Europa |
Sobre Ceuta y Melilla
Sami Näir
El País
El drama era, por desgracia, previsible en las fronteras españolas de Ceuta y
Melilla. Todo hace pensar que sólo estamos al comienzo del pulso que opone a los
solicitantes de asilo, verdaderos o falsos, poco importa, y a las autoridades de
los países ricos de Europa. La frontera mediterránea se parece cada vez más a la
de Estados Unidos con México: está cada vez más sembrada de víctimas. La opinión
pública descubre de forma brutal la realidad: unos seres humanos prefieren morir
en vez de seguir viviendo en la miseria y en la humillación. El Gobierno español
es puesto a prueba; no vemos cómo puede encontrar una solución que satisfaga a
todo el mundo. La Unión Europea tiene sus exigencias; la geografía convierte a
España en el puesto más avanzado de la prosperidad. Las fronteras han
desaparecido en el interior de Europa, pero se transforman en campamentos fuera
de ella. Así, la metáfora de la fortaleza asediada es más cierta que nunca.
Europa ha decidido instalar campamentos en sus fronteras, y empieza a ver lo que
cuesta en vidas humanas.
Las últimas avanzadas de esta política de los campamentos se han hecho en
África, en especial entre el Mediterráneo y el Sáhara. Así, Marruecos sufre una
fuerte presión por parte de la UE para que refuerce el control de sus fronteras,
disuada y contenga a los emigrantes subsaharianos y, al mismo tiempo, les
detenga en su recorrido migratorio hacia Europa. En definitiva, para que
desempeñe el papel de "gendarme" de Europa. La política de readmisión realizada
estos últimos años por la UE se inscribe totalmente dentro de esta lógica. En la
actualidad, se está negociando un acuerdo de readmisión con Marruecos, que le
obligaría a organizar la readmisión no sólo de sus súbditos en situación
irregular, sino también de las personas que hayan transitado por su territorio.
El desbloqueo de 250 millones de euros dentro de los programas de asistencia
técnica y financiera para el control de las fronteras (AENEAS) debería pesar en
la balanza...
Podría analizar esta situación desde un punto de vista jurídico pero, en
realidad, no sirve de gran cosa ya que es perfectamente conocida por quienes
toman decisiones en este ámbito y, por lo general, no tienen que rendir cuentas
a nadie.
Veamos más bien la situación sobre el terreno. Es alarmante en los campamentos
informales instalados en los bosques de Ben Younes y Gurugú, próximos a Ceuta y
Melilla, respectivamente. Un reciente informe de una organización benéfica
francesa realiza una descripción de las condiciones de vida de estos emigrantes
y solicitantes de asilo de origen subsahariano. Al final de un largo recorrido
de unos dos años (travesía del desierto, paso por Libia, etcétera), estas
personas se encuentran atrapadas en esos bosques. Los que acaban en los
campamentos precarios hechos de cabañas de madera son a menudo los más pobres:
no tienen medios para pagar su paso a Europa (papeles falsos, intermediarios,
pateras, etcétera). En realidad, una vez que han entrado en Marruecos por Oujda
(ciudad del norte fronteriza con Argelia) y principal punto de paso, se produce
una "selección" entre los emigrantes: los que tienen los medios para pagar se
van a las ciudades para tratar de realizar una travesía en patera (sobre todo
hacia las islas Canarias porque el SIVE -Sistema Integral de Vigilancia
Exterior- hace que el trayecto sea muy difícil en las costas de Cádiz, Málaga y
Algeciras); a los demás sólo les queda la opción de dirigirse al bosque.
De por sí expuestos a las agresiones de "vagabundos y bandidos" cuando se
desplazan a pie hasta los campamentos en los bosques, a continuación quedan
abandonados a su suerte, totalmente aislados, esforzándose por alimentarse y
sobrevivir en este entorno hostil. Aunque estos "guetos" se parecen a
"campamentos de refugiados" en la medida en que están "organizados" (los
emigrantes han organizado espacios de vida en los campamentos), las condiciones
no dejan de ser miserables y las sanitarias son espantosas. Por no hablar del
acceso a los cuidados médicos, que resulta imposible por la reclusión y la
clandestinidad en que viven. Y ello debido sobre todo a que las autoridades
marroquíes disuaden, tanto a las asociaciones como a la población, de que
ofrezcan ayuda a estos emigrantes, que permanecen de media siete meses en estos
campamentos.
Sólo salen de su clandestinidad para, por la noche, tratar de superar con
escalas de madera las verjas y alambres de espino que los separan de los
enclaves españoles. Evidentemente, "el ataque a las verjas" es muy peligroso, ya
que la frontera está estrechamente vigilada por ambos lados (sobre todo en el
lado español, que dispone de un arsenal tecnológico considerable). Para los
pocos afortunados que logran saltar las verjas, se inicia un verdadero juego del
escondite con la Guardia Civil antes de poder acceder al "campo" (lugar de
acogida de los emigrantes y solicitantes de asilo). Pocos son los que lo logran.
