Latinoamérica
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CLAVES: CON JOãO PEDRO STéDILE, LíDER SIN
TIERRA
El Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), el más importante de
Brasil y uno de los más sólidos del mundo, no quiere romper con el gobierno de
Lula, pero tampoco puede permanecer pasivo ante el estancamiento de la reforma
agraria y la continuidad de las políticas neoliberales.
Ricardo Soca
Desde Rio de Janeiro
Brecha
Con su peculiar estilo directo e incisivo, el más conocido de los dirigentes sin
tierra, João Pedro Stédile, repasó ante BRECHA las principales variables de una
coyuntura política que coloca al movimiento ante dilemas nuevos, que no admiten
ni simplificaciones ni soluciones sencillas.
-¿Cuál es el balance que hace el MST a dos años del gobierno de Lula?
-Lula fue electo por el pueblo para cambiar el neoliberalismo. Fue un voto
contra el neoliberalismo. En tanto, vivíamos un período de reflujo del
movimiento de masas, y el PT para ganar las elecciones hizo alianzas con
sectores de la clase dominante, que son neoliberales. El resultado es un
gobierno de compromiso. Un gobierno que tiene ministros de derecha,
neoliberales, ministros de centro y ministros de izquierda. Y como siempre
sucede con estas alianzas, la derecha se quedó con la política económica y la
agricultura. Y la izquierda, sin dinero, se quedó con los ministerios sociales.
El gobierno de Lula de estos dos años es rehén de esta alianza, por eso se
transformó en un gobierno contradictorio. Avanza en algunas áreas, pero la
política económica continúa siendo neoliberal. El propio ministro de Hacienda
(Antonio Palocci) admite públicamente que su política es la continuidad de la
del gobierno de Fernando Henrique Cardoso, mientras el ministro de Educación
(Tarso Genro) admite que el gobierno es de centro. Con todo lo que eso
significa.
-La prensa brasileña ha publicado recientemente varios análisis según los cuales
el PT sería continuación del gobierno de Cardoso. ¿Qué opina?
-Como expliqué, se trata de un gobierno de centro, y por lo tanto
contradictorio. El gobierno de Cardoso era un gobierno de derecha, al servicio y
a merced de los intereses del capital financiero internacional y de las
trasnacionales. El gobierno de Cardoso acabó con cualquier posibilidad de
proyecto nacional. Por lo tanto, el gobierno de Lula es un avance respecto al de
Cardoso.
Pero no es un gobierno popular, de izquierda. Está atrapado por la correlación
de fuerzas adversas. Los sectores conservadores son hegemónicos en la economía,
en los medios de comunicación, en las universidades, y eso impone una fuerza
adversa para aquellos que dentro del gobierno quieren avanzar.
Por eso nuestro movimiento y los demás movimientos sociales hemos dicho que es
necesario que el gobierno de Lula avance, que cambie la política económica
neoliberal. Pero no podemos quedarnos esperando de brazos cruzados. Los cambios
sólo sucederán si los movimientos sociales encaran luchas sociales, si se
registra un reascenso del movimiento de masas en Brasil, que consiga alterar esa
correlación de fuerzas.
Lo que esperábamos del gobierno de Lula es que por lo menos diera señales de que
cree en la movilización del pueblo. Lo que infelizmente hasta ahora no sucedió.
-¿Qué cambió para el MST en los dos últimos años?
-El MST es un movimiento social y se comporta como tal. Nuestra relación con el
gobierno no es de apoyo o de oposición. Ese papel lo juegan los partidos.
Nosotros como movimiento social actuamos siempre tratando de organizar a los
pobres, para que tengan conciencia social y luchen por mejorar sus condiciones
de vida. Y nos relacionamos con los gobiernos con autonomía.
Creíamos que la victoria electoral alteraría la correlación de fuerzas y
ascendería rápidamente el movimiento de masas. Eso no sucedió. Nuestra base
social creyó en cambios y por eso aumentó sus movilizaciones. Al final del
gobierno de Cardoso teníamos 30 mil familias acampadas a la vera de las
carreteras y ahora tenemos casi 200 mil familias acampadas. No sólo del MST, que
tiene unas 120 mil, sino de todos los otros movimientos sociales del país.
En tanto, en la cuestión de la reforma agraria, imaginábamos que enfrentaríamos
al latifundio teniendo al nuevo gobierno como aliado. El gobierno es un aliado,
pero el latifundio no está solo. La lucha que hoy se da en el campo es entre dos
modelos agrícolas. De un lado el llamado modelo del agronegocio, que representa
la alianza entre el neoliberalismo, sus trasnacionales, con los hacendados
modernos que priorizan la tecnología y las exportaciones. Ahora ese sector tiene
la hegemonía en el gobierno a través del Ministerio de Agricultura, y tiene la
ilusión de que con el libre comercio va a vender más productos agrícolas a
Estados Unidos y Europa, entonces hizo un viraje del latifundio hacia el
agronegocio, expandiendo la frontera agrícola. Por eso comenzaron a atacarnos.
