Europa |
Liberté, egalité... Toque de queda
Achour Boutelja Bondy
(Seine-Saint-Denis), en la "Francia ocupada"
Achour Bouteldja vive en la localidad de Bondy, distante unos quince minutos
de París. Hijo de padre argelino y madre francesa, en este artículo Bouteldja
narra lo que implica vivir en las ciudades periféricas de la capital francesa.
Respecto a las protestas, expresa que «estos jóvenes no buscan la provocación,
ni ser arrestados o expulsados; tampoco un triunfo del FN, buscan un futuro
diferente».
Documentación! ¿Algo que declarar? ¿Drogas? ¿Armas? Uno registra tus bolsillos y
te cachea, para comprobar que no has mentido, mientras otro hurga dentro de tu
mochila, con insistencia. Escrutan tu DNI (imprescindible, en el caso de los
franceses de origen norteafricano) y piden comprobar los datos, por radio, a la
Central: puedes formar parte de una de las tres tipologías que manejan: ser
clandestino con documentos falsos, ser drogadicto o ser un dealeur (revendedor)
criminal y ladrón. En caso de que vayas en grupo, pensarán que puedes ir a
perpetrar un robo organizado.
Tras el 11-S, un cuarto supuesto está presente: si eres de origen árabe y llevas
barba, eres potencialmente un terrorista adscrito a Al'Quaeda. Por ese motivo,
sufres continuos controles en la ciudad, en el barrio, en los centros
comerciales, en el transporte colectivo, en los pasillos del metro, en los
andenes de cualquier estación.
Si eres joven y tu cuadrilla la componen principalmente árabes y negros, esos
controles se convertirán en algo cotidiano.
La única prevención considerada eficaz por una parte de la opinión pública y
política es la de la seguridad. La Brigade Anti Criminalité (BAC), una
genialidad por la que Sarkozy pasará a la posteridad, fue creada en 1994 para
dar respuesta al «problema de inseguridad ciudadana» inherente a las banlieues
(suburbios). Este cuerpo se nutre de miembros de la Policía Nacional, y su test
de admisión es muy selectivo a la par que muy revelador del ánimo de esos
policías de élite con pintas de cow-boys: son varones, son cinturón negro de
karate y son capaces de reducir a un sospechoso en tres segundos cronometrados.
Una policía excepcional y fuera de lo común para unas banlieues a punto de
estallar. Con un coche camuflado, provisto de un kit antirrebelión y antimotín,
con chalecos antibalas, estos agentes irrumpen en nuestras ciudades. Su
intervención es ultrarrápida, eficaz y, sobre todo, provocadora.
Informativos del miedo
Cada noche, viendo los informativos de las 20.00, «Francia tiene miedo», que
cantaba el grupo de St. Etienne, Mickey 3D. En nuestras banlieues hay
consumidores de porros que, por el sólo hecho de fumar o revender canabis,
contribuyen, según dice en esas noticias Villepin, «a financiar una red
terrorista». En nuestras banlieues hay integristas religiosos en potencia, o
potencialmente criminales pirómanos, especialmente dotados para el hurto de
coches y la reventa de drogas.
Incluso, hay violadores que practican la tournante (violaciones colectivas) en
los bajos de las HLM (Habitation à Loyer Modéré, alquileres sociales o VPO).
Según lo que muestran los medios, para los jóvenes, para todos los jóvenes de
las banlieues, sólo existen dos categorías de mujeres: las putas y las sumisas.
Los años 80 vieron nacer en nuestras ciudades a SOS Racisme; los años 90, al
colectivo Ni putes ni soumises. Entonces y ahora, los jóvenes son estigmatizados
y caricaturizados hasta convertirles en carne de cañón con la que alimentar el
odio al extranjero. Vivir en los suburbios es ser un paria social (en el corazón
de Europa). Existen folletos turísticos que desaconsejan estas zonas. Yo no he
visto jamás turistas en Bondy, que está a quince minutos, en RER (tren de
cercanías), de París.
La inseguridad de las banlieues ha tomado el relevo a la inseguridad en el
empleo en nuestros medios de comunicación.
Sarko quiere limpiar los barrios. Sin embargo, la delincuencia de la patronal no
le molesta lo más mínimo, ni siquiera le molestaron los obreros de Metaleurop
cuando amenazaban con verter toneladas de ácidos en un río, o cuando los
agricultores «saqueaban» en sus protestas un centro comercial.
Entonces miraba hacia otro lado. Y es que Sarko quiere limpiar las banlieues,
haciendo desaparecer a estos jóvenes a los que varias veces ha llamado «escoria»
con un karcher (manguera de alta presión que se emplea, entre otras cosas, para
borrar las pintadas).
