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Latinoamérica


 

Claves: los debates en el ejecutivo
¿Cambio o continuismo?


Luiz Inácio Lula da Silva llega a la mitad de su período presidencial viviendo entre extremos.

Eric Nepomuceno.
Desde San Pablo.
Brecha

De un lado, la euforia causada por los buenos resultados en la economía. De otro, las críticas cada vez más dolidas de algunos de sus más antiguos seguidores y, principalmente, de parte considerable de las izquierdas brasileñas, que le recriminan no haber impulsado los cambios prometidos y seguir la misma política económica de su antecesor, Fernando Henrique Cardoso.
Aplausos un tanto discretos de los grandes empresarios, aún quejosos de las astronómicas tasas de interés aplicadas por el gobierno, aplausos decididamente eufóricos de bancos e inversionistas. En sus dos primeros años de gobierno del PT, Brasil registró lo que poca gente imaginaba: los lucros del sector financiero aumentaron aun más que los del sector productivo. Jamás, desde la primera mitad del siglo pasado, los bancos ganaron tanto dinero en Brasil.
A eso se suman otros contrapuntos: críticas contundentes de algunos movimientos sociales históricamente aliados al Partido de los Trabajadores, como los sin tierra y la Comisión Pastoral de la Tierra.
Por donde quiera que se lo mire hay desencuentros. Dentro del mismo PT las corrientes críticas ganan fuerza, y son controladas con mano dura por la cúpula del partido, instalada en Brasilia. Dirigentes históricos, como el más poderoso de los ministros políticos de Lula, el jefe de la Casa Civil, José Dirceu, este año tuvieron que lucir todas sus habilidades como malabaristas para controlar focos de rebelión interna. Un juego complejo, principalmente cuando se recuerda que, en el núcleo del poder, el mismo Dirceu es un crítico contumaz de varios aspectos de la política llevada a cabo por el médico Antonio Palocci, ministro de Hacienda.
POPULARIDAD EN ALZA. Mientras tanto, los sondeos de opinión indican que la popularidad personal del presidente, así como la aprobación a su gobierno, van en ascenso, aunque distanciadas: Lula tiene más puntos positivos que su administración. Aunque pesen las duras derrotas sufridas por algunos de sus candidatos estrella en las elecciones municipales de octubre, especialmente en Porto Alegre y San Pablo, Lula se mantuvo como favorito anticipado para las elecciones presidenciales de 2006.
Es verdad que, hoy por hoy, esos resultados pueden considerarse meramente indicativos. Pero de todas formas los temores existentes en la cúpula del PT, donde las elecciones jugaban como una especie de referendo del gobierno y de la imagen personal de Lula, una especie de prueba anticipada de lo que ocurrirá en 2006, fueron calmados. La oposición ganó fuerza y espacio, el PT perdió mucho en los centros más importantes del país, pero el presidente no se vio tan afectado como se esperaba. Prevaleció, en última instancia, lo que predijeron algunos analistas: los electores optaron por derrotar a candidatos considerados "fundamentales" para los planes de reelección de Lula de aquí a dos años, para dejar claro que nadie está dispuesto a aceptar una excesiva concentración de poder en manos del PT. Una cosa es reelegir a Lula, otra bien distinta es propiciar la hegemonía deseada por su partido. Una especie de advertencia sobre cuáles son los límites a esa ambición.
Si entre agentes del mercado financiero existe franca euforia con los resultados de la economía -este año el pbi experimentará un crecimiento que seguramente rondará el 5 por ciento en relación con 2003, las exportaciones tocarán la marca de los 100 mil millones de dólares, los índices de producción industrial y de las ventas crecen de forma significativa-, en la población esa sensación se reduce a un palpable alivio y a un relativo optimismo frente a 2005. En el fondo, es como si se dijera: 2003 ha sido tan duro que ahora cualquier cosa es un alivio.
La prensa brasileña, siempre dócil a los intereses del capital, aplaude sin discutir. El gobierno se basa en esa prensa para divulgar que está en el camino correcto, y que los resultados son su mejor muestra. Los críticos insisten en la pregunta: ¿de qué valen buenos números si la catástrofe social permanece igual?
Es que los números son como partituras musicales: cada uno las interpreta a su manera. Bancos e instituciones financieras interpretan los números en plena afinación con la euforia registrada en el gobierno, y viejos compañeros de militancia de Lula -junto a parte considerable de la izquierda y a economistas independientes- prefieren análisis más cautos y sensatos. ¿Hasta cuándo se mantendrá ese crecimiento? Con el nivel de endeudamiento del gobierno, con los recursos destinados a inversiones por parte del Estado congelados o reducidos a sus mínimos, ¿cómo asegurar desarrollo y crecimiento sustentado? Con programas sociales contemplados con cantidades limitadas de recursos mientras se paga alrededor de 50 mil millones de dólares al año solamente para "rodar" la deuda pública, ¿qué proyecciones hacer para el futuro inmediato?
