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Andahuaylas ¿aventura o insurgencia?
Por Gustavo Espinoza m. (*)
72 horas duró la acción implementada por Antauro Humala Tasso y sus
seguidores en Andahuaylas, una de las ciudades más deprimidas del pauperizado
Trapecio Andino en el sur peruano. El martes 4 de enero al mediodía, en efecto,
y luego de la detención del líder ocurrida el día anterior, los humalistas
depusieron las armas y aceptaron liberar a sus rehenes y dejar en el suelo las
cacerinas de sus fusiles, en un acto que no tuvo precedente en el proceso
peruano de las últimas décadas. Como secuela de los hechos, quedó la vida segada
de 4 integrantes de las fuerzas policiales y dos bajas por parte de quienes
tomaron la estación policial de la ciudad en la madrugada del Año Nuevo.
También, por cierto, numerosos heridos y otros daños materiales, a más de un
gran susto y un ambiente de tensión constante que se expandió por el país dado
que los principales hechos fueron trasmitidos "en vivo y en directo" por la
televisión peruana.
El desenlace, se gestó la noche del lunes cuando Antauro Humala fue persuadido
para abandonar su transitoria fortaleza -la comandancia policial del lugar- y
trasladarse a la sede municipal de la ciudad, para sostener una entrevista con
el Jefe de la Policía quien "negoció" en nombre del gobierno las condiciones de
a paz. Cuando, finalmente, no se arribó a los acuerdos que se esperaban, para el
representante del Estado fue fácil informar a Humala que quedaba detenido "por
orden superior". El resto, ocurrió sin mucha resistencia. En la mañana del
martes tuvieron lugar negociaciones con quienes quedaron en el local tomado, la
liberación de los 21 rehenes y el traslado de los amotinados a un lugar distante
de la ciudad para afrontar el reto de la ley.
Como era previsible, los medios de comunicación volvieron a respirar aliviados,
al tiempo que la calma retornó a la convulsa zona andina del país.
Los analistas se preguntan, en el contexto si lo ocurrido puede ser considerado
una aventura, o una insurgencia. Para ambas tesis hay razones, dado que el
proceso peruano es confuso y los elementos contradictorios asoman en cada recodo
del camino.
Habría que decir, en primer lugar, que la bandera levantada por Antauro Humala
no fue ajena al sentimiento nacional. Por eso el 53% de los encuestados por un
diario conservador -"Perú 21"- dio una respuesta positiva cuando se le preguntó
si simpatizaba con la acción de Humala.
En esa misma línea, un elevado, y quizá desprevenido, 46% dijo también respaldar
la política etno-cacerista que propugna Antauro Humala.
Y es que el Presidente Toledo tiene menos del 10% de aceptación pública y su
gestión llega a los límites del desastre no sólo por las promesas incumplidas,
sino también por su errático comportamiento y su obsecuencia ante el Poder
Imperial y los designios de la Clase Dominante, cuyos intereses encarna. La suma
de errores cometidos incluso en el tratamiento de éste conflicto ha revestido
tal magnitud que, luego de los hechos, la muy raleada popularidad del mandatario
habrá de sufrir nuevos embates.
Sin embargo, el repudio ciudadano no se limita al Jefe del Estado. Se hace
extensivo a todo el cuadro político del país, incluyendo a los partidos de la
oposición. Estos, curiosamente, que llamaban todos los días a luchar por la
salida de Toledo del Gobierno, y que recurrieron a todos los mecanismos legales
y no legales para lograr ese propósito, cerraron filas en torno al Presidente
apenas tuvieron lugar los sucesos de Andahuaylas. Ahitos de soberbia,
satisfechos del precario poder del que gozan, y de plácemes por las gollerías de
las que disfrutan, los parlamentarios del APRA y de Unidad Nacional fueron los
primeros en condenar "la insurgencia golpista", la misma que, por lo demás, fue
calificada como "asonada comunista" por el Presidente del Consejo de Ministros,
Carlos Ferrero, ex vocero del fujimorismo y hoy figura destacada del régimen
toledista.
Por interpretar una demanda justa y por responder a un comportamiento enérgico -que
la ciudadanpia reclama- fueron miles, sin embargo, los que se manifestaron en la
propia ciudad de Andahuaylas en respaldo al accionar de Humala, pero también en
Arequipa, Puno, Ayacucho y en otras ciudades.
Sobre todo jóvenes, y también trabajadores, salieron a las calles en forma
decidida, arriesgando no solo la libertad, sino también la vida.
