedó
mal de la cabeza; siendo que la mayoría de las veces era falso. Ese tipo de
shock...
– ¿Por qué sería el batallón de Colonia uno de los más sanguinarios?
– Yo creo que tiene mucho que ver Ernesto Rama. El comandante era un tal Silvera,
que después lo sucucharon donde repartían los uniformes y la comida de los
milicos, porque no agarraba la línea. Pero el que realmente mandaba era el
Tordillo Rama.
– ¿O sea que ese sadismo no obedeció a ningún plan sistemático?
– Creería que se debió a la presencia de este individuo, que disfrutaba con
torturar. Él integraba la Organización Comandos Antisubversivos (OCOA), un grupo
que no respondía a los mandos naturales. El nombre de guerra era Oscar, y creo
que Ernesto Rama era Oscar 1 u Oscar 2; y se ha dicho que era uno de los que
cruzaba a la Argentina a actuar como comando. Podemos imaginarnos a qué. Debe
tener mucho que ver con la muerte de Michelini y Gutiérrez Ruiz, y con otros
muchos uruguayos.
Ramón De Pizzol, coloniense
"Visca dijo: Denle más, que se hace el vivo"
– ¿Se puede decir que el Batallón 4 fue uno de los mayores centros de tortura
del interior?
– En el penal de Libertad el 4 era uno de los que estaba... no sé si primero,
pero andaba ahí, andaba muy arriba, eran bastante "groseros" en algunos
aspectos, enfermizos incluso.
-
– ¿Habrá sido casual o premeditado que fuera así?
– Yo pienso que ha sido una cuestión premeditada, una orden dada por los mandos
superiores, que en algunos casos -por la misma condición del torturador o de los
que lo mandaban- podía ser hasta más grave todavía.
– ¿Cuándo te detuvieron?
– El 16 de octubre de 1973.
– Ya era dictadura; ¿sabés si recrudeció el trato a los detenidos con
relación a los meses anteriores?
– Hasta esa fecha, del cuartel yo no conocía nada. Al único que conocía, porque
lo veía cuando salía del banco, a las siete y cuarto, buscando unas damas en el
Hotel Colonial, era a (Boscán) Hontou, en una camioneta que siempre estaba a
contramano. Lo poco que conocía fue de cuando me llevaron detenido una semana,
en el '69, cuando la huelga.
– En la última detención, en 1973, ¿cuánto estuviste en el cuartel antes de
que te pasaran al penal de Libertad?
– Me llevaron preso en octubre del '73, y al penal me parece que fui en febrero
del '74, más o menos.
– ¿Cómo era la vida en el batallón de Colonia?
– Tenía altibajos. Al principio lo que le llamaban "la máquina", la tortura, no
tiene plazo. Desde que me llevaron, yo recién supe el día que era el 29 de
octubre, a las cuatro de la tarde, cuando un soldado me lleva a bañar, y al
verme los moretones que tenía me pregunta "oh, ¿qué le pasó"... "Me caí", le
dije. La tortura era de todo tipo. Arrancaban con una tortura física, que era el
plantón, donde yo estuve casi quince días sin dormir. Ahí se te pierde la
cabeza, y es muy poco lo que puedo recordar de todos esos días. Y también
hubieron otros hechos puntuales, muy desagradables, como el "tacho", el
submarino.
– ¿Pasaste casi quince días sin dormir?
– Y sí...; no te dejaban. Los tipos te ponían en posición descanso, donde
estabas parado con las piernas un poquito abiertas, siempre encapuchado, por
supuesto. Entonces, después de cinco horas así, uno intenta buscar otra
posición, moviendo de a muy poquito los pies, y ahí es donde a uno lo golpean.
Además había otro dolor, que era el de las muñecas; porque yo soy de muñecas
gruesas, y las esposas casi que no me cabían...
– ¿Llegaron a aplicarte el submarino?
– Sí, el submarino también.
– ¿Sólo de agua, o también de materia fecal?
– De agua sólo; del otro no. A mí me dieron como adentro de un gorro, y me
dieron tacho más que a ninguno. Cuando te meten al tacho vos entrás en una
especie de locura, te enajenás; pero fui muy resistente al tacho, tanto que
podía escuchar la voz de un médico diciendo: "Denle más, que se hace el vivo".
Te ataban en una tabla y te metían de cabeza en un tacho de Coca Cola.
– ¿Cuánto tiempo duraban esas sesiones de tacho?
– Eran horas o minutos; uno no puede acordarse de eso porque pierde totalmente
la noción del tiempo.
– Y te dejaban adentro hasta que no dieras más...
– Hasta que alguien daba la orden de que te sacaran. Y ahí yo pensé, tres o
cuatro veces, que la quedaba.
– ¿Siempre había un médico militar presente?
– Siempre. En ese tipo de tortura siempre había alguien que hubiera hecho el
juramento "hipócrita", aunque por más que fueran doctores en medicina nadie
puede saber cuánto carajo bancás vos adentro... Y entiendo que en muchos casos,
cuando la quedaron o cuando murieron, fue porque hubo una "mala praxis", con lo
que te estoy diciendo que hubo médicos metidos en el tema.
