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Internacional

La ley del más fuerte


Javier Ortiz
Apuntes del Natural

Desde la última Guerra Mundial –y durante–, los sucesivos gobiernos de Estados Unidos han tenido una actitud muy descarada en relación con las armas de guerra propiamente dichas. (También con las armas que pudiéramos llamar «de uso doméstico», pero ese es otro asunto). Su planteamiento general al respecto es: «EEUU puede fabricar todo tipo de armas, sean las que sean, y usarlas cuando quiera y dónde quiera, si conviene a sus intereses. Pero no está dispuesto a permitir que otros hagan lo mismo». Se trata de un criterio general que aplican a todas las armas, desde las más pequeñas (se opusieron a la prohibición de las minas antipersonas), pasando por las más perversas (como las químicas y bacteriológicas, cuyos arsenales siguen sin destruir), hasta las más grandes: las atómicas.
La historia del armamento nuclear es muy aleccionadora. Mientras la industria militar norteamericana necesitó realizar pruebas atmosféricas para perfeccionar sus bombas, Washington no quiso ni oír hablar de la prohibición de ese tipo de pruebas. Pero, así que pudo reemplazarlas por pruebas subterráneas, se convirtió en el máximo defensor de un acuerdo internacional contra las pruebas atmosféricas. La URSS le secundó, porque estaba en las mismas, pero China y Francia se negaron.
El otro frente que Washington abrió de inmediato fue el de la lucha contra la proliferación del armamento nuclear. Comprendió que su margen de imposición política en determinadas áreas del mundo –en el Oriente Medio y Asia, en particular– podía verse reducido drásticamente si empezaban a menudear los estados dotados de bombas atómicas. Su experiencia con Pakistán y la Unión India fue concluyente: tuvo que empezar a tratarlos con sumo cuidado. La diplomacia de guante blanco que está siguiendo con Corea del Norte –cuyos habitantes, por lo visto, no tienen tanto derecho a ser liberados de la tiranía, etcétera, etcétera, como los afganos o los iraquíes– se debe a lo mismo.
Ahora está preocupadísimo con el programa nuclear iraní, que quiere laminar como sea. Un Irán con armas nucleares representaría sin duda un obstáculo formidable para los planes que Washington está siguiendo en toda la extensa área que va de la frontera china al Mediterráneo oriental. La UE –en esto como, en realidad, en tantas otras cosas– le secunda.
La excusa que ponen siempre los amigos de la Casa Blanca es que el objetivo que Washington persigue con esta política es impedir que haya Estados «gamberros», irresponsables, que se doten de bombas nucleares que podrían ser capaces de usar. La excusa no deja de resultar un sarcasmo, porque todos sabemos que la Historia sólo da cuenta de un Estado cuyos dirigentes hayan mostrado el grado de insensibilidad y enloquecimiento necesarios para dar la orden de lanzar bombas atómicas sobre objetivos civiles. En Hiroshima y Nagasaki lo recuerdan todos los años.
Parece paradójico que quien dicte a otros cuánto y cómo pueden armarse sea uno que ha demostrado de sobra que él mismo no es capaz de abordar con un mínimo de sensatez ni la fabricación de las peores armas ni su uso.
Parece paradójico, pero no lo es. La ley del más fuerte es tan vieja como el mundo.

www.javierortiz.net