La izquierda Peruana, sin embargo, no respaldó el movimiento. Javier Diez
Canseco y Rolando Breña, dirigentes del Partido Democrático Descentralista y del
Movimiento Nueva Izquierda -los únicos que hablaron-, tomaron pronto distancia
de Antauro Humala y calificaron su acción como una aventura antidemocrática e
irresponsable provocada por intereses de orden familiar (Ollanta Humala, coronel
del ejército y hermano de Antauro pasó al retiro el fin de año como consecuencia
de una medida ciertamente discutible del gobierno). En realidad, parecieron
lamentar la posibilidad de que los hechos tuvieran secuelas que afectaran los
planes electorales de la Izquierda a la que representan Las cosas son más
complejas en el Perú de hoy y no pueden resolverse con explicaciones simples,
con verdades formales, apego a fórmulas ni excomuniones ni anatemas. El
humalismo es un fenómeno que debe ser analizado en un marco concreto y en las
condiciones de la profunda crisis que agobia al país.
De los sucesos de Andahuaylas hay que rescatar la decisión política, la
consecuencia entre el verbo y la acción y la valentía de la que hicieron gala
miles de jóvenes, muchos de ellos revolucionarios en ciernes, que se sumaron a
la causa. Esos elementos, unidos a un contexto latinoamericano ciertamente
sugerente, abrió la posibilidad de que se comparara la acción de Año Nuevo en
los andes peruanos, con las acciones de los indígenas ecuatorianos o bolivianos,
o con la gesta de los militares de Chávez, en Venezuela. La comparación resulta
forzada, y en el fondo errónea. El llamado Etno Cacerismo no es un movimiento
indigenista ni revolucionario, y Antauro Humala está, en todo caso, mucho más
cerca del Lucio Gutierrez de hoy, que de Hugo Chávez. Sus concepciones
ultrznacionalistas y su parafernalia ya conocida lo acercan más a los paradigmas
hitlerianos, que a nuestra propia historia.
Tres elementos alimentan la desconfianza que genera Humala: sus antecedentes,
sus opiniones recientes y su entorno político y militar.
Con relación a lo primero, hay que recordar que Humala no es una figura
enteramente nueva en el país. En las oprobiosas décadas de la "Guerra Sucia"
(1980-200), fue un Comando que desarrolló acciones en el interior del país. En
la selva de Huanuco fue conocido bajo el apelativo de "Corpus Christi" y tuvo a
su cargo acciones que ciertamente no podrían enorgullecer a nadie. Los hechos
derivados de tal comportamiento aún no se han deslindado, pero probablemente Eso
ocurrirá en la medida que se haga conciencia en el país de la necesidad de
desentrañar los crímenes consumados contra las poblaciones en este infausto
periodo de la historia.
Después, se alzó el 29 de octubre del año 2000, pocas horas más tarde que el
país conociera de la fuga del Asesor de Inteligencia de Fujimori, peleado con
éste. Ya en ese momento se presumió que la insurgencia del caudillo estuvo
concertada con Vladimiro Montesinos y fue orientada a desencadenar un diluvio
que ayudara a comprender al Presidente de entonces que no iría muy lejos sin la
proximidad de su asesor más íntimo.
Poco después, Antauro mostró sus inquietudes electorales. Fue candidato no
elegido a un puesto congresal en la lista parlamentaria del Frente Independiente
Moralizador capitaneada por Fernando Olivera, hoy un firme aliado de Toledo.
Más tarde, tuvo vínculos muy cercanos con gente del gobierno toledista, y
finalmente aceptó la defensa de Javier Vallerriestra, uno de los politiqueros
más despreciables del Perú de hoy, y que será nuevamente su abogado.
Las opiniones de Humala se expresan en un periódico que edita con cierta
regularidad y que se denomina "Ollanta". Allí sostiene la necesidad de fusilar a
"los blanquitos", "acabar con los corruptos" y "echar a los chilenos", a más de
liberalizar la droga, sembrar coca y volver a la economía del trueque. Algunas
de sus formulaciones parecen extraídas de textos polpotianos, pero otras lindan
simplemente con la demencia más alucinante en medio de un lenguaje rebuscado y
tal vez simbólico.
