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Latinoamérica


 

La doblez en el estilo inepto de gobernar

Julio Pomar
Argenpress.info

No se descubre el Océano Pacífico si se dice lo que desde antes del 2000 ya se afirmaba, en medio del enojo de algunos y el escepticismo de otros: que un gobierno foxista iba a ser un desencanto para los que votaran por Vicente Fox Quesada (por lo cual por internet nos llovieron insultos anónimos orquestados por manos también cobardemente anónimas, y hasta veladas amenazas, pero no sólo al palenquero sino a muchos periodistas de todos los medios). A los cuatro años de su administración, eso está recontra confirmado: este equipo foxista no ha sabido qué hacer con el gobierno y no ha trascendido del discurso electoral panfletario, plagado de exabruptos, liviandades y frases huecas. Determinado, además por un doble discurso inevitable, el que viene de una intención política de derecha que se enfrenta a la sociedad en sus bases, pero no se resigna a abandonar el palabreo que le dio votos en el 2000. Una política reaccionaria, en suma, que sólo se puede imponer a punta de pinochetazos, pero no por medios democráticos creíbles.

La naciente democracia mexicana ha demostrado que por esta vía es imposible sostener en México, aunque de momento triunfe, una política de derecha, empresarial, neoliberal y sometida a los designios del imperio. Es muy poderoso el derrotero histórico y social del país, como para entregarse así como así a caminos que nos llevan al despeñadero. Fox, con sus bravatas electorales, le dio la impresión a muchos que era el caudillo del momento, por varias razones: (1) No era en rigor un candidato del PAN, por el cual no votan nunca las mayorías debido a su estrechez de miras sociales (este partido representa sólo a algunas clases medias y sobre todo a empresarios, o a gente influida por la iglesia católica), sino de un aparente movimiento cívico que se deslindaba del partido que lo postuló, lo cual quedó evidenciado a sólo 3 días de haber obtenido el triunfo electoral ('gobernaré yo, no el PAN', dijo entonces Fox), como reflejo de lo que había sido su campaña. (2) Picaba la cresta del descontento popular acumulado contra el PRI, pero que curiosa o significativamente era un PRI encabezado por priístas para entonces trasmutados de 'populistas' en neoliberales lo más puros posibles (harvardianos, yaleanos, en general cipayos intelectuales, etc.); o sea, el voto relativamente mayoritario que lo favoreció, absolutamente difuso en sus contornos ideológicos, se ilusionó con 'algo distinto' y 'contrario' al neoliberalismo rapaz y empobrecedor de mayorías que los priístas de los últimos tiempos habían perpetrado, sin entender que el foxismo era un caballo de Troya sin los alcances épicos de su original griego, ya que traía en la entraña el prosaico, fenicio afán de lucro bajo la nómina del 'mercado libre'.

La 'mediatiquez' foxista no quiso o no pudo desmantelar de cuajo el mensaje contrario al neoliberalismo, pero por otro lado ésta, la neoliberal, era su línea real, aunque se fueron por la frase hueca del 'gobierno del cambio'. Desde el principio del gobierno de Fox fue evidente que quería realizar una contrarrevolución total, manifiesta en las intenciones de imponer políticas anti populares (IVA a alimentos y medicinas, profundización en la privatización de los servicios de salud) y antinacionales (privatización y desnacionalización del petróleo y la electricidad), con el consuelo de adoptar programas miserabilistas del neoliberalismo para sólo encubrir esta intención real y paliar la pobreza (Oportunidades, Contigo, etc.). El cuerpo social se alarmó ante estas intentonas y se puso en guardia contra ellas. En medio de zozobras y, también, inconsecuencias, los legisladores y gobernadores priístas resurgentes supieron mantener a raya estas pretensiones contrarrevolucionarias. Y ante los nulos resultados de la gobernación actual, sus candidatos fueron acumulando victorias electorales llevados del desencanto y la demostrada ineptitud foxista.

Si López Obrador, en contraste, creció en la aceptación popular y pese a todo mantiene un alto rango de preferencia, no es por su bonita cara, sino porque esa mínima política social ejercida (nucleada en torno al apoyo a 'los viejitos' y a los discapacitados) es efectiva, real, no de palabras ni de espots televisivos, sino que ha trascendido y se ha arraigado en el seno familiar de amplios segmentos populares. Es algo tangible, algo que no ha podido tener el foxismo y de ahí su persecución contra el 'Peje', acusación viviente de la ineptitud de quienes están encaramados en el gobierno federal, por el momento, sin que ello signifique que el gobernante capitalino no cometa errores profundos en su acción.

Por todo eso el foxismo ha tenido que mantener el doble discurso. No se quiere despegar de la proclama de campaña, que aparentaba ser popular, la cual le retribuyó votos y popularidad, pero a la vez esa proclama no tiene nada que ver con sus designios reales en tanto que es una alianza endeble de grupos políticos de la derecha, que postulan el capitalismo salvaje. De ahí que mantengan la doble moral, el doble discurso, la doblez en casi todo (diccionario: doblez es 'astucia o malicia en la manera de obrar, dando a entender lo contrario de lo que se siente'), y se pretendan mantener a golpes de espot televisivo, no de actos de gobierno que amparen o sustenten una verdadera política popular y nacional. Pero eso es igual en el cotidiano laboreo foxista. Un día, hace poco, llama Fox al entendimiento y al diálogo a los legisladores que se oponen a sus políticas reaccionarias, y dos o tres días después los tilda urbi et orbi de 'algunos necios' que se oponen a sus reformas, a su 'cambio', a su presupuesto cargado a favor de los que ya lo tienen todo, y vaticina que la historia se los reclamará. Dejemos que la historia, y la actualidad también, le reclamen la doblez del discurso y del hacer. Eso se está viendo ya en las elecciones y se seguirá viendo.