Latinoamérica
|
Indignación en Puerto Rico
Ángel Guerra
El asesinato de Filiberto Ojeda Ríos, líder del Ejército Popular
Boricua-Macheteros, ha unido al pueblo de Puerto Rico en el duelo y la
indignación. El repudio al crimen ha sido casi unánime en una actitud comparable
con la gestada por la lucha que expulsó a la marina de guerra de Estados Unidos
de la isla de Vieques. Por sobre diferencias ideológicas y en cuanto al método
de lucha que escogió, Ojeda era un hombre muy respetado en Borinquen por su
congruencia entre pensamiento y acción. Los fondos obtenidos de acciones
revolucionarias los dedicó íntegramente a la causa independentista y a repartir
comida y juguetes en los barrios pobres de la isla y de Estados Unidos.
Destacado trompetista de la legendaria Sonora Ponceña, dejó el instrumento para
entregarse a la lucha armada por la independencia. La gama de los que han
condenado el homicidio, con distintos matices, va desde las fuerzas
independentistas y socialistas, pasando por la jerarquía católica y los líderes
protestantes, al Colegio de Abogados e incluso personalidades del gobierno y los
partidos coloniales. No existe palabra más exacta que asesinato para calificar
su muerte si se analizan las oscuras circunstancias en que se produjo y los
elementos de juicio conocidos hasta el momento. Ojeda había pasado a su segunda
clandestinidad desde 1990, mientras esperaba el juicio por la confiscación
revolucionaria de siete millones de dólares a un carro de la Wells Fargo en
Hartford, Conneticut, en 1983. La casa donde se escondía fue asaltada el 23 de
septiembre pasado, no obstante que estaba rodeada hacía tres días. Esa es
precisamente la fecha en que se conmemora el Grito de Lares de 1868, cuando se
proclamó la república frente a España. ¿Casualidad?, lo dudo. ¿Fascismo bushiano?,
es ya regla. ¿Aviso al independentismo?, pronto se sabrá.
Mientras los agentes irrumpían en los alrededores de la vivienda las fuerzas
independentistas celebraban la efeméride en la Plaza de la Revolución de Lares,
donde se escuchó un mensaje grabado de Ojeda. El gobierno y la policía
coloniales no habían sido informados del operativo. Solamente se les ordenó
acordonar la zona con agentes locales con el fin de impedir el paso. Un
periodista logró llegar al cerco y se ofreció para intermediar pero fue
rechazado por los federales. Tampoco permitieron el acceso a la casa de cuatro
fiscales puertorriqueños que se presentaron después del tiroteo.
En el momento de su caída en combate el jefe guerrillero contaba 72 años y tenía
por toda compañía a Elma Beatriz Rosado, su esposa, que estaba desarmada. Por
esta razón, los únicos testigos de los hechos son ella y los elementos de la FBI
participantes en el operativo. Rosado denunció que, contrariamente a la versión
de Washington, los agentes iniciaron los disparos. Ojeda, como ya había hecho en
1985, cuando también la FBI lo fue a detener, respondió el fuego. Hirió a uno de
los esbirros y, al parecer, poco después recibió un disparo de un francotirador
en la clavícula que según la autopsia le interesó el lóbulo superior de un
pulmón. Del testimonio del doctor Héctor Pesquera, que en nombre de la familia
acompañó a los médicos forenses en la diligencia, se desprende que la herida no
era necesariamente mortal y que Ojeda murió desangrado lentamente. Esto obedece
a que los de la FBI demoraron 17 horas desde entonces para entrar en la
residencia, con el pretexto de que podía haber explosivos en su interior. Como
afirmó el abogado y ex oficial de la CIA boricua Ignacio Rivera: "Hay operativos
dirigidos a capturar a una persona viva, pero en este caso el operativo… es uno
bélico, cuya misión es eliminar a un enemigo, como si hubieran estado en
Afganistán o Irak".
Las honras fúnebres a Ojeda movilizaron a miles de personas que se lanzaron a la
calle en todas las ciudades de Puerto Rico. Cientos de automóviles se sumaron al
cortejo desde San Juan hasta su natal Naguabo, donde ahora reposan sus restos.
Por el camino, maestros y escolares, amas de casa, trabajadores, campesinos y
estudiantes lo vitorearon levantando los brazos y lanzando flores en una de las
manifestaciones de luto más sentidas que se recuerden en la isla. Ojeda había
suspendido las acciones armadas y dedicado los últimos años a lograr la unidad
de las fuerzas independentistas a las que llamó el día de su muerte a fundirse
en una sola organización. "Siempre p´alante" fueron las últimas palabras que, ya
herido, escuchó de él su compañera.
aguerra12prodigy.net.mx