Internacional
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Bush versus Katrina: todo lo que la prensa oculta
Roberto Bardini
La prensa internacional –e, incluso, la de Estados Unidos– está tratando con
dureza al presidente George W. Bush a causa del inoportuno huracán Katrina. Con
la patriótica excepción de CNN, desde luego.
En este caso, el periodismo es injusto. Desde su rancho en Crawford, Texas,
donde estaba de vacaciones, Bush advirtió a los habitantes de Louisiana que
debían evacuar las ciudades por sus propios medios y, sobre todo, rezar mucho.
No le hicieron caso y, claro, la huida se transformó en estampida. Quizá la
próxima vez los negros pobres, los blancos desempleados y los ciudadanos sin
automóvil escuchen sus consejos, recen y le eviten otro papelón mundial.
Algunos columnistas califican a Bush como "insensible". Es falso: 24 horas antes
de suspender sus vacaciones, el mandatario envió un mensaje alentador a los
desesperados habitantes de Louisiana, a los que ya se habían sumado los de
Alabama y Mississippi. "Esta mañana, nuestro corazón y oraciones están con
nuestros conciudadanos en la costa del Golfo de México", dijo.
El intrigante dictador venezolano Hugo Chávez, siempre listo para desestabilizar
a Estados Unidos, el 31 de agosto calificó a Bush como el "rey de las
vacaciones". Esto es una exagerada operación psicológica. El presidente sólo se
había tomado cuatro semanas de descanso, de un total de cien días anuales.
Gobernar el mundo es agotador.
El maligno Fidel Castro, permanentemente dispuesto a invadir Estados Unidos,
ofreció enviar dos mil médicos. Estos profesionales de la salud hablan inglés y
tienen experiencia en desastres similares en países de Asia y América Central.
Llegarían equipados con mochilas de 24 kilos con medicamentos e instrumentos de
diagnóstico para situaciones de emergencia. Pero Bush –que es un hábil
perfeccionista, casi un maniático de los más pequeños detalles– rechazó
astutamente la oferta. Así, se evitó destinar el triple de agentes secretos para
vigilar a los cubanos y ahorró bastante del presupuesto.
En septiembre de 2004, cuando el huracán Iván llegó a Cuba, Fidel Castro no les
dijo a los isleños que rezaran y huyeran. El endemoniado comunista ateo los
exhortó a tener disciplina y seguir al pie de la letra las instrucciones de la
Defensa Civil. Claro, él sólo tiene que gobernar una islita y no necesita irse
de vacaciones: vive ahí mismo, en el Caribe.
Ante la cercanía de Iván, se prepararon 5 mil camas en los hospitales y se
pusieron en alerta más de mil brigadas médicas. Un millón 300 mil personas –más
del 10 por ciento de la población– fueron evacuadas de las zonas costeras. No
hubo una sola pérdida de vida. Hoy, muchos medios de comunicación de Estados
Unidos que el año pasado ignoraron patrióticamente esta epopeya cubana,
perdieron su patriotismo y le recriminan a Bush su falta de previsión.
No hace mucho, el presidente norteamericano recortó más de 71 millones de
dólares al presupuesto del Cuerpo de Ingenieros de Nueva Orleáns, una reducción
del 44 por ciento. También suspendió planes para fortificar los diques de Nueva
Orleáns y mejorar el sistema de drenaje del agua. Ahora los fundamentalistas
partidarios de la asistencia estatal no le disculpan ese pequeño desliz.
El hecho de que 40 por ciento de la Guardia Nacional de Louisiana y 35 por
ciento de los reservistas de Mississippi (unos seis mil hombres) estén en Irak,
también es otro detalle menor. Gracias a la tecnología militar del ejército de
Estados Unidos, ellos pudieron ver las dantescas escenas a más de 11 mil
kilómetros. Se sienten agradecidos de estar en Irak, ya que al menos comen tres
veces al día, disponen de asistencia médica, las comunicaciones funcionan y
cuentan con helicópteros para evacuación.
De todas formas, Bush dispuso el envío de batallones de la Guardia Nacional de
otros estados para proteger propiedades privadas y evitar saqueos. Fiel a la
benemérita tradición texana, dio orden de tirar a matar.
Con la escasa protección de cascos, garrotes, escudos blindados, chalecos
antibala, walkie-talkies, fusiles y granadas de gases lacrimógenos, unos
pocos miles de soldados enfrentaron a varias decenas de padres de familia,
armados hasta los dientes con latas de leche en polvo, pañales, algún televisor
y una que otra escopeta de caza. Quizá pronto Hollywood homenajee a estos
valientes guardias con una película estilo El Álamo o La caída del
Halcón Negro.
Tampoco faltó el periodista que comparó a Bush con Nerón. En el año 64 de la era
cristiana, el emperador romano tocaba el arpa mientras un devastador incendio
destruía mansiones de senadores, varios edificios públicos, el templo de Júpiter
y tres de los 14 barrios de Roma. La pérfida comparación fue porque el
presidente norteamericano voló desde su rancho en Texas hasta la base militar de
Coronado, en San Diego, y tocó la guitarra mientras una gran porción de
Louisiana desaparecía bajo el agua como la mitológica Atlántida.
Es cierto que puede haber algunas similitudes entre aquel incendio y este
huracán. Quienes no pudieron huir de la Roma en llamas, se refugiaron en el
circo de Nerón, donde hoy está la basílica de San Pedro. Los que no pudieron
escapar de Nueva Orléans, buscaron amparo en el Súper Domo de Louisiana, sede de
la Liga Nacional de Fútbol, donde quizá algún día haya un templo en memoria del
reverendo Pat Robertson.
Pero también hay diferencias. Luego de la destrucción de Roma, Nerón se hizo
construir una gigantesca casa de campo en el centro de la ciudad, la Domus
Aurea (Casa de Oro), con las dimensiones de un palacio real helénico. Es
difícil que Bush construya una casa de descanso en Nueva Orléans y en el futuro
vaya a pasar sus vacaciones allí. Podría darse el caso, único en la historia de
Estados Unidos, de que una enardecida turba de negros linche a un blanco.
Otra diferencia: Nerón hizo un negocio con la destrucción de Roma. Bush, hasta
ahora, no ha hecho ninguno con la inundación de Nueva Orléans. Claro que las
acciones de Halliburton, la empresa del vicepresidente Dick Cheney, subieron un
ocho por ciento después de que circularon rumores de que había sido seleccionada
para la reconstrucción de las ciudades devastadas por el huracán Katrina.
Una diferencia más: Nerón culpó a los cristianos por el incendio de Roma. Bush
no ha culpado a Al Qaeda por la destrucción de Louisiana. Bueno, al menos no lo
ha hecho hasta ahora.
La prensa también fue injusta con la agobiada secretaria de Estado, Condoleezza
Rice. Al tercer día de inundaciones en Louisiana, ella se encontraba comprando
varios pares de costosos zapatos en Ferragamo's, en la elegante Quinta Avenida
de Nueva York. Quizá pensaba enviarlos como ayuda humanitaria a sus compatriotas
del sur.