Latinoamérica
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Uniformidad ante la desigualdad
Paul Walder
Con la excepción de Tomás Hirsch, candidato presidencial de Juntos Podemos
Más, los otros postulantes a La Moneda han exhibido una sorprendente similitud
en sus planteamientos económicos, lo que ha minimizado cualquier posibilidad y
deseo de un debate en torno a esta materia. Tanto el candidato de la UDI,
Joaquín Lavín, como Sebastián Piñera, de Renovación Nacional, y Michelle
Bachelet, de la Concertación, sólo expresan tenues matices en sus primeras
aproximaciones a un programa económico de gobierno. Tanto así, que toda la
prensa, por cierto aquella ligada a los grandes intereses económicos, los han
calificado como una prolongación de un modelo económico iniciado hace quince
años para algunos o treinta para otros y que, de una u otra forma, le ha dado
estabilidad macroeconómica al país lo mismo que una enorme desigualdad en la
distribución de la riqueza. Los cuatro candidatos, con más o menos énfasis en
uno de estos dos polos de evaluación del modelo económico, han elevado sus
primeras propuestas. Pero nadie lo impugna. La mayoría lo matiza y sólo Hirsch
plantea no su eliminación, sino su reformulación -ha dicho ante la Comisión de
Presupuesto del Senado- mediante una mayor intervención en la economía del
aparato público y una reforma tributaria. Al observar el planteamiento de los
tres candidatos de los dos grandes pactos, ha sido el de Michelle Bachelet el
más cauto, y también más atado al paradigma de los últimos años: continuidad de
la regla del superávit fiscal del uno por ciento instaurada por Nicolás
Eyzaguirre, una muy discreta proyección de crecimiento económico futuro -un
cinco por ciento-, carencia de una política pública de estimulación del empleo y
continuidad en materia tributaria. En suma, a grandes rasgos lo que tenemos como
propuesta es un futuro gobierno que administraría el actual estado de cosas. Un
planteamiento que ha resultado incluso más conservador que el elevado por Lavín.
El candidato de la UDI, de los sectores más ideológicos del libre mercado, que
se ha mostrado también dispuesto a mantener la regla del superávit del actual
gobierno, ha propuesto una proyección de crecimiento del siete por ciento (como
se sabe, el Estado, según su nivel de gasto, puede estimular la expansión del
Producto Interno Bruto), apoyo a las pymes y generación de algunos millares de
puestos de trabajo. Una propuesta que, sin embargo, resulta retórica -o
demagógica- cuando desde estas mismas filas se ha puesto a la desigualdad como
uno de los problemas sociales más profundos que un próximo gobierno deberá
enfrentar. Los planteamientos económicos de Lavín no tienen por dónde resolver
esta falencia. Ha sido Sebastián Piñera quien tiene la propuesta económica menos
convencional, lo que en estos tiempos puede hasta parecer una osadía. Piñera se
ha atrevido a cuestionar la regla del uno por ciento de Eyzaguirre, lo que
permitiría liberar no menores recursos fiscales -hoy ahorrados como simple
medida financiera, como colchón de garantía macroeconómica a recelosos
inversionistas y organismos internacionales- para destinarlos a gasto social.
Sobre impuestos, tal como Bachelet y Lavín, Piñera no se ha pronunciado. Esta
pasividad en materia económica, que ha sido ambigüedad en materia tributaria, ha
sido también un talante que oculta una aceptación o resignación con el actual
estado de cosas, el que no sólo tiene estabilidad macroeconómica, crecimiento
del PIB, sino una tremenda y expansiva desigualdad social. Durante la reunión en
la Comisión de Presupuesto, Bachelet y los otros dos candidatos soslayaron esta
materia, lo que es una aceptación del statu quo, materia sensible ante las
cúpulas empresariales, pero también esencial para resolver un problema crucial
como lo es nuestra modernidad minada por un galopante deterioro social.
GUARDAESPALDAS ECONOMICOS
Una señal no menor la dieron los escoltas técnicos que acompañaron a los
candidatos a la Comisión. Lavín apareció con la plana mayor del Instituto
Libertad y Desarrollo y del Centro de Estudios Públicos (CEP), Cristián
Larroulet, Rossana Costa y Juan Andrés Fontaine, organismos centinelas de las
denominadas "bases económicas del gobierno militar". Piñera estuvo acompañado
por Felipe Morandé y Bachelet, por Andrés Velasco y Jorge Marshall, presidente y
vicepresidente de la organización Expansiva, la que ha sido identificada como la
corriente económica más liberal de la Concertación. Morandé, que fue gerente de
Estudios del Banco Central entre 1997 y 2001, actualmente desempeña funciones en
aquel bastión del sector privado que es la Cámara Chilena de la Construcción. Lo
que hemos visto no ha sido un programa de gobierno de cara al país, sino para la
clase empresarial. Este mensaje ha permitido una mayor libertad a los
planteamientos del empresario Sebastián Piñera y una inhibición de Bachelet, que
ha debido dedicar un tiempo no menor de su campaña a seducir al sector privado,
tanto nacional como internacional. Como resultado, Bachelet obtiene un clima
económico que, aun cuando no es sólo consecuencia de su muy probable próximo
gobierno (hay aspectos no menores en el escenario nacional que son un efecto
directo del presente trance expansivo de la economía internacional), está
relacionado con la continuidad del modelo económico actual que desarrollará su
administración. La presencia de Velasco y Marshall en la primera línea de su
futuro equipo económico ha sido interpretada como señal de estabilidad y
continuidad por el sector privado, que decididamente invierte en Chile. Como
ejemplo, podemos citar las grandes operaciones en telecomunicaciones efectuadas
hace poco tiempo por Telefónica y muy recientemente por el magnate mexicano
Carlos Slim, las que son una evidencia más de la certeza que tiene el gran
capital en la prolongación del diseño económico. La fuerte influencia de
Expansiva en los criterios económicos de Bachelet elimina -o al menos, minimiza-
la posibilidad de un cambio a las actuales políticas económicas. La presencia de
las concepciones y los actores más liberales obstaculiza e inhibe la influencia
de otras figuras en aspectos esenciales y sensibles, como la magnitud del gasto
fiscal o la estructura tributaria, quienes están, como se ha podido observar, en
algunos sectores del Partido Socialista y de la Democracia Cristiana. La
"audacia" de Piñera al desestimar la continuidad de la regla de Eyzaguirre puede
interpretarse también como un guiño hacia la DC: lo que en política económica no
se atreve a hacer Bachelet, por ejemplo más gasto fiscal para ayudar a las pymes
y la clase media, lo hace el cacique de RN.
