Europa |
Urbanismo, corrupción, política y dinero en el estado español
A. Karambolis
Rebelión
Recuerdo que cuando era niña, los libros de texto del colegio nos contaban que
España era la primera productora mundial de mercurio y que sus astilleros eran
los mejores, que nuestro idioma era el más hablado, nuestras gentes las más
alegres y que, cientos de años antes, una ardilla podía atravesar la península
saltando de árbol en árbol.
Muchas personas descubrimos después cuántas mentiras contaban los libros,
supimos que el mercurio no se produce, sencillamente se extrae hasta que se
agota, que nuestros astilleros cerraron en reconversiones económicas en las que
las personas y territorios afectados nunca tuvieron posibilidad de elegir una
cosa tan básica como la actividad de la que querían vivir. Supimos que nuestro
idioma fue impuesto a sangre y fuego en muchos lugares, que nuestras gentes
sufrían la represión y el miedo de la dictadura y que la susodicha ardilla no
pudo llegar saltando de rama en rama de Tarifa a Finisterre, porque había
partes, que ya hace cientos de años eran semidesérticas.
Actualmente, los libros de texto siguen contando muchas mentiras y dejan de
contar muchas verdades. Y es que ahora sí, de verdad, somos los primeros en
algo. El estado español es el punto más caliente del planeta en cuanto al
crecimiento urbanístico. En ningún otro lugar, se cementa a mayor velocidad, ni
se construyen más viviendas.
Para que se vea que somos grandes, podemos decir que este año, en el estado
español se construyeron más viviendas que la suma de las construidas en Francia,
Alemania e Italia juntas, y eso, que nuestra población es cuatro veces menor que
la que componen esos tres países.
Murcia y Almería se llevan la palma del frenesí del ladrillo. En estas
provincias existen planes de construcción de un número de viviendas suficiente
para albergar una población ocho veces mayor de la que existe actualmente. La
evolución de la demografía española no permite suponer que se esté actuando con
previsión ante una explosión reproductiva. Tampoco parece que se esté
construyendo para proporcionar vivienda digna a los inmigrantes que trabajan a
destajo en esa nueva forma de esclavitud que es la industria de la fabricación
de tomates en serie.
Son segundas viviendas para personas autóctonas y para jubilados de países
europeos como Inglaterra o Alemania, que quieren gozar de un tiempo más caluroso
y unos precios algo más baratos que los de su lugar de origen. En el caso del
turismo inglés se da también lo que se ha dado en llamar el turismo de cadera,
que es ése que está integrado por los jubilados ingleses a los que su, cada vez
más privatizado y exiguo sistema de sanidad pública, no les cubre la operación
de cadera y se ponen en España en lista de espera.
Para mayor admiración de la grandeza de España hay que decir que estas
urbanizaciones se van a construir en lugares donde no hay agua y, para rizar el
rizo, añadiremos que suelen ir acompañadas de proyectos de campos de golf,
parques acuáticos o algún otro atractivo turístico que justifica la construcción
de un sinfín de viviendas, que en realidad son el verdadero negocio.
Es lo más, poder jugar al golf en un césped que consume tanta agua como una
ciudad pequeña, en un lugar en el que se sobrepasan los cuarenta grados en el
verano y en el que, de motu propio, crecen sólo unas chumberas, ejemplo humilde
de cómo la vida se adapta al lugar en el que surge.
Este milagro se consigue con no poco esfuerzo. En primer lugar hay que
recalificar el territorio. Este proceso consiste básicamente, en que un grupo de
políticos, que tiene buenas relaciones con las inmobiliarias, declara que el
territorio en el que se ha desenvuelto la vida de generaciones, aquellos, por
encima de los cuales triscaba la ardilla de árbol en árbol es urbanizable. Es
impresionante qué bien se les dan las relaciones personales a los dueños de las
inmobiliarias y constructoras, porque tienen políticos amigos, de esos que
recalifican terrenos con gran diligencia, de cualquier signo y prácticamente en
cualquier partido político. Así podemos ver que lo mismo en Madrid que en
Andalucía, Valencia o Murcia, ayuntamientos, unos de su padre y otros de su
madre, otorgan la categoría de urbanizable a los suelos con la misma alegría.
