Latinoamérica
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Guatemala: el huracán de las y los invisibles
Jesús González Pazos
Rebelión
Algunos están llamando a la tormenta tropical que ha asolado Guatemala,
especialmente, y también El Salvador, como el "huracán de los olvidados". Esto
en clara contraposición con el huracán Katrina que arrasó buena parte del sur de
los EE.UU. el pasado mes de agosto. Sin embargo, quizás sería más ajustada la
denominación de "huracán de las y los invisibles".
En este mundo globalizado priman sobre manera los intereses económicos, muy por
encima de las personas y pueblos. Así, lo vemos en la misma Nueva Orleáns, donde
después de la catástrofe, las grandes empresas están agigantando aún más si cabe
sus negocios y beneficios. Esas mismas empresas que operan en el Irak en plena
guerra (por mucho que Bush declarase hace ya demasiado tiempo el fin de la
misma) y que no han sido capaces de solventar uno solo de los acuciantes
problemas de la población, pero si han engordado sus cuentas de dividendos. Esas
mismas empresas (Halliburton,...) están ya plenamente instaladas en Nueva
Orleans llevando a cabo la interesada reconstrucción que, también aquí, operara
en contra de los intereses de los más pobres.
Pero cuando hablábamos del huracán de los olvidados establecíamos, con toda su
crudeza, la diferencia con la situación de Guatemala. Hace ya siete años que
esta tierra, junto a casi toda Centroamérica, fue arrasada por el huracán Mitch.
Entonces, después de la lluvia en su sentido estricto, llovió también en grandes
cantidades dinero y sobre todo un sin fin de declaraciones y buenas intenciones
para mejorar y prevenir la situación de la población ante esa y nuevas
catástrofes naturales. El dinero, en gran medida, sobre todo aquella ayuda que
fue vía internacional, de gobierno a gobierno, se perdió y poco resolvió. Son
famosos casos como el del entonces presidente de Nicaragua, Arnoldo Alemán,
quién desvió gran parte de estas ayudas hacia sus intereses personales, mientras
la población nicaragüense se ahogaba en la miseria. Salvo escasas excepciones,
en la inmensa mayoría aquellas protagonizadas por las organizaciones sociales y
populares, las acciones emprendidas escasamente
mejoraron la situación.
Y hoy, siete años después, la tormenta Stan atraviesa El Salvador, Guatemala,
México y vuelve a mostrar la crudeza de la vida en estas tierras. Si el Mitch
provocó en el segundo país poco más de un par de cientos de muertos, las cifras
de ahora superan ya el millar y apuntan a seguir subiendo. Incluso algún pueblo
del altiplano guatemalteco ha tenido que ser declarado campo santo por el alto
número de muertos y lo imposible de cualquier acción de salvamento y
recuperación de víctimas.
Guatemala, conocido como el país de los volcanes en las guías turísticas, es
también conocido como el país que sufrió una de las represiones más salvajes a
lo largo de casi cuarenta años de guerra interna. Más de 200.000 muertos, más de
400 aldeas y pueblos arrasados por el ejército y más de un millón de personas
desplazadas y exiliadas. Cuando en 1996 se firman los Acuerdos de Paz los
pueblos de Guatemala pensaron que había llegado por fin el momento de ver
cumplido su derecho a un futuro en paz, justicia con equidad y bienestar. Sin
embargo, la globalización, el neoliberalismo a ultranza y el incumplimiento de
esos acuerdos no han hecho sino hundir un poco más si cabe a la población pobre
que supone la inmensa mayoría del país, uno de los más empobrecidos de América.
Así, ni los Acuerdos de Paz, ni la respuesta a las consecuencias del huracán
Mitch, han servido para evitar una nueva catástrofe entre los más pobres, entre
los olvidados. Aldeas indígenas, diseminadas en este país indígena, ven
desaparecer su ya incierto futuro en un nuevo ciclo de desolación iniciado hace
ya demasiados años (513 se cumplen en estos días precisamente). Nuevas
declaraciones, ayuda urgente de la comunidad internacional y un nuevo sin fin de
buenas intenciones se desplegarán en estos días, incluso quizás se haga un nuevo
llamado a condonaciones de deuda y a la concesión de nuevos créditos en mejores
condiciones, que no serán sino una nueva condena de hipoteca de futuro.
Y los hombres y mujeres de Guatemala, indígenas (más de un 60% de la población)
y no indígenas seguirán atados a las inclemencias metereológicas y económicas,
se llamen Mitch, Stan, FMI o Plan Puebla-Panamá. Todo ello, mientras el sistema
político y económico-social se mantenga sin ningún cambio, más allá de
maquillajes. Porque si algo dejan en evidencia las tormentas tropicales y
huracanes, los terremotos y ciclones, es la necesidad de cambios estructurales
que permitan afrontar estas situaciones desde los parámetros del ser humano y de
los pueblos, desde los derechos civiles y políticos, desde los derechos
económicos, sociales y culturales. Por encima de los intereses estrictamente
económicos de las grandes transnacionales y sus protectores/marionetas políticas
que nunca pondrán los medios necesarios para enfrentar los embates de este tipo
de situaciones, porque eso no es rentable y el mayor interés está en mantener a
los pueblos empobrecidos mientras extraen sus riquezas, sean éstas naturales o
de fuerza de trabajo. Ese es el reto a medio-largo plazo de nuestra sociedad,
además de la ayuda en estos momentos, también necesaria, pues la gente se sigue
muriendo más allá de Nueva Orleans, Londres o Nueva York.
Jesús González Pazos es responsable Área Indígena Mugarik Gabe (ONGD)