La obsesión de la seguridad es tal que pronto las cárceles serán un anexo de la
escuela primaria. Los centros educativos de nuestras ciudades se asemejan, cada
vez más, a las prisiones: barreras, rejas y un vigilante que te solicita la
cartilla de identificación escolar.
Cada vez más recintos de seguridad, cada vez menos profesoras y profesores, cada
vez menos medios, cada vez menos plazas.
Así las cosas, para estos jóvenes el mayor éxito social consiste en evitar la
cárcel. Ni más, ni menos. Que termines siendo un obreros endeudado y explotado
es lo de menos, mientras no tengas antecedentes penales, pueden considerarte
como alguien que ha triunfado.
Aunque algunos consideran ahora que el ascensor social se ha detenido a medio
camino, en realidad, jamás ha habido ascensor social. Lo que hay es, justamente,
escaleras de madera como las de los «clandestinos» en Melilla.
Unas escaleras y un muro de prejuicios tan altos como las torres que se
interponen en nuestro horizonte. Algunos consiguen dar el salto. Pero, ¿por qué
los obstáculos se suceden y siempre aparecen para las mismas personas?
A Platini se le perdona el «fracaso» cuando no gana la Copa del Mundo. El equipo blanc-black-beurre de Zidane ha tenido que hacer lo imposible para ganarse el derecho a cantar La Marsellesa y, todavía algunos encontraban esto insultante. Para ser un buen ciudadano francés es imprescindible saber La Marsellesa (desde la más tierna edad). Pero, ¿de qué himno hablamos? ¿De La Marsellesa que entonaban los ciudadanos en las comunas de París antes de ser masacrados por el Ejército venido de Versalles o de la que cantaban los funcionarios enviados en «misión civilizadora» por esa potencia colonial que «fue» Francia? A fuerza de insistir con la bandera tricolor en el corazón de las y los conciudadanos, se han multiplicado los potenciales fachos (fascistas) que revitalizan las nociones de «Travail, Famille, Patrie» (Trabajo, Familia, Patria), como un remake de la República de Vichy
Guardo un recuerdo de la escuela: la extraña lógica del orientador. Algunos
de ellos aconsejaban a nuestros progenitores que no hablaran árabe o bereber en
casa, ya que ello implicaba un riesgo, una perturbación, implicaba entrar en
conflicto con la lengua francesa...
todo ello so pretexto de prevenir el fracaso escolar... Quizás temían que
nuestros padres llegaran a cuestionar aquellas lecciones de Historia aprendidas
de memoria que decían cosas como que «Charles Martel logró parar a los árabes en
Poitiers». En resumen, nuestra aspiración, desde quinto: ser obrero en el sector
de la construcción. O, como mi hermano Tahar, mecánico de automóvil que ha hecho
prácticas en empresas donde el patrón le ha hecho comprender de manera clara
que, en lugar de dedicarse a aprender cómo se usa una llave inglesa, le
convendría más hacer como hizo nuestro padre: aprender a utilizar una escoba.
Así tendría más oportunidades de encontrar un trabajo a la medida de sus
orígenes. Unos orígenes que ese patrón conocía muy bien, ya que había combatido
en las montañas de la Kabilia contra nuestro padre y nuestra madre.
En el trabajo y en el ocio
Para dar una idea de la segregación que impera en el mercado laboral, se puede
aludir al debate abierto sobre el curriculum vitae, en el sentido de que cuando
se presente el mismo no se haga mención al apellido ni a la dirección ni,
evidentemente, se incluya fotografía...
unas medidas tendentes a posibilitar que nuestros currículos al menos se lean,
antes de terminar igualmente en la papelera.
La segregación abarca también al ocio: en las discotecas de fines de semana, un
individuo llamado Bouba, de 1,90 m. y 100 kilos de peso, te hace comprender
enseguida qué poco importa tu nacionalidad francesa: "Désolé, toi, tu rentres
pas!"("Lo siento, tu no entras"). Si es amable, añade: "Désolé, c'est la
direction; moi, je fais que mon boulot, faut bien que je gagne ma vie!" ("Lo
siento, órdenes de la dirección; yo sólo hago mi trabajo, necesito ganarme la
vida")... Lo más patético es que la juventud que puede entrar baila a ritmo de
Johnny Clegg y Savuka S
Frente a esa segregación, nos dicen que «debemos ser capaces de salir de los
barrios». ¿Con alquileres de 800 euros al mes, casi el equivalente a nuestros
salarios? Un milagro si se trata de una familia.