La connivencia es tan escandalosa, canta tanto, que a algunos les han retirado
los privilegios de poder decidir sobre el suelo de sus municipios y se
encuentran en espera de afrontar diferentes procesos judiciales. Así, parece que
el tema está controlado, pero lo cierto es que si ésa es la solución, una buena
parte de alcaldes y concejales tendría que estar entre rejas.
Por desgracia, la capacidad de decisión sobre los usos del suelo que ostentan
esas personas, se ha producido, por ejemplo en Marbella, cuando ya no queda
ningún territorio por recalificar o urbanizar. El asunto adquiere unas
dimensiones tan grandes, que en algunos municipios, en los que ya no queda suelo
para construir más, se plantea el crecimiento en altura, subiendo edificios, que
como media tienen ocho plantas, hasta los 22 o 23 pisos. Eso está muy bien
pensado para forrarse, primero se ocupa la superficie, luego el volumen y, así
seguimos creciendo, tan ricamente.
Claro, dilapidamos alegremente el patrimonio natural porque a muchos seres
humanos se les ha olvidado que para poder respirar hace falta que las plantas
fabriquen el oxígeno. Absolutamente todo lo que necesitamos para mantenernos
vivos, depende de esa pequeña reacción química que las plantas realizan en
silencio. Pero para que la puedan realizar, obviamente necesitan espacio. Si el
territorio se ocupa con cemento, las condiciones de vida básicas de quienes
viven en él, la respiración, el alimento, la absorción de los residuos, la
generación de energía, se consiguen a costa de otros territorios y, aunque
parezca lo contrario las sociedades se hacen más dependientes y vulnerables.
Como en esto de la ecología no hay nada que quede aislado, acompañando a la
destrucción en el territorio viene el problema del agua. Pero el problema del
agua también tiene solución. El terreno que estaba calificado para uso agrario y
tenía derechos de agua concedidos por el organismo de la cuenca hidrográfica, se
declara urbanizable y como el que no quiere la cosa, los derechos de agua para
el riego, se reorientan para regar el césped del campo de golf o mantener el
complejo de piscinas de la nueva urbanización. Detrás de esta actuación, se
oculta la apropiación de un bien básico y público como es el agua.
Una concesión de uso de agua no es una compra. La sociedad otorga el derecho a
usar el agua para regar. Eso no quiere decir que cuando se cambia el uso del
terreno, el agua que se había concedido para regar, se pueda usar para piscinas,
sobre todo en lugares en las que en las épocas de más calor, puede haber cortes
y restricciones en el suministro de agua de boca, o sea , la de beber.
Así, podemos encontrar que en algunas comunidades de regantes, un comunero más
puede ser el dueño de un campo de golf. Puede ser, incluso, el que
lleve la voz cantante al reclamar un trasvase desde otra cuenca que le permita
regar el campo de golf, que atraiga a varias familiar inglesas de
jubilados que se creen con derecho a practicar ese deporte al mismo tiempo que
se achicharran bajo el sol mediterráneo.
La solución sencilla del trasvase supone considerar el río como una especie de
tubería en la que unos Pepe Gotera y Otilio con corbata y título de ingeniero,
hacen unos empalmes, añaden más trozos de tubería, con el fin de asegurar, no
que la población de la zona beba o se duche, sino que se puedan seguir
construyendo urbanizaciones y campos de golf.
En medio de tanto desastre no deja de tener su gracia que estos tiempo de fervor
patrio en las que se boicotean las butifarras y el cava, no haya ningún remilgo
para reclamar el trasvase de millones de litros de agua que calmaron la sed de
lo cerdos origen de las butifarras y regaron las vides con las que se hizo el
cava. Aún es más sorprendente que tanto patriota de bandera, himno y religión,
no tenga problema en destruir su cultura, su pueblo, su territorio, sus ríos,
sus valles…Es digno de estudio este amor a la patria marca COPE.