LA CONCIENCIA POLITICA ESTA FUERA DE LA POLITICA
La Iglesia Católica chilena también ha hecho la interpretación del mensaje
económico. Ha emitido un verdadero discurso político relacionado con la uniforme
campaña electoral. En una sorprendente declaración, el Comité Permanente de la
Conferencia Episcopal de Chile solicitó a los candidatos la publicación de sus
programas, como también los criterios y valores en los cuales se sustentan. La
Iglesia Católica, que en nuestro país tiene (¿o ha tenido? se pregunta este
cronista) un peso en los aspectos éticos, ha dicho que "estamos llamados a
participar en el proceso de elección de las nuevas autoridades del país. El voto
es un modo privilegiado de ejercer esta responsabilidad, informada,
reflexionada, y ejercida en conciencia. Es un derecho y un deber de los
ciudadanos conocer lo más acabadamente posible los programas de los candidatos y
candidatas, así como los valores y criterios en que se sustentan, bienes que el
recordado cardenal Raúl Silva Henríquez sintetizara en lo que llamó 'el alma de
Chile', cuya identidad se funda en la dignidad de la persona humana, la primacía
del derecho y el aporte original de la fe cristiana. En particular, destacamos
que sean propuestas concretas para promover una mayor equidad, que supere las
escandalosas brechas sociales, económicas y culturales existentes en nuestro
país y procuren fortalecer la familia como el principal espacio de humanización.
Es necesario que formulen políticas favorables a la vida, a la educación, a la
salud, a los trabajadores y a las personas de la tercera edad. Es deber de
quienes postulan presentarlas de manera oportuna, transparente y clara, pues las
promesas electorales constituyen un auténtico compromiso con el país,
especialmente con aquellos cuyo presente y futuro depende, en gran medida, del
fiel y eficaz cumplimiento de ellas". La declaración de la Iglesia tiene como
objetivo no Lavín ni Piñera, sino transparentar la campaña de Bachelet. No sólo
porque la candidata mantiene un evidente liderazgo en todas las encuestas, sino
porque su campaña se ha caracterizado por la opacidad y cierto ocultamiento o
ambigüedad en las principales líneas que regirían a su gobierno. Hoy, a escasos
cuatro meses de las elecciones, el electorado sabe por quién votar, pero no
tiene idea de cuál es el programa de su candidata. De manera más cínica, la UDI
también ha lanzado este mensaje a la candidatura de Bachelet. Aun cuando la ha
llamado a pronunciarse respecto a materias como la desigualdad social, el nivel
de la carga tributaria, privatizaciones y previsión de las fuerzas armadas,
entre otros temas sensibles, lo que hace no es, como lo pretende la Iglesia,
informar al país, sino forzarla a exponerse ante la oposición de derecha y,
eventualmente, el empresariado. Las intenciones de la UDI, que también se
enmarcan en el interés electoral, sin embargo expresan la ambigüedad
programática de Bachelet como una de las características de su campaña. Las
presiones de la UDI, aun cuando tienen un trasfondo absolutamente electoral,
están apoyadas en el discurso del hoy menoscabado Lavín, pionero en colocar en
la agenda electoral el problema de la desigualdad social. En este sentido, la
proclama de Lavín, que es -rarezas de la historia- transversal a la Iglesia, a
la Izquierda y a no pocos sectores de la misma Concertación, toma credibilidad.
Tal vez no por venir desde la UDI, pero sí por la amplitud de voces que la
elevan. Hay, por un lado, una extraña paradoja, en la cual la Izquierda, la
Iglesia y la derecha ponen el problema social en la agenda pública, en tanto la
Concertación queda inhibida ante el debate, convertida en una maquinaria
empujada por fuerzas ocultas en su interior. Lo que queda demostrado en este
trance es una coalición anquilosada por las disputas internas del poder, que
apunta hacia aquellas estructuras de partido único. El programa de gobierno de
Bachelet estará diseñado por el resultado que surja de las disputas intestinas y
no por las necesidades del país. Lo que tenemos con las elecciones ad portas es,
a la vista del electorado, una candidata sin programa, que revela una fuerte
complacencia con el desempeño de los gobiernos de la Concertación. Pero al
apoyarse en esta trayectoria, en la alta valoración pública del gobierno de
Ricardo Lagos, se afirma también en sus falencias, que son el aumento de la
desigualdad en el acceso a la riqueza y la alta tasa de desocupación.