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Internacional

"Promoción de la democracia"

En 1982, Ronald Reagan sacó a Irak de la lista de Estados que patrocinaban el terrorismo, a fin de que pudiera comenzar el flujo de ayuda militar y de otro tipo al tirano asesino. Esto continuó mucho después de las peores atrocidades ordenadas por Saddam y del fin de la guerra con Irán…

Noam Chomsky
La Nación de Chile

No es tarea fácil lograr cierta comprensión de los asuntos humanos. En algunos aspectos, es más difícil que con las ciencias naturales. La madre naturaleza no provee las respuestas, pero al menos no se desvía de su camino para erigir barreras a la razón.
En cuestiones humanas es necesario detectar y desmantelar barreras erigidas por los sistemas doctrinarios, que adoptan una gama de estratagemas que se generan por la concentración de poder. Para facilitar los esfuerzos de mercadeo, estos sistemas suelen describir al enemigo como diabólico por sí mismo. En ocasiones, esto es exacto, pero los crímenes raramente son el origen de las medidas contra algún objetivo que interfiere con planes actuales.
Una ilustración reciente es Saddam Hussein, caracterizado como una gran amenaza a nuestra supervivencia, incriminado con los ataques del 11 de septiembre de 2001 y acusado de intentar atacar nuevamente.
En 1982, Ronald Reagan sacó a Irak de la lista de Estados que patrocinaban el terrorismo, a fin de que pudiera comenzar el flujo de ayuda militar y de otro tipo al tirano asesino. Esto continuó mucho después de las peores atrocidades ordenadas por Saddam y del fin de la guerra con Irán.
El récord es evidente, y cae dentro del "general acuerdo tácito según el cual no se debe mencionar ese hecho en particular", en palabras de George Orwell. Es necesario crear falsas impresiones no solamente sobre el actual "Gran Satán", sino también sobre la propia y única nobleza. En particular, la agresión y el terror deben ser descritos como autodefensa.
El emperador Hirohito, en su declaración de rendición, en 1945, dijo: "Nosotros declaramos la guerra a Estados Unidos y Gran Bretaña a raíz de nuestro deseo de asegurar la autopreservación de Japón y la estabilización del este asiático. No era nuestra intención violar la soberanía de otras naciones".
El historial de crímenes internacionales está inundado de sentimientos similares. Escribiendo en 1935, con el nazismo ya instalado, Heidegger declaró que Alemania debía evitar "el peligro de oscurecer el mundo" más allá de las fronteras nacionales.
Incluso los individuos de mayor inteligencia e integridad moral sucumben a la patología. En el momento más álgido de los crímenes británicos en la India y China, John Stuart Mill escribió su clásico ensayo sobre la intervención humanitaria, en el que indica que Gran Bretaña debe asumir generosamente los costos de llevar la paz y la justicia al planeta.
La imagen de la excepcionalidad justificada parece ser universal. Para Estados Unidos, un tema constante es el intento de traer la democracia y la independencia a un mundo afligido. La historia estándar entre los eruditos y los medios de comunicación es que la política exterior estadounidense contiene dos tendencias en conflicto: una es la que llaman el idealismo wilsoniano, basado en nobles intenciones; la otra es el realismo sobrio, según el cual tenemos que comprender los límites de nuestras buenas intenciones.Sin importar la retórica en circulación, se requiere gran control para no reconocer los elementos de verdad en la observación del historiador Arno Mayer, de que desde 1947 EEUU ha sido el mayor perpetrador del terrorismo de Estado, "siempre en nombre de la democracia, la libertad y la justicia".
Para Estados Unidos, el enemigo de toda la vida ha sido el nacionalismo independiente, particularmente cuando amenaza convertirse en un "virus", como señaló Henry Kissinger al aludir al socialismo democrático de Chile después de que en 1970 Salvador Allende fuera elegido Presidente.
El virus, por consiguiente, tenía que ser extirpado, como lo fue el 11 de septiembre de 1973, una fecha frecuentemente llamada "el primer 11 de septiembre". Aquel día, luego de años de subversión alentada por Estados Unidos, las fuerzas del general Augusto Pinochet atacaron el palacio presidencial. Allende murió, en un aparente suicidio, no queriendo rendirse al asalto que demolió la democracia más antigua y vibrante de Latinoamérica, y Pinochet estableció un régimen brutal. El número oficial de muertos del primer 11 de septiembre es de 3.200; se considera que la cifra real es cercana al doble.
En términos per cápita, esto equivaldría a 50 mil-100 mil muertos en EEUU. Washington apoyó firmemente al régimen de Pinochet y tuvo un rol en su triunfo inicial. El dictador rápidamente se movió para integrar otras dictaduras latinoamericanas respaldadas por Estados Unidos en la red internacional de Estados terroristas -la Operación Cóndor- que causó estragos en el cono sur.
Ésta es una más de las múltiples ilustraciones de la "promoción de la democracia". Ahora nos quieren hacer creer que la misión en Afganistán e Irak es llevar a allí la democracia."Los musulmanes no odian nuestra libertad, sino que odian nuestra política", concluye un informe de septiembre pasado hecho por Defense Science Board, un equipo asesor del Pentágono, agregando que "cuando la diplomacia norteamericana habla sobre la necesidad de llevar la democracia a las sociedades islámicas, esto es visto nada más que como hipocresía".
Tal como los musulmanes lo ven, continúa el informe, "la ocupación de Afganistán e Irak no ha conducido a la democracia, sino solamente a más caos y sufrimiento".En un artículo del "Financial Times" en julio, citando este mismo informe, David Gardner señala: "En su mayoría, los árabes creen que fue Osama Bin Laden quien destrozó el status quo, no George Bush (porque) los ataques del 11-S hicieron imposible a Occidente y a sus déspotas clientes árabes continuar ignorando un arreglo político que incubaba un odio ciego contra ellos".
No debería resultar una sorpresa que Estados Unidos se parezca a otros Estados poderosos, pasados y presentes, que persiguen los intereses estratégicos y económicos de los sectores dominantes con el acompañamiento de una próspera retórica sobre su gran dedicación a los más altos valores democráticos.
© The New York Times Syndicate