Después de esta reflexión sobre los valores patrios, hay que decir que ni con
esos parches temporales el problema actual del agua tiene solución,
sencillamente porque el ciclo del agua se ha roto. La sequía es estructural y ya
no depende de que un año llueva más o menos, eso sólo agrava la magnitud del
problema. Siempre va a haber sequía porque las necesidades del agua son muy
superiores a lo que el sistema hídrico puede proporcionar. Las previsiones de
evolución de precipitaciones y de escorrentía (en definitiva el agua disponible
para uso humano) a causa del cambio climático no son muy optimistas y parece que
en los años venideros vamos a tener aún menos agua.
Algunas inmobiliarias se preocupan y con disimulo hacen firmar a sus clientes
una claúsula que les compromete a no quejarse ni exigir nada si dentro de
un tiempo tienen una casa preciosa y unas fantásticas piscinas, pero no hay ni
una gota de agua.
Otras piensan que no hay que preocuparse, porque si no llega agua de río y se
salinifican o agotan los acuíferos siempre se puede desalar el mar y, anda que
no hay agua en el mar. Así, cada urbanización se monta su desaladora privada y
ya no hay límites al crecimiento urbanístico. Al menos por agua que no sea. Otra
cosa es que para desalar haga falta energía, cosa que también, aunque nadie lo
quiera ver, anda fatal, y, lo que es peor, que una cosa básica como el beber
vaya a depender de la desaladora privada de unos individuos cuyo principal
interés es acumular beneficios a costa de lo que sea.
Pero esto de la ecología es aún más complicado y además del territorio y el
agua, el crecimiento urbanístico termina con la diversidad biológica y cultural.
Pensarán muchos en su fuero interno que esto es una exageración, que para eso ya
existen zoológicos, jardines botánicos o museos etnológicos, en los que pueden
guardar a modo de Arca de Noé una parejita de cada cosa.
La pérdida de diversidad pone en peligro la estabilidad de los sistemas
ecológicos, de los cuales la especie humana forma parte. La biodiversidad no es
sólo una colección de especies sino la complejísima red de interrelaciones que
se tejen entre ellas. Esta red de relaciones es la que dota al sistema de cierta
independencia ante cambios en el clima, permite una cierta anticipación ante las
catástrofes y, sobre todo, es la responsable de la autoorganización de los
sistemas vivos. En la biodiversidad reside la información que la naturaleza ha
atesorado durante millones de años.
Las leyes de la termodinámica demuestran que la energía se va degradando y que
existe una tendencia natural al desorden, es decir, al aumento la entropía. Esto
lo podemos ver en nuestro propio cuerpo. Según nos hacemos mayores, las células
y los órganos van dejando de funcionar bien y el sistema del cuerpo humano se
desordena, aumentan los achaques y los trastornos de la vejez, que reflejan el
aumento de la entropía del sistema. En el punto de entropía máxima, el cuerpo
muere. Este fenómeno que se da en el cuerpo humano, se da también en el planeta
y en los ecosistemas.
Pues bien, la única forma de crear entropía negativa, corre a cuenta de la
biodiversidad, que puede generar nuevo orden y equilibrio a partir del desorden.
Por ello, la irracional e irresponsable destrucción del patrimonio natural,
degrada peligrosamente el presente, asesina el futuro, y constituye una
verdadera muestra de terrorismo ambiental. La seguridad de la supervivencia de
la especie humana no la pueden proporcionar ejércitos ni vigilantes jurados, la
proporciona el invisible trabajo de los ciclos naturales.
La diversidad cultural también es fuente de información de cómo las personas han
sido capaces de adaptarse al medio y a los recursos escasos. La pérdida de las
formas tradicionales y sostenibles de vida supone una enorme situación de
vulnerabilidad para las sociedades ricas que ya no saben vivir de forma
autosuficiente. La situación de riesgo, es solventada con un extraordinario
aporte de energía externa al sistema y el robo de recursos lejanos que provocan
la ruina y la violencia en los pueblos esquilmados.
