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Mueren 5 pequeños en un basural de la ciudad andina de Ecuador
Altercom
Mario Caicedo, Alex Choto, Pablo Choto y Luis Yantalema, niños indígenas
ecuatorianos que ganaban centavos limpiando los zapatos de la gente de Riobamba,
agotados y malcomidos buscaron pernoctar en la «Casa indígena», un albergue para
sus congéneres los humillados. Era último martes del 2004. Tras ser expulsados
del «dormitorio», vagaron por las calles en la gélida madrugada de la ciudad que
dormía sus farras al pie de las nieves eternas del Chimborazo y el Altar.
Encontraron en el botadero municipal de basura un contenedor vacío de
desperdicios. Allí apretujaron sus carnes y se durmieron exhaustos. Al día
siguiente los hallaron muertos luego de ser enterrados entre los escombros y la
basura que un vehículo arrojó sobre ellos. Las autoridades levantaron los
cadáveres. Las madres lloraron sus pequeños muertos. La noticia apareció en los
diarios. Pronto serán olvidados, para siempre. (Altercom)
Quito (Ecuador) - 2 de enero de 2005
Perdida
entre decenas de noticias de todo tipo, la que trae sobre la muerte de cinco
niños entre los basurales de la ciudad de Riobamba, ha estremecido la conciencia
nacional porque es el verdadero termómetro acerca del estado de situación de las
condiciones sociales de vida de los ecuatorianos.
Tenían entre once y doce años. Según narran sus familias, en los días de
vacaciones se dedicaban a lustrar zapatos. En medio del bullicio de la vida que
salía de la niñez y llegaban a la adolescencia, se dedicaban a muchas travesuras
porque no podían estar en sus casas ya que en su pueblo es obligación de todos
trabajar para mantener la economía de los hogares.
¿Hogares? Los padres de dos hermanos muertos cuando les sepultó en vida un
camión de la basura, estaban en Guayaquil en calidad de comerciantes. Por lo
tanto los niños fallecidos, casi jóvenes, estaban solos sin el cuidado de su
madre ni de su padre. Fuera de la escuela porque estaban de vacaciones, fuera
del hogar porque sus padres no estaban, fuera de la hostería indígena porque se
portaron mal y hacían bulla, entonces no encontraron mejor refugio que la
basura, el hedor, los cadáveres de animales, y los desperdicios que venían del
frenético consumo navideño.
Riobamba pertenece a la provincia del Chimborazo, la más pobre de todas. De
predominante población indígena, mantiene el más alto registro de migración
interna. Miles de indígenas van a Quito a trabajar como cargadores o
lustrabotas, a Guayaquil como vendedores de baratijas, o a las plantaciones de
caña a cortarla durante algunos meses del año.
Horas antes estuvo allí el Presidente de la República para repartir juguetes en
algunas comunidades. No sabemos si los fallecidos tenían entre sus manos los
juguetes presidenciales, pero sí conocemos de sus nombres porque cargaban en sus
mochilas los cuadernos de la escuela.
Las autoridades municipales han declarado que la institución correrá con los
gastos de la sepultura. Como ocurre en estos casos los más pobres entre los
pobres no tienen dónde descansar eternamente y sólo allí aparece la preocupación
oficial.
Esta horrible tragedia se suma a tantas otras que tienen especial significación
los días de Navidad y de Año Nuevo. La pobreza de la mayoría de la nación se
refleja en dramas humanos que desgarran el sentimiento pero además dejan en
claro el fracaso total de la demagogia, del modelo populista, de la política
reaccionaria de alianzas clasistas, de la globalización, del neoliberalismo
inhumano y depredador.
En la muerte de los niños de Riobamba hay responsables. Pero no lo es el
camionero que descargó la inmundicia sobre los cuerpos de quienes dormían en el
basural, ni del cuidador de la hostería indígena, sino de los gobernantes de
turno en los municipios, en el Congreso Nacional, en las Cortes de Justicia, en
el Ministerio de Bienestar Social, en la dirigencia indígena dividida.
Mientras los poco honorables jueces defenestrados cobrarán 140.000 dólares por
concepto de sus honorarios y más obligaciones, mientras los poco honorables
diputados cobraron ocho mil dólares de sueldo este mes de diciembre, mientras un
puñado de poderosos se enriquecen con las riquezas de todos los ecuatorianos,
hay millones de seres que han sufrido en estas navidades porque no tienen un
pedazo de pan para ellos o para sus hijos.
Todas las promesas electoreras, populistas, se van abajo cuando se conocen
algunas de las tantas injusticias. ¿Qué le significa al pueblo el Tratado de
Libre Comercio si al vender un quintal de papas más bien sale perdiendo? ¿Qué le
importa al pueblo la pelea por los puestos en la Corte Suprema o la Presidencia
del Congreso si cada vez es más pobre?
Al mirar los cadáveres de los niños de Riobamba, así como los cuerpos de las
adolescentes que se han suicidado en estas injustas navidades. Al observar por
otro lado la voracidad de los capitalistas que se atracan con todo lo que
encuentran, al conocer que nunca tuvieron los bancos tantas utilidades como las
de este año. Al observar el optimismo del Ministro de Economía así como los
viajes presidenciales en los que se entregan juguetitos, funditas de caramelos o
golosinas a miles de pobres que además, para colmo de las infamias, agradecen la
limosna, es que el espíritu se rebela de indignación y de furia.
Pero esta santa ira no debe ser mal encaminada ya que el trabajo por cambiar
esta realidad de lacerante injusticia, todo es largo y plagado de sinsabores.
Los poderosos no dejarán con facilidad sus privilegios e incluso apelarán a todo
tipo de argucias para seguir o llegar al delicioso placer del poder.
Ya que la próxima semana se disputarán nuevamente el pastel de la Presidencia
del Congreso, o los puestos en el Consejo Nacional de la Judicatura, o ya que el
21 de enero piensan festejar el asalto a Carondelet, los ecuatorianos que
tenemos frente a nuestros ojos a los niños de Riobamba nos vamos a preparar para
reunir todas estas infamias y reconstruir la historia ecuatoriana.
Altercom
Marco Villaruel Acosta
Periodista, doctor en Derecho Internacional. Es Decano de la Facultad de
Comunicación Social de la Universidad Central del Ecuador.