Además, aunque tengas suficientes ingresos, los propietarios no quieren
alquilarte, bajo pretexto de que puedes convertirte en un futuro desempleado; o
por las razones que expuso Chirac en su discurso del 19 de junio de 1991, cuando
llegó a hablar de «las molestias que generan, con ruido y olores» las personas
de nuestras ciudades.
Y es que todo el mundo no tiene la suerte de llamarse Hervé Gaymard, como el ex
ministro de la UMP (mayoría conservadora en el gobierno), y obtener, con cargo a
los presupuestos del Estado, un tríplex en pleno París por el que pagar un
alquiler de 16.000 euros al mes.
Para la población negra, los apartamentos en París no son tríplex, sino que son,
frecuentemente, crematorios disfrazados de viviendas sociales.
En la región parisina no hay más que 180 ciudades sobre un total de 480 que
llevan a cabo políticas sociales de vivienda. No es casualidad que sea en las
zonas que cuentan con más HLM donde hay más revueltas.
No lejos de Bondy, un poco antes de llegar a Clichy-sous-Bois, hay una ciudad
llamada Raincy y su alcalde es Eric Raoult, de la UMP. En Bondy, el 50% de las
viviendas construidas son viviendas sociales. Por el contrario, en Raincy, el
porcentaje de viviendas sociales apenas alcanza el 1%. Su alcalde forma parte de
la asociación de ayuntamientos de Ile de France (región parisina) que se opone a
construir HLM. Es la fraternité a la francesa, unas localidades concentran un
50% de HLM, otras un 0%... Y así desde los años 60. Siempre son las mismas
ciudades, el norte y el este parisinos, las que soportan las cargas de la
«integración«, formando una periferia saturada. Las cités son nuestra imagen y
su estallido era tan previsible como evitable.
Días atrás, un joven de Courneuve era machacado por cinco policías. Ninguna
imagen en el informativo de France2.
Esa noticia daba paso a otra sobre el «éxito» alcanzado por un joven de origen
magrebí en un supermercado de Aulnay-sous Bois. Un ejemplo más realista hubiese
sido que nos mostraran a un joven magrebí como jefe de sección en un
supermercado de Alsacia o de cualquier otro lugar del territorio.
La desigualdad se supera... siempre que no salgas del barrio, que te mantengas
en los márgenes de las grandes ciudades.
Es lo que quiere y nos ofrece esta República: que nosotros, los franceses de
origen africano, permanezcamos en el lugar que nos ha asignado. Es por eso por
lo que los jóvenes queman sus propias cités: no quieren estos ghettos a caballo
entre el Bronx y la Franja de Gaza.
Sarko ha delimitado para la UMP unas fronteras colindantes con las del FN. El
rol del Estado no es fomentar el odio sino combatir las desigualdades, dicen.
Sin embargo, ¿dónde estaban quienes han acompañado, hace unos días, a sus cargos
electos en las marchas que pedían paz cuando se retiraron o redujeron las
subvenciones a las asociaciones sólo unos meses atrás? ¿Y cuando se redujeron
las partidas de educación? Desde los enclaves de Melilla a las fronteras de las
banlieues; desde los Sangat (centros de detención para inmigrantes sin
documentación) hasta la expulsión de los sans papiers, Sarko, ayudado por la
prensa y las cadenas televisivas, ha definido claramente cuáles son los limites
de la divisa «liberté, égalité, fraternité»: el toque de queda.
¿Quién es más criminal para esta democracia? ¿Quienes dan paso a la extrema
derecha en las presidenciales de abril de 2002, dejándonos un mensaje claro y
sin ambigüedades; o el grito de una juventud que quema ese bosque de desigualdad
que es su barrio?
Estos jóvenes no buscan la provocación por la provocación, ni ser arrestados;
ni las expulsiones, ni el voto fascista.
Buscan un futuro diferente mientras Francia apoya a Sar-ko, con el miedo, y le
da la razón a Le Pen.
Abandonados a su suerte, incomprendidos, arrojados de las cités... Deberíamos
intentar comprender este fenómeno complejo y contradictorio, en lugar de
condenar, precipitadamente, a estos chicos que hacen grafitis y gritan desde
Marsella a París: "Nique la BAC, nique Sarko" ("Jódete BAC, que te jodan, Sarko").
Encendamos un contrafuego contra la xenofobia que crece, en vez de estar contra
unos jóvenes que lanzan un SOS... Ya en los años 90, estos jóvenes de las
banlieues entonaban la estrofa de una canción del grupo de rap marsellés IAM,
que decía "Ce soir on vous met le feu". ("Esta noche os prendo fuego") ¿Una
profecía? ¿Una amenaza? Ya no cantan ese himno, ahora queman. -