Condollezza Rice estuvo en Alabama, su terruño natal y se unió a los
voluntarios para llenar cajitas con alimentos destinados a los damnificados por
el huracán Katrina.
El gesto marcó la diferencia: en la admistración hay alguien capaz de hacer algo
útil.
Aunque como una de las figuras más prominentes del equipo de gobierno, pudo
proceder de otra manera, todo parece indicar que con la sutileza de que sólo son
capaces las mujeres, cuando quieren decir sin palabras y buscan el equilibrio,
eligió un perfil exacto.
Como quiera que ella no es responsable por la política interior ni de la
seguridad interna, no tiene porque sudar calenturas ajenas. Al rellenar cajitas
demostró solidaridad con sus compatriotas y tomó distancia de los que debieron
hacer mucho más que eso.
Una Condollezza arrogante, exhibicionista y protagónica, que ofreciera una
contraimagen capaz de confrontar la miserable condición expuesta por los negros
de la región, acentuada ahora por su indefensión y el abandono de que fueron
objeto, hubiera convenido más a la admistración.
Rice es parte de la elite ilustrada de la burguesía negra norteamericana que,
dentro del sistema, retándolo a veces como hicieron otros exponentes por sus
inconsecuencias humanas, aunque sin rozar las bases ideológicas y los intereses
de las clases dominantes, lograron ubicarse al mismo nivel que los blancos.
Ella, la mujer negra que más lejos ha llegado, es un emblema del sistema.
Precisamente esa problemática fue uno de los ejes del debate ideológico que en
los años sesenta caracterizó al movimiento de la lucha de los negros
norteamericanos por los derechos civiles cuando, líderes radicales como Malcon
X, el Movimiento de los Panteras Negras y otros, confrontaron los puntos de
vista de la corriente liderada por Martin Luther King, quien adoptó la no
violencia como método de lucha y señalo como meta el cumplimiento del sueño de
la igualdad civil, dentro del contexto mayor del Sueño Americano.
Al resumir la Marcha sobre Washington que fue un importante momento en la lucha
de los negros norteamericanos por sus derechos, el 28 de agosto de 1963,
Martin Luther King expuso lo que llamó su sueño: "Hace cien años, un gran estadounidense, cuya simbólica sombra nos cobija,
firmó la Proclama de la emancipación…cien años después, el negro aún no es
libre… Yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño
"americano".
Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de
su credo…
Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos
esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos
a la mesa de la hermandad…
¡Hoy tengo un sueño!
Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán
llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán
enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género
humano…"
En opinión de los interlocutores de King a quien respetaron e incluso
siguieron, la integración sin verdadera emancipación daría lugar a una casta de
negras y negros educados, bonitos, bien vestidos, incluso algunos ricos, cuya
presencia en las escuelas y universidades, la televisión, los bufetes de
abogados, las cortes, en Hollywood e incluso en la política, crearían el
espejismo de una igualdad genuina, llenarían de orgullo a los de su raza y,
junto con medidas epidérmicas y cosméticas, contribuirían a mantenerlos
tranquilos e incluso felices.
Según el punto de vista más radical, la sociedad blanca imperialista, más que
liberar a los negros, los amansó, utilizando las mismas recetas usadas para los
blancos de abajo: una combinación de palo y zanahoria.
Para aquellos líderes, muchos de los cuales, como Malcon X y el propio King
pagaron con su vida la lucha por unos y otros sueños, la imagen de los negros
exitosos en el esquema de una sociedad blanca y esencialmente racista, serviría
para cubrir lo que hoy con cruda violencia ha mostrado el huracán Katrina.
Aquel ejercicio de hipnosis ideológica, por cierto nada nuevo, funcionó. El
sueño de King puede haberse cumplido lo que no significa que los negros hayan
alcanzado lo que debieron ser sus metas.
Los niños negros pobres de Luisiana, Mississippi y Alabama, lo mismo que los del
Brown, juegan con otros niños blancos pobres de esos mismos lugares y tal vez
unos pocos de los barrios altos lo hagan con niños blancos ricos de allá.
Eso no cambia ni disminuye la enorme cuota de sufrimiento que es preciso
acumular para que existan ejemplos como los de Powell y Rice.
Tal vez sea cierto que el fondo de la lucha por la emancipación de las mujeres,
los negros y las minorías no es racial sino esencialmente de clases.
Con los negros norteamericanos ocurre exactamente lo mismo que con los blancos
latinoamericanos, que ganaron la independencia para la oligarquía y con la clase
obrera de todos los países. Todos tienen un poco más.
Fue José Martí quien sentencio que: "Un poco más no basta. Hay que conquistar
toda la justicia".