La concepción del trabajo de las sociedades ricas ha sustituido la idea ganarse
la vida, es decir, de conseguir mediante trabajo, lo necesario para poder seguir
vivo. Los países ricos, actualmente, más bien roban la vida. Comen alimentos
arrancados de otros territorios, beben el agua arrebatada de otras cuencas,
respiran el aire que fabrican los árboles de bosques lejanos, se alumbran y
calientan con el petróleo extraído a golpe de bombardeos, producen y fabrican
utensilios triviales llenando el aire, el suelo y el agua, que son de todos, de
residuos tóxicos.
¿Y quienes son estos que fabrican las urbanizaciones y se camelan a concejales y
alcaldes con tanta eficacia? Pues son los dueños de capitales extranjeros y
nacionales, los especuladores que con el humo del capital financiero han
generado la mayor burbuja económica conocida en toda la historia del
capitalismo. Esos capitales, que para seguir creciendo necesitan posarse en
alguna actividad, en el caso del estado español, han caído sobre el negocio de
la construcción. La burbuja se ha creado con el endeudamiento de las personas y
los estados en créditos hipotecarios, préstamos para el consumo, emisión de
deuda, etc.
Las gentes que se lanzan a la compra venta de pisos, segundas viviendas, piensan
que invierten dinero. Cuando alguien invierte lo que no tiene, en realidad lo
que ha hecho es endeudarse para un montón de años. Uno cree que ha invertido
dinero en un piso y piensa que es millonario por tener una casa a la que el
mercado otorga un valor de cambio de 300.000 €, pero si se desea vender ésa y
adquirir otra de las mismas características, el precio será aún superior, por lo
que habrá que volver a endeudarse.
Muchos habitantes de las zonas más degradadas piensan que es fantástico que el
progreso llegue a sus pueblos en forma de complejos turísticos de diverso tipo.
Incluso el negocio de los regadíos ilegales rinde pleitesía al ladrillo y los
agricultores que reclamaban el Plan Hidrológico esgrimiendo los valores del
campo, del esfuerzo y el sudor (en muchos casos del sudor de los inmigrantes sin
papeles) venden encantados sus terrenos, con concesiones de agua incluidas a
pesar de que fuesen un derecho de uso y no una propiedad privada, a los imperios
de a construcción.
Podemos esperar que la burbuja explote y las aguas vuelvan a su cauce, pero los
procesos que tienen que ver con la vida no son reversibles y a este ritmo,
dentro de poco no habrá ni aguas ni cauces a los que volver.
El proceso de especulación y crecimiento urbanístico suponen la destrucción del
territorio, la ruptura del ciclo del agua, el aniquilamiento de la biodiversidad
biológica y la pérdida de la articulación social y comunitaria. La destrucción
del entorno es un proceso irreversible y, cuando estalle la burbuja, no es
posible saber si tanta destrucción tendrá una marcha atrás viable para los seres
humanos.
Esta situación complicada tiene una contestación social. Murcia no se vende. Así
se denomina la plataforma de personas que cada día se enfrentan a sus
gobernantes y lamentablemente a sus vecinos para impedir que hasta el último
metro cuadrado de su territorio sea convertido en un parque temático, en un
paraíso artificial, en un no lugar con los días contados.
Otras plataformas surgen en otros puntos del estado, Andalucía, Madrid, el
Pirineo…Son los héroes callados que se enfrentan a estas nuevas mafias que no
dudan en amenazar y tratar de amedrentar a quienes les plantan cara, tal y como
ha sido el caso de algunos miembros de la organización Ecologistas en Acción en
Andalucía. "El problema en poco tiempo no será sólo oponerse a las brutalidades
que se quieren hacer, sino ver cómo se hace frente a las amenazas de auténticas
organizaciones criminales y mafiosas", comentaban hace pocos días algunos
miembros de este colectivo.
Por fin somos los primeros en algo y, como dice una de esas personas
imprescindibles que día a día trabaja para construir futuro, la ardilla puede
atravesar España saltando, aunque sea de grúa en grúa.