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Elecciones biométricas en Haití: Experimento de exclusión de alta tecnología
Andréa Schmidt
CounterPunch
Traducido para Rebelión por Alba Cachafeiro
Son muchos los que coinciden en destacar la importancia de las próximas
elecciones en Haití –las primeras desde que se expulsó a Aristide y su gobierno
en el golpe de estado del 29 de febrero de 2004.
Los miembros de la comunidad internacional que apoyaron el golpe también
coinciden: el consejero especial de Canadá para Haití, Denis Coderre, las ha
considerado "una encrucijada" y un "punto de inflexión histórico". La élite de
los negocios de Haití, que dirigió el golpe – y que aquí mencionamos sin ironía
como "sociedad civil" – también coincide. Ellos ven la elección como un proceso
a través del que su gente se puede consolidar en el poder. Y, tanto en las zonas
urbanas como rurales, muchos activistas Lavala creen que ahora que la elección
está ya en camino es un momento clave para demostrar que todavía son el partido
que mejor representa a la mayoría pobre del país.
Pero hay otra razón por la que este proceso resulta significativo – y todavía
más que nadie hable de ello. Haití está a punto de probar sus primeras
elecciones biométricas.
Para votar, todo ciudadano mayor de 18 años debe solicitar un nuevo documento
nacional de identidad que sustituirá las formas de identificación anteriores.
Después de las elecciones, ese carné se convertirá en la identificación
obligatoria para todos los haitianos y los unirá a servicios gubernamentales y
registros financieros.
Los nuevos carnés incluyen tanto foto digital como impresiones dactiloscópicas
digitales. En este momento, cerca de 2,9 millones de electores entre los 4
millones posibles han solicitado ya sus carnés en las oficinas de registro
establecidas por todo el país por el Conseil Électoral Provisoire (CEP), con
sustancial apoyo logístico de la Organización de Estados Americanos (OEA).
La cuestión de si es deseable un carné así o no no fue debatida públicamente en
la prensa haitiana, ni por el gobierno interino ni por la sociedad haitiana en
general. La mayor parte del debate sobre el proceso de registro se centró en si
sería accesible para la población rural y urbana pobre. Una sola oficina de
registro cubre todo Cité Soley, y está en las afueras. Los campesinos de algunas
zonas del país tienen que andar cuatro o cinco horas para llegar a esos centros
de registro. Y tendrán que hacer el viaje otra vez para recoger el carné cuando
esté listo.
A nadie parece preocuparle o ser especialmente consciente de las ramificaciones
de la identificación biométrica: amenzas a la privacidad, vigilancia
gubernamental e intergubernamental. La gente se sorprende cuando cuento que el
Parlamento de Canadá rechazó un documento nacional de identidad biométrico para
los canadienses en 2003, por las protestas a favor del derecho a la privacidad
de los ciudadanos. El carné había sido propuesto por Denis Coderre, entonces
ministro de inmigración de Canadá, que destacó su importancia para la seguridad
nacional tras el 11-S. El Ministerio de inmigración de Canadá acabó creando un
carné nacional obligatorio sólo para los inmigrantes con el estatuto de
residentes permanentes.Todavía no es biométrico, aunque disponga de una banda
digitalizada que contiene una serie de información que ayuda al gobierno
canadiense a seguir la pista de los residentes permanentes.
Patrick Féquiere es miembro de la CEP, el cuerpo administrativo temporal que
decidió utilizar este proceso electoral para instituir la identificación
biométrica nacional. Él ve el nuevo sistema como una victoria para un país donde
450 mil personas – básicamente, pobres de zonas rurales – están efectivamente
privadas de derechos porque no tienen ninguna forma de identificación estatal.
Finalmente, estas personas van a "existir a ojos del estado".
Es bastante lógico que en un contexto electoral post-golpe, caracterizado por un
gran desempleo, violencia y reorganización paramilitar, impunidad policial,
violencia social y una alta intervención internacional en todos los niveles de
gobernación, el puesto que ocupa en la lista de prioridades de Haití un debate
nacional sobre la biométrica sea bastante bajo.