Porque la reforma agraria, que sería la distribución de esas tierras ocupadas
por el latifundio improductivo, impediría el avance del agronegocio. Entonces
hoy la reforma agraria no sólo está enfrentando al latifundio improductivo,
atrasado, de la llamada oligarquía rural, ahora enfrentamos al agronegocio
aliado a las trasnacionales.
Por otro lado, hay un enfrentamiento de modelos económicos. La continuidad de la
política económica neoliberal significa que se priorizan las altas tasas de
interés, el superávit primario y las exportaciones. Todo eso concentra la renta
y recoloniza al país que pasa a ser apenas agroexportador. Y expulsa más gente
del campo con la moderna tecnología de las haciendas dedicadas a monocultivos de
exportación.
La reforma agraria debería ser una política de Estado, justamente para
distribuir renta, generar empleos, producir alimentos y estimular el mercado
interno. Entonces no hay compatibilidad entre la política económica neoliberal y
la reforma agraria.
En esa coyuntura estamos metidos ahora. Por eso el MST y Vía Campesina estamos
luchando también por el cambio en la política económica del gobierno de Lula.
-En veinte años de lucha, ¿cuáles fueron las mayores victorias del MST?
-El simple hecho de continuar existiendo, sobreviviendo, ya es una victoria. En
la historia de Brasil, nunca antes un movimiento campesino había sobrevivido
veinte años, siempre las elites lo habían derrotado políticamente o destruido
con la represión. Es una victoria el hecho de organizarnos y dar conciencia
política a los campesinos pobres. Es una victoria haber conseguido expropiar más
de 20 millones de hectáreas donde viven aproximadamente 580 mil familias.
Es una victoria que estemos construyendo un concepto más amplio de reforma
agraria, que llamamos reforma agraria de nuevo tipo, que defiende la idea de que
necesitamos distribuir la tierra, el capital, la educación, preservar el
ambiente y defender nuestra cultura nacional y campesina.
Lo que más intriga a las elites, a las clases dominantes, es la existencia de
movimientos sociales que caminan con sus propias piernas y piensan con sus
propias cabezas. Ellas admiten movimientos, pero que sean corporativos, que
luchen sólo por necesidades básicas, y preferentemente que sean dependientes de
los partidos, de políticos o del Estado.
El MST es intolerable para ellos, por eso nos combaten tanto con sus medios de
comunicación. Viven diciendo, en estos veinte años, que desaparecemos, que no
hay más latifundio ni más sin tierra. Pero acá estamos, vivos, fuertes y
luchando.
-¿Cuál fue el promedio anual de asentamientos en los ocho años de Cardoso y en
los dos de Lula?
-Durante el gobierno de Cardoso hicimos muchas luchas, y encaramos de frente al
neoliberalismo. A lo largo de los ocho años logramos asentar a cerca de 350 mil
familias. Pero fue muy poco, porque la acción perversa del capitalismo
neoliberal, en el mismo período, expulsó del campo a 960 mil familias de
pequeños agricultores con menos de cien hectáreas.
Los hacendados con superficies superiores a las mil hectáreas consiguieron
aumentar su patrimonio en todo el país en más de 70 millones de hectáreas,
comprando tierras vecinas o apoderándose de tierras públicas. Entonces el
balance del período de Cardoso es muy negativo.
Ahora, en el gobierno Lula, las metas de asentamientos continúan a paso de
tortuga y lo hemos criticado bastante. El gobierno está en deuda con nosotros,
porque el 21 de noviembre de 2003 firmamos un acuerdo en el que aceptamos el
Plan Nacional de Reforma Agraria que preveía asentar a 430 mil familias en los
tres años siguientes. Hasta ahora el gobierno asentó alrededor de 50 mil
familias, el 60 por ciento en la región amazónica. Y asentó apenas 10 mil
familias acampadas. Una vergüenza.
Pero sabemos, como expliqué antes, que no se trata de buena voluntad política
del gobierno o del ministro de reforma agraria. La lucha ahora es de clases, y
el enfrentamiento entre dos modelos agrícolas que está en juego, por eso la
reforma agraria está tan complicada.
-¿Hay alguna desilusión en el movimiento?
-Nuestra desilusión es con las clases dominantes, contra los ricos, que
abandonaron cualquier proyecto nacional, se transformaron en neocolonizados del
capital financiero internacional.
Nuestra desilusión es con el régimen político, falsamente democrático, que
confunde al pueblo, que cree que democracia es sólo votar. Necesitamos una
democracia popular y social, en la que cada ciudadano tenga las mismas
oportunidades de trabajo, de educación, de vivienda, de tierra. Para que pueda
votar conscientemente.
Estamos desilusionados con la izquierda, que vive una crisis ideológica y
organizativa, que abandonó los ideales, los valores humanistas y socialistas. Y
está metida en la lucha interna, en una dispersión total. Un pragmatismo
electoral que no lleva a ningún lado.
Esperamos que más adelante se produzca un reascenso del movimiento de masas en
Brasil, para superar esta coyuntura tan adversa.