– ¿Llegaste a reconocer a alguno de esos médicos torturadores, aunque más no
fuera por la voz?
– A uno sí: Eugenio Visca. Ese fue el que dijo "Denle más, que se hace el vivo".
Así fue lo que dijo Visca. Luego me pasan para el penal de Libertad. Y después
que ...... cantó a todos los de Carmelo y a un montón de gente, me traen otra
vez para el cuartel de Colonia. Y cuando volví al penal, un compañero que tenía
a la mujer presa acá, me pregunta cómo estaba la cosa. Yo le mentí,
groseramente, y le dije que estaban a media máquina. Y al otro día nos enteramos
que había muerto (Aldo) Perrini, a quien yo no conocí, y lo único que sabía de
él era que era de Carmelo.
– Pero sí sabés que lo mataron en la tortura, en el batallón de Colonia...
– Lo mataron en el batallón y a la familia le entregaron el féretro sellado. Y
no tengo duda de que murió en la tortura.
– ¿En algún momento llegaste a verle la cara a algún jerarca del cuartel?
– Al único que vi fue a Bonjour (de Colonia), porque una vez me interrogó.
– ¿Lo viste pegarte?
– No. Pero yo supongo que si me pegaban, alguien lo ordenaba. Y si Bonjour fue
al oficial que me llevaron, que estaba mandando en ese momento, supongo yo que
sería él que lo mandaba... No entiendo mucho esa cuestión del "organigrama"
militar...
– ¿Sentiste torturar a otra gente?
– Y sí. Acá en el cuartel fue una cosa espantosa cuando te dejan de torturar y
estás acostado en un colchón escuchando que están torturando a la gente, que
además la conocés, sentís las voces. Y eso no sé si no es peor que cuando te la
dan a vos. Un día estaba durmiendo, por los gritos me despierto, y a un preso le
estaban dando de todos lados porque querían ubicar la casa de una mujer que yo
conocía, una amiga mía, y al tipo no le salía la ubicación de la casa, entonces
le daban y le daban. Y yo, así, sintiendo eso y recién despertado, casi se me da
por decir ¡en tal lugar! Menos mal que me callé.
– ¿En el penal de Libertad sentiste algún comentario de gente que hubiera
pasado por la picana eléctrica en el cuartel de Colonia?
– No. No toda la gente contaba algo. Los presos hablábamos poco de materias
personales, no sé si por seguridad personal o si para no comprometer. En mi
caso, quería saber lo menos posible.
– ¿Qué pasaba cuando llegaba la guardia de Colonia a Libertad?
– La guardia en el penal se cambiaba cada quince días, se iban turnando. Había
guardias más livianas y guardias más pesadas. La de Colonia era de las pesadas.
Era dura. Era de las que más apretaban.
– ¿Qué sentís cuando pasás ahora por el batallón 4?
– Ahora no siento más que un poco de bronca. Pero cuando salí del penal, por
cuatro años hacía igual setenta y cuatro cuadras por no pasar por el cuartel. No
podía pasar por ahí. Y vamos a no hacernos los valientes ni los corajudos,
porque el tipo no sabe quién es hasta que le pasan las cosas. El terror es una
cosa que se te mete en la sangre. Yo salgo en el '77, y por cuatro años no hablé
con nadie, saludaba de lejos a los amigos, no fui a ningún asado; no quería ni
mancharlo ni mancharme. Tenía pánico.
– ¿Ese mismo pánico fue el que llevó a la gente a votar en favor de la ley de
impunidad?
– Sí. El plebiscito por la famosa ley de caducidad se votó a favor por el terror
de la gente. El tema está en que no es tanto el individuo en sí, pero ¿qué pasa
con la mujer del tipo, con los hijos, qué pasa con los comentarios que había en
la dictadura de que a todos nos "limpiaban" en Libertad? Esa ley la votó la
gente de cagazo...
– ¿Ese miedo sigue todavía?
– Yo no lo tengo; pero el pueblo, en general, está muy desinformado.
– ¿Qué pasaría si hoy se llama a otro plebiscito sobre esa ley?
– Bueno... Yo creo que en este momento desaparecería, ¿no?
-
Jorge Ferrari, carmelitano
"Me dieron picana eléctrica en Colonia"
– Comencemos por tus datos, para la gente que pueda no conocerte porque no
sos de Colonia.
– Nací en Nueva Palmira, pero a los tres meses mis padres se trasladaron a
Carmelo, así que más bien soy carmelitano. Ahí viví hasta los 25 años. Ahora
vivo en Montevideo.
– ¿Durante la juventud participaste, en Carmelo, en algún movimiento
partidario o gremial?
– Desde los 14 años, a nivel gremial estudiantil, en el Centro Estudiantil de
Carmelo, donde yo era secretario cuando vino el golpe de estado. Muchos de los
integrantes del Centro pasamos a ser detenidos políticos.
– ¿Qué edad tenías cuando el golpe de estado?
– 18 años. Hoy que tengo tres hijos, que felizmente también están comprometidos
a nivel gremial estudiantil y partidario, uno se hace la idea de lo que fue
haber pasado por las mazmorras de un infierno a los 18 años, algo que te marca
para toda la vida y que también te deja secuelas que uno sigue arrastrando. Por
eso no quisiera que esos horrores se repitan, pero lamentablemente las
violaciones a los derechos humanos siguen cometiéndose en Uruguay. La impunidad
sigue.
– O sea que sos del mismo pueblo que Aldo Perrini, asesinado en el batallón 4
de Colonia...
– Sí. Chiquito Perrini es un compañero que fue detenido con nosotros, el 5 de
febrero del '74, con muchos compañeros de Carmelo: Perrini, José Valenti, días
antes Román Chipolini, el Pucho Martínez, Ana Telma Delpratti...
– ¿Qué recordás de la muerte de Perrini a manos militares?
– A los pocos días de ser detenido se ensañaron con este compañero en las
prácticas de la tortura, hasta que cayó muerto por la tortura.
– Hablamos de tortura y muerte en el cuartel de Colonia...
– Sí. Los primeros días pasamos por un régimen atroz de tortura. Recuerdo que
los torturadores se ensañaron fundamentalmente con dos personas: uno el Chiquito
y el otro Pacheco Oroná, que era un contrabandista de botellas, cuando en
nuestro pueblo se contrabandeaba la ginebra. A Pacheco lo confundieron con otro
del mismo apellido que -según los milicos- había trasladado gente para la otra
orilla. A Perrini no lo pude ver porque estábamos encapuchados y esposa- dos,
pero sí lo sentíamos. Él vendía helados en Carmelo, entonces para identificarse
gritaba "¡helados, helados!". Estaba totalmente quebrado, golpeado, y seguían
ensañándose con él. Un día no lo escuchamos más. Era un padre de familia, con
dos hermosos gurises, un matrimonio joven....
– ¿Qué viviste en Colonia?
– Pasé por toda clase de tortura: picana, tacho, potro, lo único que les faltó
fue violarnos, pero también sufrimos la tortura psicológica cuando sentíamos el
pedido de clemencia de las compañeras para que no fueran llevadas nuevamente a
salas de tortura o que pasaran por violación. A raíz de todo eso tengo
trasplantes en el oído izquierdo medio, debido a las torturas con picana
eléctrica; y hace pocos días me dieron de alta del Hospital de Clínicas, donde
me sacaron un quiste en el testículo izquierdo; también tengo otro en el
testículo derecho; todos los órganos genitales los tengo afectados; y las
secuelas psicológicas...
– ¿Llegaste a identificar a alguno de los torturadores?
– En un momento, en una de las salas de tortura, el torturador me saca la venda.
Lo que recuerdo es un apodo que él usaba: La Bruja o La Brujita. Llegaba a
nuestras barracas y se jactaba diciendo: "¡Llegó La Brujita; apróntense!", que
sería el que comandaría la tortura, aunque no era él solo.
– También había médicos militares en esas torturas.
– Sí. Había dos médicos, los dos de Colonia. Uno de ellos era (Eduardo) Solano;
del otro no me acuerdo el nombre. Eran médicos militares y supervisaban la
tortura.
– ¿A Solano llegaste a verlo en la tortura?
– No, porque estábamos encapuchados. Lo vi en la enfermería cuando me
fracturaron tres costillas, me fajaron, y él dijo "ya pueden seguir". Y fui
trasladado a un barracón, donde seguí con un régimen de tortura.
– ¿Fue el médico quien ordenó que te siguieran torturando?
– Yo lo entiendo de esa manera.
– ¿Cómo recibís que ahora, un gobierno que se dice de izquierda, le pida
informaciones a los propios violadores de los derechos humanos? ¿Cómo
interpretás que en este Uruguay de hoy se siga respetando la impunidad de esos
represores, aplicando apenas el artículo 4º de la ley de caducidad? ¿Cómo
entendés que el gobierno continúe ascendiendo a esos violadores a los
principales puestos del poder real?
– Es un gran dolor por los que ya no están con nosotros. Eran nuestros hermanos,
nuestros padres, nuestros hijos los que ya no están. Nos duele mucho que se siga
ascendiendo a quienes están involucrados y denunciados por violaciones a los
derechos humanos, como Arab, Serrón, Guarino, Rolán, Ruiz... Nos duele que
queden impunes declaraciones como las de Lebel, justificando que en los
interrogatorios se tenían que implementar los métodos de tortura para sacarles
información a los detenidos. El caso de Roberto Rivero, en Colonia, que ejerció
en Carmelo, y que se había ensañado con dos curas gauchos: Juan José Ramilo y
Mario Guerriero, curas muy jugados en la denuncia a los atropellos que se
cometían; la persecución que le hizo Rivero a Ramilo en Carmelo, en Colonia, en
Nueva Helvecia...
Publicado en revista González, de Colonia. Octubre 2005