Internacional
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Ahora a la tortura le dicen abuso
Robert Fisk
La Jornada
"Prevalecer" es hoy la palabra de moda en Estados Unidos. No vamos a "ganar" en
Irak: eso ya lo hicimos en 2003, ¿cierto?, cuando entramos a sangre y fuego en
Bagdad y derrocamos a Saddam Hussein. Luego George W. Bush declaró "misión
cumplida". Ahora, pues, debemos "prevalecer". Eso dijo esta semana FJ Bing
West, ex militar que fue secretario asistente para asuntos de seguridad
internacional del gobierno de Reagan. Al promover su nuevo libro, en el que dice
describir la batalla de Fallujah "desde el frente", hizo un estremecedor esbozo
de lo que aguarda a los musulmanes sunitas de Irak.
Yo estaba sentado a unos metros de Bing -promoviendo mi propio libro-
cuando explicaba a los grandes y los buenos de Nueva York la forma en que el
general Casey impondrá toques de queda en las ciudades sunitas de Irak, una tras
otra; y si los sunitas no aceptan la democracia, serían "ocupados" (usó esa
palabra) por tropas iraquíes hasta que aceptaran. Habló del "valor" de los
soldados estadunidenses -ni una palabra del monstruoso sufrimiento de Irak- e
insistió en que Estados Unidos debe "prevalecer" porque una victoria "jihadista"
es impensable.
Apliqué a Bing el comentario que hizo el duque de Wellington a sus
soldados en Waterloo: le dije al público que no sabía si West atemorizaba al
enemigo, pero vaya que me asustaba a mí.
Nuestra aparición en el Consejo de Relaciones Exteriores -ubicado en una mansión
de la calle 58, con mullidos sofás y un aire acondicionado que da miedo de tan
fuerte (ya estamos en noviembre, caray)- formó parte de una serie titulada Irak:
la guerra en marcha.
¿En marcha?, me pregunté. Irak es una catástrofe. Tal vez Bing se crea
que va a "prevalecer" sobre los "jihadistas", pero todo lo que yo pude decir es
que el proyecto estadunidense en Irak está acabado, que es una tragedia colosal
para los iraquíes, los cuales perecen a una tasa, tan sólo en Bagdad, de mil por
mes; que los estadunidenses deben irse para que la paz se restaure y cuanto
antes, mejor.
Muchos en el público eran sin duda del mismo parecer. Un anciano caballero
arruinó sin aspavientos la presentación de West al describir el daño masivo
causado a Fallujah cuando fue "liberada" por tercera vez por los estadunidenses
en noviembre del año pasado. Yo describí con delicadeza a las personas con las
que los soldados y diplomáticos de Bing tendrán que hablar si quieren
desenredarse de este lío, entre ellos ex oficiales iraquíes que son líderes de
la parte no suicida de la insurgencia, en quienes recaería la tarea de tratar
con los "jihadistas" una vez que los muchachos de Bing salgan de allá.
Para poder retirarse, dije, los estadunidenses necesitarán la ayuda de Irán y
Siria, naciones que actualmente el gobierno de Bush se dedica a fustigar (y no
sin razón). El silencio acogió esta observación.
Era una extraña semana para estar en Estados Unidos. En Washington, Ahmed
Chalabi, uno de los tres viceprimeros ministros de Irak, se dejó caer para
mostrar cuán limpias tiene las manos. Me tuve que recordar constantemente que
fue condenado en ausencia en Jordania por un cuantioso fraude bancario. Que fue
él quien suministró a la reportera Judith Miller del New York Times toda
la información falsa sobre las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein.
Fueron sus compañeros desertores los que convencieron al gobierno de Bush de que
tales armas existían, y él quien fue acusado apenas el año pasado de entregar
informes secretos de inteligencia a Irán. Todavía está bajo investigación por la
FBI.
Pese a todo, Chalabi pronunció un discurso ante el derechista Instituto de
Empresarios Estadunidenses en Washington, se negó a disculparse en lo mínimo
ante Estados Unidos y luego -esperen a oír esto- se reunió con la secretaria de
Estado Condoleezza Rice y con el consejero de seguridad nacional Stephen Hadley.
También el vicepresidente Cheney y el secretario de la Defensa Donald Rumsfeld
accedieron a recibirlo.
En contraste, la inocentona reportera conservadora que se tragó los informes de
Chalabi fue sujeta a una entrevista de veras despiadada por el Washington
Post después de renunciar a su periódico a causa de la filtración de Libby
en el Plamegate. Un "desfile de Judys" apareció en la entrevista, escribe
la periodista Lynne Duke: "Judy indignada. Judy entristecida. Judy encantadora.
Judy conspiradora. Judy, la reportera estrella del New York Times que se
volvió la acosada víctima de los propaladores de chismes...": al proclamar su
intención de no disculparse por escribir sobre amenazas a Estados Unidos, lo
hizo "con énfasis, casi con frenesí, con sus ojos de cruzada resplandecientes de
lágrimas". Cielos.
No puedo menos que reflexionar en lo extraña que ha sido la respuesta de los
medios estadunidenses a la demencia, el colapso y la anarquía de Irak. Es
Chalabi, el viejo amigo de Judy, quien debiera estar recibiendo este trato, pero
no: él está de vuelta a sus viejos trucos de engañar y manipular al gobierno de
Bush, mientras la prensa estadunidense hace trizas a una de sus reporteras para
desquitarse.
En estos días estar en Nueva York y Washington es como vivir en un prisma. La
"tortura" pasó de moda. Nadie tortura en Irak, en Afganistán o en Guantánamo. Lo
que los estadunidenses cometen con sus prisioneros es "abuso", y esta semana
hubo un momento maravilloso cuando Amy Goodman, quien es el sueño de todo
izquierdista, mostró imágenes de la magnífica película de Pontecorvo La
batalla de Argel (1965) en su programa Democracia Ahora. El "coronel
Mathieu" -la cinta es en parte ficción- aparece explicando por qué la tortura
era necesaria para salvaguardar vidas francesas. Luego apareció el vocero de
Bush, Scout McClellan, diciendo que si bien no hablaría sobre métodos de
interrogatorio, el objetivo primordial del gobierno es salvaguardar vidas
estadunidenses.
Hoy los periodistas estadunidenses se refieren a "leyes sobre abusos" en vez de
leyes sobre tortura. Sí, abuso suena mucho mejor, ¿verdad? Cuando uno es objeto
de abuso no hay lamentos ni gritos de agonía. No hay aullidos de dolor. No se
pone en duda el estado mental de las bestias que perpetran ese abuso en nuestro
nombre. Y no hay problema en recordar que el gobierno de Lord Blair de
Kut al-Amara ha concluido que es correcto utilizar información obtenida mediante
ese sadismo. Hasta el ministro del exterior Jack Straw estuvo de acuerdo.
Así pues, es un alivio dirigirse a los Archivos Nacionales de Estados Unidos, en
Maryland, para investigar intentos de producir una democracia árabe después de
la Primera Guerra Mundial, un gigantesco Estado árabe moderno desde la frontera
turca hasta la costa atlántica de Marruecos. Militares y diplomáticos
estadunidenses intentaron crearlo en un breve y brillante momento de la historia
de su país en Medio Oriente. Lástima: el presidente Woodrow Wilson murió,
Estados Unidos se volvió aislacionista, los vencedores británicos y franceses
hicieron jirones la región para sus propios fines y provocaron la tragedia a la
que nos enfrentamos hoy. Prevalecer: sí, cómo no.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya