Argentina: La lucha continúa
|
Progres y tilingos
Gustavo Sánchez
La clase política argentina, cabe decirlo a sabiendas de exponerse a un
pequeño escándalo, no está ética ni intelectualmente por debajo de la sociedad
civil; al menos de su cara visible que no es otra que la urbana porteña
clasemediera, en sus formas progre y tilinga. Cuando a la falta de inteligencia
se suma la voluntad de no pensar, no cabe esperar mucho de las ideas
resultantes. Y sería bueno tener en cuenta que las ideas no sólo sirven para (mal)interpretar
la realidad, sino también para mal construirla. Uno podría decir todavía que los
sectores populares, acaso a expensas de su subordinación simbólica, no son tan
propensos a la estupidez, o al menos que no se muestran tan convincentes en
ella.
El electoralismo es la forma agravada del oportunismo político. A diestra y
siniestra, aunque no pueda sorprendernos a la derecha y nos interese tanto
criticarla a la izquierda, porque sólo de allí podríamos sentirnos parte. La
diferencia entre el oportunismo de la izquierda y el de la derecha es que la
derecha tiene sentido de la oportunidad mientras que la izquierda carece de él.
Es paradójico, pero los fachos actúan de un modo mucho más "materialista",
mientras que la izquierda se aferra a un "idealismo" que una y otra vez se
estrella contra las condiciones concretas. James Petras dijo una vez algo así
como que la izquierda argentina tenía puesta una cacerola en su cabeza y sólo
escuchaba el eco de sus propias voces. Por supuesto también él lleva el lastre
de su propia hoya, la del microcampo de los teóricos marxistas, pero al menos
por cortesía no corresponde criticarlo aquí.
Como el electoralismo sobredetermina el discurso político en tiempos
preelectolares, poco o nada podemos decir en un nivel de análisis más profundo,
dado que cualquier cosa será leída en esos términos. A poco estoy de ser acusado
de kirchnerista. De modo que quien pretenda mantenerse al margen de tamaña
fatalidad debería abstenerse de opinar hasta el mes de octubre. Por mi parte,
sólo diré un par de cosas que cada quien sabrá o no cómo escuchar.
La derecha, coherente y maliciosa, hace todo lo que puede para derechizar al
gobierno, al tiempo que intenta reagrupar sus propias fuerzas. Sabe ubicar sus
intereses de clase por encima de las superestructuras: una vez más, se comporta
sin saberlo de un modo materialista. La izquierda, cínica o ingenua, también
apuesta a la derechización del gobierno: "cuanto peor mejor". No sólo es incapaz
de analizar lo real en términos de clase (y tal vez habría que preguntar aquí
por la composición de clase de la izquierda vernácula), sino que su propio
comportamiento superestructural es extraordinariamente defectuoso. La fractura
de Izquierda Unida en la provincia de Buenos Aires, el patético purismo del PO y
su malogrado frente "100 x 100% de izquierda", y los retazos del zamorismo
volviendo a presentarse a elecciones después de que su bloque de legisladores se
atomizara en cinco partes, son algunos ejemplos de una incapacidad que resulta
mucho más inverosímil en contraste con la grandilocuencia de los discursos y la
soberbia de los actos.
Pero aun hay algo peor: las fantasías que cabalgan sobre la neurosis de la
izquierda no son propiedad exclusiva de sus dirigentes, ni siquiera de sus
militantes, ya se trate de los partidos tradicionales o de "los movimientos".
Casi todo el espectro de la izquierda independiente parece en alguna medida
sumido en el ensueño posmoderno, uno de cuyos rasgos es la demonización de la
política y que en general no expresa otra cosa que la necesidad estructural de
externalizar la culpa. Acaso no se trate más que de otra consecuencia de los
modos de hacer sentido de los medios de comunicación que, al espectacularizarlo
todo, presentan lo real como aquello que acontece siempre por fuera del sujeto,
desplegándose de un modo totalmente ajeno a él (que sólo puede espectar y cuyo
modo de participación se reduce a papeles mediáticos tales como "el vecino
indignado" o la "víctima de la inseguridad" -y a la reacción empática que genera
en "la gente" la aparición en pantalla de alguno de estos personajes-). En suma,
¡mucha televisión (y DVD)!
A todo esto el gobierno, cuyo probado sentido de la oportunidad tampoco está
exento de oportunismo, sale a buscar votos allí donde todo el mundo lo hace: en
la sociedad civil visible, progre o tilinga. Asegurado un holgado triunfo en la
provincia de Buenos Aires pero poco claro en otros centros urbanos, quiere
apuntalar a su candidato porteño -en busca de tilingos- endureciendo su posición
respecto del movimiento piquetero que, con ostensibles señales de agotamiento,
decidió a su vez suicidarse lanzando una "ofensiva" cuyas consecuencias no iban
a ser otras que las presentes. No por ello la prohibición de manifestar en la
plaza histórica deja de ser un gesto inadmisible que no puede explicarse
siquiera en términos electoralistas. Sorprende y preocupa. Como contrapartida,
para los progres está la política de derechos humanos que "obliga" a la
izquierda a un impensable abandono discursivo de una de sus principales banderas
históricas. Es que por acción u omisión ¡ni los muertos se salvan del acto
electoral!