Latinoamérica
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Democracias pasadas por agua
Jorge Gómez Barata
En Asia, África y América Latina, los europeos no educaron para la democracia,
no la propagaron y jamás se propusieron establecerla, sino que renegaron de
ella, la combatieron y la pisotearon. Tampoco a los Estados Unidos le interesó
nunca exportar su modelo de organización política ni su estilo de vida. Todo lo
contrario.
Todo comenzó cuando Europa asumió al Nuevo Mundo como un botín, sentó sus reales
y lo ocupó militarmente, organizando el saqueo sistemático de sus recursos, para
lo cual no vacilaron en esclavizar y casi exterminar a los pueblos originarios.
Las potencias europeas reprimieron brutalmente a los movimientos reformistas,
persiguieron las ideas de la ilustración y criminalizaron las aspiraciones de
libertad. El despotismo y la intransigencia empujaron a los criollos, a los
pueblos originarios y a los esclavos a sublevarse y protagonizar prolongadas
guerras por la independencia.
En Latinoamérica el dogma anuló el debate, las armas desplazaron a la política y
ocuparon el lugar de las ideas, los campamentos se hicieron con el espacio de
los parlamentos y la formación militar sustituyó a la ilustración.
Aquellos cruentos procesos ocasionaron la destrucción de magnificas riquezas,
obligaron a dilapidar enormes caudales de energía e hicieron perder para el
trabajo pacifico y la acción creadora siglos enteros, originando costos humanos
increíblemente altos.
Todavía hiela la sangre recordar a los hacendados prendían fuego a sus cosechas
y fusilaban su ganado, a los lugareños que quemaban sus ciudades y a los hombres
de pensamiento sin otra opción que la guerra. Maestros, abogados, poetas y
teólogos, hacendados y comerciantes empuñaron las armas y en sangrientos
combates fueron sacrificadas masas de jóvenes y talentosas figuras, convirtiendo
en jefes militares y en caudillos a quienes pudieron ser líderes políticos,
estadistas y sabios.
Aquellas guerras motivadas por la codicia y la insensatez europea, exageraron el
papel de los militares, del autoritarismo y de la fuerza, impidieron la
edificación de instituciones civiles apropiadas.
Resulta paradójico el comportamiento de naciones como España que luchó duramente
por su liberación y cuyo surgimiento como Nación y Estado unificado coincidió
con el descubrimiento de América, Inglaterra con un parlamento que funciona
desde el siglo XII, Francia que gestó las ideas acerca de la democracia y la
libertad y que, desmidiéndose, guiadas únicamente por la codicia, apostaran por
el colonialismo.
No se trató de un desvarío coyuntural ni de un error rápidamente superado. El
dominio colonial persistió durante casi cinco siglos y estuvo vigente hasta los
años 50 y 60 del siglo XX.
No hay que sonrojarse. Lo que Estados Unidos hace ahora en Irak lo hizo España
en México, Portugal en Brasil, Inglaterra en la India, Francia en Argelia,
Italia en Cirenaica, Bélgica en el Congo, Alemania en Namibia y el modo en que
intenta organizar allí la democracia es esencialmente análogo a las condiciones
que Europa impuso a la independencia.
De aquellos legados y no de ninguna tradición democrática surgieron nuestras
contrahechas republicas. Aquellas nefastas enseñanzas corrompieron a las elites
criollas que una vez en el poder imitaron a las metrópolis y continuaron la
explotación en su propio beneficio y para provecho del capital extranjero.
Aquellos polvos trajeron los lodos del despotismo, el autoritarismo, el
paternalismo y el caudillismo y crearon las realidades de injusticia social,
explotación y exclusión que con dramática efectividad revelan los ciclones y los
tsunamis.
No hay que echar todas las culpas al colonialismo y al imperialismo, a la trata
de esclavos y a la esclavitud, pero hay que impedirles que se laven las manos.
Las oligarquías criollas, pro yanquis, primitivas, brutales, mezquinas y
desalmadas, son sus criaturas.
Poco importan los discursos acerca de los avances democráticos en América Latina
cuando unos pocos aguaceros matan a miles de personas.
La naturaleza no esta creando tragedias en México y Centroamérica. La tragedia
es el orden social instaurado hace cinco siglos y todavía vigente.