Internacional
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Afganistán e Irak
Carlos Taibo
El Correo
Sabido es que cuando llega el verano los códigos de conducta de las fuerzas
políticas cambian. La ausencia de hechos, y de noticias vinculados con los
avatares al uso obliga a rescatar acontecimientos imprevistos y a convertirlos
en fuente principal de argumentos que permiten alimentar la reyerta política.
Así ha sucedido, en las últimas semanas, con un incendio alcarreño, con una
empresa de pollos en Toledo y con los incalificables sucesos acaecidos en un
cuartel de la Guardia Civil en la localidad almeriense de Roquetas. Tiene uno la
impresión de que, llevado de la necesidad -al parecer acuciante- de mantener la
tensión opositora, el Partido Popular ha sobreactuado en todos esos casos y, con
ello y a la postre, ha salido mal parado. De resultas, las que en muchos casos
se antojaban preguntas pertinentes que apuntaban a errores gruesos en la gestión
gubernamental de los problemas correspondientes se han perdido en un alud de
exabruptos y de discursos fáciles que han acabado por producir -al menos a mí
así me lo parece- un irrefrenable hastío en la opinión pública.
Lo ocurrido con un helicóptero de las Fuerzas Armadas españolas en el occidente
afgano ha venido a aportar un episodio más a la reyerta que nos ocupa. En este
caso lo ha hecho, bien es cierto, de la mano de una circunstancia novedosa: los
desafueros en lo que respecta al tratamiento de la cuestión de fondo -la
presencia de soldados españoles en Afganistán- parecen haber alcanzado por igual
a socialistas y populares.
Por lo que a los primeros respecta, siguen sin dar su brazo a torcer en lo que
atañe a lo que a muchos nos parece evidente: la guerra afgana es, en virtud de
un sinfín de razones, muy similar a la que se libra en Irak. En una como en otra
se aprecian sin mayor esfuerzo los intereses geoestratégicos -reconfigurar los
orientes Próximo y Medio para convertirlos en atalaya desde la que supervisar
los movimientos de eventuales competidores- y geoeconómicos -obvios en Irak y
emergentes en Afganistán, un territorio precioso a efectos de extraer hacia el
sur la riqueza energética del Asia Central- de EE UU, inteligentemente
pertrechado tras una campaña contra el terrorismo internacional que esconde
intereses inconfesables. En una como en otra las Fuerzas Armadas norteamericanas
han hecho uso de procedimientos impresentables saldados con cifras muy altas de
víctimas civiles. En una como en otra se está perfilando una genuina farsa
democrática lamentablemente avalada por el conjunto de las potencias
occidentales. En una como en otra se barrunta el aliento de las políticas
desplegadas en el pasado por Estados Unidos, obscenamente encaminadas a
consolidar a quienes en el decenio de 1980 se entendía que eran aliados
merecedores de apoyo. En una como en otra, en suma, ha sido objeto de violación
la Carta de Naciones Unidas. Si lo anterior no ofrece mayor duda en lo que hace
a Irak, los hechos se ordenan en Afganistán de manera diferente a como le
gustaría al Gobierno español de estas horas. Y es que en ese atribulado país, y
en el otoño de 2001, Naciones Unidas reconoció de manera generosa a EE UU, o
este último se autoatribuyó inopinadamente, un derecho ilimitado de intervención
e injerencia que, no sometido a restricción alguna en punto a tiempo, espacio y
procedimientos, conculca el espíritu y la letra de la Carta en cuestión.
Así las cosas, enunciemos la conclusión de manera firme: si sobraban motivos
para retirar los soldados presentes en Irak, faltan los que invitan a desplegar
contingentes militares en Afganistán. La explicación de por qué el Gobierno
español ha asumido sin rubor semejante decisión es sencilla: se trata, precisa y
lamentablemente, de congraciarse con Estados Unidos tras el fiasco en la
relación bilateral derivado de la retirada verificada en Irak. Hora es ésta de
remarcar, con todo, que el insostenible doble rasero abrazado por las
autoridades españolas parece haber impregnado a una buena parte de nuestra
maltrecha opinión pública. ¿Cuántos fueron los que salieron a las calles para
protestar por el intragable apoyo del Gobierno de Aznar a una agresión
norteamericana en toda regla en Irak, y qué pocos los que han tenido a bien
hacer otro tanto para contestar el apoyo que, desde el Ejecutivo, populares y
socialistas han dispensado a la cruzada estadounidense en Afganistán?
Sólo puede adelantarse un argumento en descarga del Partido Socialista: en todo
momento ha sostenido la misma tesis, esto es, que los dos conflictos que nos
interesan son muy diferentes, lo que vendría a justificar respuestas también
dispares. No puede decirse lo mismo, en cambio, del Partido Popular, que según
soplan los vientos muda, sin rubor, de opinión. Y es que en estas horas no tiene
pies ni cabeza -por mejor decirlo, es difícil de entender- la aseveración de que
el escenario bélico y el cometido de los soldados españoles es muy distinto en
Afganistán -aquí sería reprobable- de lo que lo era en Irak -donde, al parecer,
la misión correspondiente no tenía carácter bélico alguno-. Y es que, y al cabo,
no deja de ser una sorpresa que, llevado de su irrefrenable impulso opositor, el
mismo partido que defendió el despliegue de soldados en Irak, en franco apoyo a
una infumable agresión estadounidense, se muestre ahora disconforme con una
misión similar cual es la que, se diga lo que se diga, ha cobrado alas en
Afganistán. Cosas de la oposición en tiempos de estío.