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Aniversario del bombardeo del Parlamento ruso
Ekaterina Polguyeva
Sovietskaya Rossia
Traducido del ruso para Rebelión por Josafat S.Comín
El primer domingo de octubre, junto al memorial popular sito junto al estadio de Krasnopresnienskaya y la Casa Blanca (como se conoce coloquialmente al edificio que en 1993 albergaba la sede del Soviet
Supremo de la Fed.Rusa. N del T), reina el silencio. Hay silencio pero no
está vacío. Aquí nunca está vacío. De otro modo no se habría levantado el
memorial, surgido pese al poder, contra la violencia y la muerte, contra el
olvido.
La víspera del 12º aniversario del fusilamiento del Poder Soviético por parte de
Yeltsin, de la muerte de cientos, puede que de muchos cientos, de inocentes,
culpables únicamente de no poder resignarse ante la injusticia y la
arbitrariedad, todo parece estar igual que aquella víspera de la matanza. La
misma hojarasca ígnea, el mismo cielo despejado, el mismo sol, más cálido de lo
habitual en otoño. E incluso las madejas de alambre de espino en las barricadas
simbólicas, en recuerdo de los defensores de la Casa de los Soviets, que aquí
cayeron.
En realidad, todo ha cambiado. Los 12 años que han pasado, son toda una época en
la vida de cada persona, y en la vida de un estado. Inalterables parecen solo
las miradas que nos lanzan desde sus fotografías, los muertos. Coloco mi ramo de
claveles en la verja que delimita el estadio. En este tramo está pintada de
negro, y pueden verse las cintas roji-negras de luto. Así es aquí siempre, desde
el día en que derribaron el muro que rodeaba antes el estadio, siguiendo las
órdenes del alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov. Un muro, que durante el año que
siguió a los sangrientos sucesos, se convirtió en el muro de la ira y la
protesta. La gente escribía en él sus maldiciones, nombrando los apellidos de
los culpables: Yeltsin, Grachiov, Chernomuirdin, Luzhkov, Yerin, Gaydar…(1) Las
pintadas eran borradas, pero no tardaban en volver a aparecer.
Allí donde siempre hay flores, no se escribían insultos. "En este lugar el 4 de
octubre de 1993, fue fusilado Roman Viriovkin, 17 años", escribió alguien en
mayúsculas. Las letras desaparecieron con el muro, pero la memoria permanece.
Hoy tendrías 29 años, desconocido pero recordado, Roman Viriovkin.
¿Qué serías hoy, de no haber existido en la reciente historia rusa, el decreto
presidencial nº 1400? ¿Qué habría sido de los demás caídos: héroes y victimas
inocentes, jóvenes, maduros padres de familia, y chavales que apenas entraban en
la adolescencia, de no haber sido porque los traidores se hicieron con el
gobierno de nuestra patria, a principios de los 90?
Habría acabado el colegio Kostya Kalinin, de 14 años, y Kostantin Dmitrevich
Chizhikov, de 75 años, veterano de la Gran Guerra Patria, habría podido celebrar
el 50 aniversario de la Victoria. Y quien sabe si hubiese vivido para ver el 60
aniversario. Habría celebrado su 20 cumpleaños, unos días más tarde, Natasha
Petujova, asesinada en Ostankino (edificio sede de la televisión rusa. N del T),
se hubiese casado con su novio Alexei Shumsky, caído también allí. Y Stanislav
Jaybulin de 23 años, hubiera visto crecer a su hija Katya, que nació dos meses
después de su muerte.
Nada de esto pasó y no pasará. Pero han ocurrido otras muchas cosas, terribles e
irremediables, que quien sabe si hubiesen tenido lugar, de no haber existido el
octubre negro de 1993.
Cayeron los mejores: los que no agacharon la cabeza ante la desvergüenza y la
ignominia, los que no traicionaron el juramento a la patria, y aquellos, que por
voluntad del destino se vieron en mitad de unos acontecimientos, ante los que no
pudieron quedarse al margen, indiferentes, y se lanzaron bajo las balas a
socorrer a los heridos.
Como hemos echado de menos su palabra sincera, su voz insobornable, su valentía,
en estos años pasados, convertidos en tiempos de guerras, violencia y
destrucción. En tiempo de muerte.