Pero lo más preocupante es, sin duda, el núcleo que lo sustenta. Su libro
-"Ejército peruano; milenarismo, nacionalismo y etnocacerismo"- editado
recientemente, fue prolongado por el general Ludwing Essenwanger, ex Jefe del
Servicio de Inteligencia Nacional en los años de auge del Senderismo (1982 -
1985). Aun se recuerda que justamente en esos años numerosos actos terroristas
fueron adjudicados a Sendero, pero una sorpresiva operación permitió capturar en
la comisión de los mismos, a dos militares hijos del citado general que
declararon públicamente en ese instante que sí, que ellos eran "senderistas
infiltrados en la institución armada". No podían, bajo ninguna circunstancia
admitir, en efecto, que las acciones senderistas no eran tales, sino más bien
operativos ejecutados por la institución castrense, empeñada en crear un clima
generalizado de violencia que abra paso a un régimen de fuerza. Del caso sin
embargo, se habló muy poco, y hoy mismo asoma silenciado. Se supo, sin embargo,
que siendo Essenwanger jefe del SIN, Abimael Guzmán fue ubicado en una lujosa
residencia de San Isidro, en la avenida Sánchez Carrión, en 1983. Su detención
no se produjo entonces "por consejo" de los servicios de inteligencia de
entonces. El hecho permitiría preguntarse hoy ¿quién era el infiltrado de quien?
Pero hay más, el asesor principal de Antauro Humala es ahora el general Gustavo
Bobbio Rosas, a quien la prensa peruana señaló como "el nexo entre el ala dura
del ejército contraria a la reforma militar, representada en ese momento por el
general Graham Ayllón", quien recientemente se vio forzado a dimitir de su
función.
Bobbio Rosas, era, a su vez, asesor de Graham y tenía puerta libre para el
ingreso a la Comandancia General del Ejército y otras dependencias militares, al
tiempo que daba charlas de "estrategia militar" a los reservistas de Humala
¿Mucha coincidencia?.
Interrogado en torno al tema, Antauro sostuvo recientemente que él "cuenta con
el apoyo de muchas oficiales del ejército, tanto en actividad como en retiro".
Curiosamente en los sucesos de Andahuaylas, y mezclado con las actividades de
Antauro Humala, estuvo también el ingeniero Fernando Bobbio Rosas, ocupado en
"dictar unas charlas" para los simpatizantes de esa causa. Ubicado por las
autoridades policiales intervino según parece en forma decisiva para crear las
condiciones de la entrega de Humala.
Si en la última semana de diciembre no hubieran ocurrido los cambios militares,
si el general Graham Ayllón no hubiese sido forzado a salir de su puesto y si su
entorno no hubiese sido cambiado, probablemente el escenario militar hubiese
sido distinto.
Estos -y otros elementos- podrían perfilar la idea de que la toma de la
Comandancia Policial de Andahuaylas era apenas un detonante para el accionar de
otras fuerzas que, finalmente, no llegaron a entrar en acción ¿Algo de mayor
cuantía se preparaba en el país?. En todo caso, el activo respaldo que el diario
"La Razón" dio a Antauro Humala en los días de la crisis luce en extremo
sospechoso. Es conocido el hecho que ese periódico -de propiedad de los
Wolfensson- es el vocero más activo de la Mafia que opera en el país y que busca
obsesivamente abrir el paso para el retorno de Fujimori al Poder.
Hay un elemento adicional muy usado para sustentar vinculaciones progresistas de
Humala: la antigua filiación comunista de su padre y evidente gestor de su
pensamiento. Isaac Humala, en efecto, tuvo una activa militancia comunista a
mediados del siglo pasado, y ello genera interés en los analistas que buscan
encontrar gérmenes de una semilla revolucionaria. Harían bien, sin embargo, en
investigar también las causas por las que el abogado Humala, entonces asesor de
sindicatos mineros y otros, fue expulsado del PC en la década de los sesenta. Su
conducta poco honorable, que le acumuló fortuna y lo convirtió abruptamente en
abogado de las empresas, fue el motivo de una sanción que pocos conocen y que
nadie ha precisado.
No hay razones valederas, entonces para hacerse ilusiones con Antauro Humala y
su movimiento.
Este, no fue una aventura, ni una insurgencia, sino un ensayo de lo que preparan
otras fuerzas en la perspectiva. El problema es que, en el mar de confusiones en
el que se debate el escenario peruano, bien podría ocurrir que la población
peruana se confunda y que los jóvenes revolucionarios terminen entregando la
vida por una bandera que no es del pueblo. Lo preocupante, entonces, no es tanto
lo que ha ocurrido, sino lo que habrá de ocurrir, si el escenario político no es
llenado por un mensaje de Clase en el que el discurso político se complemente
con una práctica revolucionaria consecuente y combativa (fin) (*) Miembro del
Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera