Internacional
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El mar revela los secretos de la locura humana
Robert Fisk
Los periodistas somos estudiosos de la locura humana. Palestina, Irak, el
golfo, Persia, Durante más de 100 años, el hecho de que nuestro Occidente se
haya inmiscuido en Medio Oriente cae en la definición de la palabra en inglés
folly, que, según un diccionario, significa "una tonta y costosa empresa que
termina en desastre". Sospecho que el término contiene también una mezcla poco
sana de vanidad y orgullo desmedido.
Hace unos días, parado sobre las rocas golpeadas por las olas que se encuentran
en el viejo puerto libanés de Enfeh -sí, Ricardo Corazón de León (quien hablaba
francés, no inglés) pasó una noche aquí para escapar de las tormentas- me di
cuenta que las más sublimes y también las más ridículas aventuras temerarias
siempre parecen ocurrir en el mar. De la misma forma en que el capitán Smith
insistió en conducir al Titanic a toda velocidad hacia el hielo del Atlántico
norte, en 1912, porque quería impresionar a los estadunidenses, 19 años antes el
vicealmirante George Tryon, del HMS Victoria, no lejos de ahí, donde yo estaba
parado, decidió obligar a la flota de la Marina Real del Mediterráneo a ejecutar
las más rápidas y peligrosas maniobras navales conocidas por el hombre para
impresionar a los turcos otomanos.
En Enfeh, este día, el viento ruge desde el mar. He notado que las traicioneras
mareas hacen que el oleaje se levante en pequeñas montañas a lo largo de la
costa. Pero Christian Francis, un buzo libanés-austriaco aún parte todos los
días de un hotel semiabandonado para ver el hundimiento que descubrió a 480 pies
de profundidad. Su entusiasmo por la historia y por el buceo es contagioso y él,
con mucho gusto, me proporcionó lo que cada vez amo más del periodismo:
archivos, papeles y reportes oficiales que los "centros de poder" producen para
justificar sus insensateces, o pedir presupuesto. En este caso, toda la penosa
historia está contenida en un procedimiento de corte marcial de la Marina Real,
de 1893, para "investigar la pérdida del navío de Su Majestad Victoria". Tryon,
al parecer, era un futuro Smith.
Un estricto creyente en la disciplina -entre los términos menos amables con que
lo describen sus subordinados- está "taciturno" y "difícil, y también tenía,
como Smith, la fama de ser excelente marino. De hecho, era la pesadilla de
cualquier niño en la escuela; un hombre impositivo que prefería la obediencia a
la iniciativa.
Así, el 22 de junio de 1893, cuando los otomanos lo observaban desde la antigua
ciudad de Trípoli, Tyron ordenó a sus dos flotas de 11 barcos girar 16 grados y
navegar a toda velocidad unos hacia otros. Ninguno de sus subordinados dijo una
palabra. En el último momento, se suponía que los barcos debían dar la vuelta y
seguir navegando uno junto a otro, en dirección contraria. Los hombres de Tyron
tenían demasiado miedo como para cuestionar esta locura.
El único que titubeó fue su segundo de abordo, al almirante Albert Markham, a
bordo del HMS Camperdown, quien en respuesta recibió un irritado mensaje con
señales de banderas: "¿Qué está usted esperando?" Con fatalidad digna de
Esquilo, los 14 mil caballos de fuerza y las 11 mil toneladas del Victoria -que
fue uno de los primeros barcos británicos con recubrimiento metálico y el primer
navío construido con una turbina a vapor- chocó contra el Camperdown, que se
incrustó en el barco de Tryon abriendo una herida de seis metros en su casco.
Las últimas palabras son el arma favorita de un periodista en contra de los
muertos. El almirante nos da un par de clásicos que están a la altura de lo que
dijo Smith al dueño del Titanic después de chocar contra el iceberg: "Bueno,
ahora sí va a tener encabezados, señor Ismay".
En el caso de Tryon, rodeado por sus sorprendidos y silenciosos subalternos al
tiempo que el Camperdown se le incrustaba, un vicealmirante gritó: "Hacia popa,
hacia popa". Y luego, cuando el gigante se estremeció por el impacto y empezó a
voltearse, sus caldereros, sabiéndose perdidos, trataron en vano de guiar al
Victoria hacia la costa. Mientras su tripulación se ahogaba al tiempo que el
navío se colapsaba, Tryon anunció -y uno sólo puede imaginarse el alivio, al
estilo de Tony Blair, que esto produjo en los almirantes- "todo fue mi culpa".
De esta forma se condenó a ser para siempre el hombre que hundió a su barco.
Viendo todo esto desde la playa, los otomanos ciertamente quedaron
impresionados. Un total de 358 marinos británicos murieron, incluido Tryon,
quien se considera el único responsable del mayor desastre en tiempos de paz en
la historia de la Marina Real.
Las desgracias en una batalla terrestre o en el aire son de alguna forma
mitigadas por el tiempo. El pasto, como dijo el poeta estadunidense Carl
Sandberg, siempre acaba por cubrir las tumbas. Los fragmentos de avión se
desintegran en el aire. Pero en el fondo del mar, como el Titanic, nuestra
insensatez permanece sacrosanta y eterna. El joven Christian Francis, inspirado
por las viejas historias de pecadores y las bitácoras que leyó en el Museo
Nacional Marítimo de Greenwich, encontró el viejo barco de Tryon a 480 pies de
profundidad, prácticamente intacto, y lo que es aún más extraordinario, está en
posición vertical con un extremo firmemente enterrado en el fondo del mar
Mediterráneo, sus enormes propulsores gemelos apuntando hacia arriba, iluminados
por la tenue luz del sol. Francis trabaja con otros dos buzos británicos y tres
polacos que me copiaron sus videos. Bancos de peces atraviesan las hélices.
Puede leerse el nombre Victoria en la proa.
También está el camarote de Tryon, y la claraboya desde la que vio al Camperdown
avanzar hacia él. Un revólver de casi 50 centímetros está aún en su lugar, con
sus 12 cañones todavía montados para repeler a los alemanes que nunca combatiría
en la Primera Guerra Mundial. Porque el Victoria -cómo adoramos los "hubiera" de
la historia- seguramente hubiera participado en las mayores batallas del
conflicto. Increíblemente, el segundo de abordo de Tryon fue nada menos que John
Jellicoe. Pasó su día libre en Líbano y gracias a eso se enfrentó a la marina
alemana en Jutland, en 1916.
Francis trata el hundimiento como una tumba británica marina y se limita a ver
por las ventanas de los camarotes -a través de una de ellas puede verse una
bandeja de plata-, pero cree que adentro todavía hay esqueletos, incluido el de
Tryon, en la parte sepultada del Victoria. Pobre Tryon, su barco se yergue como
lápida y es el único hundimiento vertical del mundo, con la nariz en la tierra y
la parte trasera suspendida para siempre. Pero, ¿podemos aprender de esto? Claro
que sí, ¿no es cierto? Estuve hablando con los polacos que analizaron el
Victoria durante una hora antes de caer en cuenta que son los mismos hombres que
han recorrido las ruinas bálticas de las más grandes tragedias marítimas del
mundo. El Goya, el Wilhelm Gustloff y el General von Steuben.
Cerca de 18 mil alemanes, la mayoría de ellos civiles, se hundieron en esos
barcos, comparados con los mil 500 del Titanic, en el invierno helado de 1945,
cuando los nazis trataron de evacuar a su gente de Danzig antes que los
soviéticos entraran a Alemania. Los rusos los hundieron a todos.
Uno de los polacos tecleaba en su lap top y ahí, delante de mí, había cráneos y
huesos de verdad, un casco alemán, un cinturón, los restos de una camisa. "Las
autoridades polacas querían analizar un cráneo y trajimos uno", me dijo uno de
los polacos. "Lo identificaron como el de una mujer de entre 30 y 40 años".
Otra vez, orgullo desmedido. El casco comprueba que elementos de la Wehrmacht
estaban a bordo de estos barcos. Pero la mayoría eran civiles y los rusos aún
idolatran a los tripulantes de los submarinos que mataron a tantos civiles entre
el 30 de enero y el 16 de abril de 1945. También pone al almirante Tryon bajo
otra luz. Una "tonta y costosa empresa que termina en desastre" bien puede
definir la práctica humana de la guerra. El mar ya no puede esconder sus
secretos. Nuestra aventura tiene un sepulcro perpetuo ahí, si es que queremos
examinar lo que significa.
© The Independent Traducción: Gabriela Fonseca