En octubre de 1993 el poder, pisando sangre inocente, atravesó el límite, tras
el cual ya todo era posible.
Que recuerden los que ahora suspiran por la "democracia de Yeltsin" y la
libertad de expresión, los que hace 12 años exigían "aplastar a la escoria", los
que enfurecidos cerraron los periódicos de oposición, entre ellos Sovietskaya
Rossia, que fue precisamente entonces, con vuestra participación, cuando
comenzaron las más crueles violaciones de los derechos humanos, incluyendo el
más importante: el derecho a la vida.
Que se paren a pensar, los seguidores del heredero del principal verdugo del
Poder soviético, los que ahora desprecian los tiempos de Yeltsin, e incluso los
maldicen. ¿Por qué vuestro amado presidente Putin, no solo no castiga a los
organizadores y ejecutores intelectuales del sangriento golpe, sino que les
garantiza un retiro desahogado y lujoso en un país arruinado?
La constitución adoptada sobre la sangre de los defensores de los Soviets, se
convirtió en el prólogo de otros sucesos, todavía más sangrientos: las dos
guerras chechenas, la violencia y el terror, Beslán. Ahora, sobre la sangre de
los niños de Beslán, se acomete una nueva reforma del poder por el poder. ¿Acaso
puede alguien, medianamente cuerdo, pensar que el resultado puede ser distinto?
¿Por qué nos habría de sorprender, que de las paredes, de esa misma Casa blanca,
trasferida tras la matanza al gobierno ruso, salgan nuevas leyes antipopulares,
desastrosas para el país y sus habitantes?
Al edificio se le puede lavar la sangre y el hollín. Pero los que no parecen
dispuestos a lavarse y arrepentirse, son los propios fusileros y saqueadores,
masacradores.
"No olvidamos, no perdonamos", se puede leer en las pancartas, y se puede
sentir en las almas de los que participan anualmente cada 3-4 de octubre, en los
actos que se celebran en recuerdo de los asesinados en Ostankino y en la Casa
Blanca. Pero son solo unos miles, no cientos de miles ni millones. ¿Acaso el
resto ha olvidado y perdonado?
De poco sirve entonces lamentarse de que cada año hay en Rusia más mujeres
enlutadas, de que cada año aparecen nuevos comités de familiares y allegados de
las victimas del acto terrorista de turno, de que de nada sirven las medidas
adoptadas por el "mejor alcalde del mundo", en la lucha contra la violencia y el
terrorismo.
Ese mismo alcalde, que ordenaba entonces con entusiasmo el bloqueo de la Casa de
los Soviets y lanzaba a los antidisturbios contra los moscovitas desarmados. Ese
mismo que mandó derribar luego el muro de los fusilados, testigo mudo del
crimen.
Por eso, si las cenizas de los fusilados y calcinados defensores del Poder
soviético dejan indiferente vuestro corazón, significa que tarde o temprano la
desgracia llegará a vuestra casa. La desmemoria y la indiferencia engendrarán
irremediablemente nuevos crímenes, impidiendo que se cierre el círculo de
sangre.
Y nosotros, los que no olvidamos ni perdonamos, no podemos rendirnos ni
entregarnos. No tenemos ese derecho.
Debemos responder por el futuro de nuestro país, y por la memoria de aquellos,
que en octubre de 1993 no dudaron en sacrificar sus vidas, en nombre de la razón
y de la Patria.
Notas
Yeltsin: Presidente de la Federación Rusa. Criminal de estado.
Chernomuirdin: Primer ministro. Dirigió personalmente la carnincería en
Krasnopresnienskaya. (Nombre de la zona donde se encuentra el edificio el Soviet
Supremo).
Luzhkov. Era y sigue siendo alcalde de Moscú. Se encargó de cortar la luz
y el agua a los que resistían dentro del parlamento y de enviar a los
antidisturbios a romper huesos de ancianos y mujeres.
Gaydar: Vice-primer ministro. Cabecilla de los escuadrones de la muerte.
Yerin: Ministro del interior. Ejecutor sanguinario.
Grachiov: Ministro de defensa. Dirigía a los tanques encargados de
cañonear el parlamento.
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