Pero a pesar de la retórica de la inclusión con la que se promocionan los
carnés, para muchos haitianos la identificación biométrica amenaza con inaugurar
una nueva forma high-tech de exclusion nacional y hemisférica.
La identificación biométrica se basa en un sistema controlado por ordenador que
colecciona identificadores biológicos únicos como impresiones digitales,
mapeamiento de retina o fotos digitales, los digitaliza y los almacena en una
base de datos central. Cada vez que alguien enseña el carnet, el sistema
computacional comprueba el dato identificador con el que aparece en la base de
datos bajo su nombre. También puede aparecer otra información en la base de
datos, como la fecha de nacimiento, dirección, historial médico, capacidad de
crédito, historial político, u otra información conseguida a través de agencias
de vigilancia, y compararse con los identificadores. La información puede ser
compartida entre gobiernos, que pueden efectuar referencias cruzadas con los
datos guardados en las diferentes bases de datos del país, utilizarlos para
controlar a personas que entren en el país y marcar a aquellas que se consideren
un "riesgo para la seguridad" o terroristas potenciales.
Se supone que un sistema de identificación biométrica hará la identificación más
segura, al ser más difícil robar la identidad y así evitar la utilización
fraudulenta de la identificación de alguien para votar, acceder a servicios
sociales o atravesar fronteras.
Las voces críticas con el mencionado sistema expresan su preocupación por la
privacidad y seguridad de los datos recogidos, así como su posible aplicación
por el estado para trazar el perfil, perseguir y excluir individuos, o grupos,
basándose en sus identidades.
Féquiere afirma que el gobierno haitiano no pretende abrir sus bases de datos a
otros países. También dice que las condiciones de seguridad después del 11-S
influyeron en la elección por parte del CEP de un sistema de registro de alta
tecnología. Además, prevé que cuando los haitianos viajen a Estados Unidos, sus
identificaciones biométricas se comprobarán con los propios registros
biométricos estadounidenses. (Someterse a impresiones dactiloscópicas
digitalizadas es en la actualidad una condición de entrada en Estados Unidos
para la mayoria de extranjeros).
Utilizada así, la identificación biométrica en un carné obligatorio podría ser
peligrosa, debido a la eficiencia con la que institucionaliza y exacerba los
dobles patrones y las exclusiones que estratifican tanto a la sociedad haitiana
como a todo el planeta. Haití es un país en que se presenta como terroristas a
quienes luchan por sobrevivir en las chabolas más miserables, mientras
ex-comandantes militares responsables de masacres, como Jodel Chamblain, andan
libremente. Igual que en Colombia, la retórica de la guerra contra las drogas se
utiliza mucho para trazar un perfil determinado, aterrorizar y matar gente pobre
y activistas progresistas, al mismo tiempo que se les permite a conocidos
miembros de cárteles, como Guy Phillippe, presentarse a la presidencia con la
bendición silenciosa de "protectores" como Canadá y Estados Unidos.
Además, en un contexto político global en el que ya se deporta a personas como
Maher Arar, ciudadano canadiense, para ser torturadas en Siria, si tienen un
determinado perfil racial y se etiquetan como "terroristas" en una lista
americana de "Observación de vuelos" (U.S. Flight Watch), los peligros
potenciales de trazar el perfil biométrico a nivel hemisférico son elevados.
Los carnés de identidad de Haití se fabrican y digitalizan fuera del país, por
la filial mexicana de Digimarc, una empresa con sede en Oregón, en la lista de
proveedores de la International Foundation for Elections Systems (la IFES
trabaja con organizaciones como a USAID, el National Democratic Institute e
Elections Canada, para proveer "asistencia técnica destinada a fortalecer
democracias en transición"). La Digimarc firmó el contrato de 1,5 millón de
dólares con la OEA, y ahora los sistemas de la empresa se utilizan en todo el
mundo.
¿Qué mejor camino para integrar todo un país en un programa de vigilancia
biométrica que patrocinar un golpe de estado y aprovecharse del silencio
provocado por la represión política, por los abusos de derechos humanos, por los
rendimientos estancados y por el miedo de inestabilidad política perpetua que
intranquiliza a quienes podrían cuestionar todo el proceso?
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