Pero, sobre todo, cuando son interceptados por la Guardia Civil y devueltos a
Marruecos, los emigrantes son en ocasiones víctimas de violencia física
(palizas, pelotas de goma, etcétera) y humillaciones (insultados, desnudados).
Por desgracia, no son actos aislados. Y algunos no dudan en afirmar que es una
estrategia consciente y organizada de represión y disuasión. Esta violencia
también existe en el lado marroquí (casos de palizas y torturas). Por otro lado,
las autoridades marroquíes organizan verdaderas "cazas al hombre" en los
bosques, en ocasiones con la complicidad de civiles marroquíes, para capturar y
expulsar a los africanos o magrebíes que viven en ellos. Estas "batidas",
encaminadas a disuadirles, les sumen en realidad en el terror y les obligan a
desplazarse incesantemente o a dormir fuera de los bosques.
Reprimidos y acosados por todas partes, privados de cualquier derecho, a estos
emigrantes sólo les queda al final la opción de "encerrarse" en estos
campamentos, que sin embargo son "abiertos", ya que no pueden circular, no
tienen otras posibilidades para vivir y tampoco pueden hacer valer sus derechos
en materia de asilo. Porque la posibilidad de solicitar el asilo sigue siendo un
espejismo pese a que Marruecos ha ratificado la Convención de Ginebra y la de la
OUA (Organización para la Unidad Africana).
Los arrestos y expulsiones arbitrarias son legión. Además, la mayoría de los
emigrantes ignora los trámites para solicitar asilo o no cree en ellos. Los
medios humanos y materiales para garantizar este derecho son casi inexistentes.
¡Algunos emigrantes dicen incluso haber visto producirse arrestos delante de la
oficina del Alto Comisionado para los Refugiados! Sin embargo, muchos de estos
emigrantes podrían beneficiarse legítimamente de la protección de laConvención
de Ginebra o la Convención de la OUA de 1969 que rige los problemas de los
refugiados en África. Porque, según varias fuentes, ONG y organizaciones
caritativas, más de la mitad de estos refugiados han huido por motivos de
persecución política, étnica o relacionados con una situación de guerra
(guineanos, liberianos, congoleños, marfileños o senegaleses). Los demás están
ahí por motivos económicos y para garantizar la supervivencia de su familia
(nigerianos, malienses o cameruneses). Pero en la noche del bosque y la opacidad
de los campamentos, ambas tragedias se entremezclan a menudo. Y resulta chocante
comprobar que, al igual que en Lampedusa (Italia), estos emigrantes, en su
mayoría hombres jóvenes y a menudo con un nivel de instrucción bastante alto,
son padres de familia y ejercían una actividad profesional que tuvieron que
abandonar.
¿Qué hacer? Están las medidas de fondo: ayuda al desarrollo, acción en las zonas
de origen, prevención de los conflictos, etc... Pero hay que actuar ahora, y
rápido. En primer lugar, es necesario que Europa deje de exigir a terceros
países, como Marruecos, "resultados" en materia de expulsión; y sobre todo que
no vincule la ayuda al desarrollo a la aceptación por los terceros países de
este papel de gendarme. Porque esto siempre se produce en detrimento de los
refugiados, sobre todo en los países donde los derechos humanos son poco
respetados. Es mejor reinvertir en programas de reestablecimiento para los
refugiados. En cuanto a las autoridades españolas, si bien hay que pensárselo
dos veces antes de lanzarles la piedra, porque están obligadas a hacer respetar
la ley, deben no obstante someterse a la Convención de Ginebra y garantizar el
conjunto de la reglamentación. Deben asimismo realizar un gran esfuerzo en
materia de formación de las fuerzas del orden, encargadas del primer contacto
con los refugiados. Y castigar con severidad los actos ilegales de violencia
cometidos por los agentes del Estado. Lo mejor es, de nuevo, aceptar la
presencia permanente de observadores neutrales sobre el terreno, en especial
representantes de la Comisión de los Derechos Humanos de la ONU. Y es necesario
que el Alto Comisionado para los Refugiados pueda trabajar de forma concertada
con el Estado marroquí, sobre todo para controlar la legalidad de los arrestos y
de las expulsiones. Si bien no es posible detener estos movimientos de
población, erradicar de la noche a la mañana la miseria y la desesperación que
los produce, sí es en cambio posible, e indispensable, hacer que se respeten los
derechos humanos. También los nuevos condenados de la tierra tienen derecho al
Derecho.
Sami Näir es profesor invitado de la Universidad Carlos III. Traducción
de News Clips.