LA DEUDA SOCIAL. Las transformaciones sociales anunciadas con bombos y platillos por Lula y su equipo no ocurrieron. Al contrario: la ineficacia administrativa del gobierno hizo que en varios campos se registrara un claro retroceso, mal disfrazado por una agresiva política de marketing. Lo más expresivo quizá sea lo que ocurre con la reforma agraria, histórica bandera de lucha de la izquierda brasileña y que, como tantas otras, pasó por un esdrújulo proceso de "monopolización" por parte del PT: en sus dos primeros años, Lula no cumplió siquiera un 60 por ciento de lo que anunció. El número de familias asentadas disminuyó y el número de invasiones aumentó, en comparación con cualquier bienio del gobierno Cardoso.
Cuando se recuerda la atmósfera vivida desde mediados de 2002, todavía en el gobierno anterior, cuando Lula disparó en los sondeos electorales, y hasta mayo o junio de 2004, el panorama seguramente es más positivo. El desorden instaurado en la economía gracias al temor despertado por la posibilidad de que el PT conquistara el poder fue superado. El discurso del gobierno de Lula, reiterando la necesidad de "reconquistar la confianza de los inversionistas", surtió efecto, gracias a un ajuste fiscal sin precedentes. Pero eso tuvo su precio. Al fin y al cabo, en su primer año como presidente el antiguo sindicalista tuvo que convivir con la pérdida constante y en ascenso del poder real de los sueldos, con índices de desempleo que en ninguna de las tantas crisis de los últimos 30 años habían sido tan elevados, y con una ineficacia administrativa que produjo algunos de los momentos más bizarros en muchos años. Dos ejemplos ilustran esa mezcla de política de marketing institucional cuando es confrontada con la incapacidad y la incompetencia administrativa. Primer ejemplo: para divulgar un programa de apoyo a la agricultura familiar, una masiva campaña por televisión mostraba a hortelanos de una ciudad vecina a San Pablo entre pujantes siembras de lechugas, tomates y calabacines. Luego de citar números, el locutor anunciaba, solemne: "Eso es un hecho. Esa es la verdad". Ni una cosa, ni otra: los números correspondían a los recursos previstos por el presupuesto elaborado por el gobierno anterior, y el comercial exhibía escenas filmadas en una finca particular, cuyo propietario se apresuró en denunciar la farsa. Segundo ejemplo: cuando se anunció el programa Hambre Cero muchos acudieron a hacer donaciones. La top-model Giselle Bündchen, por ejemplo, hizo alarde de la entrega de un cheque de 50 mil reales (en la ocasión, unos 18 mil dólares). Pasados cuatro meses, su empresaria se quejó: el cheque no había sido descontado. Explicación de Frei Betto, el escritor que era el principal asesor de Lula en el plan Hambre Cero: el programa no tenía cuenta en un banco para poder depositar el cheque de la bella. Lo peor se supo enseguida: sí había cuenta, y Betto no lo sabía. Es innecesario registrar que actualmente, pasado año y medio de la instalación del plan Hambre Cero, el programa acumula un número insólito de denuncias de desviaciones, corrupción e ineficacia. Betto ha sido uno de los viejos y más cercanos amigos personales de Lula en abandonar el barco. Junto a él, más de una docena de históricos compañeros de viaje optaron por volver a casa.
REFORMA MINISTERIAL. Para principios de año se espera otra reforma en el equipo de ministros de Lula. Será la segunda desde su llegada al poder. Una vez más se da una intrincada negociación con antiguos adversarios y con los oportunistas de siempre, teniendo como argumento (nada inédito, por cierto) la necesidad de "asegurar gobernabilidad" al gobierno. Traducción: repartición de puestos, ministerios y presupuestos por votos que aseguren en el Congreso la aprobación de los proyectos que interesen al Poder Ejecutivo. El mismo y viejo juego de clientelismo que constó en el amplio menú de críticas implacables ofrecido por el PT a lo largo de sus 24 años de vida, y que ahora es practicado sin cuidados.
Se comenta en Brasil que el gobierno pasa por una etapa de "despetización". La verdad quizá sea otra: Lula y su equipo de estrategas de confianza se dieron cuenta, ya en la campaña electoral de 2002, de que las ideas y banderas defendidas por su partido no lo llevarían al gobierno. Cuando lanzó, a mediados de aquel año, la Carta a los Brasileños, anunciando un programa que poco tenía a ver con el del PT, y mucho con lo que había sido llevado por su antecesor, poca gente creyó. En la izquierda, porque se pensó que era nada más que un mensaje pacificador al sistema. En el sistema, porque nadie confiaba en la izquierda. Pasados dos años de la llegada de Lula al poder, se ve que todos se equivocaron. No era una pieza de marketing. En la carta se aseguraba que la política de superávit primario en las cuentas públicas sería mantenida y agudizada, que la reforma en el sistema de pensiones de los funcionarios públicos sería llevada a cabo, que los inversionistas extranjeros obtendrían todas las garantías deseadas, que el control sobre la inflación se impondría sobre la búsqueda del crecimiento acelerado de la economía.
La verdad es que Lula da Silva no mintió: los dos lados se engañaron. Uno está ganando. El otro no. Lo que muchos se preguntan en Brasil es lo siguiente: para eso, ¿por qué elegimos a Lula y no al candidato de Cardoso?
Lula y su grupo aseguran que todo es distinto y que los resultados confirmarán el cambio. De paso, piden paciencia y admiten que "la medicina ha sido amarga, pero hay que curar al enfermo". No llega a ser un cambio en el discurso que el país escucha desde hace más de una década.